Por Alexis Cuzme
Una editorial, vista desde afuera, puede ser el
lugar más extraordinario y alucinante en el que muchos lectores,
escritores, comunicadores (y sin duda otros profesionales) quisieran trabajar. Ser
testigo de las obras desde su condición de inéditas, pasando por el proceso
editorial correspondiente hasta su publicación y promoción. Conocer a los
autores de reconocimiento nacional, estar en contacto con los nuevos valores
literarios y académicos que van emergiendo. Todo, visto desde afuera, es ese
paraíso que se busca con afán.
Pero lo que muchos desconocen es que más allá del
reconocimiento en los créditos de cada obra, hay un complejo y dedicado
trabajo, uno que demanda esfuerzo y sacrificio, uno que exige al límite, uno
que no tolera errores en demasía, uno que persigue hasta después de las horas
laborales.
El asistente
editorial puede con todo
Dentro de una editorial, del proceso que se dedica
a cada libro, de las actividades programadas, el asistente es ese profesional
que todo lo puede, está en su naturaleza, y si no lo puede lo debería poder. Su
función está en desarrollar las disposiciones del editor, de constatar que todo
el proceso relacionado al libro llegue a su término sin contratiempos.
El
diagramador, un perdedor a tiempo completo
Dentro de la cadena de edición de un libro está el rol
de diagramador, uno de los más importantes porque es quien trabaja con el
contenido de la obra, y desde esta perspectiva la responsabilidad es mayor
porque está en juego no solo el nombre del autor, sino el de la editorial. Una
página incompleta, oraciones, párrafos, cuadros estadísticos ausentes, pueden
significar un mal trabajo.
Sin embargo, la verdadera labor del diagramador es
entender a cada uno de los distintos y siempre especiales autores. En esto
consiste su naturaleza de perdedor, de hacedor y deshacedor de cuanto diagrama.
De repetir una y las veces necesarias el trabajo que logra un final después de
muchos intentos fallidos.
Y es un perdedor porque su condición está
condicionada a las decisiones de un autor. Entonces las oraciones, párrafos y
páginas se borran, se cambian, se modifican y cuando cree que debió dedicarse a
otra profesión, finalmente se aprueba.
Del autor
y sus obsesiones
No hay autor que no sea obsesivo con su trabajo.
Existe desde el reiterativo (aquel de corrección constante) hasta el silencioso
(que espera casi el final del proceso de edición para anunciar cambios). Todos
ellos son el terror de un equipo editorial. Todos ellos han decidido publicar
un libro, y desde este propósito todo es justificable.
Es cierto, también están los del otro bando, los
cancheros, los autores que conocen los procesos y pasos a seguir dentro de una
editorial, de las facilidades que hay que ofrecer a quienes se encuentran en la
tarea de darle forma y vida a su libro, los que han entendido que las
mayúsculas, negrillas y subrayados en exceso no aportan al texto. Estos autores
son el sueño de un equipo editorial, pero no solo de sueños vive un equipo
editorial.
Del derecho autoral, ISBN e ISSN
Ya no queda duda: libro que no posea su respectivo
registro en la Cámara del libro de cada país es un libro que no existe dentro
de los registros nacionales de producción. Puesto que el ISBN y su respectivo
código de barra no solo ayudan a una debida y masiva comercialización, sino que
pone al autor dentro del mapa de autores de cada país, lo visibiliza, lo vuelve
“escritor” dentro de los parámetros y las estadísticas.
Lo mismo ocurre con el registro en el Instituto de
Propiedad Intelectual (IEPI). Si se trata de un autor que se respeta y respeta
su creación registrará su trabajo, inédito, por publicarse o publicado. Todo en
función de ser parte de un banco nacional de datos concerniente a la creación, tanto
literaria como académica, tanto valorativa como descartable.
¿Y qué pasa con el ISSN? Lo mismo que con los
registros anteriores. Las publicaciones periódicas necesitan un registro para
su existencia oficial, para desligarse de su condición fantasmagórica, para
regirse a parámetros de calidad. El que una revista exista sin este registro no
la desmerece, pero la vuelve menos asequible a fines específicos como una
indexación.
Para todos estos tres registros persiste el mito de
lo imposible. Lo que es mentira, porque tanto el autor-editor como el autor que
posee el respaldo de un sello editorial pueden acceder y beneficiarse.
Redención
Una editorial, vista desde afuera, siempre será el
lugar más extraordinario y alucinante, y aunque desde esta posición
alarmista y levemente exagerada se asegure lo contrario, la verdad es que estar
adentro, siendo un filtro ante otros, muchos, descuidos de quienes publican por
publicar, es una experiencia que pocos pueden llegar a disfrutar.
Quien haya dicho que los masoquistas estaban en
extinción se equivocaron, están ante uno. Uno que ama hacer libros, propios y
ajenos, adsorbentes y aburridos, complejos y ligeros. Uno, de la camada
invisible, de cada editorial.
(Conferencia leída en el marco del II Seminario Internacional de Editoriales Universitarias)
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