Por Cristian López Talavera.
Leer un testimonio así, inevitablemente a uno le hace estremecerse. Los huesos se evanecen, este sentir me recordó la Letanía a Satán de Charles Baudelaire. Leer un testimonio así es acongojarse ante un poema escrito con sangre. Si bien, al inicio del texto la autora no explica que estas líneas no son un texto literario, me preguntaría ¿Qué hace a un texto literatura y qué no lo hace? Rememoro palabras de Tristán Tzará: la poesía no es únicamente el producto escrito sino una manera de vivir. Dejar a un lado esa idea de la belleza, creo que es en el lenguaje donde los artistas se ensimisman, se reencarnan en el poema. Y Blanca Gilabert, en este: Un abrazo al pasado lo hace.
Albert Camus se compenetraba diciendo que el arte, en su objetivo, siempre realiza una competencia culpable a Dios, esta competencia en la creación de universos completos, no solamente a describir vidas cotidianas, sino en la creación de grandes cosas que dejen una huella, una rememoración, y pregunto, no hace esto la autora cuando apunta: “al advertir que los policías estaban ocupando los escalones del mercado, (Durruti) sacó su cacharro se puso a disparar… y así empezó la trifulca que duró cerca de siete horas…”
Esta es la condición del arte, hacer sentir a los lectores lo que nosotros sentimos en tiempo y espacio determinado, en un afán de liberarnos. Cada vez que leo un texto me libero. Ingreso a una especie de metamorfosis donde mi cuerpo levita en busca de la libertad. Bien lo dice en la introducción la autora: Gracias porque me ayudaron a dar luz a mis recuerdos… básicamente, encontró la paz, el amor, la libertad.
Fueron tres años de la dictadura fascista de Franco, fueron tres años, así nos cuenta la historia, de la Guerra Civil Española, pero las llagas duraron toda la vida. Con la frase: Centinela de Occidente, rechazó todo intentó de ideas revolucionarias, se prohibió el uso de varias lenguas, propias de una cultura, en pocas palabras minimizó el pensamiento, que alguna vez nos llevará a la libertad.
Blanca nació en plena Guerra Civil, el sonido de las bombas fueron sus canciones de cuna, ¿Qué culpa tiene una niña para desde su infancia haber generado odio? ¿Qué hace a una niña abandonar su patria, sus raíces? ¿Qué culpa tuvo Blanca que su abuelo anhele la libertad? Recordar del franquismo, simplemente es una canallada, el valle de los caídos. Y mucha gente que salió de España para encontrar la dignidad, propia del ser humano.
Así, por medio de esas vivencias, la autora nos va narrando lo duro que significa el exilio, que es como un llamado a la muerte, pasando por varios lugares, la familia, o como nos dice en el libro la gran familia de la Colonia Agrícola Simón Bolívar en Saloya, llega al Ecuador, por los años 40, siendo presidente de la República, el doctor Carlos Alberto Arroyo del Río, donde nos presenta un país con problemas económicos, revueltas. En esta parte del libro, la historia, que primero devenía en nostalgia por la partida, da un giro, y es la alegría, las preocupaciones familiares, el amor, las anécdotas, el contexto donde ella vivió. En suma, un abrazo a su bello pero duro pasado.
Si habría que calificar a este documento con una palabra diría: optimismo, la mayoría de textos autobiográficos, salidos de un tema duro como el exilio, nos entrañaría nostalgia, dolor, pero en este Un abrazo al pasado nos genera alegría, las anécdotas se transforman en historias alegres. Por ejemplo, en el capítulo denominado: los amores de mi hermana, “Era ya toda una señorita muy guapa con muchos pretendientes rondándola, y mis padres espantándoles…”
O tal vez, el capítulo donde la furia del mar, donde previo al incidente cuenta como jugaba con sus amigos y familiares: “Otra vez me tocó interpretar papeles en los que era muda o había que hablar poco; el baile y el canto no eran mi especialidad como ya lo había comprobado en las veladas de la escuela…” Así mismo, la inocencia de las niñas, y el juego que entre ellos se va creando, como la peluquera, la bicicleta, el tener o no tener. Los viajes que luego de sus estudios realizó, entre ellos, España, Francia, República Dominicana, Manta, Quito; todo para poder aplacar el dolor de esa etapa cruel del franquismo.
Además, lo delicioso del libro, que es de una lectura sencilla y animosa, son las fotografías que van explicando cronológicamente su vida. Pero también libros sobre el franquismo, donde su padre Alejandro Gilabert da sus vivencias.
Un abrazo al pasado es un libro testimonio de una familia. Un grito de una mujer para que se vaya creando la paz. Para decirle a sus hijos, nietos que existió una familia que existió un hombre llamado Alejandro Gilabert, que como Montalvo, tomó su pluma y dio lucha por su dignidad.
Texto leído el 15 de septiembre, en Quito- 44ª Feria Nacional del Libro de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (Puce).
Miembros de Reupde y una delegación de la Uleam fueron parte del público que presenció el lanzamiento de Un abrazo al pasado.
