Por Margarito Cuéllar
Margarito Cuéllar. |
Aunque la calidad de los libros publicados por
universidades en la última década ha mejorado notablemente, en comparación con el
trabajo editorial de otros momentos, estaremos de acuerdo en que aún falta
mucho por hacer, y sobre todo fortalecer algunos eslabones débiles en la cadena
de la producción de libros.
No hace mucho todavía, los libros de las entidades
públicas (llámense universidades, provincias o estados y municipios), parecían
competir entre sí a ver quién lanzaba el libro con más erratas, el de diseño
más burdo o la impresión menos agraciada.
El destino del libro eran unas cuantas manos interesadas
en el tema, las bodegas y las librerías de viejo. Competir con el mercado
editorial se planteaba como una tarea compleja, en algunos casos por razones
ideológicas: el libro era un objeto alterno a la mercantilización, salirse de
ese reducto era entrar en el utilitarismo y el consumismo burgués. Por lo
tanto, tampoco había que preocuparse porque el libro incluyera el ISBN o el código
de barras. El único sello de identidad eran los logotipos de las instituciones,
cuyos directivos, a regañadientes firmaban el oficio que daba luz verde a una
edición de 500 ejemplares, en papel barato y sin ilustraciones porque incrementaban
los costos.
Otra de las razones, demás
de las ideológicas, por las que no se intentaba, ya no competir con el mercado,
sino mostrar un mejor rostro editorial o una distribución eficiente, era
nuestra impreparación para asumir los retos de entonces. Que no eran muchos,
pero que exigían un mínimo de profesionalización editorial. O quizá
sencillamente las condiciones bajo las cuales realizábamos nuestro trabajo eran
otras.
Hace
cinco años este era el panorama en torno a la cultura del libro en México: el
mexicano promedio leía 2.8 libros al año, había una biblioteca pública por cada
15 mil habitantes, 40 por ciento de los mexicanos nunca había entrado a una
librería, el país contaba con 600 librerías y había una librería por cada 200
mil habitantes (Dávila Castañeda, 2006). En otros países de nuestro continente
las cosas estaban así: Argentina tenía una librería por cada 15 mil habitantes,
Costa una por cada 27 mil, Colombia uno por cada 167 mil y Venezuela una por
cada 31 mil habitantes.
Los datos anteriores, a
reserva de ser actualizados, no son precisamente un escenario alentador para las editoriales universitarias, que “siempre
han tenido un mercado muy limitado, porque su misión no es producir best sellers.
Ojalá se publicase un libro en una editorial universitaria (que compita en
récord de ventas) para reconocer que la labor que se hace en estas editoriales
también llega al público en general. Pero, ya de entrada, con el libro
universitario se llega a la inmensa minoría...” (Griego, 2009).
Margarito Cuéllar |
Un poco
de historia
Claro que exagero, aunque en general así era la vida de
los libros en México, al menos a finales de los años ochenta del siglo pasado. La
honra editorial era lavada por instituciones de enseñanza como la Universidad
Nacional Autónoma de México, en el centro del país, la Universidad Veracruzana,
en el sur, y la Universidad Autónoma de Nuevo León, en el norte.
La actividad
editorial de la UNAM data desde su fundación en 1910; a la fecha suma una cifra
histórica estimada en más de 40 mil títulos, incluyendo reimpresiones y
publicaciones periódicas. Edita en promedio mil 300 libros al año y más de 300
libros electrónicos de distinto formato, convirtiéndola en la casa editora más
importante en lengua española.
Desde enero de 1921,
año en que los Talleres Gráficos de la Nación pasan a formar parte de la
Universidad, se genera un fuerte impulso a la lectura por medio de la edición
de autores como Homero, Sófocles, Eurípides, Dante, Esquilo y Platón, entre otros
(UNAM, 2012).
La Universidad Veracruzana, dirigida en sus inicios por
el escritor Sergio Galindo, rebasa los 50 años de trabajo ininterrumpido
enalteciendo la tradición de hacer libros, tanto por sus contenidos como por lograr
que el producto sea un objeto confiable a las exigencias del lector.
La universidad que
represento en este foro, la Autónoma de Nuevo León, cuenta con 141 mil
estudiantes, agrupados en siete campus
universitarios, y 84 bibliotecas que
resguardan dos millones 238 mil volúmenes de consulta. Inició sus actividades
editoriales hacia los años 40 del siglo XX y cuenta con la revista más antigua
del país, Armas y letras, fundada en
1944,en cuyas páginas han pasado las plumas de Alfonso Reyes, Octavio Paz y
Carlos Fuentes, entre otras destacadas voces de España y Latinoamérica.
