viernes, 25 de enero de 2013

La publicación de artículos: el desafío del docente universitario ecuatoriano en la segunda década del siglo XXI





La mirada de un editor a una problemática emergente






Por: Mg. Jeovanny Benavides Bailón



“El docente universitario es la columna vertebral de la academia. Con el paso de los años su rol se ha reinventado. Ahora el profesor escribe y edita para vivir, porque sin la publicación, la ciencia está muerta”.

GERARD PIEL





El martes 12 de octubre del 2010 pasará a la historia como el día en que la universidad ecuatoriana tuvo un antes y un después. Aquella fecha ingresó al registro oficial la Ley Orgánica de Educación Superior (LOES). Ahí, entre sus principales cambios podía apreciarse cómo se busca fortalecer el rol del Estado en la definición de las políticas públicas en materia de educación superior y la forma en que empezaba a ser entendida como un bien público social y como un derecho. Lejos de las objeciones, polémicas, muestras de admiración o rechazo que produjo la aprobación de la LOES, en el centro del debate, quizá mirando por el ojo de la perilla de una puerta, estaban miles de docentes universitarios, que leían y releían el artículo 150 del mencionado cuerpo legal, que los “motivaba” a publicar obras de relevancia como requisito indispensable para ser profesor o profesora titular principal de una universidad o escuela politécnica pública o particular del Sistema de Educación Superior del país.



Desde entonces hay una fiebre por publicar, establecer contactos, cumplir con el requisito para no salir del sistema y seguir manteniendo el puesto. Así, está claro que la universidad, lugar donde el profesor universitario desarrolla su trabajo, está en uno de los mayores momentos de transformación de su historia.


En el Ecuador, un país en que sus docentes no tenían la cultura de escribir artículos o aquellas ideas novedosas que sólo se debatían en tertulias y reuniones tras reuniones, aquello fue visto como una imposición y provocó que muchos rechazaran la medida, protestaran, exhibieran abiertamente sus quejas en la prensa, organizaran congresos y conferencias sobre lo inoportuno de la ley, pero al final el Gobierno a través de la Secretaría Nacional de Educación Superior, Ciencia y Tecnología e Innovación (Senescyt) se mantuvo incólume. La LOES prosperó.



Estos profundos cambios por la calidad y la internacionalización que está viviendo la universidad, conllevan alteraciones en las funciones, roles y tareas asignadas al profesor, exigiéndole a éste el desarrollo de nuevas competencias para desarrollar adecuadamente sus funciones profesionales.



A esto se sumó algo más. Como si no fuera suficiente se establecieron parámetros y fechas topes, límites para cumplir con lo estipulado. La aprobación del Reglamento de Carrera y Escalafón del Profesor e Investigador del Sistema de Educación Superior, el 31 de octubre del año anterior vino a consolidar lo que ya se había dicho. Ahí en su artículo 20 se establecía como requisito del personal académico titular principal de las universidades y escuelas politécnicas, básicamente lo siguiente:



Tener doctorado, al menos cuatro años de experiencia como personal académico, haber creado o publicado 12 obras relevantes o artículos indexados en los últimos cinco años, haber obtenido como mínimo el 75% en la evaluación de desempeño.



Y todo ello, según la ley, hasta el 2017.



¿Cómo hace alguien no habituado a escribir a poner en orden sus ideas, sentarse en un computador, con la terrible hoja en blanco delante? En el medio no hubo una preparación y se empezaron a suponer muchas cosas.



El escritor Victoriano Garza en su libro “Publica o perece”, cuyo esclarecedor título encuadra su idea desde el comienzo, señala aspectos de interés con inefable ironía. Cito: “La mayoría de los docentes universitarios cree que saber escribir es igual a poder hacerlo cuando lo necesite; como si cualquiera que esté alfabetizado fuese un autor en potencia presto a liberar su fuerza creativa en cuanto tome pluma y papel. Luego, cuando surge la verdadera necesidad de escribir un artículo o una conferencia o un ensayo sencillo no sabe por dónde empezar, y cuando comienza no entiende cómo ni a dónde seguir ni cómo hilvanar las ideas y expresarlas de forma que otros capten su mensaje”.[1]



La realidad es que cuando no hay quien sea una guía ni queda salida alguna, el aprendizaje se produce por tanteo, dándose uno de golpes contra la pared, mandando escritos a las revistas y recibiendo cartas de rechazo, hasta que la experiencia que se adquiere en este ensayar y errar lo habilita poco a poco a uno para redactar mejores textos, al menos para componer artículos que tengan mayores probabilidades de ser revisados y aceptados, pero hasta ahí.

