lunes, 26 de noviembre de 2012

Los poemas humanos de Pedro Gil

Cristian López leyendo su comentario en torno a Crónico.



Por Cristian López Talavera



Antes de conocer a Pedro Gil, había escuchado su leyenda: el constructo de un personaje que merodeaba en la poesía como uno de los escritores malditos. Con una infancia cruenta y por su última experiencia; entre ese desandar en el alcohol, las drogas, el recibir 17 puñaladas, y enfrentar al destino con un poemario y un título irreverente 17 puñaladas no son nada podía haberse convertido en un imaginario de personaje marginal, pero a ciencia cierta es que Pedro Gil es un poeta clave dentro de lo que Francisco Tobar García llamaría belleza en agonía; sus poemas tejen un discurso contestatario, consciente de los problemas y las injusticias sociales, pero siempre partiendo de su primera persona, porque Pedro Gil es su propia poética, él en sí es un poema de barrio, de putas, de arrugas en la sangre, y lo confirman los versos que escribiría en su primera juventud, del poemario Paren la Guerra que yo no juego:



“Todavía me pertenezco.

Los emperadores de la tierra somos los pobres y yo

Que nos debemos demasiado lágrimas;

No lo niego…

Somos el mundo,

Traducimos la historia con cifras de sangre…

Mi barrio es el más pesado de todos.

… pobres mis pobres.

Vamos hija, los hambrientos también tenemos

Fiesta.”





¿Dónde lo maldito en estos versos?, ¿dónde lo marginal?, ¿quizá para los críticos de poesía en el país el seducir los abismos sea traspasar las líneas a lo maldito? Pero sé, y seguro de lo que digo que la poesía de Pedro Gil es un discurso encabritado a romper lo estático, lo normal, a burlarse del canon; ruptura sobre la misma poética, de aquellos poetas de premios y viajes, de alabanzas y de peleítas de niñitos, dentro del tiempo la poética de Pedro Gil es profundamente liberadora.



Y conocí a Pedro Gil, compartí con él su presentación del libro 17 puñaladas no son nada, y lo leí, varios versos se me vinieron a la mente como un llanto de niño, jamás olvidaré los versos que le dedica a su hijo en el poema Damian, que siempre retomo en mis clases de Literatura:



“Si alguien / Cualquiera/ Quien sea/ Sólo por ofenderte/ Te dice/ Que fui un presidiario/ De los/ trastornos,/ Que fui lo uno,/  Que fui lo otro,/ Sólo/ Recuérdales/ Que tu padre / es un gran poeta,/ que no existen/ poetas desalmados…/ … sé bueno con los buenos,/ Sé mucho más bueno con los malos”


Pedro Gil y Cristian López.



¿Maldito? Diría poeta humano. Invocación, súplica, soledad, herida inquebrantable, voraz, poesía que estremece, incesante, versos que no tienen respiro, a su vez tiernos, terribles, amables, bellos y tormentosos.


Y esas conversaciones que tuvimos, varias lo fueron dentro de las instalaciones del Psiquiátrico Sagrado Corazón, donde permaneció junto a adictos, a locos, a ancianos deshabitados; lo suyo era leer, mirar películas mientras las enfermeras y doctores le proporcionaban su dosis diaria de medicamentos, por eso estoy de acuerdo en su apreciación sobre la obra que presentamos el día de hoy, Crónico, que hace el poeta Ramiro Oviedo: “la razón de ser y el lugar de procedencia de los mismos confluyen en su carácter documental-confesional, además de terapéutico”. Este es un poemario confesional, pero tiene carácter documental porque lo vivió y nos presenta una realidad, la que él percibió, y sigue percibiendo, pero también fue su terapia, una concesión al trato que recibía a diario, psiquiátricos que en él querían ensayar alguna verdad científica, fuera de la sensibilidad que como poeta la tiene.



Y por qué evocamos los primeros versos para tratar este poemario, tomo palabras de Octavio Paz al tratar a obra de Luis Cernuda, en su ensayo Juegos de Memoria y Olvido: “Cada poema nos lleva a otro poema… es un pequeño universo de ecos y correspondencias”, así el tejido verbal que se da en Crónico es similar a sus anteriores versos, son autobiográficos, miremos del poemario Sano juicio, publicado en el año 2004, tomo los siguientes versos de Demasiado poeta para morir:



“los pacientes/ sabemos lo que nos dirán:/ que tenemos una enfermedad/ que nos acompañará/ hasta la tumba,/… que estar aquí es un/ regalo inmerecido…;




"Si suicida fue mi esfuerzo por perderme / suicida es mi esfuerzo por encontrarme" Pedro Gil.