Esta casa de estudios
publica un promedio de 200 libros al año, es decir, un volumen cada tres días;
mantiene un flujo editorial propio y dedica parte de su esfuerzo a la coedición
con las principales firmas del país, tanto comerciales como independientes, al
igual que con firmas españolas, y manifestando interés por ampliar el campo de
coparticipación hacia los países de América Latina.
A través de nuestra
Casa Universitaria del Libro realizamos alrededor de 150 actividades al año
encaminadas a promover, fortalecer y fomentar la cultura en torno al libro y se
participa en las principales ferias, entre ellas la de Frankfurt, Los Ángeles y
Guadalajara. De igual manera nuestra universidad cuenta con 18 revistas en
diferentes disciplinas.
Han de disculpar los números,
sobre todo porque esto no es un informe sino un foro para compartir experiencias
y buscar que en el futuro seamos cómplices del mismo delito: sumar fuerzas para
que el libro, impreso o digital, siga demostrando que tiene músculo.
Preguntas sobre lo mismo
En principio hay que abonar un
poco el terreno que pisamos las editoriales universitarias y ver con mayor
determinación los pasos que necesitamos dar. De acuerdo con Jorge Alfonso
Sierra (2004), las editoriales fomentadas por las instituciones de enseñanza
superior asumen su trabajo con la finalidad de “orientar, buscar, obtener,
evaluar y seleccionar, para su publicación y posterior difusión, obras
académicas válidas, de calidad y rigor científicos, previo análisis de las
necesidades del ámbito académico y cultural universitario y de la sociedad a la
cual está adscrita”.
Podríamos decir en este
sentido que “la producción editorial de las instituciones de educación superior
es una alternativa para llenar las necesidades de los estudiantes, profesores e
investigadores, primeros clientes potenciales de dicha producción” (Sierra, 2004).
Para
Rosa María Espinoza Galindo (2011), uno de los objetivos de una editorial
universitaria es aportar iniciativas para el desarrollo académico y cultural
del entorno en el que se encuentra insertada; la producción de cada uno de sus
libros apunta en muchas direcciones, y aún más, ayuda a construir valores
simbólicos (Furió, 2005) en un espacio determinado.
Arredondo
Arriaga y Ayala Ornelas (2011) nos reafirman que el nacimiento de las
editoriales universitarias se
orienta a la comunidad estudiantil y a la sociedad en general. Aunque me parece
que la parte en la que se habla de “la sociedad en general” debiera matizarse.
Sobre todo porque hablar de sociedad en general refiere a un espectro muy
amplio, en el que entran factores como desigualdad social, falta de
oportunidades de educación y pobreza extrema de determinadas capas sociales.
Me parece
importante retomar lo que señala Espinoza Galindo (2011), en el sentido de que
la
mayoría de las universidades encaminamos nuestros pasos a la edición de
contenidos con una deficiente planeación editorial; partiendo de la posibilidad
de dar salida a necesidades académicas e investigación, contribuyendo de manera
escasa al fomento de nuevos lectores. El catálogo de publicaciones adquiere
forma a medida que los títulos se acumulan, y no en base a un programa
previamente establecido.
A finales del
año pasado, por primera vez la Universidad Autónoma de Nuevo León participó en
la Feria del Libro de Frankfurt. Esta experiencia nos enseñó que los títulos que en
nuestros países consideramos de interés, al mercado europeo le resultan intrascendentes,
salvo contados casos que tienen que ver con temas sobre todo antropológicos y
sociológicos. Lo anterior no debería preocupar, puesto que los límites
de los mercados de las editoriales universitarias, salvo excepciones, que debe
haberlas, son más de carácter micro que macro.
Es decir, responden a la
necesidad de una región, la de nuestros respectivos países primero, quizá los
países cercanos después y en seguida América Latina. O estados Unidos, que en
el caso de México resulta un mercado potencial, sobre todo porque es inevitable
recordar que ese país se conformó con las dos terceras partes del territorio
mexicano, y en el caso de las editoriales de Nuevo León, y de la frontera
norte, una parte de nuestro mercado busca -o debería- acercarse sobre todo a
Texas e ir a ciudades como Chicago, Nueva York y Los Ángeles, que cuentan con
una alta concentración de hispanos.
