Asomarse al pasado y recoger muestras de
vida de la ciudad que fue, nos recrea, construye recuerdos que con frecuencia
quedan como tiempos mejores. Se aprende de las generaciones que estuvieron, sus
conductas marcaron ejemplos para seguir o no a las nuevas sociedades que
irrumpen caudalosamente.
Cuando la ciudad vive en otro reloj se
acondicionan historias para verlas según quién las cuente y cómo lo haga.
Algunas se quedarán oficiales, formales, dejando ver un rostro genérico apto para
ser observado por los investigadores o por la gente seria. Pero cuando el
narrador fabula y lo hace con picardía, su anecdotario va cargado de rostros y
rastros llenos de humor.
Quedan entonces unas viñetas, pinturas
de época, y ya que se dice que la palabra crea al hombre, aquí esa palabra
viste a los personajes, ambienta los espacios con sus construcciones y
temperaturas, hasta lograr propuestas picantes que bien pueden dejar una
sonrisa como conclusión.
Aquí una muestra de “Pasado porvenir”
escrito por el Dr. Julio Cevallos Murillo, de próxima publicación en la
colección “Almuerzo Desnudo” que pertenece a Editorial Mar Abierto.
Don Lizardo Cedeño
Cacique de un villorrio de la campiña
manabita, Lizardo Cedeño frisaba unos 60 años, bajo de estatura, un poco
rechoncho, de pies excesivamente pequeños, tez morena, tenía un movimiento
convulsivo habitual en su cabeza y poseía un vozarrón de locutor.
Había hecho fortuna en la
comercialización al detal con productos agrícolas, compraba lo que la tierra producía:
café, cacao, arroz, maíz, maní, tagua, para luego revenderlo en la ciudad de
Manta. A más de ello no dejaba de comprar virgos, bajo la exigencia de que estos
no fueran mayores de 14 años, dando complacencia a su insaciable vigor
sicalíptico.
El negocio central y del cual él hacía
presencia estaba regentado por su mujer llevada a los altares. A medida que
acrecentaba sus compromisos, a la amante de turno le proveía de una romana y
así la convertía automáticamente en competidora de la matrona, de manera y
forma que se despezuñaban en el sentido de cuál rendía mejores ganancias al
negocio.
Cuando los proveedores de productos iban
a buscar a don Lizardo, sus clientes o amigos recurrían a la casa de la señora,
en la mayoría de las veces no se encontraba en su domicilio principal, la
señora los enviaba a quienes deseaban hablar con él, indicándoles: -vayan donde
la joven-.
Cuando don Lizardo Cedeño superó los 60
años, tuvo un primer paro cardiaco, por cumplir amorosamente con uno de sus
compromisos, motivo por el cual, se vio obligado a guardar abstinencia a
machote.
Paralelamente a esta situación, a doña
Socorro Angustias Mendoza, una vecina humilde, como muchas de nuestra
provincia, se le presentó una urgencia económica inaplazable. La única
mercadería disponible era su hija que había acabado de cumplir 14 años de edad,
se encontraba en la flor de la juventud y por la exuberancia de su cuerpo,
aparentaba más edad.
Doña Socorro Angustias no pensó dos veces
en la solución del problema, buscó a don Lizardo, acompañada de su hija y de la
partida de nacimiento, para desvirtuar cualquier mal entendido con respecto a
la edad.
Llegaron a la casa de don Lizardo, y
doña Socorro Angustias propuso el negocio.
-Don Lizardo, aquí le traigo a mi hija
de 14 años recién cumplidos-, dijo.
Don Lizardo la miró de arriba abajo,
moviendo inconteniblemente la cabeza, en forma más acelerada de lo normal.
Luego, dirigiéndose a su madre dijo:
-Está demasiado tierna. Déjela que jeeche-
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