Y estos versos de Crónico:



entiéndeme caramba/ luego que los resentimientos/ solo para las niñas

o que la histeria solo para las locas/ "esta mi tierra linda el Ecuador tiene de todo."

Sigamos Guerrera/ ¿en qué quedamos? en rehacer el amor,/ porque amando

y amándonos recuperamos el derecho/ siempre fue nuestro: el amor y el derecho

derecho de irnos a la derecha/ derecho de irnos a la izquierda

o de irnos a la mierda/ por lo tanto,/ compañía rica

camina a orilla de nuestro mar/ recuerda / recuérdame

yo me vengo/ tú te vienes/ en la costa de los sueños

mientras en el Pabellón de Ingresos/ me inyectan complejo B, Valium y esperanzas.”



“Nos hace falta oír a nuestros poetas. Oír no lo que dicen expresamente sino su decir encubierto”, diría Octavio Paz, así en la poesía de Pedro Gil, en el poema Pánico en el bosque de las aguas: “Un bosque hermosísimo/ en las miradas pánico./ Pánico en el fondo de mis ojos/ hermosísimo el bosque/ en el fondo de mis ojos más pánico/ una mirada de pánico/ pánico de mí mismo…” ecos de un lugar diseccionado por la desolación, el poeta nos refiere su entorno, a veces con crudeza, otros con ironía; nos seduce, embriaga, pero nos sensibiliza, la enfermedad está contada desde la lógica del marginal, anarquista, disconforme: “Déjeme quieto doctor/ tranquilo estoy sin tranquilizantes”.



Y esa tranquilidad la ensambla con el cine y la literatura, en el poeta ingresa Panero, Brando, de Niro, Nieto Cadena, Itúrburu, Dávila Andrade, César Vallejo; así el poema es una correspondencia con lo más cercano de su vida, es íntimo, tanto en el psiquiátrico, su devenir, como en el exterior, su esperanza y esto una vez reafirma lo que alguna vez Pedro dijo: “La poesía es una mujer llena de bendiciones, la poesía, como el amor, salva. A mí me salvó, lo dije en la locura y lo confirmo en la abundancia de mi sano juicio”.


Pedro junto al poeta Freddy Ayala (izquierda) y José Márquez (diseñador de Mar Abierto y responsable de la portada de Crónico).



Dando lectura a este poemario, evoco al amigo en el interior del hospital, Pedro eludía a personas e identificaba sus rasgos, claramente recuerdo a la Miss Ecuador, con su locura de niña, y con su belleza de adolescente, pero con la soledad del enfermo: “Sigue hermosa y loca/ como la existencia,/ su vestido hermoso y loco/ como el recuerdo./ Se duerme temprano para soñar con nada”.



Pero no solo su adicción y la enfermedad son temas de este poemario, si vamos más allá del texto constatamos que la vitalidad de Pedro es su autobiografía: el padre, como símbolo de destino, y las instituciones, sea hospital, policía, estado, como el orden. El primero, desgarrada ternura, erupciones en el recuerdo: “Mi padre se sentó a beber/ y no se levantó hasta la muerte”; el segundo, un reloj implacable que no desperdicia el tiempo para aniquilar al sujeto, un orden que instaura jerarquía, el poder: “las miradas del Pabellón de Media Estancia/ más pánico/ si llego vivo, iré”.



Terrible, a su vez tierno este poemario de Pedro Gil, crueldad inmanente, sombras, miedos, temores, amoroso; una cuchillada a la conciencia, un proceso a un nuevo hombre, crónico con esperanza de vida. ¿Maldito?, ¿irreverente?... estocada a los impostores de la poesía maldita, erótica (así se hacen llamar), que venden libros mas no producen buena poesía; que se preocupan por una portada eficaz en venta y no en una creación consciente. Pedro Gil es un buen representante de su vida, escribe con sangre, pero con intelecto; ha sabido utilizar su derrota y construir su propia liberación espiritual, sabe que al escribir un verso, no solo se evoca él, sino también a su comunidad. 

(Texto leído el jueves 15 de noviembre a propósito de la presentación del libro Crónico, dentro del marco de las actividades de la V Feria Internacional del libro, Quito 2012) 

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