miércoles, 22 de agosto de 2012

La seducción del Abismo*


Por: Ramiro Oviedo


Entre la biografía y la leyenda, el poeta Pedro Gil ha ido forjándose una  silueta  singular, casi intocable. Marcado desde su infancia por experienciasextraordinarias que le han permitido modificar su mirada sobre el mundo, ver  lo que nadie ve y escribir lo que nadie escribe, Gil no ha  cesado  de coquetear  de manera temeraria  con los Abismos y de dar lustre a su aura de Poeta Maldito.

¿Poemas o textos psicóticos?
La lectura de Crónico –su último compendio-,  confronta a los lectores  con una interrogante: ¿se trata de un texto literario o de un documento de interés científico para la Psiquiatría? Aunque la duda sobre el género o el carácter literario de los mismos sea resuelta por  el propio autor, que subtitula este compendio  Poemas del  siquiátrico  Sagrado corazón, la génesis, la razón de ser y el lugar de procedencia de los mismos confluyen en su carácter documental-confesional , además de terapéutico. Aquí subyace un paciente (escritor, pero también lector) que, a trompicones,  se forja una lengua después de haberla perdido. Para conseguirlo, el autor desgrana e integra al texto, con un rol especifico, nombres de  escritores como Nieto Cadena o Itúrburu, Octavio Paz, Jean Genet, Green, El Fakir Dávila Andrade, Mauriac, César Vallejo, Panero, que lucen como  parte de una banda de amigos, pero también como brújulas o puntos de apoyo en su aventura ciertamente literaria.  Este aserto se extiende con visos de crítica, cuando de manera irónica confiesa: No  me han invitado al Festival de la Lira/ pero yo no tengo la culpa/ de ser el niño bonito de la poesía/Por ello, Crónico debe ser leído como una serie de poemas relativamente caóticos (algunos sin título, otros que parecen estar conectados a textos distantes), pero también como una estrategia de la medicina para que el paciente pueda mantener un contacto con la realidad a través de la palabra.

El paratexto (subtitulo, dedicatorias y epígrafes) confirma la intencionalidad literaria del cuaderno. Los poemas, en efecto,están dedicados a  una constelación de  seres  cercanos al autor y que se restringen al círculo más íntimo, tanto del interior del hospital como del exterior.  La exclusividad que marca  la ráfaga del adjetivo “mi” que  precede a diversos personajes, revela que el  hombre no está solo en el mundo, que tiene una compañera, una amiga, una madrina; el hombre  se define luego como un  escritor que dispone de un editor y de un mecenas;  finalmente sabemos que el escritor está enfermo; se trata de alguien que por padecer cierta inestabilidad psíquica, cuenta con un psiquiatra, una psicóloga y unas enfermeras. No obstante, ni el hombre ni el escritor ni el enfermo, parecen hallarse a la deriva de la conciencia. La dedicatoria se cierra con una mención: “a las amigas del servicio, ciudadanas del anonimato”,  que  seguramente se ocupan de la higiene, de la cocina y del comedor del pabellón y del hospital.

No deja de ser sorprendente la lucidez con la que Gil estructura la dedicatoria, personalizando un territorio netamente impersonal como es el de un hospital psiquiátrico. Tampoco hay que desdeñar el “compromiso” simbólico que parece  contraer implícitamente con cada uno de los personajes aludidos –sin olvidar a nadie-,y  que  funcionan como resorte motivador en el  largo combate sostenido  durante un año de confinamiento: Si suicida fue mi esfuerzo por perderme/ suicida es mi esfuerzo  para encontrarme, afirma en el texto circular que cierra el compendio, ratificando la determinación en el combate. El vitalismo terminará imponiéndose en cualquiera de los casos:   Nací para pelear contra el feroz ogro del espanto. Por último, a fin de des-solemnizar y desdramatizar la gravedad de la empresa, nos sorprenderá con un ramalazo de humor casi infantil: Angelitos medicados vengan,/ayúdenme./Tres ra para el poeta/¡ra! ¡ra! ¡ra!/Pedrito ganará/ ¡ra! ¡ra! ¡ra! ¡Pedrito!

Una vida de película
Los epígrafes, extraídos de algunas películas que  nos remiten a  momentos cruciales de los actores en el hilo de la historia  -verdaderos íconos  del cine de acción-, constituyen una  analogía  del ajuste de cuentas del poeta en el hilo de su propia historia,  que antes de  barrer  las inmundicias del mundo,  se mira al espejo y  entabla el monólogo que le permitirá hurgar en  su interioridad hasta cederle la palabra a la memoria. Memoria de un pasado pesado e imperfecto, que va entrelazándose a la memoria inmediata,  aparentemente más ligera pero algo turbia, como resultado  de los sedantes y ansiolíticos.

