lunes, 28 de enero de 2013

Ediciones universitarias: renovarse o morir



Por Margarito Cuéllar
Margarito Cuéllar.
Aunque la calidad de los libros publicados por universidades en la última década ha mejorado notablemente, en comparación con el trabajo editorial de otros momentos, estaremos de acuerdo en que aún falta mucho por hacer, y sobre todo fortalecer algunos eslabones débiles en la cadena de la producción de libros.


No hace mucho todavía, los libros de las entidades públicas (llámense universidades, provincias o estados y municipios), parecían competir entre sí a ver quién lanzaba el libro con más erratas, el de diseño más burdo o la impresión menos agraciada. 


El destino del libro eran unas cuantas manos interesadas en el tema, las bodegas y las librerías de viejo. Competir con el mercado editorial se planteaba como una tarea compleja, en algunos casos por razones ideológicas: el libro era un objeto alterno a la mercantilización, salirse de ese reducto era entrar en el utilitarismo y el consumismo burgués. Por lo tanto, tampoco había que preocuparse porque el libro incluyera el ISBN o el código de barras. El único sello de identidad eran los logotipos de las instituciones, cuyos directivos, a regañadientes firmaban el oficio que daba luz verde a una edición de 500 ejemplares, en papel barato y sin ilustraciones porque incrementaban los costos.




Otra de las razones, demás de las ideológicas, por las que no se intentaba, ya no competir con el mercado, sino mostrar un mejor rostro editorial o una distribución eficiente, era nuestra impreparación para asumir los retos de entonces. Que no eran muchos, pero que exigían un mínimo de profesionalización editorial. O quizá sencillamente las condiciones bajo las cuales realizábamos nuestro trabajo eran otras. 


Hace cinco años este era el panorama en torno a la cultura del libro en México: el mexicano promedio leía 2.8 libros al año, había una biblioteca pública por cada 15 mil habitantes, 40 por ciento de los mexicanos nunca había entrado a una librería, el país contaba con 600 librerías y había una librería por cada 200 mil habitantes (Dávila Castañeda, 2006). En otros países de nuestro continente las cosas estaban así: Argentina tenía una librería por cada 15 mil habitantes, Costa una por cada 27 mil, Colombia uno por cada 167 mil y Venezuela una por cada 31 mil habitantes.


Los datos anteriores, a reserva de ser actualizados, no son precisamente un escenario alentador  para las editoriales universitarias, que “siempre han tenido un mercado muy limitado, porque su misión no es producir best sellers. Ojalá se publicase un libro en una editorial universitaria (que compita en récord de ventas) para reconocer que la labor que se hace en estas editoriales también llega al público en general. Pero, ya de entrada, con el libro universitario se llega a la inmensa minoría...” (Griego, 2009).

Margarito Cuéllar
 Un poco de historia

Claro que exagero, aunque en general así era la vida de los libros en México, al menos a finales de los años ochenta del siglo pasado. La honra editorial era lavada por instituciones de enseñanza como la Universidad Nacional Autónoma de México, en el centro del país, la Universidad Veracruzana, en el sur, y la Universidad Autónoma de Nuevo León, en el norte.

La actividad editorial de la UNAM data desde su fundación en 1910; a la fecha suma una cifra histórica estimada en más de 40 mil títulos, incluyendo reimpresiones y publicaciones periódicas. Edita en promedio mil 300 libros al año y más de 300 libros electrónicos de distinto formato, convirtiéndola en la casa editora más importante en lengua española.


Desde enero de 1921, año en que los Talleres Gráficos de la Nación pasan a formar parte de la Universidad, se genera un fuerte impulso a la lectura por medio de la edición de autores como Homero, Sófocles, Eurípides, Dante, Esquilo y Platón, entre otros (UNAM, 2012).


La Universidad Veracruzana, dirigida en sus inicios por el escritor Sergio Galindo, rebasa los 50 años de trabajo ininterrumpido enalteciendo la tradición de hacer libros, tanto por sus contenidos como por lograr que el producto sea un objeto confiable a las exigencias del lector.