Volviendo a la feria de Frankfurt, subrayé que la “intrascendencia” de
nuestros títulos en una feria europea “no debería” de preocuparnos. Pero quizá
sí debamos apuntar un click de alerta si queremos que nuestros alcances dejen
de ser marginales.
La misma incertidumbre –tuvimos oportunidad de comentarlo- vivían los
colegas que representaban casas editoriales de Brasil, Colombia, Argentina,
República Dominicana y Chile, ahí presentes. No lo digo para asumir una actitud
conformista respecto a nuestro trabajo, sino para retomar nuestra labor con
retos mayores.
Tiene razón Espinoza Galindo (2011) cuando apunta que las editoriales académicas que más han
avanzado en los años recientes son las que han sabido combinar una política
editorial de avanzada, “no limitada a publicar sólo autores de su institución
sino de otras universidades, así como traducciones, a coeditar con
instituciones de prestigio”, pensando en un mercado que abastece no sólo lo
interno, sino que amplía la mira y da pasos firmes para afianzar también la
parte financiera.
Claudio Rama ( 2006)
llama la atención respecto a que los estudios de casos nacionales sobre las
editoriales universitarias latinoamericanas apuntan hacia la ausencia de
políticas de mercadotecnia; catálogos sin un análisis exhaustivo de los
mercados para esas publicaciones; la falta de mecanismos de gerencia autónomos
y profesionales; supeditación de la parte administrativa a sistemas
burocráticos de autorizaciones; carencia de flexibilidades administrativas y financieras
y un sistema débil de comercialización. Apunta además: alta rotación en los
mandos editoriales, poco margen de maniobra y falta de políticas de estímulo a
la producción editorial.
Los mercados
editoriales más grandes, Brasil, México, Argentina, seguidos de Colombia, Chile
y Venezuela, producen diez por ciento del total mundial. Producen y facturan en
poco volumen y exportan grandes cantidades, lo que les impide competir con la
producción editorial impresa en países industrializados, donde el costo del
libro es menor debido al subsidio financiero de los gobiernos.
De ahí que el tema que nos reúne a simple vista
parece sencillo, aunque en realidad plantea preguntas que sugieren varias
respuestas. ¿Qué y para qué publicar en las universidades? ¿Para quién
editamos? ¿Cuánto editamos? ¿Con quién editamos? ¿Cómo editamos? (Martínez
Vallejo, 2007)¿Cómo hacer que lo que editamos sea de largo alcance y de fuerte
impacto?
Poderoso caballero: Don Dinero
¿Hasta dónde llega el
compromiso de recuperar la inversión con la edición y venta de la producción
editorial universitaria? ¿Tienen la posibilidad, las editoriales
universitarias, de competir por el mercado editorial con las casas de edición
comercial?
Dos posiciones, en apariencia
opuestas, se plantean en este terreno de arnas movedizas. Patricia
Pasadas (2009) considera difícil comparar las editoriales comerciales de
carácter privado con el modelo universitario, debido sobre todo a que un
cambio, que modifique la idea de fomento editorial universitario a negocio, “requiere
de un proceso mucho más lento del que puede tener una editorial comercial…”
Careaga Covarrubias (2004) se pregunta si las editoriales
universitarias, cumplen con su deber ser. “¿Están obligadas a insertarse en el
mercado editorial bajo la dicotomía institución-empresa?; ¿Cómo vincular la
producción editorial universitaria con el trabajo académico y de
investigación?; ¿cómo el trabajo editorial universitario puede contribuir a
mejorar los hábitos de consumo de información de los estudiantes?”
“...Este es el meollo del asunto. Las editoriales de las
instituciones de educación superior se han manejado como instituciones y no
como empresas... tienen un presupuesto y deben producir una cantidad de títulos
que lo justifiquen...” Es decir, producen, pero apenas empiezan a ocuparse de
la distribución y la comercialización.
Más
contundente es Jaime Jaramillo Uribe (2004),
para quien "la editorial
universitaria debe ser una empresa, aunque haya nacido del medio universitario
y debe cumplir exigencias de racionalidad económica propias de toda compañía si
no quiere convertirse en un lastre que, tarde o temprano, no podrá ser
soportado por la universidad".