De acuerdo con los estudios de Larry Yore uno de los grandes mitos es el pensar que lectura y escritura son fenómenos diferentes y totalmente separados. Es absurdo creer esto, sobre todo si quien lo piensa es un profesor universitario que debe estar actualizado en el tema que enseña, tomar notas al respecto, analizarlas, discutirlas, desconstruirlas y reconstruirlas, y poner el ejemplo. La información entra por la lectura y fecunda las mentes que generarán nuevos conocimientos. Leer y escribir van de la mano, y si uno tropieza el otro cae.



Lamentablemente, la experiencia en lo que se refiere a publicaciones no se improvisa. La prolijidad, paciencia, tino y estructura coherente de un artículo son cuestiones que se ganan con paciencia, pero aparte con la práctica. De la noche a la mañana, cientos de docentes universitarios del Ecuador empezaron a tratar de bosquejar sus ideas. A medio camino algunas abortaron, otras prosperaron, mientras que cientos de profesores con experiencia prefirieron dar un paso al costado y optaron por jubilarse y no pasar por esta experiencia que empezaba a darles más de un dolor de cabeza.



Como en el escalafón se mencionaba la publicación de 12 obras relevantes y nadie explicaba qué se quería decir con ello, lo “relevante” comenzó a darle paso a la publicación de artículos. Como no podía ser en otro medio que en revistas indexadas, éstas se difundieron muy rápido. Como todos conocemos, las revistas indexadas son publicaciones periódicas de investigación con alto nivel de calidad y que han sido listadas en alguna base de datos de consulta mundial.



Oficialmente el Ecuador aparece con una institución asociada a Latindex, que es una base de datos para revistas de divulgación científica y cultural, editadas en los países de Iberoamérica. Surgió en 1995 como iniciativa de la Universidad Nacional Autónoma de México.



En el Ecuador muchas cosas empezaban a cambiar, pero a cuentagotas. Algunas de ellas tienen muchísima relación con la cultura de leer, escribir y publicar: proceso perfecto. Los lugares de difusión también se proliferaban. Sólo en Latindex se cuentan 60 revistas editadas por universidades del Ecuador. Un considerable progreso si se considera que Colombia suma 415 publicaciones y Argentina está próxima a indexar las 500. Ya son avances significativos.



Aunque han pasado un poco más de dos años desde la puesta en vigencia de la LOES, algunos expertos ya han hecho un balance de esta situación. Por ejemplo, el Ing. Darío Velasteguí, director del Centro de Investigaciones de la Universidad de Ambato, expresa que en el contexto mundial el país ofrece muy escasa producción de conocimiento reflejada en este tipo de publicaciones. “No hay una base nacional de datos para el registro de publicaciones de reconocimiento científico”.



El hecho de aparecer en Latindex legitima igual muchos conceptos. En mi experiencia como editor de una revista indexada en esta base de datos (revista La Técnica de la Universidad Técnica de Manabí), puedo decir que se ha lidiado con múltiples desafíos. Para la evaluación de revistas impresas, Latindex establece 33 características, entre básicas, de presentación, de política editorial y de contenido. De estas características se pueden destacar: evaluadores externos, contribución de autores externos, consejo editorial con miembros externos, originalidad. A la par, cada día el docente universitario se ha empezado a fijar en parámetros que cumplir y sobre la marcha ha ido aprendiendo a estructurar desde una idea hasta posicionar argumentos más complejos en áreas temáticas multidisciplinarias. Ese aprendizaje, vino luego de que la fiebre por publicar empezó a adquirir ribetes de escribir en serio sobre cuestiones de interés, indagar y presentar perspectivas científicas sobre el campo de referencia de cada docente. Todos sabemos que la actividad científica es un modo de ser, de pensar, de hacer y de sentir. Un modo de vivir la vida. Tiene que ver con una manera particular percibir e interpretar la realidad, una mezcla de razón, intuición y emoción, de ilusión y de pasión. Es un proceso serio y sistematizado de producción de conocimientos.



