viernes, 7 de septiembre de 2012

PEDRO GIL: EN LOS BORDES DEL ABISMO




Por: Marco Antonio Rodríguez

Pedro Gil lleva a cuestas una criatura sabia y taciturna, tumultuosa y desgarrada; es la de su niñez huérfana de juegos y de patrias —vacío y soledumbre—. Pedro no habla, musita. ¿Su voz sofocada y su laconismo se deben a su imposible timidez? Pedro masculla, pero siempre dice su verdad: espléndida ycorrosiva, ácida y fulminante. Hace tiempo —¿en el mismo vientre de su madre?— halló en la palabra la única manera de sobrevivir (condena y liberación). Así fueron saliendo de su genio creador:Paren la guerra que yo no juego (1989), Delirium tremens (1993), Con unas arrugas en la sangre (1997), He llevado unavida feliz (2001, antología que incluye Los poetas duros nolloran), Sano juicio(2003) y 17 puñaladas no son nada Antología personal(2010).

Lavitriólica mofa de Pedro Gil (Manta, Ecuador, 1971)—a contracara a veces subyaciendo en otras— la enfila hacia esos diosecillos ambulatorios que fungen de poetas o escritores, y van y vienen por cenáculos y certámenes,ahítos de vanidad y vacuidad, aunque también la esparce —agua bendecida por todos los demonios— sobre la vida y la muerte, el amor y el olvido, la paz y la guerra, la tierra y el sueño, la justicia y la miseria, la fe y la esperanza, el hombre y la mujer, Dios y la fe, y otras hierbas malsanas…



 Pedro Gil, poeta nacido en Manta, en 1971.

 

A Pedro Gil, uno de los grandes poetas de su generación en América, le importa un adarme esos nombres de salón,fama y fortuna. Va a los tumbos por la vida, absorbiendo en la fuente desus más recónditos escondrijos las ultimidades de la condición humana, y de sus incesantes aventuras existenciales, sale siempre airoso, con una serie de cabezas sangrantes, perfectas, eviternas: trofeos de su feroz cacería.Muy pocos como él se arriesgan a hurgar en los abismos humanos con tan desaforado ahínco. O, si se quiere, en nuestros esperpénticos infinitos, los más irrisorios, los más inútiles (espejos en los cuales nos rehusamos a vernos). Exploración a fondo de él mismo—que es decir de los demás—; acerba crítica de nuestros valores y creencias, encuentro con nosotros mismos, con los conocidos—desconocidos, los otros yo que se borran y se transforman en una inmensa mueca de burla; poesía de los andurriales, de los espacios mal alumbrados en los que se mueven —espectros vacilantes y ebrios—, los álter egos de una humanidad que nunca estuvo cerca de merecer su nombre. En la poesía de Pedro Gil, creación y destrucción se unimisman, puesto que lo que afirma entraña la disgregación de lo que las convenciones sociales tienen por verdadero, íntegro, sagrado o inmutable.

Había leído ya su poesíacuando —de repente, como es su costumbre— asomó en mi vida como un aparecido. De mediana estatura, vigoroso, cortés, la mirada ausente y las manos inermes (dan la sensación de que no sabe qué hacer con ellas), entrañamos de inmediato irrevocable amistad. Pedro vive en el infierno que describiera Henri Barbusse y, como él, levanta su bella y honda proposición poética sin afectaciones ni gongorismos siglo XXI, valiéndose únicamente de su palabra desnuda, daga recién nacida que hinca una y otra vez con sevicia fiera en nuestros recovecos insoportables. Siempre que me despido de él,jamás me atrevo a ver su rostro, tengo pavor de contemplar su desvanecimiento en el aire viciado y santificado del lupanar más cercano, calado hasta la coronta de sus huesos por esa terrible hermosura que nombramos vida, para luego convertirla en poesía.



Pedro junto a la tumba de su madre en el cementerio de Tarqui, en Manta.



Qué pequeños se ven sus poetas contemporáneos y muchos de las generaciones anteriores a la suya pero que integran los textos académicos de aprendizaje de nuestra literatura, si se compara con la perversa, malhablada y soberbia poesía de Pedro Gil. Pero no se trata de rivalizar —ejercicio inocuo— sino de constatar las poses de los poetas laureados, coronados, venerados, en tanto que Pedro vive al margen de todos y de todo, y prefiere vivir con sus dos pies en el filo del precipicio, bastándole el venablo abrasador de su poesía, su palabra asfixiante y virtuosa, su palabra flagelante, pero también estilete y luz de minero. Palabra hiriente y sanadora,palabra desbrozadora de caminos poblados de prejuicios, embustes, perfidias, dobleces, fugacidades… para incinerarlos con ella.

No hay yo en la poesía de Pedro Gil, está la mezquina realidad, simas insondables, combates, exaltaciones, pánicos, deslumbramientos. Frío que hiela las entrañasy que a la vez arde como aquel último velero incendiado de una tripulación que resolvió no llegar a su destino del cuento apenas conocido de Orhan Pamuk, manteniéndonos vivos a quienes cobardemente decidimos quedarnos en la otra orilla. Espectáculo bárbaro e inconfesable. Pedro es de esos escasos creadores que salen de sus vidas en busca de la vida. Subversión y exuberancia espiritual, capaz de convertir en una sola hoguera los sistemas de la moral colectiva, tanto los provenientes de la autoridad tradicional como aquellos que nos ofertan los reformadores «sociales».

Poesía, la de Pedro Gil, que es, en suma, la averiguación denodada de la «mediocre condición humana». Pero esta expedición nos lleva a la revelación de que la criatura humana no es mediocre. Algo, muy escaso, oculto, cubierto bajo una espesa neblina, nos devela —desde el origen del origen—que está abierto a una extraña luz cegadora. La condición humana es, quizás, un lugar de reunión de otras energías. Acaso porque nuestra postrera sustancia no es humana.

El gran poeta solicita permiso a su médico tratante para acompañarme hasta la puerta del asilo Sagrado Corazón, donde ahora se refugia (en este campusha escrito este libro). Camino algunos pasos y algo, alguien, me conmina a regresar a verlo. No hay nadie. También yo me he ido de mí mismo...

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