Por: Marco Antonio
Rodríguez
Pedro Gil lleva a cuestas una criatura sabia y
taciturna, tumultuosa y desgarrada; es la de su niñez huérfana de juegos y de
patrias —vacío y soledumbre—. Pedro no habla, musita. ¿Su voz sofocada y su
laconismo se deben a su imposible timidez? Pedro masculla, pero siempre dice su
verdad: espléndida ycorrosiva, ácida y fulminante. Hace tiempo —¿en el mismo
vientre de su madre?— halló en la palabra la única manera de sobrevivir
(condena y liberación). Así fueron saliendo de su genio creador:Paren la guerra que yo no juego (1989), Delirium tremens (1993), Con unas arrugas en la sangre (1997), He
llevado unavida feliz (2001, antología que incluye Los poetas duros nolloran), Sano
juicio(2003) y 17 puñaladas no son
nada Antología personal(2010).
Lavitriólica mofa de Pedro Gil (Manta, Ecuador, 1971)—a contracara a
veces subyaciendo en otras— la enfila hacia esos diosecillos ambulatorios que
fungen de poetas o escritores, y van y vienen por cenáculos y certámenes,ahítos
de vanidad y vacuidad, aunque también la esparce —agua bendecida por todos los demonios—
sobre la vida y la muerte, el amor y el olvido, la paz y la guerra, la tierra y
el sueño, la justicia y la miseria, la fe y la esperanza, el hombre y la mujer,
Dios y la fe, y otras hierbas malsanas…
Pedro Gil, poeta nacido en Manta, en 1971. |
A Pedro Gil, uno de los grandes poetas de su generación en América, le
importa un adarme esos nombres de salón,fama y fortuna. Va a los tumbos por la
vida, absorbiendo en la fuente desus más recónditos escondrijos las ultimidades
de la condición humana, y de sus incesantes aventuras existenciales, sale
siempre airoso, con una serie de cabezas sangrantes, perfectas, eviternas: trofeos
de su feroz cacería.Muy pocos como él se arriesgan a hurgar en los abismos
humanos con tan desaforado ahínco. O, si se quiere, en nuestros esperpénticos
infinitos, los más irrisorios, los más inútiles (espejos en los cuales nos
rehusamos a vernos). Exploración a fondo de él mismo—que es decir de los demás—;
acerba crítica de nuestros valores y creencias, encuentro con nosotros mismos,
con los conocidos—desconocidos, los otros yo que se borran y se transforman en
una inmensa mueca de burla; poesía de los andurriales, de los espacios mal alumbrados
en los que se mueven —espectros vacilantes y ebrios—, los álter egos de una
humanidad que nunca estuvo cerca de merecer su nombre. En la poesía de Pedro
Gil, creación y destrucción se unimisman, puesto que lo que afirma entraña la
disgregación de lo que las convenciones sociales tienen por verdadero, íntegro,
sagrado o inmutable.
Había leído ya su poesíacuando —de repente, como es su costumbre— asomó en
mi vida como un aparecido. De mediana estatura, vigoroso, cortés, la mirada
ausente y las manos inermes (dan la sensación de que no sabe qué hacer con
ellas), entrañamos de inmediato irrevocable amistad. Pedro vive en el infierno
que describiera Henri Barbusse y, como él, levanta su bella y honda proposición
poética sin afectaciones ni gongorismos siglo XXI, valiéndose únicamente de su
palabra desnuda, daga recién nacida que hinca una y otra vez con sevicia fiera
en nuestros recovecos insoportables. Siempre que me despido de él,jamás me
atrevo a ver su rostro, tengo pavor de contemplar su desvanecimiento en el aire
viciado y santificado del lupanar más cercano, calado hasta la coronta de sus
huesos por esa terrible hermosura que nombramos vida, para luego convertirla en
poesía.
Pedro junto a la tumba de su madre en el cementerio de Tarqui, en Manta. |
Qué pequeños se ven sus poetas contemporáneos y muchos de las
generaciones anteriores a la suya pero que integran los textos académicos de
aprendizaje de nuestra literatura, si se compara con la perversa, malhablada y
soberbia poesía de Pedro Gil. Pero no se trata de rivalizar —ejercicio inocuo—
sino de constatar las poses de los poetas laureados, coronados, venerados, en
tanto que Pedro vive al margen de todos y de todo, y prefiere vivir con sus dos
pies en el filo del precipicio, bastándole el venablo abrasador de su poesía,
su palabra asfixiante y virtuosa, su palabra flagelante, pero también estilete
y luz de minero. Palabra hiriente y sanadora,palabra desbrozadora de caminos poblados
de prejuicios, embustes, perfidias, dobleces, fugacidades… para incinerarlos
con ella.
No hay yo en la poesía de
Pedro Gil, está la mezquina realidad, simas insondables, combates, exaltaciones,
pánicos, deslumbramientos. Frío que hiela las entrañasy que a la vez arde como
aquel último velero incendiado de una tripulación que resolvió no llegar a su
destino del cuento apenas conocido de Orhan Pamuk, manteniéndonos vivos a
quienes cobardemente decidimos quedarnos en la otra orilla. Espectáculo bárbaro
e inconfesable. Pedro es de esos escasos creadores que salen de sus vidas en
busca de la vida. Subversión y exuberancia espiritual, capaz de convertir en
una sola hoguera los sistemas de la moral colectiva, tanto los provenientes de
la autoridad tradicional como aquellos que nos ofertan los reformadores «sociales».
Poesía, la de Pedro Gil, que es, en suma, la averiguación denodada de la
«mediocre condición humana». Pero esta
expedición nos lleva a la revelación de que la criatura humana no es mediocre.
Algo, muy escaso, oculto, cubierto bajo una espesa neblina, nos devela —desde
el origen del origen—que está abierto a una extraña luz cegadora. La condición
humana es, quizás, un lugar de reunión de otras energías. Acaso porque nuestra
postrera sustancia no es humana.
El gran poeta solicita permiso a su médico tratante para acompañarme
hasta la puerta del asilo Sagrado Corazón, donde ahora se refugia (en este campusha
escrito este libro). Camino algunos pasos y algo, alguien, me conmina a
regresar a verlo. No hay nadie. También yo me he ido de mí mismo...
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