Manta: un
escenario desde donde se extienden las historias familiares
Asomarse al
pasado de Manta, en particular, y de Manabí en general, a partir de los nuevos
componentes étnicos que llegaron en los dos últimos siglos desde Europa, es
fascinante, es como hablar de otro comienzo de la urbe, para el caso de Manta.
Una ciudad puerto con su horizonte multiplica posibilidades, se generan
actividades económicas nuevas, se dinamizan las tradicionales, un nuevo
espectro se forma y crece a partir de sucesivos mestizajes, que se recogen
narradas en un libro, como obra póstuma de Jaime Franco Barba: Presencia
europea en Manabí (del siglo XVIII en adelante). Un preciso acercamiento de
este encuentro, en un extracto del prólogo, hecho por el maestro, crítico y
ensayista mantense Humberto E. Robles, manifiesta:
“De alguna
manera el sentido de ubicación de los recién llegados los llevó al encuentro y
desencuentro con una cultura a la cual tuvieron que adaptarse y que ellos a su
vez afectaron. Hubo, pues, un proceso de transculturación evidente en el fondo
de cualquier choque de culturas, por muy negativo o positivo que sea. Se
produjeron zonas de contacto y zonas de macidez (decir éste de Sigmund Freud y
José de la Cuadra). No sabemos cuál fue la perspectiva de «los nativos» frente
a esos nuevos grupos. Sobre lo que no cabe duda es que hubo contaminación mutua
y que el sentido prevaleciente de norma en cuanto a gustos y diversiones se
sometió a las debidas influencias recíprocas. Piénsese, por ejemplo, hasta qué
punto la auténtica cocina manabita llegó a ser parte de la mesa de los
migrantes y su gente y hasta qué punto, de igual modo, bebidas, ritmos
musicales, organizaciones sociales importadas, no hablar de ideas, y de uniones
matrimoniales fomentaron un singular entorno cultural «nativo».
Repercusión
hubo, que quede claro, incluso a un nivel de actitudes nacionalistas y
transnacionales. Mucha de esa historia espera aún que se la escarbe a fondo.
Cabe aquí mencionar solo dos puntos al respecto: (1) ¿Qué de las migraciones de
aquéllos que llegaron a tierras manabitas por razones políticas? Franco Barba
alude a la presencia de españoles y de otros. ¿Cómo hicieron sentir esas voces
su presencia en la esfera pública de la provincia? ¿Cuánto sintieron esas
figuras que sus ideas podrían estar, dígase, fuera de lugar? Por otro lado,
dentro de esa misma línea encaja (2) el cambio que al nivel de influencia
global causó la reubicación del poder e influencia de Europa a Estados Unidos;
cómo, por eso mismo, la II Guerra Mundial
tuvo consecuencias en la política del Ecuador hacia los inmigrantes
radicados en Manabí: ese es el caso de la «Lista Negra» a la cual también nos remite el libro de Franco Barba.
Tanto en uno como en el otro caso, el lector podrá imaginar los usos y abusos
que los migrantes pudieran haber sufrido, no obstante su profunda
identificación con un medio que era, al menos, el lugar de origen de su propia
descendencia”.
Ya que se habla
de comienzos, aquí se inserta otro fragmento con el que inicia el libro:
“Aquel caserón
que miraba al mar frente a las playas de Manta, seguramente no sabía por qué lo
llamaron la “Casa Sembrada” - pues ciertamente nadie lo “sembró” allí - ni por
qué persiste en la memoria de los hermanos Franco Barba. Pero todo tiene su
historia. Aquella construcción que existía antes de que la reemplazara el
actual Banco del Pacífico, la había levantado, a fines del siglo XIX o
principios del XX, don José Filamir
Miranda Alarcón, de viejo ancestro italiano y español; y la adquirió mi padre,
Rafael Franco Díaz, en 1913-14 a nombre
de la firma “Casa Sembrada” (denominada así a la usanza de las antiguas empresas
comerciales) de la ciudad de New York. Mi padre, quien venía contratado por
dicha firma, designó, como era natural,
al gran caserón con el nombre de su representada.
La Casa Sembrada
daba por el frente directamente a la playa del mar y los Franco nos
arrullábamos con las olas que, durante
los aguajes, llegaban prácticamente hasta nuestros portales. Desde el gran
corredor, que hacía una “L” entre el frente y el costado derecho de la casa, yo
podía divisar, y no escapaba a mi
atención, la figura de un viejo suizo-alemán de lentes de marco metálico, que
tenía un gran almacén en la planta baja, y vivía en los altos, de un edificio
con cúpula y creo que hasta reloj, en el sitio que hoy ocupa el Edificio de
Delbank. Era don Karl Heinrich Voelcker, el primer extranjero de quien yo tengo
memoria; y su establecimiento, un gran bazar, donde igual se encontraba un
clavo que un martillo, o un serrucho, un cepillo, un formón o un machete, una balanza tendera, o un rollo de cabo de
barco, o lona para velas de balandras y canoas pesqueras, o tela de yute de la
India, o sacos de harina o cemento, o zinc para techo, o una lámpara de
kerosén, y todo lo que pueda imaginarse, mercancías que implícitamente remitían
a una idea de progreso, cambio y modernización; y allí llegaban todos los
mantenses, también los “afuereños” del
resto de la provincia, a abastecerse de aquellas mercancías de las que carecían
en su lugar de origen. Estar situado precisamente detrás del viejo mercado, que
también daba al mar, por supuesto que le resultaba a don Carlos hallarse en un
sitio estratégicamente privilegiado para atender la demanda de todos los
abaceros, carniceros y vendedores de aves y pescado, ya sean mantenses o no,
que ofrecían sus mercancías.
Don Carlos
Voelcker tuvo descendencia en Doña María Natividad Delgado, de cuya unión nació
Gilberto Voelcker Delgado, quien trabajó primero en el Ferrocarril Manta-Santa
Ana, luego, por años, en la Casa
Comercial Azúa, hasta la extinción de ésta, y finalmente en la Empresa de Agua
Potable de Manta”.
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