Por: Ramiro Oviedo
Entre la
biografía y la leyenda, el poeta Pedro Gil ha ido forjándose una silueta singular, casi intocable. Marcado desde su infancia por experienciasextraordinarias
que le han permitido modificar su mirada sobre el mundo, ver lo que nadie ve y escribir lo que nadie
escribe, Gil no ha cesado de coquetear de manera temeraria con los Abismos y de dar lustre a su aura de
Poeta Maldito.
¿Poemas
o textos psicóticos?
La lectura de Crónico –su último compendio-, confronta a los lectores con una interrogante: ¿se trata de un texto
literario o de un documento de interés científico para la Psiquiatría? Aunque
la duda sobre el género o el carácter literario de los mismos sea resuelta
por el propio autor, que subtitula este
compendio Poemas del
siquiátrico Sagrado corazón,
la génesis, la razón de ser y el lugar de procedencia de los mismos confluyen
en su carácter documental-confesional , además de terapéutico. Aquí subyace un
paciente (escritor, pero también lector) que, a trompicones, se forja una lengua después de haberla
perdido. Para conseguirlo, el autor desgrana e integra al texto, con un rol
especifico, nombres de escritores como
Nieto Cadena o Itúrburu, Octavio Paz, Jean Genet, Green, El Fakir Dávila
Andrade, Mauriac, César Vallejo, Panero, que lucen como parte de una banda de amigos, pero también
como brújulas o puntos de apoyo en su aventura ciertamente literaria. Este aserto se extiende con visos de crítica,
cuando de manera irónica confiesa: No me han invitado al Festival de la Lira/ pero
yo no tengo la culpa/ de ser el niño bonito de la poesía/Por ello, Crónico debe ser leído como una serie de
poemas relativamente caóticos (algunos sin título, otros que parecen estar
conectados a textos distantes), pero también como una estrategia de la medicina
para que el paciente pueda mantener un contacto con la realidad a través de la
palabra.
El paratexto (subtitulo,
dedicatorias y epígrafes) confirma la intencionalidad literaria del cuaderno.
Los poemas, en efecto,están dedicados a una constelación de seres cercanos al autor y que se restringen al
círculo más íntimo, tanto del interior del hospital como del exterior. La exclusividad que marca la ráfaga del adjetivo “mi” que precede a diversos personajes, revela que
el hombre no está solo en el mundo, que
tiene una compañera, una amiga, una madrina; el hombre se define luego como un escritor que dispone de un editor y de un
mecenas; finalmente sabemos que el escritor
está enfermo; se trata de alguien que por padecer cierta inestabilidad psíquica,
cuenta con un psiquiatra, una psicóloga y unas enfermeras. No obstante, ni el
hombre ni el escritor ni el enfermo, parecen hallarse a la deriva de la
conciencia. La dedicatoria se cierra con una mención: “a las amigas del servicio,
ciudadanas del anonimato”, que seguramente se ocupan de la higiene, de la
cocina y del comedor del pabellón y del hospital.
No deja de ser
sorprendente la lucidez con la que Gil estructura la dedicatoria,
personalizando un territorio netamente impersonal como es el de un hospital psiquiátrico.
Tampoco hay que desdeñar el “compromiso” simbólico que parece contraer implícitamente con cada uno de los
personajes aludidos –sin olvidar a nadie-,y que
funcionan como resorte motivador en el largo combate sostenido durante un año de confinamiento: Si suicida fue mi esfuerzo por perderme/
suicida es mi esfuerzo para encontrarme,
afirma en el texto circular que cierra el compendio, ratificando la
determinación en el combate. El vitalismo terminará imponiéndose en cualquiera
de los casos: Nací para pelear contra el feroz ogro del espanto. Por último, a
fin de des-solemnizar y desdramatizar la gravedad de la empresa, nos
sorprenderá con un ramalazo de humor casi infantil: Angelitos medicados vengan,/ayúdenme./Tres ra para el poeta/¡ra! ¡ra!
¡ra!/Pedrito ganará/ ¡ra! ¡ra! ¡ra! ¡Pedrito!
Una
vida de película
Los epígrafes,
extraídos de algunas películas que nos
remiten a momentos cruciales de los
actores en el hilo de la historia -verdaderos
íconos del cine de acción-, constituyen
una analogía del ajuste de cuentas del poeta en el hilo de
su propia historia, que antes de barrer
las inmundicias del mundo, se
mira al espejo y entabla el monólogo que
le permitirá hurgar en su interioridad
hasta cederle la palabra a la memoria. Memoria de un pasado pesado e
imperfecto, que va entrelazándose a la memoria inmediata, aparentemente más ligera pero algo turbia,
como resultado de los sedantes y
ansiolíticos.