La universidad que represento en este foro, la Autónoma de Nuevo León, cuenta con 141 mil estudiantes, agrupados en siete campus universitarios, y 84 bibliotecas que resguardan dos millones 238 mil volúmenes de consulta. Inició sus actividades editoriales hacia los años 40 del siglo XX y cuenta con la revista más antigua del país, Armas y letras, fundada en 1944,en cuyas páginas han pasado las plumas de Alfonso Reyes, Octavio Paz y Carlos Fuentes, entre otras destacadas voces de España y Latinoamérica.  


Esta casa de estudios publica un promedio de 200 libros al año, es decir, un volumen cada tres días; mantiene un flujo editorial propio y dedica parte de su esfuerzo a la coedición con las principales firmas del país, tanto comerciales como independientes, al igual que con firmas españolas, y manifestando interés por ampliar el campo de coparticipación hacia los países de América Latina.


A través de nuestra Casa Universitaria del Libro realizamos alrededor de 150 actividades al año encaminadas a promover, fortalecer y fomentar la cultura en torno al libro y se participa en las principales ferias, entre ellas la de Frankfurt, Los Ángeles y Guadalajara. De igual manera nuestra universidad cuenta con 18 revistas en diferentes disciplinas. 


Han de disculpar los números, sobre todo porque esto no es un informe sino un foro para compartir experiencias y buscar que en el futuro seamos cómplices del mismo delito: sumar fuerzas para que el libro, impreso o digital, siga demostrando que tiene músculo.



Preguntas sobre lo mismo

En principio hay que abonar un poco el terreno que pisamos las editoriales universitarias y ver con mayor determinación los pasos que necesitamos dar. De acuerdo con Jorge Alfonso Sierra (2004), las editoriales fomentadas por las instituciones de enseñanza superior asumen su trabajo con la finalidad de “orientar, buscar, obtener, evaluar y seleccionar, para su publicación y posterior difusión, obras académicas válidas, de calidad y rigor científicos, previo análisis de las necesidades del ámbito académico y cultural universitario y de la sociedad a la cual está adscrita”. 


Podríamos decir en este sentido que “la producción editorial de las instituciones de educación superior es una alternativa para llenar las necesidades de los estudiantes, profesores e investigadores, primeros clientes potenciales de dicha producción” (Sierra, 2004).


Para Rosa María Espinoza Galindo (2011), uno de los objetivos de una editorial universitaria es aportar iniciativas para el desarrollo académico y cultural del entorno en el que se encuentra insertada; la producción de cada uno de sus libros apunta en muchas direcciones, y aún más, ayuda a construir valores simbólicos (Furió, 2005) en un espacio determinado.


Arredondo Arriaga y Ayala Ornelas (2011) nos reafirman que el nacimiento de las editoriales universitarias se orienta a la comunidad estudiantil y a la sociedad en general. Aunque me parece que la parte en la que se habla de “la sociedad en general” debiera matizarse. Sobre todo porque hablar de sociedad en general refiere a un espectro muy amplio, en el que entran factores como desigualdad social, falta de oportunidades de educación y pobreza extrema de determinadas capas sociales.


Me parece importante retomar lo que señala Espinoza Galindo (2011), en el sentido de que la mayoría de las universidades encaminamos nuestros pasos a la edición de contenidos con una deficiente planeación editorial; partiendo de la posibilidad de dar salida a necesidades académicas e investigación, contribuyendo de manera escasa al fomento de nuevos lectores. El catálogo de publicaciones adquiere forma a medida que los títulos se acumulan, y no en base a un programa previamente establecido.

A finales del año pasado, por primera vez la Universidad Autónoma de Nuevo León participó en la Feria del Libro de Frankfurt. Esta experiencia nos enseñó que los títulos que en nuestros países consideramos de interés, al mercado europeo le resultan intrascendentes, salvo contados casos que tienen que ver con temas sobre todo antropológicos y sociológicos. Lo anterior no debería preocupar, puesto que los límites de los mercados de las editoriales universitarias, salvo excepciones, que debe haberlas, son más de carácter micro que macro. 

Es decir, responden a la necesidad de una región, la de nuestros respectivos países primero, quizá los países cercanos después y en seguida América Latina. O estados Unidos, que en el caso de México resulta un mercado potencial, sobre todo porque es inevitable recordar que ese país se conformó con las dos terceras partes del territorio mexicano, y en el caso de las editoriales de Nuevo León, y de la frontera norte, una parte de nuestro mercado busca -o debería- acercarse sobre todo a Texas e ir a ciudades como Chicago, Nueva York y Los Ángeles, que cuentan con una alta concentración de hispanos.