A reserva de seguir
profundizando en el tema me parece importante resumir este punto: los editores
universitarios estamos obligados a reforzar nuestro soporte financiero y
fortalecer los sistemas de mercado, sin que ello implique sacrificar nuestra
misión como impulsores de una política de fomento y gestión (hablo de las
universidades públicas) que opone el bien común por encima del lucro.
Sería interesante tener datos
duros respecto a las experiencias, tanto del Fondo de Cultura Económica como de
la Universidad Veracruzana en sus intentos por ofrecer una oferta de
competitividad en un mercado dominado por gigantes.
Gutenberg versus la
Sociedad Red
Pareciera que las nuevas
tecnologías y los nuevos formatos del libro ponen al editor contra la espada y
la pared. Y lo anterior, más las crisis económicas mundiales, ponen al editor
universitario frente a una espada de fuego y una pared custodiada por tigres.
En ello coinciden Arredondo
Ayala, G. M. y Arriaga Ornelas, J. L. (2011):“cuando casi todo mundo
puede codificar un contenido y transmitirlo desde una computadora, un
dispositivo móvil, un teléfono o una cámara, hay una figura que queda en jaque:
el editor”.
Dicho en palabras de Robert
Darnton (2010), a nosotros nos enseñaron a dirigir un lápiz con el
índice, pero ahora hay que observar a los jóvenes utilizando sus pulgares en
los teléfonos móviles para darse cuenta de la manera en que la tecnología marca
a la nueva generación a escala, incluso, de una configuración sensorial. Esta
generación está “todo el tiempo conectada”.
Siempre y cuando los
dioses de la tela de araña permitan conectarnos a internet, el oráculo de
Google nos da respuestas tan rápidas y
eficaces que las nuevas tecnologías de codificación y transmisión de
información hacen que la imprenta parezca un tema del pasado (Arredondo Ayala,
2011).
Y para documentar el
optimismo o el pesimismo ilustrado respecto al tema pongamos atención al diablo
de los números: en 2008 Google Books afirmaba haber digitalizado y puesto en
línea siete millones de libros, un millón de los cuales es de acceso libre
(Arredondo Ayala (2011).
De la Galaxia Gutenberg
y las universidades tradicionales a la Galaxia Internet y a la Sociedad Red –el
término es de Manuel Castels (2004)- están además las universidades virtuales,
la educación en línea y una industria editorial just in time que se apunta a dejar en la prehistoria los costos del
libro como envoltura y de su transportación, dándole voz a un invitado especial:
la industria editorial de un sector de bienes a un sector de servicios en línea
(Rama, 2006).
Decálogo disfrazado de conclusiones
Uno
Uno de nuestros tendones
de Aquiles, que se ha convertido por cierto en el eslabón débil en la cadena
editorial, es la distribución, lo cual nos lleva a concebir un plan estratégico
para que nuestros libros se encuentren a tono con sus lectores (Sagastizábal,
2006).
Dos
No estamos ante un
remplazo del libro como objeto sino ante una convivencia pacífica, y ante la
adaptación de nuevos soportes que fortalezcan al libro y le den mayor cobertura.
Libros por todas partes, lectores por todas partes, debería ser nuestro lema o
consigna.
Tres
Si el diablo de las
matemáticas resulta confiable, para 2014
habrá tres mil millones de usuarios de
internet en el mundo (40 por ciento de la población. De los cuales 15 millones
se conectarán vía tablets, smartphones y en lo que el futuro inmediato nos
depare (Cisco, 2011). De hecho existen ya alrededor de 400 modelos de e-readers.
Cuatro
En México, el mercado
del libro electrónico alcanza apenas 0.1 por ciento de ventas, contra 2.5 de
España y 20 por ciento de estados Unidos. En 2013 andaremos por el 1 por
ciento, lo cual es a todas luces un porcentaje marginal (xxxx,
entrevistado por Jesús Alejo Santiago, 2012).
Cinco
Cada sector de la
cadena de producción editorial ve distintos eslabones débiles. Jorge Herralde
(2012), viejo lobo de la legendaria Anagrama, habla de una intersección nefasta: la crisis económica
global de 2008, afectó al mundo del libro en 2010, contraatacó en 2012 y parece
que trae pronósticos poco alentadores para el 2013. Herralde se pregunta si
podrán resistirlo las librerías, “el eslabón más frágil del circuito”.