Leer un testimonio así, inevitablemente a uno le hace estremecerse. Los huesos se evanecen, este sentir me recordó la Letanía a Satán de Charles Baudelaire. Leer un testimonio así es acongojarse ante un poema escrito con sangre. Si bien, al inicio del texto la autora no explica que estas líneas no son un texto literario, me preguntaría ¿Qué hace a un texto literatura y qué no lo hace? Rememoro palabras de Tristán Tzará: la poesía no es únicamente el producto escrito sino una manera de vivir. Dejar a un lado esa idea de la belleza, creo que es en el lenguaje donde los artistas se ensimisman, se reencarnan en el poema. Y Blanca Gilabert, en este: Un abrazo al pasado lo hace.
Albert Camus se compenetraba diciendo que el arte, en su objetivo, siempre realiza una competencia culpable a Dios, esta competencia en la creación de universos completos, no solamente a describir vidas cotidianas, sino en la creación de grandes cosas que dejen una huella, una rememoración, y pregunto, no hace esto la autora cuando apunta: “al advertir que los policías estaban ocupando los escalones del mercado, (Durruti) sacó su cacharro se puso a disparar… y así empezó la trifulca que duró cerca de siete horas…”
Esta es la condición del arte, hacer sentir a los lectores lo que nosotros sentimos en tiempo y espacio determinado, en un afán de liberarnos. Cada vez que leo un texto me libero. Ingreso a una especie de metamorfosis donde mi cuerpo levita en busca de la libertad. Bien lo dice en la introducción la autora: Gracias porque me ayudaron a dar luz a mis recuerdos… básicamente, encontró la paz, el amor, la libertad.
Fueron tres años de la dictadura fascista de Franco, fueron tres años, así nos cuenta la historia, de la Guerra Civil Española, pero las llagas duraron toda la vida. Con la frase: Centinela de Occidente, rechazó todo intentó de ideas revolucionarias, se prohibió el uso de varias lenguas, propias de una cultura, en pocas palabras minimizó el pensamiento, que alguna vez nos llevará a la libertad.
Blanca nació en plena Guerra Civil, el sonido de las bombas fueron sus canciones de cuna, ¿Qué culpa tiene una niña para desde su infancia haber generado odio? ¿Qué hace a una niña abandonar su patria, sus raíces? ¿Qué culpa tuvo Blanca que su abuelo anhele la libertad? Recordar del franquismo, simplemente es una canallada, el valle de los caídos. Y mucha gente que salió de España para encontrar la dignidad, propia del ser humano.
Así, por medio de esas vivencias, la autora nos va narrando lo duro que significa el exilio, que es como un llamado a la muerte, pasando por varios lugares, la familia, o como nos dice en el libro la gran familia de la Colonia Agrícola Simón Bolívar en Saloya, llega al Ecuador, por los años 40, siendo presidente de la República, el doctor Carlos Alberto Arroyo del Río, donde nos presenta un país con problemas económicos, revueltas. En esta parte del libro, la historia, que primero devenía en nostalgia por la partida, da un giro, y es la alegría, las preocupaciones familiares, el amor, las anécdotas, el contexto donde ella vivió. En suma, un abrazo a su bello pero duro pasado.
Si habría que calificar a este documento con una palabra diría: optimismo, la mayoría de textos autobiográficos, salidos de un tema duro como el exilio, nos entrañaría nostalgia, dolor, pero en este Un abrazo al pasado nos genera alegría, las anécdotas se transforman en historias alegres. Por ejemplo, en el capítulo denominado: los amores de mi hermana, “Era ya toda una señorita muy guapa con muchos pretendientes rondándola, y mis padres espantándoles…”
O tal vez, el capítulo donde la furia del mar, donde previo al incidente cuenta como jugaba con sus amigos y familiares: “Otra vez me tocó interpretar papeles en los que era muda o había que hablar poco; el baile y el canto no eran mi especialidad como ya lo había comprobado en las veladas de la escuela…” Así mismo, la inocencia de las niñas, y el juego que entre ellos se va creando, como la peluquera, la bicicleta, el tener o no tener. Los viajes que luego de sus estudios realizó, entre ellos, España, Francia, República Dominicana, Manta, Quito; todo para poder aplacar el dolor de esa etapa cruel del franquismo.
Además, lo delicioso del libro, que es de una lectura sencilla y animosa, son las fotografías que van explicando cronológicamente su vida. Pero también libros sobre el franquismo, donde su padre Alejandro Gilabert da sus vivencias.
Un abrazo al pasado es un libro testimonio de una familia. Un grito de una mujer para que se vaya creando la paz. Para decirle a sus hijos, nietos que existió una familia que existió un hombre llamado Alejandro Gilabert, que como Montalvo, tomó su pluma y dio lucha por su dignidad.
Texto leído el 15 de septiembre, en Quito- 44ª Feria Nacional del Libro de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (Puce).
Miembros de Reupde y una delegación de la Uleam fueron parte del público que presenció el lanzamiento de Un abrazo al pasado.
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