martes, 22 de enero de 2013

Carlos Calderón Chico y la Editorial Mar Abierto




Por Ubaldo Gil Flores

Ahora que Carlos se ha ido a comer con Gargantúa y Pantagruel en el salón bar Montreal de Guayaquil, ahora que se fue sin boleto de regreso y que debe estar arranchándole la pierna de pollo a San Agustín de Hipona, sí, el mismo, un manabita que para variar tiene la misma panza y calvicie que el santo padre de la Iglesia Católica. Ahora que estamos ante el cuerpo flácido y amarillento del autor de No me importa el juicio de la historia, entrevista a Carlos Julio Arosemena, su libro mayor en política  trabajado en veinte años y que da cuenta del hombre que le confesó que “su único vicio auténtico era la lectura” y que cuando le preguntó: “doctor, por qué usted tiene a los poetas ecuatorianos en la repisa más alta de su biblioteca” le respondió irónico: “Querido Carlos, para que Dios me castigue, mandándome abajo, si intento leer poesía ecuatoriana.”  Polémica, confrontación, acidez, espíritu mordaz, caracterizaban a estos personajes de la política y la cultura, pero esta nota debe centrarse en Carlos Calderón Grande, como lo calificó Adoum por su desbordante pasión por el periodismo, su calidad de miembro de la Academia de Historia y su incesante labor en la gestión cultural y su arte de bibliófilo.

La Editorial Mar Abierto  de la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí le debe mucho a Carlos, y se lo debe por un rasgo muy hondo y humano del intelectual y escritor guayaquileño, que viene desde el grupo de Guayaquil y Los que se van, la benevolencia y generosidad de todo tipo de Joaquín Gallegos Lara o Enrique Gil Gilbert, solo por citar dos casos, se extiende hasta Miguel Donoso Pareja, quien compartió su sabiduría literaria en Manta durante cinco años y de algún modo complementó o hizo lo que el colegio o universidad no hicieron para la formación de quienes hoy escriben en esta región, Manabí, de Ecuador, esa señal que todavía sigue siendo como nación una línea imaginaria. Pero ya consciente de lo que es y por tanto en construcción con sus culturas, sus etnias y su sentido de país.







Hace exactamente 10 años, cuando empezamos con este proyecto editorial, al leer la revista libro en la Casa de la Cultura de Guayaquil, Carlos fue generoso en juicios críticos y muy profesional en el análisis, tampoco obvió su desmadre contra los editores, es decir a mí, lo cual agradezco y agradeceré para toda la vida por cuanto me ayudó a corregir a tiempo y a prepararme para los juicios más duros, para aprender de ellos y no doblegarme y sobre todo para recibirlos con humildad pero responderlos con trabajo e imaginación. El mismo sentido crítico y alabanzas tuvo Pedro Saad Herrería cuando presentó los mismos libros en Quito.

Las mismas revista-libros Cyberalfaro 1,2 y 3, cuando hicimos la presentación en Quito, un poeta que dirigía talleres literarios y que parece que vuelve a lo mismo, se ensañó en la presentación desconociendo la validez de los contenidos, y sobre todo, vaya sorpresa, proponía él encargarse de la dirección de las revistas que desde luego con combo y todo ofrecía corregir y perfeccionar en todo sentido. Pocas palabras ante las infamias intelectuales de quienes se desenvuelven en un acuario donde solo hay dos o tres tiburones blancos.

A lo que voy es que Carlos y Pedro Saad, así como Miguel Donoso, representan la franqueza y la bondad del hombre de letras, no la del taimado de una cultura o región, por eso la editorial Mar Abierto de la Universidad Laica Eloy Alfaro lanza su oración por la memoria de Carlos Calderón Chico, aunque él no hace caso, él sigue comiendo su pierna de pollo y discutiendo con San Agustín de Hipona de la necesidad de hacer una biblioteca tradicional y virtual, mejor que la de la Alejandría, incluso superior a la Biblioteca de Babel imaginada por Borges, aquí en el Paraíso.

Manta, enero del 2 013

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