Seis
Cada
sector de la cadena de producción editorial ve a su manera el arribo de los
nuevos formatos y tecnologías: “El porcentaje de libros electrónicos es
insignificante: poco más del uno por ciento de negocio. Quienes utilizan estos
cachivaches están más pendientes de chatear y cultivar aficiones inconfesables
que de leer libros” (Herralde, 2012).
Siete
“El libro impreso no requiere
defensa, nos dice Yolanda Martínez vallejo (2012), puesto que no está en peligro
de extinción y permanece lejos de ser un producto obsoleto. El libro impreso y
los nuevos soportes digitales coexistirán por mucho tiempo. En todo caso, será
el editor quien requiere nuevas capacitaciones”.
Ocho
Las nuevas tecnologías quitan
barreras de acceso a la publicación, lo cual da más poder al autor para decidir
en qué medida requiere la participación de un editor, o bien se decide a asumir
funciones de empresario”(Villanueva, 2010).
Nueve
Por cierto, nos dice una
usuaria de la Red que las tecnologías dejaron de ser nuevas hace bastante
tiempo. Están aquí para quedarse y, sobre todo, están aquí para que las
empleemos en nuestro provecho, y cuanto más tardemos en comprenderlo menor será
el beneficio.
Diez
Por supuesto que
seguiremos editando libros. La tarea de nuestros antepasados todavía hace que
el olor a tinta, la textura del papel, el placer de hojear un artefacto
tipográfico y desplazar la mirada por las imágenes nos produzca un placer
difícil de remplazar.
*Coordinador
editorial de la Universidad Autónoma de Nuevo León y maestro de la Universidad
de Monterrey. Conferencia dictada en el II Seminario Internacional de
Editoriales Universitarias. Manta, Manabí, Ecuador, enero24-25 de 2013.
Referencias
Arredondo Arriaga, M. G y Ayala Ornelas, J. L. (2011). “Edición
universitaria en la era de la información”. La
Colmena, Núm. 72. Noviembre-diciembre).
Careaga Covarrubias Virginia (2004). “Producción editoril en las
Universidades mexicanas”.
Castels,
Manuel (2004). cit. por Claudio Rama en “Los desafíos de las editoriales universitarias de
América Latina en la sociedad del saber”. Las
editoriales universitarias en América Latina. Caracas: Instituto Internacional para la
Educación Superior en América Latina y el Caribe (Iesalc)/ Centro Regional para
el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc).
Dávila Castañeda,
Rosa Luz (septiembre, 2005). “El libro en América Latina, situación actual y
políticas públicas”. Boletín GC: Gestión
Cultural, Núm. 13.
Cisco (2011). cit
por Arredondo Arriaga y Ayala Ornelas.
“De Sagastizábal, Leandro (febreo 14, 2006).
“Estudio comparativo de las editoriales
universitarias de América Latina y el Caribe”, en: Las
editoriales universitarias en América Latina. Caracas: Instituto Internacional para la
Educación Superior en América Latina y el Caribe (Iesalc)/ Centro Regional para
el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc).
Darnton, Robert (2011). cit. por Arredondo
Arriaga, M. G y Ayala Ornelas, J. L.
Griego, Adán (2011). cit. por Arredondo Arriaga y Ayala Ornelas.
Careaga Covarrubias, Virginia en Producción editorial en las universidades mexicanas.
Espinoza Galindo, R. M. (noviembre 19, 2011).
“La editorial
universitaria y sus desafíos”. Educación a debate:
http://red-scsdemica.net/observatorioacademico/2011/11/14/la-editorial-universitarial-universitariay-susdesafios/
Furió, Antoni (noviembre 30)
Herralde, Jorge (noviembre 30, 2011). "Padecemos la peor crisis editorial de los sesenta". Entrevista
de Sergi Doria, Madrid: ABC. http://www.tregolam.com/seccion/actualidad/14831/jorge-herralde-padecemos-la-peor-crisis-editorial-de-los-sesenta
Jaramillo Uribe,
Jaime (2004), cit. por Careaga
Covarrubias en Producción editorial en las universidades mexicanas.
Martínez
Vallejo, R. Yolanda (2007). “La Red nacional Altexto: derechos de autor y
coediciones”.
Posadas, Patricia (2009). cit. en “Editoriales
universitarias. El rostro del saber
académico en la sociedad moderna”.
Sin firma. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia/ Unimedios.
Rama, Claudio. Ob. Cit. pp.
UNAM, portal (2013): http://www.libros.unam.mx/images/stories/archivos/historia.pdf
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