martes, 29 de mayo de 2012

“¡Gran señor de Manabí!”


 
Para editorial Mar Abierto es una grata reflexión acercar el personaje de Horacio Hidrovo Peñaherrera a la realización de nuestras actividades, pues no en vano podemos utilizar sus mismas metáforas y decirle  que logró convertirse en el tronco de un árbol  desplegado en amplias ramificaciones donde le caben frutos y también pájaros. Eso es él y su recorrido, así lo reconoce en su poema “el árbol que no quería morir”.

Un referente ancho y extenso en la creación literaria y  promoción cultural que bien cabe en esta región manabita. “Su poesía es un canto constante a la naturaleza y a las cosas sencillas y por ello profundas de la existencia humana” sostiene Ubaldo Gil y complementa para la actividad de promotor “a mi juicio su aporte en nuestra provincia es invalorable, su dimensión ética, humana y de compromiso social con la juventud,  todavía no se valora por las miserias propias de un contexto que no respondió a la altura y grandeza de su autor”.

Hacer y promover, son sus actividades incesantemente destacadas, de la segunda aprendimos, afirma nuevamente Ubaldo Gil “hay que recordar que con la Flor de Septiembre se educó toda nuestra generación de Manta. La Trinchera, Mar Abierto son parte de esas fuentes, así como varios escritores que hacen vida en la ciudad”. De la primera, su poesía, nos sentimos congratulados en haber publicado en toda su extensión la obra poética antologada y que cubre su creación entre 1960 y el 2007 para un primer tomo con un esmerado producto de calidad digno del contenido.

Nos adherimos al justo reconocimiento a su labor mediante el premio Eugenio Espejo. Consecuentes con el autor y el hombre, estamos convencidos que su legado ya es parte del patrimonio manabita y ecuatoriano.




Funerales para un hombre triste
(1978)

Nadie sabe cuando uno
ha comenzado a olvidar
su propio nombre.
Nadie sabe
cuando se hace costumbre
caer y volver a caer.
Es terrible
esta marcha hacia atrás
y esta vieja sonrisa
perdiéndose en la piel.
Pero comprendo
que de todas maneras
debo estar de pie,
como esos árboles,
que aunque siguen creciendo,
se están muriendo por dentro.


Carta de la cita final (1968)
A Jacinto Santos Verduga

Aquí junto a este viejo ceibo
estoy llorando tu muerte.
Pongo mi oído
cerca del inmenso vientre
y escucho el clamor
de profundas raíces.
Hermano de la angustia repartida.
Tú sangrabas por dentro
como un árbol castigado
por el rudo golpe de un hacha.
Tú sangrabas por dentro…
Hermano del vino y de la aurora,
pequeño Quijote de este siglo,
juntos pintamos los carteles de la noche
y escribimos esta vieja tristeza
sobre el rostro cansado
de caminos montubios
recuerdo tu palabra frente al mar,
tu sueño de eterno caminante;
esos mapas ignorados por tus ojos,
la nave alejándose del muelle
y el idioma grave
de todas las sirenas.
Cuántas noches murieron con nosotros
mientras alzábamos la copa de vino.
Cuántas noches navegando en el insomnio
sin que asomen las luces
de algún puerto lejano.
Ahora que tú has muerto,
pequeño capitán de la nostalgia,
los muelles se han quedado solitarios
sin faros, sin mástiles, sin luces.

Nos estamos cansando de morir,
de morir en los retratos,
de morir en los relojes,
de morir en los espejos.
Nos estamos cansando de morir.

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