Para editorial
Mar Abierto es una grata reflexión acercar el personaje de Horacio Hidrovo Peñaherrera
a la realización de nuestras actividades, pues no en vano podemos utilizar sus
mismas metáforas y decirle que logró convertirse
en el tronco de un árbol desplegado en
amplias ramificaciones donde le caben frutos y también pájaros. Eso es él y su
recorrido, así lo reconoce en su poema “el árbol que no quería morir”.
Un referente ancho y extenso en la creación
literaria y promoción cultural que bien
cabe en esta región manabita. “Su poesía es un canto constante a la naturaleza
y a las cosas sencillas y por ello profundas de la existencia humana” sostiene
Ubaldo Gil y complementa para la actividad de promotor “a mi juicio su aporte
en nuestra provincia es invalorable, su dimensión ética, humana y de compromiso
social con la juventud, todavía no se
valora por las miserias propias de un contexto que no respondió a la altura y
grandeza de su autor”.
Hacer y
promover, son sus actividades incesantemente destacadas, de la segunda
aprendimos, afirma nuevamente Ubaldo Gil “hay que recordar que con la Flor de
Septiembre se educó toda nuestra generación de Manta. La Trinchera, Mar Abierto
son parte de esas fuentes, así como varios escritores que hacen vida en la
ciudad”. De la primera, su poesía, nos sentimos congratulados en haber
publicado en toda su extensión la obra poética antologada y que cubre su
creación entre 1960 y el 2007 para un primer tomo con un esmerado producto de calidad
digno del contenido.
Nos adherimos al
justo reconocimiento a su labor mediante el premio Eugenio Espejo. Consecuentes
con el autor y el hombre, estamos convencidos que su legado ya es parte del
patrimonio manabita y ecuatoriano.
Funerales para
un hombre triste
(1978)
Nadie
sabe cuando uno
ha
comenzado a olvidar
su
propio nombre.
Nadie
sabe
cuando
se hace costumbre
caer
y volver a caer.
Es
terrible
esta
marcha hacia atrás
y
esta vieja sonrisa
perdiéndose
en la piel.
Pero
comprendo
que
de todas maneras
debo
estar de pie,
como
esos árboles,
que
aunque siguen creciendo,
se
están muriendo por dentro.
Carta de la cita
final (1968)
A Jacinto Santos
Verduga
Aquí
junto a este viejo ceibo
estoy
llorando tu muerte.
Pongo
mi oído
cerca
del inmenso vientre
y
escucho el clamor
de
profundas raíces.
Hermano
de la angustia repartida.
Tú
sangrabas por dentro
como
un árbol castigado
por
el rudo golpe de un hacha.
Tú
sangrabas por dentro…
Hermano
del vino y de la aurora,
pequeño
Quijote de este siglo,
juntos
pintamos los carteles de la noche
y
escribimos esta vieja tristeza
sobre
el rostro cansado
de
caminos montubios
recuerdo
tu palabra frente al mar,
tu
sueño de eterno caminante;
esos
mapas ignorados por tus ojos,
la
nave alejándose del muelle
y
el idioma grave
de
todas las sirenas.
Cuántas
noches murieron con nosotros
mientras
alzábamos la copa de vino.
Cuántas
noches navegando en el insomnio
sin
que asomen las luces
de
algún puerto lejano.
Ahora
que tú has muerto,
pequeño
capitán de la nostalgia,
los
muelles se han quedado solitarios
sin
faros, sin mástiles, sin luces.
Nos
estamos cansando de morir,
de
morir en los retratos,
de
morir en los relojes,
de
morir en los espejos.
Nos
estamos cansando de morir.
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