El valor
significante del recurso a los héroes
“duros” del celuloide pone en el tapete su “espectacularidad”, en paralelo con
la “autenticidad” de los héroes de la vida real. Entre estos brilla con luz
propia “el negro Víctor” (su padre),
mediador que traza fronteras y resonancias entre el cine, la ficción, la
literatura y la vida (uno de los cauces temáticos del compendio). En medio de
la seriedad de este registro, Gil no puede impedirse un baldazo de humor
cáustico creando la antítesis sardónica entre la frase de De Niro y la de Spider Man, por
el abismal desfase que media entre ambas, aunque cada frase posea un peso
semántico en el que subyace la chispa de
la historia y la actitud auto-compadecida
de la voz lírica (ver los dos primeros epígrafes).
Jamás podremos
entender completamente a una persona, mucho menos al artista. Ni las preguntas
que podamos formularle, ni la lectura de sus escritos podrán aportarnos luces
convincentes sobre la verdad última de su vida, ritmada en el caso de Gil por los
designios de la adrenalina. Aunque el
dolor y el sufrimiento parezcan
indispensables para extraer y poner a flote lo más hondo del poeta, constataremos que esto solo es posible gracias
a la memoria y a la recuperación del lenguaje, que lo conectan con la vida del mundo, alejándolo del limbo de
la depresión y del autismo.
Sin memoria no
hay pasado ni presente ni palabra. Sin memoria no hay poesía, y el poeta exiliado del lenguaje no existe. El
ostracismo de la palabra es la mudez y la mudez es la muerte del poeta. La
poesía será, entonces, la victoria y la
redención, (tema global y fin del conjunto de poemas); pero el milagro no
es simple. El escritor patológico pugna por expresarse sobre sí mismo y sobre la sociedad
desde algún ángulo del espacio en
el que se halla confinado, cuyos intersticios serán escrutados y definidos inescrupulosamente.
Casa
de la risa: la cima de mis ansiedades
La dimensión
espacial es abordada particularmente en el poema “Una ternura siniestra”, texto
impregnado de tensión entrópica y que constituye un paradigma de la locura sin
fronteras o de la eliminación de los límites entre el “aquí” (territorio del pánico y de la metamorfosis)
y el “afuera” (territorio del vitalismo
desaforado y de la culpa, aunque sea originalmente el de la inocencia). Lo
menos que podemos sentir es el peso de la ambigüedad entre ambas zonas.
Sometidas a una observación aguda y a una requisición despiadada, estas dejan
entrever fragmentos del pasado y del presente, en los que el yo lírico aparece
flotando como sobreviviente de un
tsunami cíclico que va engullendo y vomitando lugares, tiempos, seres y
vivencias descarnadas, violentamente conectadas a pasajes de una ternura
descomunal y no menos siniestra que terminan desgonzando al lector y aturdiéndolo
con una serie de electro shocks verbales.
Los
angelitos medicados
El texto no se queda
ahí. El lector avisado constata que la enfermedad no es el centro de la trama sino parte de un texto mucho más complejo, ligado al itinerario
vital del escritor que se da tiempo para dialogar con “sus” escritores,
con su compañera (la Guerrera presente en varios poema) o evocar a
determinados parientes, a “sus” héroes del cine y a ciertos “colegas” (¿sus
dobles?) como Leopoldo María Panero,“obsesionado
con Satán y su muerte”, y otros no
menos importantes como la simpática Miss Ecuador 67 o el masturbador crónico,
que encarnan el realismo espantoso de la clínica de desintoxicación.
En ocasiones el
poeta se esfuerza por desvelar la trama de lo patológico, y otras opta por lo contrario: oculta,
manipula, tergiversa y despista. Lo singular es que a veces decide traviesamente
amalgamar ambos procedimientos, tal como ocurre en el texto 1, sin título, que
traza el retrato elíptico del poeta y del
mundo, a través de un inventario de tipos de depresión y de locura.
Travesuras
del crónico
La estrategia del poema terminará llevando de
la mano al artista a decir la verdad sobre sí mismo y sobre el entorno. Como no puede eludir lo que le corroe, tampoco
puede torear el tema, así, la locura como tema será diseccionada y vista con una lupa entre
piadosa y sardónica, que deja ver la tensión entre lo que se dice, lo que se
calla de manera deliberada, y lo que se
dice caóticamente para graficar la incongruencia y el quiebre de la lógica. La
sintaxis a veces titubeante imita el quiebre de la conciencia que se fuerza
por optimizarse, tal como lo muestran
las antítesis anafóricas: las miradas del pabellón de Media
Estancia/más pánico/ si llego vivo iré/ ¿A dónde?/ A los encuentros de escritores
(…)/ no quise/ por un poquito y
muero asfixiado/con el cordón umbilical / (…)/ si quise/llegué tarde/ (…)
En el poema “El
Padrino l”, que contiene una tipología
del adicto y la singularización del
propio poeta como un autentico santo (versión nueva de San Genet) esta ruptura de la lógica se asienta en el juego verbal entre sustantivos y verbos que se
contaminan: déjeme quieto
doctor/tranquilo estoy sin tranquilizantes/ sin tranquilízantes/
Los
desdoblamientos ( Genet, Panero, Brando, de Niro…), y las omisiones
deliberadas (poemas sin título pero con epígrafe, entre otras), van
trazando obsesiones, gestos de la ansiedad depresiva y de la psicosis paranoica de un poeta confinado al encierro y que se bate con la realidad,
tratando de atraparla a cuenta gotas, a medida que recobra la lengua cortada
por la culpabilidad, lengua que parece ir remendándose progresivamente, como lo
ilustra el poema “Ángel de la Guarda”: Semiloco/bajo
la sombra del ciprés/bajo la sombra del ciprés del pánico/bajo la sombra del
ciprés del pánico a la locura(…).
