La mirada de
un editor a una problemática emergente
Por: Mg. Jeovanny Benavides Bailón
“El docente universitario es la columna vertebral de la
academia. Con el paso de los años su rol se ha reinventado. Ahora el profesor
escribe y edita para vivir, porque sin la publicación, la ciencia está muerta”.
GERARD PIEL
El martes 12 de octubre del 2010 pasará a la
historia como el día en que la universidad ecuatoriana tuvo un antes y un
después. Aquella fecha ingresó al registro oficial la Ley Orgánica de Educación
Superior (LOES). Ahí, entre sus principales cambios podía apreciarse cómo se
busca fortalecer el rol del Estado en la definición de las políticas públicas
en materia de educación superior y la forma en que empezaba a ser entendida
como un bien público social y como un derecho. Lejos de las objeciones,
polémicas, muestras de admiración o rechazo que produjo la aprobación de la
LOES, en el centro del debate, quizá mirando por el ojo de la perilla de una
puerta, estaban miles de docentes universitarios, que leían y releían el
artículo 150 del mencionado cuerpo legal, que los “motivaba” a publicar obras
de relevancia como requisito indispensable para ser profesor o profesora
titular principal de una universidad o escuela politécnica pública o particular
del Sistema de Educación Superior del país.
Desde entonces hay una fiebre por publicar,
establecer contactos, cumplir con el requisito para no salir del sistema y
seguir manteniendo el puesto. Así, está claro que la universidad, lugar donde
el profesor universitario desarrolla su trabajo, está en uno de los mayores momentos
de transformación de su historia.
En el Ecuador, un país en que sus docentes
no tenían la cultura de escribir artículos o aquellas ideas novedosas que sólo
se debatían en tertulias y reuniones tras reuniones, aquello fue visto como una
imposición y provocó que muchos rechazaran la medida, protestaran, exhibieran
abiertamente sus quejas en la prensa, organizaran congresos y conferencias
sobre lo inoportuno de la ley, pero al final el Gobierno a través de la
Secretaría Nacional de Educación Superior, Ciencia y Tecnología e Innovación
(Senescyt) se mantuvo incólume. La LOES prosperó.
Estos profundos cambios por la calidad y la
internacionalización que está viviendo la universidad, conllevan alteraciones
en las funciones, roles y tareas asignadas al profesor, exigiéndole a éste el
desarrollo de nuevas competencias para desarrollar adecuadamente sus funciones
profesionales.
A esto se sumó algo más. Como si no fuera
suficiente se establecieron parámetros y fechas topes, límites para cumplir con
lo estipulado. La aprobación del Reglamento de Carrera y Escalafón del Profesor
e Investigador del Sistema de Educación Superior, el 31 de octubre del año
anterior vino a consolidar lo que ya se había dicho. Ahí en su artículo 20 se establecía
como requisito del personal académico titular principal de las universidades y
escuelas politécnicas, básicamente lo siguiente:
Tener doctorado, al menos cuatro años de
experiencia como personal académico, haber creado o publicado 12 obras
relevantes o artículos indexados en los últimos cinco años, haber obtenido como
mínimo el 75% en la evaluación de desempeño.
Y todo ello, según la ley, hasta el 2017.
¿Cómo hace alguien no habituado a escribir a
poner en orden sus ideas, sentarse en un computador, con la terrible hoja en
blanco delante? En el medio no hubo una preparación y se empezaron a suponer
muchas cosas.
El escritor Victoriano Garza en su libro
“Publica o perece”, cuyo esclarecedor título encuadra su idea desde el
comienzo, señala aspectos de interés con inefable ironía. Cito: “La mayoría de
los docentes universitarios cree que saber escribir es igual a poder hacerlo
cuando lo necesite; como si cualquiera que esté alfabetizado fuese un autor en
potencia presto a liberar su fuerza creativa en cuanto tome pluma y papel.
Luego, cuando surge la verdadera necesidad de escribir un artículo o una
conferencia o un ensayo sencillo no sabe por dónde empezar, y cuando comienza
no entiende cómo ni a dónde seguir ni cómo hilvanar las ideas y expresarlas de
forma que otros capten su mensaje”.[1]
La realidad es que cuando no hay quien sea
una guía ni queda salida alguna, el aprendizaje se produce por tanteo, dándose
uno de golpes contra la pared, mandando escritos a las revistas y recibiendo
cartas de rechazo, hasta que la experiencia que se adquiere en este ensayar y
errar lo habilita poco a poco a uno para redactar mejores textos, al menos para
componer artículos que tengan mayores probabilidades de ser revisados y
aceptados, pero hasta ahí.