Publicar representa un gran logro, tomando en cuenta que a esto antecede un enorme trabajo de investigación y escritura, pero a veces este triunfo llega a ser insuficiente cuando de sobrevivir en el ámbito académico y científico se trata. Esto se debe a que todo lo que el profesor investigador saque a la luz pública será evaluado y tasado por los colegas, práctica a la que se le denomina “revisión de pares”. El valor del trabajo ante los demás dependerá de su originalidad y profundidad, su relevancia para el sistema de conocimiento, su potencial utilidad científica o práctica, de si el medio impreso empleado está registrado en un index internacional y del carácter de la revista donde fue publicado.



Años antes, ya el Dr. Luís Rodolfo Rojas, de la Universidad del Zulia en Venezuela, señalaba que en esto de comunicar la ciencia tenemos al artículo como una manera de integrar acciones de la investigación y la educación superior con la comunicación del saber. Se investiga para conocer, resolver y enseñar, para comunicar y para trasformar. Para generar calidad de vida, bienestar y esperanza. Y el mismo Rojas evidencia el gran dilema: investigar para vivir o vivir para investigar. Ese es un problema de cultura científica.


En el caso ecuatoriano investigar y publicar (conceptos que recién empezaban a ir de la mano) pasa por el hecho de cumplir con parámetros legales y al mismo tiempo de concebir por distintos caminos la tan mentada universidad del siglo XXI que tanto se ha hablado y cuyas referencias solo se han expuesto en congresos y en tertulias académicas.



Una punta de lanza para lograr resultados debían ser los centros de investigación de las universidades y el rico nicho que se ambicionaba tener en las maestrías y doctorados ofertados por la universidad ecuatoriana. Sólo un mínimo porcentaje de instituciones de educación superior lograron encontrar lo que buscaban en estas alternativas, las demás tuvieron que replantearlo (casi) todo. Una realidad (también triste) era que muchos profesionales, docentes incluidos, habían obtenido un título de cuarto nivel sin dejar una huella investigativa. Y se olvidó que “en la Maestría y el Doctorado hay que pasar del reproducir al producir, tanto alumnos como profesores, es decir o eres o no eres investigador. No puede ser más o menos investigador”.[2]



En estas instancias hay que superar la queja de que no me enseñaron tal asunto. Todo esto es un reto de cultura científica y de competencias para los alumnos, para los profesores investigadores y para las instituciones. Con ello se vuelve a una cuestión básica: Un docente universitario debe tener como característica principal ser creativo y disciplinado, de lo contrario será un repetidor de fórmulas y textos. Siendo realistas, hay muchas universidades que no tienen fondos de investigación, o que consideran "investigar" publicar un libro con reflexiones de un profesor. Las universidades que invierten en investigación son pocas y son de  alto nivel.



En mi experiencia como editor, durante una capacitación tipo taller sobre el proceso preliminar para la escritura de artículos científicos, lancé una pregunta a un grupo de docentes: ¿Para qué escribimos? ¿Si sólo se trata de sobrevivencia en el sistema, si sólo se trata de lo académico, no creen que no tiene mucho sentido la discusión? La pregunta  produjo un incómodo silencio.


Visto de esta manera, y aparte de los vergonzosos silencios que hay de por medio, la necesidad de publicar convertido en un imperativo también despierta una reacción interesante y plausible en docentes que se han tomado la tarea muy en serio y han postulado trabajos dignos de ser reconocidos en una revista internacional. Más de uno de ellos tiene entre manos dos y hasta tres publicaciones que a la vez han pedido sus artículos que, como no puede ser de otra manera, debe ser rigurosamente inédito.



La revista económica Gestio Polis señalaba en el 2009 “que de allí emerge la importancia de resaltar que la formación del docente universitario es una habilidad que debe contener un carácter hermeneuta, humano entre otro, porque la compresión del ser en su esencia es muy compleja y llena de incertidumbre, el mero hecho que cada ser posee una dimensión humana caracterizada por sus ejes axiológico lo hace dinámico e ininteligible”.[3]



La tarea docente universitaria es tan compleja que exige al profesor el dominio de importantes estrategias. En la cuestión de publicar, muchas cuestiones pasan por el hecho de establecer contactos y hacerse poco a poco un nombre como investigador.



