jueves, 1 de noviembre de 2012

De la música en el Litoral ecuatoriano



Por Wilman Ordóñez Iturralde*

La música en el Litoral está constituida por varios referentes socioculturales, simbólicos y festivos que la diferencian entre sí y entre las otras músicas del país. Estos referentes tienen que ver con la construcción de las identidades, las etnicidades, la cotidianidad y los procesos sociales e históricos  que se crearon y recrearon entre los indios naturales precolombinos, los blancos españoles, los criollos, los zambos y mulatos castizos que se cruzaron entre cuerpos, voces y tiempos desde el siglo XVI hasta el siglo XVIII cuando la ilustración hacía su aparición suponiendo cambios en las mentalidades pre modernas.

Los naturales precolombinos aportaron con elementos locales que el entorno y el mar les proveían. Los chilchiles, las ocarinas, las flautas de huesos, los tambores de carapachos de tortugas figuran entre los instrumentos que los indios confeccionaban y ejecutaban para ritos y heliolatrías en homenaje a dioses y mitos que habitaban sus imaginarios. 

No obstante ser este periodo importante para la música litoralense, el clima, los reasentamientos, la desaparición de las etnias y un largo etcétera impidió que la tradición pudiese conservar registros musicales y coreográficos de factura indígena costeña, agrícola y navegante. Sin embargo existen en depósitos y museos de la ciudad de Guayaquil y la región, valiosos instrumentos de barro, hueso y cerámica que arqueólogos guayaquileños y extranjeros preocupados, de inicios del siglo XX  (Zevallos, Holm, Parducci,  Stother, Estrada, etc.) pudieron recuperar -en excavaciones in situ- y conservar para el estudio posterior de las memorias y patrimonios musicales y festivos de estas culturas costeñas desaparecidas.  
La música del Litoral está viva y se mantiene a través del tiempo.
La música en el Litoral colonial  es de asentamiento hispánico. El arpa, la guitarra, la bandolina, el piano de pedal, se asume local cuando los españoles colonizan las culturas naturales produciendo un sincretismo mestizo, que deviene en criollo, pero además en montubio y cholo como producto de la ladinización y cruce de razas.  La música en este periodo si bien es de tradición oral, con influencia afro-indígena-blanca y montubia, también es clasista, popular y burlesca. La peonada y los hacendados marcan estas distancias musicales en las fiestas públicas, en homenaje al rey, los unos; y las  del monte y aldeas que se festejaban como respuesta al abuso y explotación, los otros; los peones –a quienes hicieron sentir inferiores: el poder oficial, la Iglesia, la política y la economía de alto coturno-, respondían con máscaras, sátiras y versos improvisados a quienes los avasallaban y ofendían.
Mientras los patrones bailaban Mazurcas, Valses, Polcas, Cracovianas, Chotís, Contradanzas y Cuadrillas, los pobres bailaban Fandangos, Chambas, Ferengos y Candiles en tonos, cantes y ritmos como el alza que te han visto (Alza alza que te han visto/no te han visto, visto nada/solo solo te han visto/la enagua enagua bordada…); la iguana (Si quieren saber señores/la virtud de las iguanas/pues se suben por el tronco/y se bajan por la ramas…);  la puerca raspada (Puerca puerca me pediste/puerca puerca te he de dar/viva la puerca raspada/salgan todos a bailar…); el tábano (El tábano me pica/me pica aquí/quítenme ese tábano/que vo a morir…), etc.

Según mi bisabuela Mercedes Maffuelo (fallecida) –de quien recogí la letra y música de esta canción- el baile Saca tu pie fue muy disputado en las correrías montubias:
Saca saca tu pie
Deja que el otro te persiga
No descanses hasta verlo
Dominado en su burdilla
Saca saca tu pie
Dale la media vuelta
Zapatero a tu zapato
La sotana a la Iglesia
Saca saca tu pie
Deja el poncho en el piso
Que si lo pisa al que lo hizo
Le costará la cabeza
Con versos de controversias
Saca saca tu pie
Zapatea fuerte el baile
Que la doña que se entregue
Será la culpa del fraile
Saca saca tu pie
Zapatea fuerte el baile.

La fiesta pública del carnaval puso visible estos bailes de callejas  que se denominaron de diablicos y gurufaes contrariando a la Iglesia en sus fiestas de Corpus. En estas bailaban los pobres con calabazo de mate ancho y troncos ahuecados de guachapelí y palo prieto, que al sonarlos con las palmas de las manos, de estos brotaban diversas “voces” percusivas y sonoras. En el cantón Jujan de la provincia del Guayas, estos diablicos y gurufaes se llaman mojigos. Los mojigos son personajes enmascarados que bailan saltando con bandas de pueblo llegadas de la Sierra y de Samborondón que interpretan diversos ritmos musicales. 