De la culpa al
silencio solo hay un paso. De la mudez a
la dicción ha mediado un año de seguimiento médico y de cuidados estrictos. La mudez es la última trinchera - la más
cruel- para el poeta, cuyo sustento es justamente la palabra. Poeta que siendo víctima termina asumiéndose culpable (por
el delito de practicar la vida), cortando con el mundo y convirtiéndose en ermitaño
dispuesto a aniquilar culpas imaginarias, depresiones e intoxicaciones. La
comprensión de estos camaleónicos
cambios de estatuto nos resulta inasible y
darán seguramente mucha tela que
cortar a los especialistas en los
meandros de la conciencia.
Lo cierto es que
a totalidad del texto sitúa al
lector cara a cara ante un escritor al que parece importarle un
pito, saber si el mundo debe adaptarse a
él o al revés; lo único que le interesa es ser consecuente con la vida, hasta
las últimas consecuencias (… practica la
vida, hijo). He aquí otro de los ejes temáticos nucleares del cuaderno. Por
eso el descreimiento y la
ineptitud del poeta con el orden de la vida práctica, castradora y gregaria,
que encierra su propio tratado de victimología y del que se desgaja su
antídoto, como otra vertiente temática:
la exaltación de la libertad, de la festiva inconsciencia infantil de los héroes de carne y hueso, capaces de
hazañas superiores a las de Paul Newman: como la anciana hace en el patio del Pabellón de Larga Estancia/barquitos de
papel/ con su mierda, aquí el paciente escribe poemas con lo que puede: tanto cuesta una casa un trabajo/ un cuervo/
niño que te sacará la lengua/no los ojos. La asociación semántica entre
ambas imágenes grafican la culpa/silencio haciendo cabriolas para convertirse
en verbo liberador, a través de una metáfora bisémica: mutilación y retoño de
la lengua.
Perversa y
descarnada lucidez la de este poeta; bendita crueldad y crudeza sobrecogedora
las de esta escritura llena de sombras de cuchillos y tan distante del hombre
de la mirada más dulce del mundo. ¿Depresivo crónico? ¿Paranoico crónico? No.
Nada de eso. Pedro Gil es un poeta crónico.
Un poeta irremediable, no un poeta maldito. Absolutamente distante de los
impostores y mercachifles de la poesía que riegan azúcar en la cama para ver si
atrapan una fiebre. Gil es inalcanzable y se halla a mil leguas de los
escritores cuya única depresión les causa la vergüenza de saberse parásitos,
viviendo a costilla de sus mujeres, de las dádivas de la prensa o de las
limosnas del Estado.
*(poeta,
residente en Francia desde 1982, donde es profesor de literatura
latinoamericana en la Université du Littoral. Escribe este prólogo para el
Poemario Crónico de Pedro Gil Flores)
Poema de Pedro Gil que
integra la obra: Crónico
Lucky el Indomable
“-¡Ah!,
este Lucky, siempre sonriendo”
George Kennedy en “Lucky el indomable”
Mi padre se
sentó a beber
y no se levantó
hasta la muerte.
Hasta la mañana
que - a empujones-
lo llevaron al
especialista quien le diagnosticó
cáncer
al esófago y los
días contados.
-
Prohibida la bebida, Don Gil
-¿Para
qué? Si en la tumba no se come ni se bebe.
Al atardecer
pidió en la fonda del barrio
un caldo de pata
le dijo al fondero que se lo cobrara a Dios
que le debía
demasiado.
En la noche,
aprovechando su estatura
bajó una
estrella
que usó como
lámpara para buscar
en la bodega de
la casa recuerdos
y tablas de
madera.
Al siguiente día
moría
junto a un ataúd
para niño.
En su sepelio
estuvimos solo niños.
Desde los 5
hasta los 80 años.
Niños llorones,
niños asesinos, niños débiles,
niños duros,
niños diplomáticos, niños borrachines.
Nos quebrantamos
ante la tumba de niño
de mi padre.
Todos consideran
sus vidas dignas
de un libro o
una película.
Claro que no
toman en cuenta
que hay libros
mágicos, reales, mediocres
y hasta
impublicables.
¡Mi padre fue un
gran libro!
Les cuento:
el Negro Víctor
enterró con sus propias manos
(él mismo hizo
los ataúdes de madera)
a sus cinco
niños, tres varoncitos y dos mujercitas.
Sus hijos.
Mis hermanos.
Paul Newman fue
un actor duro.
El Negro Víctor,
mi padre, no fue actor,
fue un duro.
Real.
Bueno.
Solo un hombre
duro puede reposar en una tumba de niño.
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