De acuerdo con los estudios de Larry Yore
uno de los grandes mitos es el pensar que lectura y escritura son fenómenos
diferentes y totalmente separados. Es absurdo creer esto, sobre todo si quien
lo piensa es un profesor universitario que debe estar actualizado en el tema
que enseña, tomar notas al respecto, analizarlas, discutirlas, desconstruirlas
y reconstruirlas, y poner el ejemplo. La información entra por la lectura y
fecunda las mentes que generarán nuevos conocimientos. Leer y escribir van de
la mano, y si uno tropieza el otro cae.
Lamentablemente, la experiencia en lo que se
refiere a publicaciones no se improvisa. La prolijidad, paciencia, tino y
estructura coherente de un artículo son cuestiones que se ganan con paciencia,
pero aparte con la práctica. De la noche a la mañana, cientos de docentes universitarios
del Ecuador empezaron a tratar de bosquejar sus ideas. A medio camino algunas
abortaron, otras prosperaron, mientras que cientos de profesores con
experiencia prefirieron dar un paso al costado y optaron por jubilarse y no
pasar por esta experiencia que empezaba a darles más de un dolor de cabeza.
Como en el escalafón se mencionaba la
publicación de 12 obras relevantes y nadie explicaba qué se quería decir con
ello, lo “relevante” comenzó a darle paso a la publicación de artículos. Como no
podía ser en otro medio que en revistas indexadas, éstas se difundieron muy
rápido. Como todos conocemos, las revistas indexadas son publicaciones
periódicas de investigación con alto nivel de calidad y que han sido listadas
en alguna base de datos de consulta mundial.
Oficialmente el Ecuador aparece con una
institución asociada a Latindex, que es una base de datos para revistas de
divulgación científica y cultural, editadas en los países de Iberoamérica.
Surgió en 1995 como iniciativa de la Universidad Nacional Autónoma de México.
En el Ecuador muchas cosas empezaban a
cambiar, pero a cuentagotas. Algunas de ellas tienen muchísima relación con la cultura
de leer, escribir y publicar: proceso perfecto. Los lugares de difusión también
se proliferaban. Sólo en Latindex se cuentan 60 revistas editadas por
universidades del Ecuador. Un considerable progreso si se considera que
Colombia suma 415 publicaciones y Argentina está próxima a indexar las 500. Ya
son avances significativos.
Aunque han pasado un poco más de dos años
desde la puesta en vigencia de la LOES, algunos expertos ya han hecho un
balance de esta situación. Por ejemplo, el Ing. Darío Velasteguí, director del
Centro de Investigaciones de la Universidad de Ambato, expresa que en el
contexto mundial el país ofrece muy escasa producción de conocimiento reflejada
en este tipo de publicaciones. “No hay una base nacional de datos para el
registro de publicaciones de reconocimiento científico”.
El hecho de aparecer en Latindex legitima
igual muchos conceptos. En mi experiencia como editor de una revista indexada
en esta base de datos (revista La Técnica de la Universidad Técnica de Manabí),
puedo decir que se ha lidiado con múltiples desafíos. Para la evaluación de
revistas impresas, Latindex establece 33 características, entre básicas, de
presentación, de política editorial y de contenido. De estas características se
pueden destacar: evaluadores externos, contribución de autores externos,
consejo editorial con miembros externos, originalidad. A la par, cada día el
docente universitario se ha empezado a fijar en parámetros que cumplir y sobre
la marcha ha ido aprendiendo a estructurar desde una idea hasta posicionar
argumentos más complejos en áreas temáticas multidisciplinarias. Ese
aprendizaje, vino luego de que la fiebre por publicar empezó a adquirir ribetes
de escribir en serio sobre cuestiones de interés, indagar y presentar
perspectivas científicas sobre el campo de referencia de cada docente. Todos
sabemos que la actividad científica es un modo de ser, de pensar, de hacer y de
sentir. Un modo de vivir la vida. Tiene que ver con una manera particular
percibir e interpretar la realidad, una mezcla de razón, intuición y emoción,
de ilusión y de pasión. Es un proceso serio y sistematizado de producción de
conocimientos.