Volviendo a la feria de Frankfurt, subrayé que la “intrascendencia” de nuestros títulos en una feria europea “no debería” de preocuparnos. Pero quizá sí debamos apuntar un click de alerta si queremos que nuestros alcances dejen de ser marginales.  


La misma incertidumbre –tuvimos oportunidad de comentarlo- vivían los colegas que representaban casas editoriales de Brasil, Colombia, Argentina, República Dominicana y Chile, ahí presentes. No lo digo para asumir una actitud conformista respecto a nuestro trabajo, sino para retomar nuestra labor con retos mayores. 


Tiene razón Espinoza Galindo (2011) cuando apunta que las editoriales académicas que más han avanzado en los años recientes son las que han sabido combinar una política editorial de avanzada, “no limitada a publicar sólo autores de su institución sino de otras universidades, así como traducciones, a coeditar con instituciones de prestigio”, pensando en un mercado que abastece no sólo lo interno, sino que amplía la mira y da pasos firmes para afianzar también la parte financiera.


Claudio Rama ( 2006) llama la atención respecto a que los estudios de casos nacionales sobre las editoriales universitarias latinoamericanas apuntan hacia la ausencia de políticas de mercadotecnia; catálogos sin un análisis exhaustivo de los mercados para esas publicaciones; la falta de mecanismos de gerencia autónomos y profesionales; supeditación de la parte administrativa a sistemas burocráticos de autorizaciones; carencia de flexibilidades administrativas y financieras y un sistema débil de comercialización. Apunta además: alta rotación en los mandos editoriales, poco margen de maniobra y falta de políticas de estímulo a la producción editorial.


Los mercados editoriales más grandes, Brasil, México, Argentina, seguidos de Colombia, Chile y Venezuela, producen diez por ciento del total mundial. Producen y facturan en poco volumen y exportan grandes cantidades, lo que les impide competir con la producción editorial impresa en países industrializados, donde el costo del libro es menor debido al subsidio financiero de los gobiernos.


De ahí que el tema que nos reúne a simple vista parece sencillo, aunque en realidad plantea preguntas que sugieren varias respuestas. ¿Qué y para qué publicar en las universidades? ¿Para quién editamos? ¿Cuánto editamos? ¿Con quién editamos? ¿Cómo editamos? (Martínez Vallejo, 2007)¿Cómo hacer que lo que editamos sea de largo alcance y de fuerte impacto?



Poderoso caballero: Don Dinero

¿Hasta dónde llega el compromiso de recuperar la inversión con la edición y venta de la producción editorial universitaria? ¿Tienen la posibilidad, las editoriales universitarias, de competir por el mercado editorial con las casas de edición comercial?


Dos posiciones, en apariencia opuestas, se plantean en este terreno de arnas movedizas. Patricia Pasadas (2009) considera difícil comparar las editoriales comerciales de carácter privado con el modelo universitario, debido sobre todo a que un cambio, que modifique la idea de fomento editorial universitario a negocio, “requiere de un proceso mucho más lento del que puede tener una editorial comercial…” 


Careaga Covarrubias (2004) se pregunta si las editoriales universitarias, cumplen con su deber ser. “¿Están obligadas a insertarse en el mercado editorial bajo la dicotomía institución-empresa?; ¿Cómo vincular la producción editorial universitaria con el trabajo académico y de investigación?; ¿cómo el trabajo editorial universitario puede contribuir a mejorar los hábitos de consumo de información de los estudiantes?”


“...Este es el meollo del asunto. Las editoriales de las instituciones de educación superior se han manejado como instituciones y no como empresas... tienen un presupuesto y deben producir una cantidad de títulos que lo justifiquen...” Es decir, producen, pero apenas empiezan a ocuparse de la distribución y la comercialización. 


Más contundente es Jaime Jaramillo Uribe (2004), para quien "la editorial universitaria debe ser una empresa, aunque haya nacido del medio universitario y debe cumplir exigencias de racionalidad económica propias de toda compañía si no quiere convertirse en un lastre que, tarde o temprano, no podrá ser soportado por la universidad". 