Entrada la República (1830), el pasacalle (Arroz quebrado para los pudientes poscolonialistas) y el pasillo (baile elegante de pasos cruzados),  -de origen europeo-, fueron los ritmos que los criollos de medio pelo ejecutaban en pianos de pedal y grandes salas de casas de fustes republicanas. Entre zapateados y amorfinos que los montubios bailaban y cantaban en sus casas de caña y cade que estuvieron asentadas en barrios populares como El Astillero  o La Concordia. En la ciudad de Guayaquil. Ya que en el campo, la décima, el amorfino y los romances de bandoleros se cantaban y bailaban como golpe e’ tierra, jurón, o chigualos

Cuando se crea la Provincia de Guayaquil –integrada por casi todo el Litoral- (con cantones como Guayaquil, Daule, Pueblo Viejo, Baba, Vinces, Morro, Babahoyo, Santa Elena y Machala) a los cantos y bailes campesinos el Dr. Modesto Chávez Franco, cronista de la ciudad de Guayaquil, los denominó Bailes regionales de lámpara. Que según el chonero  Manuel de Jesús Álvarez Loor (en sus Estudios folklóricos sobre el montubio y su música del año 1929) estuvo integrado por el amorfino que se lo acompañaba con guitarra y los bailes de paseo y vuelta con tambora de cuero de saíno y dos flautas de caña guadúa, una hembra y otra macho, para armonizar la melodía.
(…)

El siglo XX en cambio es una diáspora de músicas afrocaribeñas en nuestro Litoral. Es el puerto de Guayaquil por donde ingresa la música venida de Colombia, Panamá, Perú, México, Argentina, etc.,  busca el río Guayas que por su cuenca  y afluentes llega a través de los vapores a los sitios montubios para quedarse y volverse más rural y sabanera. De estas músicas proviene la modernidad. Ritmos como el porro, la guaracha, el corrido, el valse criollo, se incorporan en la cultura montubia litoralense. La ruralidad mimetiza su tradición musical hispana con la porteña panamericana. El amorfino de zapateos y controversias se vuelve festivo y bailable entre el valse criollo y el pasacalle montuno. La sensibilidad montubia se tropicaliza y rancheriza.

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La fiesta del chigualo en Manabí concluye con el juego de rueda más largo que tiene esta forma villancesca de celebrar al Niño Manuelito: El Sombrerito:  El juego del sombrerito/que se juega de esta manera/dando la media vuelta/dando la vuelta entera/el que no quiera bailar/que se salga de la rueda/con el sombrero en la mano/poniéndoselo a cualquiera. Así, música, baile, canción, versos y juego, son uno solo. 

La música en las provincias montubias sigue viajando en rancheras (chivas). Solo que hoy es Aladino, Segundo Rosero, Roberto Calero, quienes acompañan a los viajantes de carreteras sin pavimentar (caminos de trocha). En las rancheras se puede escuchar pasillos de corte rocolero y uno que otro antiguo de principios del siglo XX. El valse criollo sigue gustando al adulto montubio. En las rancheras también se escuchan viejas cumbias llegadas de Colombia. Entre la tradición y la modernidad viejos cantores de Manabí, Guayas, Los Ríos y El Oro, se apoderan del oído, el baile y la guitarra montubia. Patricio de Maconta (fallecido. Recreador de la música de tonos y tonadas montubias) en Manabí continúa retransmitiéndose por Manavisión de Portoviejo. No olvidan a su músico clásico: Constantino Mendoza (fallecido). Músico académico que le dio a Manabí varias piezas de enorme factura. En la provincia de El Oro “El Chazo” Jara (fallecido) es el referente de la música de sus 14 cantones. A la polca Los Traviesos de Mauro Matamoros (fallecido) que bailara el Cuadro Montubio de Rodrigo de Triana y Guido Garay en la década del sesenta la Casa de la Cultura la declarará patrimonio orense. Puerto Bolívar es una puerta abierta a bares, cantinas y saloneras públicas. En Machala se baila con música de orquestas y disjockey. 

La Provincia de Los Ríos tiene vivo a uno de sus mejores creadores de música montubia en la actualidad, don Arístides Piedrahita Bahamonde. El mismo que creara piezas de corte satírico y burlesco como El Lagarto con la lagarta y La loma de mi patrona.

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Diversos cantones de Manabí, Guayas, Los Ríos y El Oro siguen bailando con las conocidas bandas de pueblo. 24 de Mayo, Santa Ana, Chone, Paján, Olmedo (Manabí); Samborondón, Yaguachi, Balzar, El Empalme, Daule, Milagro, Nobol, Salitre (Guayas); Vinces, Palenque, Babahoyo, Quevedo, Montalvo (Los Ríos); Machala, Santa Rosa, El Guabo, Zaruma, Piñas, Atahualpa, Portovelo (El Oro); en sus fiestas patronales, cívicas, religiosas, siguen haciendo uso de esta bandas de músicos populares.

En la modernidad entendemos la música en el Litoral como una música transversal, intercultural e intergeneracional. Las industrias culturales que nacieron con la modernidad están invirtiendo más en las radios y la televisión (sin descuidar el internet que se abren paso en el campo) para promocionar sus productos  de consumos masivos entre los montubios de los sitios y caseríos apartados y los mestizos de las cabeceras cantonales que siendo de raíces montubias, se han aculturizado y consumen productos tecnológicos como cualquier habitante de las grandes ciudades.

La música en el Litoral está viva. Es patrimonial y moderna.  Las industrias culturales lo saben. Los montubios la enriquecen.

*Wilman Ordóñez Iturralde es investigador y folclorista guayaquileño, autor de once libros sobre cultura tradicional montubia y porteña.

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