Publicar representa un gran logro, tomando
en cuenta que a esto antecede un enorme trabajo de investigación y escritura,
pero a veces este triunfo llega a ser insuficiente cuando de sobrevivir en el
ámbito académico y científico se trata. Esto se debe a que todo lo que el
profesor investigador saque a la luz pública será evaluado y tasado por los
colegas, práctica a la que se le denomina “revisión de pares”. El valor del
trabajo ante los demás dependerá de su originalidad y profundidad, su
relevancia para el sistema de conocimiento, su potencial utilidad científica o
práctica, de si el medio impreso empleado está registrado en un index internacional
y del carácter de la revista donde fue publicado.
Años antes, ya el Dr. Luís Rodolfo Rojas, de
la Universidad del Zulia en Venezuela, señalaba que en esto de comunicar la ciencia
tenemos al artículo como una
manera de integrar acciones de la investigación y la educación superior
con la comunicación del saber. Se investiga para conocer, resolver y enseñar,
para comunicar y para trasformar. Para generar calidad de vida, bienestar y esperanza.
Y el mismo Rojas evidencia el gran dilema: investigar para vivir o vivir para investigar.
Ese es un problema de cultura científica.
En el caso ecuatoriano investigar y publicar
(conceptos que recién empezaban a ir de la mano) pasa por el hecho de cumplir
con parámetros legales y al mismo tiempo de concebir por distintos caminos la
tan mentada universidad del siglo XXI que tanto se ha hablado y cuyas
referencias solo se han expuesto en congresos y en tertulias académicas.
Una punta de lanza para lograr resultados
debían ser los centros de investigación de las universidades y el rico nicho
que se ambicionaba tener en las maestrías y doctorados ofertados por la
universidad ecuatoriana. Sólo un mínimo porcentaje de instituciones de
educación superior lograron encontrar lo que buscaban en estas alternativas,
las demás tuvieron que replantearlo (casi) todo. Una realidad (también triste)
era que muchos profesionales, docentes incluidos, habían obtenido un título de
cuarto nivel sin dejar una huella investigativa. Y se olvidó que “en la
Maestría y el Doctorado hay que pasar del reproducir al producir, tanto alumnos
como profesores, es decir o eres o no eres investigador. No puede ser más o
menos investigador”.[2]
En estas instancias hay que superar la queja
de que no me enseñaron tal asunto. Todo esto es un reto de cultura científica y
de competencias para los alumnos, para los profesores investigadores y para las
instituciones. Con ello se vuelve a una cuestión básica: Un docente
universitario debe tener como característica principal ser creativo y
disciplinado, de lo contrario será un repetidor de fórmulas y textos. Siendo realistas, hay
muchas universidades que no tienen fondos de investigación, o que consideran
"investigar" publicar un libro con reflexiones de un profesor. Las
universidades que invierten en investigación son pocas y son de alto nivel.
En mi experiencia como editor, durante una capacitación
tipo taller sobre el proceso preliminar para la escritura de artículos
científicos, lancé una pregunta a un grupo de docentes: ¿Para qué escribimos? ¿Si
sólo se trata de sobrevivencia en el sistema, si sólo se trata de lo académico,
no creen que no tiene mucho sentido la discusión? La pregunta produjo un incómodo silencio.
Visto de esta manera, y aparte de los
vergonzosos silencios que hay de por medio, la necesidad de publicar convertido
en un imperativo también despierta una reacción interesante y plausible en
docentes que se han tomado la tarea muy en serio y han postulado trabajos
dignos de ser reconocidos en una revista internacional. Más de uno de ellos
tiene entre manos dos y hasta tres publicaciones que a la vez han pedido sus artículos
que, como no puede ser de otra manera, debe ser rigurosamente inédito.
La revista económica Gestio Polis señalaba
en el 2009 “que de allí emerge la importancia de resaltar que la formación del
docente universitario es una habilidad que debe contener un carácter
hermeneuta, humano entre otro, porque la compresión del ser en su esencia es
muy compleja y llena de incertidumbre, el mero hecho que cada ser posee una
dimensión humana caracterizada por sus ejes axiológico lo hace dinámico e
ininteligible”.[3]
La tarea docente universitaria es tan
compleja que exige al profesor el dominio de importantes estrategias. En la
cuestión de publicar, muchas cuestiones pasan por el hecho de establecer
contactos y hacerse poco a poco un nombre como investigador.
Hasta aquí debe estar claro que el artículo
científico es el primer registro público y oficial de un docente investigador.