Hasta aquí debe estar claro que el artículo científico es el primer registro público y oficial de un docente investigador. Su objetivo es el de dar a conocer los resultados obtenidos en su investigación y asentar el reclamo de prioridad del autor, y su principal característica es la reproducibilidad de los experimentos que condujeron al científico a los resultados mostrados.



Los artículos científicos publicados son los que, en buena medida, hablarán por el autor. El artículo científico se trata de una publicación primaria, por lo que los científicos interesados en el tema deben de encontrar en esta clase de documentos la suficiente información para: analizar las observaciones, repetir los experimentos y evaluar los procesos intelectuales.



Para poner un ejemplo del Doctor Roberth Day: un fontanero no necesita escribir sobre cañerías, ni un abogado sobre sus casos (salvo los alegatos); pero el docente-investigador quizá sea el único, entre todos los que desempeñan un oficio o profesión, que está obligado a presentar un informe escrito de lo que hizo, por qué lo hizo, cómo lo hizo y lo que aprendió al hacerlo. La palabra clave es reproducibilidad. Eso es lo que singulariza a la ciencia y a la redacción científica.



Es así, que con la Ley Orgánica de Educación Superior (LOES) aprobada con el reglamento incluido, se derriban mitos y se presenta como un auténtico desafío la publicación de artículos, porque ahora (más que antes), ser profesor universitario en un ecosistema comunicacional se requiere una formación especial y tener presente que el objetivo de la investigación científica es la publicación. Los hombres y mujeres de ciencia no son juzgados principalmente por su habilidad en los trabajos de laboratorio, ni por su conocimiento innato de temas científicos amplios o restringidos, ni, desde luego, por su ingenio o su encanto personal; se los juzga y se los conoce (o no se los conoce) por sus publicaciones.



Un nuevo reto con ello es desarrollar una nueva inteligencia informacional y comunicacional para sobrevivir en esta sociedad global de la información y de las comunicaciones, recuperando el valor de lo humano y de la persona como el sentido fundamental que orienta la actividad de investigación.



No deja de ser triste, por decirlo de alguna manera, el hecho de que antes de que la LOES entrara en vigencia el tema de las publicaciones para los docentes universitarios ecuatorianos pasara prácticamente desapercibido. Ahora y con la obligación de publicar a cuestas hay horizontes que se abren y que cuesta mucho visibilizarlos porque hace mucho debieron ser evidentes y, sin embargo, no lo estaban.



Y para finalizar, considero imprescindible recordar lo que el Dr. Robert A. Day señala en su célebre obra "Cómo escribir y publicar trabajos científicos", pensamiento que da pie a todo lo expuesto anteriormente: “Escribir bien un trabajo científico no es una cuestión de vida o muerte; es algo mucho más serio”.[4]

 



[1] Garza Almanza, Victoriano, Prólogo libro “Publica o perece”. El Colegio de Chihuahua, Cd. Juárez, 2009. ISBN: 978-968-9225-14-0

[2] Rojas Luís Rodolfo (2008) ¿POR QUÉ PUBLICAR ARTÍCULOS CIENTÍFICOS? www.revistaorbis.org.ve 10 (4); 120-137

[4] Day Robert A. “Cómo escribir y publicar trabajos científicos", Robert A. 525 Twenty-third Street, NW Washington, 2005. Pág. 9


BIBLIOGRAFÍA:



ÁLVAREZ, j. l.; Gayou, j. (2003). Cómo hacer investigación cualitativa. Fundamentos y metodología. Barcelona: Paidós.

CARLINO, p. (2005). Leer, escribir y aprender en la universidad. Una introducción a la alfabetización académica. Buenos Aires: F.C.E.

DAY Robert A. (2005) “Cómo escribir y publicar trabajos científicos", Robert A. 525 Twenty-third Street, NW Washington,

GARZA Almanza, Victoriano, (2009) Prólogo libro “Publica o perece”. El Colegio de Chihuahua, Cd. Juárez,. ISBN: 978-968-9225-14-0

ROJAS Luís Rodolfo (2008) ¿Por qué publicar artículos científicos? www.revistaorbis.org.ve 10 (4);

http://www.gestiopolis.com/economia/reto-de-la-docencia-en-la-sociedad-del-conocimiento.htm



II Seminario Internacional de Editoriales Universitarias, Enero del 2013, en la ciudad de Manta, en la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí (Ecuador).



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