El valor significante del recurso a los  héroes “duros” del celuloide pone en el tapete su “espectacularidad”, en paralelo con la “autenticidad” de los héroes de la vida real. Entre estos brilla con luz propia “el negro Víctor” (su padre),  mediador que traza fronteras y resonancias entre el cine, la ficción, la literatura y la vida (uno de los cauces temáticos del compendio). En medio de la seriedad de este registro, Gil no puede impedirse un baldazo de humor cáustico creando la  antítesis  sardónica entre la  frase de De Niro y la de Spider Man, por el  abismal desfase que media  entre ambas, aunque cada frase posea un peso semántico en el que subyace  la chispa de la historia y la actitud  auto-compadecida de la voz lírica (ver los dos primeros epígrafes).

El baile de las cañerías
Jamás podremos entender completamente a una persona, mucho menos al artista. Ni las preguntas que podamos formularle, ni la lectura de sus escritos podrán aportarnos luces convincentes sobre la verdad última de su vida, ritmada en el caso de Gil por los designios de la adrenalina. Aunque  el dolor y el sufrimiento  parezcan indispensables para extraer y poner a flote lo más hondo del  poeta,  constataremos que esto solo es posible gracias a la memoria y a la recuperación del lenguaje, que lo conectan con  la vida del mundo, alejándolo del limbo de la  depresión y del autismo.

Sin memoria no hay pasado ni presente ni palabra. Sin memoria no hay poesía, y el  poeta exiliado del lenguaje no existe. El ostracismo de la palabra es la mudez y la mudez es la muerte del poeta. La poesía  será, entonces, la victoria y la redención, (tema  global y fin  del conjunto de poemas); pero el milagro no es simple. El escritor patológico pugna por expresarse  sobre sí mismo  y sobre  la sociedad  desde algún ángulo  del espacio en el que se halla confinado, cuyos intersticios serán  escrutados y definidos inescrupulosamente.

Casa de la risa: la cima de mis ansiedades
La dimensión espacial es abordada particularmente en el poema “Una ternura siniestra”, texto impregnado de tensión entrópica y que constituye un paradigma de la locura sin fronteras o de la eliminación de los límites entre el “aquí”  (territorio del pánico y de la metamorfosis) y el  “afuera” (territorio del vitalismo desaforado y de la culpa, aunque sea originalmente el de la inocencia). Lo menos que podemos sentir es el peso de la ambigüedad entre ambas zonas. Sometidas a una observación aguda y a una requisición despiadada, estas dejan entrever fragmentos del pasado y del presente, en los que el yo lírico aparece flotando como  sobreviviente de un tsunami cíclico que va engullendo y vomitando lugares, tiempos, seres y vivencias descarnadas, violentamente conectadas a pasajes de una ternura descomunal y no menos siniestra que terminan desgonzando al lector y aturdiéndolo con una serie de electro shocks verbales.

Los angelitos medicados
El texto no se queda ahí. El lector  avisado  constata que  la enfermedad no es el centro  de la trama sino parte de un texto  mucho más complejo, ligado al itinerario vital del escritor que se da tiempo para dialogar con “sus”  escritores,  con su compañera (la Guerrera presente en varios poema) o evocar a determinados parientes, a “sus” héroes del cine y a ciertos “colegas” (¿sus dobles?) como Leopoldo María Panero,“obsesionado con  Satán y su muerte”, y otros no menos importantes como la simpática Miss Ecuador 67 o el masturbador crónico, que encarnan el realismo espantoso de la clínica de desintoxicación.

En ocasiones el poeta  se esfuerza por desvelar la  trama de lo patológico,  y otras opta por lo contrario: oculta, manipula, tergiversa y despista. Lo singular es que a veces decide traviesamente amalgamar ambos procedimientos, tal como ocurre en el texto 1, sin título, que traza  el retrato elíptico del poeta y del mundo, a través de un inventario de tipos de depresión y de locura.

Travesuras del crónico
 La estrategia del poema terminará llevando de la mano al artista a decir la verdad sobre sí mismo y sobre el entorno.  Como no puede eludir lo que le corroe, tampoco puede torear el tema, así, la locura como tema será  diseccionada y vista con una lupa entre piadosa y sardónica, que deja ver la tensión entre lo que se dice, lo que se calla de manera  deliberada, y lo que se dice caóticamente para graficar la incongruencia y el quiebre de la lógica. La sintaxis a veces titubeante imita el quiebre de la conciencia que se fuerza por  optimizarse, tal como lo muestran las antítesis  anafóricas: las miradas del pabellón de Media Estancia/más pánico/ si llego vivo iré/ ¿A dónde?/ A los encuentros de escritores (…)/ no quise/ por un poquito y muero asfixiado/con el cordón umbilical / (…)/ si quise/llegué  tarde/  (…)

En el poema “El Padrino l”,  que contiene una tipología del adicto y la singularización del  propio poeta como un autentico santo (versión nueva de San Genet) esta  ruptura de la lógica se asienta en el  juego verbal entre sustantivos y verbos que se contaminan: déjeme quieto doctor/tranquilo estoy sin tranquilizantes/ sin tranquilízantes/

Los desdoblamientos ( Genet, Panero, Brando, de Niro…), y las  omisiones  deliberadas (poemas sin título pero con epígrafe, entre otras), van trazando obsesiones, gestos de la ansiedad depresiva y  de la psicosis paranoica  de un poeta confinado  al encierro y que se bate con la realidad, tratando de atraparla a cuenta gotas, a medida que recobra la lengua cortada por la culpabilidad, lengua que parece ir remendándose progresivamente, como lo ilustra el poema “Ángel de la Guarda”: Semiloco/bajo la sombra del ciprés/bajo la sombra del ciprés del pánico/bajo la sombra del ciprés del pánico a la locura(…).