A reserva de seguir profundizando en el tema me parece importante resumir este punto: los editores universitarios estamos obligados a reforzar nuestro soporte financiero y fortalecer los sistemas de mercado, sin que ello implique sacrificar nuestra misión como impulsores de una política de fomento y gestión (hablo de las universidades públicas) que opone el bien común por encima del lucro. 


Sería interesante tener datos duros respecto a las experiencias, tanto del Fondo de Cultura Económica como de la Universidad Veracruzana en sus intentos por ofrecer una oferta de competitividad en un mercado dominado por gigantes.



Gutenberg versus la Sociedad Red

Pareciera que las nuevas tecnologías y los nuevos formatos del libro ponen al editor contra la espada y la pared. Y lo anterior, más las crisis económicas mundiales, ponen al editor universitario frente a una espada de fuego y una pared custodiada por tigres.


En ello coinciden Arredondo Ayala, G. M. y Arriaga Ornelas, J. L. (2011):“cuando casi todo mundo puede codificar un contenido y transmitirlo desde una computadora, un dispositivo móvil, un teléfono o una cámara, hay una figura que queda en jaque: el editor”.  


Dicho en palabras de Robert Darnton (2010), a nosotros nos enseñaron a dirigir un lápiz con el índice, pero ahora hay que observar a los jóvenes utilizando sus pulgares en los teléfonos móviles para darse cuenta de la manera en que la tecnología marca a la nueva generación a escala, incluso, de una configuración sensorial. Esta generación está “todo el tiempo conectada”. 


Siempre y cuando los dioses de la tela de araña permitan conectarnos a internet, el oráculo de Google nos da respuestas tan rápidas  y eficaces que las nuevas tecnologías de codificación y transmisión de información hacen que la imprenta parezca un tema del pasado (Arredondo Ayala, 2011).


Y para documentar el optimismo o el pesimismo ilustrado respecto al tema pongamos atención al diablo de los números: en 2008 Google Books afirmaba haber digitalizado y puesto en línea siete millones de libros, un millón de los cuales es de acceso libre (Arredondo Ayala (2011).


De la Galaxia Gutenberg y las universidades tradicionales a la Galaxia Internet y a la Sociedad Red –el término es de Manuel Castels (2004)- están además las universidades virtuales, la educación en línea y una industria editorial just in time que se apunta a dejar en la prehistoria los costos del libro como envoltura y de su transportación, dándole voz a un invitado especial: la industria editorial de un sector de bienes a un sector de servicios en línea (Rama, 2006).



Decálogo disfrazado de conclusiones



Uno

Uno de nuestros tendones de Aquiles, que se ha convertido por cierto en el eslabón débil en la cadena editorial, es la distribución, lo cual nos lleva a concebir un plan estratégico para que nuestros libros se encuentren a tono con sus lectores (Sagastizábal, 2006).



Dos

No estamos ante un remplazo del libro como objeto sino ante una convivencia pacífica, y ante la adaptación de nuevos soportes que fortalezcan al libro y le den mayor cobertura. Libros por todas partes, lectores por todas partes, debería ser nuestro lema o consigna.



Tres

Si el diablo de las matemáticas resulta confiable,  para 2014  habrá tres mil millones de usuarios de internet en el mundo (40 por ciento de la población. De los cuales 15 millones se conectarán vía tablets, smartphones y en lo que el futuro inmediato nos depare (Cisco, 2011). De hecho existen ya alrededor de 400 modelos de e-readers.



Cuatro

En México, el mercado del libro electrónico alcanza apenas 0.1 por ciento de ventas, contra 2.5 de España y 20 por ciento de estados Unidos. En 2013 andaremos por el 1 por ciento, lo cual es a todas luces un porcentaje marginal (xxxx, entrevistado por Jesús Alejo Santiago, 2012).



Cinco



Cada sector de la cadena de producción editorial ve distintos eslabones débiles. Jorge Herralde (2012), viejo lobo de la legendaria Anagrama, habla de  una intersección nefasta: la crisis económica global de 2008, afectó al mundo del libro en 2010, contraatacó en 2012 y parece que trae pronósticos poco alentadores para el 2013. Herralde se pregunta si podrán resistirlo las librerías, “el eslabón más frágil del circuito”.



