martes, 20 de septiembre de 2011

LA DESTRUCCIÓN DEL CUERPO Y LA AFIRMACIÓN DEL SUJETO





Por: Freddy Ayala Plazarte


En un tiempo de absolutas dominaciones; tecnológicas, ideológicas, políticas, donde las normas son el imperio para consumir y ser consumido, donde el acto canibalístico de devorar y ser devorado por el otro nos da la posibilidad de afirmarnos o negarnos como sujetos de conocimiento, o como sujetos perceptivos capaces de encontrar dimensiones desconocidas en nuestro “yo” interior, entonces, cabe decir qué exteriorizamos al mundo, qué imagen generamos ante el “otro”.

Y en este campo de incertidumbres es donde Yuliana Marcillo (Chone, 1987) ha cosechado su propuesta poética; “No debería haber mujeres buenas” Editorial Mar Abierto 2011, es decir, mediante el eros-tánatos como bucles desde donde se edifica una forma de responder y cuestionar lo que en el seno de las sociedades actuales sucede, el binario: masculino-femenino.

No obstante, autoras como Yuliana Marcillo han sublimado la condición humana desde una perspectiva profana en contraposición a lo sacro, manifestando transgresión ante lo normativo, jugueteando con la moral, y mediante el lenguaje poético para visualizar ironías y contrastes, es el caso de “No debería haber mujeres buenas”, valiéndose del lenguaje para destruir su propio cuerpo, pero no al sujeto, bien lo decía Moira Gatens que la subversión viene desde dentro, su cuerpo es el objeto, el fetiche del otro, pero hay un sujeto que lo habita y reivindica este cuerpo negado.

Considero que el poemario plantea un malestar individual, una queja arraigada en el descomunal grito de la soledad de sus personajes, digamos que la soledad enciende la conciencia y lo evidencia desde perspectivas como: la ciudad, la moral, la religión, el sexo, y esto en el espectro dualista eros y tánatos.

Es ella y es él quienes están en la mitad de los extremos que impone la sociedad, la misma existencia, así en el poemario está una ciudad abolida por los vicios y la dominación masculina, una ciudad que funge entre lo tradicional y lo moderno, una ciudad que huele mal bajo las alcantarillas otra ciudad que aparenta anuncios publicitarios, que vende crónicas trágicas en la pantalla chica, hay una ciudad que duerme y otra que despierta en alaridos de la porno miseria: “Ella llora en una esquina porque el amor le vio las güevas/Usa minifalda y en desuso están sus tetas. Son las cuatro de la mañana y ya no quieren vender cervezas. “Pásale un billete en bajo para seguir con la joda.”

Yuliana Marcillo

Pero: “El piso se inunda de semen/ con cada paso que da el profesor/ Sus ojos fijos en mi escote allí en el fin del mundo.”

Dentro de esta ciudad hay habitaciones donde la moral de los individuos se abate entre lo aceptado y lo prohibido, así Yuliana invoca la mirada voyeurista del otro. Y más adelante nos dice; “Tú quieres seguir dándome bajo esas cortinas rojas.”

Y ahí está su queja y su ironía a matrices como la religión: “Háganme entonces el milagro de repicar las campanas/ cuando yo utilice una sotana y entre al Valle/ de los Miserables (…)”. Es evidente que su mirada trasmuta a desocultar lo que calla el otro, a buscar afirmarse en la negación, su desasosiego es una condena una incertidumbre cuando late con peligro la convivencia: “Tus hijos saben que bebes de otra leche/ pero te dicen te amo./ Yo no.”, entonces estamos como lectores hurgando en nuestro imaginario los regímenes de Occidente, los disciplinamientos y formas de poder que acaecen en las relaciones amorosas.

Y quizá encontramos vergüenza corporal, pero la autora la asume la devora y la desnuda; “Tú le estás dando por la vagina/ y yo me estoy dando por los ojos. / Porque no es cuestión de meter y sacar/ si de todas formas me dejas jodida.” Acaso se quebranta la privado, y acaso se consume y cosifica el individuo cuando se objetualiza el cuerpo. Sin embargo, este régimen de culpa, estigma y vergüenza evanece por un claroscuro donde el amor utópico acaricia la desmesura; “Abro las piernas para obtener amor, cierro las piernas para exigir respeto.”


Y acaso Bataille tenía acierto cuando decía que el sexo da felicidad y angustia al ser humano, ya al final del poemario rememoro estos versos; “Me he levantado otros amaneceres/ tan descalza como la acera/ Aún tengo ganas de caminar/ aunque lleve sangre en los talones. Seguí tus pasos./ Buena chica, buena discípula. Se puede ser puta sin necesidad de abrir las piernas.” Entonces cabe pensar en una imagen monstruosa, porque es el cuerpo que continúa atravesado por un régimen siniestro de arrastrar su angustia hasta otro amanecer, hasta otra estación.


Yuliana ha conspirado con su “yo” para desacralizar el dominio masculino, el eros y tánatos, hay un acto subversivo en estos versos, de confesión a la vez, porque su mirada es un espejo que construye su “yo” en la negación del otro. “No debería haber mujeres buenas” es el anuncio, el aviso a que es el cuerpo desde el cual enunciamos y generamos conciencia, a la vez, es un cuerpo que lleva heridas prolongadas, los estigmas, la autora ha naturalizado el dolor para que el sujeto que lo puebla sea quien tenga la posibilidad de relatar memorias y sensaciones.

¿Yuliana has iniciado o has cerrado un capítulo de tus hospicios? Este poemario en el que has destruido tu cuerpo, te ha visualizado como sujeto, si hay lluvia o sol sobre las palabras que has desmigajado es una muestra de que hay tiempo, ruido y silencio. Pero es un paso esencial a la próxima estación, estoy seguro que dentro de ti vociferan otras mujeres, otros diálogos, otros necios enigmas, ahora te has arriesgado y has empezado a indagar el mundo desde las habitaciones, y es posible que la siguiente parada esté allá en el horizonte.


(Texto leído en la presentación de No debería haber mujeres buenas, Quito- 16 de septiembre de 2011, en la 44ª Feria Nacional del Libro de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador)

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