Por
Ubaldo Gil Flores
Ahora que Carlos se ha ido a comer con
Gargantúa y Pantagruel en el salón bar Montreal de Guayaquil, ahora que se fue
sin boleto de regreso y que debe estar arranchándole la pierna de pollo a San
Agustín de Hipona, sí, el mismo, un manabita que para variar tiene la misma
panza y calvicie que el santo padre de la Iglesia Católica. Ahora que estamos
ante el cuerpo flácido y amarillento del autor de No me importa el juicio de la historia, entrevista a Carlos Julio Arosemena,
su libro mayor en política trabajado en veinte años y que da cuenta del
hombre que le confesó que “su único vicio auténtico era la lectura” y que
cuando le preguntó: “doctor, por qué usted tiene a los poetas ecuatorianos en
la repisa más alta de su biblioteca” le respondió irónico: “Querido Carlos,
para que Dios me castigue, mandándome abajo, si intento leer poesía
ecuatoriana.” Polémica, confrontación, acidez, espíritu mordaz,
caracterizaban a estos personajes de la política y la cultura, pero esta nota
debe centrarse en Carlos Calderón Grande, como lo calificó Adoum por su
desbordante pasión por el periodismo, su calidad de miembro de la Academia de
Historia y su incesante labor en la gestión cultural y su arte de bibliófilo.
La Editorial Mar Abierto de la
Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí le debe mucho a Carlos, y se lo debe
por un rasgo muy hondo y humano del intelectual y escritor guayaquileño, que
viene desde el grupo de Guayaquil y Los
que se van, la benevolencia y generosidad de todo tipo de Joaquín Gallegos
Lara o Enrique Gil Gilbert, solo por citar dos casos, se extiende hasta Miguel
Donoso Pareja, quien compartió su sabiduría literaria en Manta durante cinco
años y de algún modo complementó o hizo lo que el colegio o universidad no
hicieron para la formación de quienes hoy escriben en esta región, Manabí, de
Ecuador, esa señal que todavía sigue siendo como nación una línea imaginaria.
Pero ya consciente de lo que es y por tanto en construcción con sus culturas,
sus etnias y su sentido de país.
Hace exactamente 10 años, cuando
empezamos con este proyecto editorial, al leer la revista libro en la Casa de
la Cultura de Guayaquil, Carlos fue generoso en juicios críticos y muy
profesional en el análisis, tampoco obvió su desmadre contra los editores, es
decir a mí, lo cual agradezco y agradeceré para toda la vida por cuanto me
ayudó a corregir a tiempo y a prepararme para los juicios más duros, para
aprender de ellos y no doblegarme y sobre todo para recibirlos con humildad
pero responderlos con trabajo e imaginación. El mismo sentido crítico y
alabanzas tuvo Pedro Saad Herrería cuando presentó los mismos libros en Quito.
Las mismas revista-libros Cyberalfaro
1,2 y 3, cuando hicimos la presentación en Quito, un poeta que dirigía talleres
literarios y que parece que vuelve a lo mismo, se ensañó en la presentación
desconociendo la validez de los contenidos, y sobre todo, vaya sorpresa,
proponía él encargarse de la dirección de las revistas que desde luego con
combo y todo ofrecía corregir y perfeccionar en todo sentido. Pocas palabras
ante las infamias intelectuales de quienes se desenvuelven en un acuario donde
solo hay dos o tres tiburones blancos.
A lo que voy es que Carlos y Pedro Saad,
así como Miguel Donoso, representan la franqueza y la bondad del hombre de
letras, no la del taimado de una cultura o región, por eso la editorial Mar
Abierto de la Universidad Laica Eloy Alfaro lanza su oración por la memoria de
Carlos Calderón Chico, aunque él no hace caso, él sigue comiendo su pierna de
pollo y discutiendo con San Agustín de Hipona de la necesidad de hacer una
biblioteca tradicional y virtual, mejor que la de la Alejandría, incluso
superior a la Biblioteca de Babel imaginada por Borges, aquí en el Paraíso.
Manta, enero del 2 013
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