Seis

Cada sector de la cadena de producción editorial ve a su manera el arribo de los nuevos formatos y tecnologías: “El porcentaje de libros electrónicos es insignificante: poco más del uno por ciento de negocio. Quienes utilizan estos cachivaches están más pendientes de chatear y cultivar aficiones inconfesables que de leer libros” (Herralde, 2012).



Siete

“El libro impreso no requiere defensa, nos dice Yolanda Martínez vallejo (2012), puesto que no está en peligro de extinción y permanece lejos de ser un producto obsoleto. El libro impreso y los nuevos soportes digitales coexistirán por mucho tiempo. En todo caso, será el editor quien requiere nuevas capacitaciones”.



Ocho

Las nuevas tecnologías quitan barreras de acceso a la publicación, lo cual da más poder al autor para decidir en qué medida requiere la participación de un editor, o bien se decide a asumir funciones de empresario”(Villanueva, 2010).



Nueve

Por cierto, nos dice una usuaria de la Red que las tecnologías dejaron de ser nuevas hace bastante tiempo. Están aquí para quedarse y, sobre todo, están aquí para que las empleemos en nuestro provecho, y cuanto más tardemos en comprenderlo menor será el beneficio.



Diez

Por supuesto que seguiremos editando libros. La tarea de nuestros antepasados todavía hace que el olor a tinta, la textura del papel, el placer de hojear un artefacto tipográfico y desplazar la mirada por las imágenes nos produzca un placer difícil de remplazar. 


*Coordinador editorial de la Universidad Autónoma de Nuevo León y maestro de la Universidad de Monterrey. Conferencia dictada en el II Seminario Internacional de Editoriales Universitarias. Manta, Manabí, Ecuador, enero24-25 de 2013.



Referencias

Arredondo Arriaga, M. G y Ayala Ornelas, J. L. (2011). “Edición universitaria en la era de la información”. La Colmena, Núm. 72. Noviembre-diciembre).
Careaga Covarrubias Virginia (2004). “Producción editoril en las Universidades mexicanas”.

Castels, Manuel (2004). cit. por Claudio Rama en “Los desafíos de las editoriales universitarias de América Latina en la sociedad del saber”. Las editoriales universitarias en América Latina. Caracas: Instituto Internacional para la Educación Superior en América Latina y el Caribe (Iesalc)/ Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc).

Dávila Castañeda, Rosa Luz (septiembre, 2005). “El libro en América Latina, situación actual y políticas públicas”. Boletín GC: Gestión Cultural, Núm. 13.

Cisco (2011). cit por Arredondo Arriaga y Ayala Ornelas.

De Sagastizábal, Leandro (febreo 14, 2006). “Estudio comparativo de las editoriales universitarias de América Latina y el Caribe”, en: Las editoriales universitarias en América Latina. Caracas: Instituto Internacional para la Educación Superior en América Latina y el Caribe (Iesalc)/ Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc).

Darnton, Robert (2011). cit. por Arredondo Arriaga, M. G y Ayala Ornelas, J. L.

Griego, Adán (2011). cit. por Arredondo Arriaga y Ayala Ornelas.
Careaga Covarrubias, Virginia en Producción editorial en las universidades mexicanas.

Espinoza Galindo, R. M. (noviembre 19, 2011). “La editorial universitaria y sus desafíos”. Educación a debate: http://red-scsdemica.net/observatorioacademico/2011/11/14/la-editorial-universitarial-universitariay-susdesafios/

Furió, Antoni (noviembre 30)

Herralde, Jorge (noviembre 30, 2011). "Padecemos la peor crisis editorial de los sesenta". Entrevista de Sergi Doria, Madrid: ABC.  http://www.tregolam.com/seccion/actualidad/14831/jorge-herralde-padecemos-la-peor-crisis-editorial-de-los-sesenta

Jaramillo Uribe, Jaime (2004), cit. por Careaga Covarrubias en Producción editorial en las universidades mexicanas.

Martínez Vallejo, R. Yolanda (2007). “La Red nacional Altexto: derechos de autor y coediciones”.

Posadas, Patricia (2009). cit. en “Editoriales universitarias. El rostro del saber académico en la sociedad moderna”. Sin firma. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia/ Unimedios.

Rama, Claudio. Ob. Cit. pp.


Villanueva, Elsa (2010). “¿Qué es un editor?”, Enero 14.

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