De la culpa al silencio  solo hay un paso. De la mudez a la dicción ha mediado un año de seguimiento médico y de cuidados estrictos.  La mudez es la última trinchera - la más cruel- para el poeta, cuyo sustento es justamente la palabra. Poeta que  siendo víctima termina asumiéndose culpable (por el delito de practicar la vida), cortando con el mundo y convirtiéndose en ermitaño dispuesto a aniquilar culpas imaginarias, depresiones e intoxicaciones. La comprensión de estos  camaleónicos cambios de estatuto nos resulta inasible y  darán seguramente mucha  tela que cortar a los especialistas  en los meandros de la conciencia.

Lo cierto es que a totalidad del texto  sitúa al lector  cara a cara  ante un escritor al que parece importarle un pito,  saber si el mundo debe adaptarse a él o al revés; lo único que le interesa es ser consecuente con la vida, hasta las últimas consecuencias (… practica la vida, hijo). He aquí otro de los ejes temáticos nucleares del cuaderno. Por eso  el descreimiento  y  la ineptitud del poeta con el orden de la vida práctica, castradora y gregaria, que encierra su propio tratado de victimología y del que se desgaja su antídoto, como otra vertiente temática:  la exaltación  de la libertad, de  la festiva inconsciencia  infantil  de los héroes de carne y hueso, capaces de hazañas superiores a las de Paul Newman: como la anciana hace en el patio del Pabellón de Larga Estancia/barquitos de papel/ con su mierda, aquí el paciente escribe poemas con lo que puede: tanto cuesta una casa un trabajo/ un cuervo/ niño que te sacará la lengua/no los ojos. La asociación semántica entre ambas imágenes grafican la culpa/silencio haciendo cabriolas para convertirse en verbo liberador, a través de una metáfora bisémica: mutilación y retoño de la lengua.

Perversa y descarnada lucidez la de este poeta; bendita crueldad y crudeza sobrecogedora las de esta escritura llena de sombras de cuchillos y tan distante del hombre de la mirada más dulce del mundo. ¿Depresivo crónico? ¿Paranoico crónico? No. Nada de eso. Pedro Gil  es un poeta crónico. Un poeta irremediable, no un poeta maldito. Absolutamente distante de los impostores y mercachifles de la poesía que riegan azúcar en la cama para ver si atrapan una fiebre. Gil es inalcanzable y se halla a mil leguas de los escritores cuya única depresión les causa la vergüenza de saberse parásitos, viviendo a costilla de sus mujeres, de las dádivas de la prensa o de las limosnas del Estado.

*(poeta, residente en Francia desde 1982, donde es profesor de literatura latinoamericana en la Université du Littoral. Escribe este prólogo para el Poemario Crónico de Pedro Gil Flores)


Poema de Pedro Gil que integra la obra: Crónico


Lucky el Indomable

“-¡Ah!, este Lucky, siempre sonriendo”        
George Kennedy en “Lucky el indomable”

Mi padre se sentó a beber 
y no se levantó hasta la muerte.
Hasta la mañana que - a empujones-
lo llevaron al especialista quien le diagnosticó
cáncer
al esófago y los días contados.
-  Prohibida la bebida, Don Gil
-¿Para qué? Si en la tumba no se come ni se bebe.

Al atardecer pidió en la fonda del barrio
un caldo de pata
le dijo  al fondero que se lo cobrara a Dios
que le debía demasiado.

En la noche, aprovechando su estatura
bajó una estrella
que usó como lámpara para buscar
en la bodega de la casa recuerdos
y tablas de madera.

Al siguiente día moría
junto a un ataúd para niño.

En su sepelio estuvimos solo niños.
Desde los 5 hasta los 80 años.
Niños llorones, niños asesinos, niños débiles,
niños duros, niños diplomáticos, niños borrachines.
Nos quebrantamos ante la tumba de niño
de mi padre.

Todos consideran sus vidas dignas
de un libro o una película.
Claro que no toman en cuenta
que hay libros mágicos, reales, mediocres
y hasta impublicables.
¡Mi padre fue un gran libro! 

Les cuento:
el Negro Víctor enterró con sus propias manos
(él mismo hizo los ataúdes de madera)
a sus cinco niños, tres varoncitos y dos mujercitas.
Sus hijos.
Mis hermanos.

Paul Newman fue un actor duro.
El Negro Víctor, mi padre,  no fue actor,
fue un duro.
Real.
Bueno.
Solo un hombre duro puede reposar en una tumba de niño.

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