Su objetivo es el de dar a conocer los resultados obtenidos en su investigación
y asentar el reclamo de prioridad del autor, y su principal característica es
la reproducibilidad de los experimentos que condujeron al científico a los
resultados mostrados.
Los artículos científicos publicados son los
que, en buena medida, hablarán por el autor. El artículo científico se trata de
una publicación primaria, por lo que los científicos interesados en el tema
deben de encontrar en esta clase de documentos la suficiente información para:
analizar las observaciones, repetir los experimentos y evaluar los procesos
intelectuales.
Para poner un ejemplo del Doctor Roberth
Day: un fontanero no necesita escribir sobre cañerías, ni un abogado sobre sus
casos (salvo los alegatos); pero el docente-investigador quizá sea el único,
entre todos los que desempeñan un oficio o profesión, que está obligado a
presentar un informe escrito de lo que hizo, por qué lo hizo, cómo lo hizo y lo
que aprendió al hacerlo. La palabra clave es reproducibilidad. Eso es lo que
singulariza a la ciencia y a la redacción científica.
Es así, que con la Ley Orgánica de Educación
Superior (LOES) aprobada con el reglamento incluido, se derriban mitos y se
presenta como un auténtico desafío la publicación de artículos, porque ahora
(más que antes), ser profesor universitario en un ecosistema comunicacional se
requiere una formación especial y tener presente que el objetivo de la
investigación científica es la publicación. Los hombres y mujeres de ciencia no
son juzgados principalmente por su habilidad en los trabajos de laboratorio, ni
por su conocimiento innato de temas científicos amplios o restringidos, ni,
desde luego, por su ingenio o su encanto personal; se los juzga y se los conoce
(o no se los conoce) por sus publicaciones.
Un nuevo reto con ello es desarrollar una
nueva inteligencia informacional y comunicacional para sobrevivir en esta
sociedad global de la información y de las comunicaciones, recuperando el valor
de lo humano y de la persona como el sentido fundamental que orienta la
actividad de investigación.
No deja de ser triste, por decirlo de alguna
manera, el hecho de que antes de que la LOES entrara en vigencia el tema de las
publicaciones para los docentes universitarios ecuatorianos pasara
prácticamente desapercibido. Ahora y con la obligación de publicar a cuestas
hay horizontes que se abren y que cuesta mucho visibilizarlos porque hace mucho
debieron ser evidentes y, sin embargo, no lo estaban.
Y para finalizar, considero imprescindible recordar
lo que el Dr. Robert A. Day señala en su célebre obra "Cómo escribir y
publicar trabajos científicos", pensamiento que da pie a todo lo expuesto
anteriormente: “Escribir bien un trabajo científico no es una cuestión de vida
o muerte; es algo mucho más serio”.[4]
[1] Garza Almanza, Victoriano, Prólogo libro “Publica o perece”. El
Colegio de Chihuahua, Cd. Juárez, 2009. ISBN: 978-968-9225-14-0
[2] Rojas Luís
Rodolfo (2008) ¿POR QUÉ PUBLICAR ARTÍCULOS CIENTÍFICOS? www.revistaorbis.org.ve
10 (4); 120-137
[4] Day Robert A. “Cómo escribir y publicar trabajos científicos", Robert A. 525 Twenty-third Street, NW Washington, 2005. Pág. 9
ÁLVAREZ, j. l.; Gayou, j. (2003). Cómo hacer
investigación cualitativa. Fundamentos y metodología. Barcelona: Paidós.
CARLINO, p. (2005). Leer, escribir y
aprender en la universidad. Una introducción a la alfabetización académica. Buenos
Aires: F.C.E.
DAY Robert A. (2005) “Cómo escribir y
publicar trabajos científicos", Robert A. 525 Twenty-third Street, NW
Washington,
GARZA Almanza, Victoriano, (2009) Prólogo
libro “Publica o perece”. El Colegio de Chihuahua, Cd. Juárez,. ISBN:
978-968-9225-14-0
ROJAS Luís Rodolfo (2008) ¿Por qué publicar
artículos científicos? www.revistaorbis.org.ve 10 (4);
http://www.gestiopolis.com/economia/reto-de-la-docencia-en-la-sociedad-del-conocimiento.htm
II Seminario Internacional de Editoriales
Universitarias, Enero del 2013, en la ciudad de Manta, en la Universidad Laica
Eloy Alfaro de Manabí (Ecuador).
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