lunes, 21 de mayo de 2012

No pido el paraíso



Todos a su turno llevamos nuestras vidas para perder el paraíso, el que nos han ofrecido o por el que luchamos y damos la vida. Capaces hasta de habitarlo somos expulsados en una historia infinita que va desde el tiempo de los tiempos, en la fe o en la certeza. Vale decir,  nuestro paraíso personal y soñado por uno que se encuentre en el reino de estos suelos.  Así hacemos historias, esas historias las imaginamos realmente y convertidas en relatos, nos abren nuevos sentidos para convertirlos en realidad.
Dejarse llevar por esa realidad dispuesta en esta serie de cinco cuentos que comprenden: “no pido el paraíso”, es encontrar el ámbito bucólico de Manabí a finales del decimonónico, la ruralidad, amplia, extensa, aislada. Las fincas, sin ser enormes extensiones, guardan las relaciones: propietarios, administradores que con  la peonada nos muestran un  entorno social y comercial. La tragedia y el amor son los ingredientes imprescindibles que nos realizan hasta la satisfacción en que tener el paraíso es secundario.
Giovanni Aliatis al escribirlos incrementa la ya nutrida e importante colección “Almuerzo Desnudo” creada por Editorial Mar Abierto y que se encuentra próxima a circular. Exponemos aquí un extracto del cuento: El paraíso.



                                                           EL PARAÍSO

(…) Al día siguiente después de almorzar, Marcial Gamboa le ordenó al suegro que le haga preparar su caballo, se iba al pueblo. Al despertar esa mañana se había encontrado nuevamente solo en la cama, su mujer andaba con las mujeres de los peones atendiendo a los animales, su suegra le había preparado el desayuno y mientras comía se decía: ¡esta yegua va a ser dura de amansar! pero tengo todo el tiempo del mundo, ya llegará el momento en que venga de rodillas a implorarme. Fue cuando tomó la decisión de ir a pasar una velada con “la Guayaca”, ella lo había hecho sentir muy bien aquella noche. Quiere que lo haga acompañar con alguien o que lo acompañe yo mismo al pueblo, Marcial? dijo su suegro, no se preocupe, respondió el dueño.

Llegó al Embeleso como a las dos de la tarde, se sentó en una mesa y vino a atenderlo Melina,  buenas tardes ingeniero le dijo, bienvenido, le sirvo algo?, no gracias respondió él, quiero que me atienda “la Guayaca”. Melina fue a buscar al patrón y le comunicó la llegada del cliente y su solicitud, Anselmo, el patrón, mandó  llamar a “la Guayaca” que estaba otra vez sentada con Demetrio quien había llegado una media hora antes. Hizo que atendiera al ingeniero y se sentó con él a beber una botella de coñag, mandó a Melina a buscar al trío de músicos para que lo divirtieran y le ordenó a “la Guayaca” que no se separara del señor Gamboa y que lo haga consumir. Entre la chica, Marcial y el dueño de la cantina se habían bebido ya casi dos botellas de coñag, Melina detrás de la barra, el trío tocando en una esquina y Demetrio sentado en una mesa en un rincón, era la concurrencia que tenía El Embeleso. Fue cuando Marcial Gamboa le hizo el comentario a Anselmo Paucar: ese de allá y yo somos los únicos clientes hoy día, no debe ser muy rico porque veo que está tomando aguardiente, así que esta hembra le ha salvado el día Anselmo, porque yo vengo para que ella me haga feliz esta noche y esto es sólo para ponernos románticos. Paucar soltó una carcajada, pero ingeniero, dijo, usted no sabe quién es ese? es peón suyo, lleva tres días tomando porque usted desposó al amor de su vida, toda la vida estuvo enamorado de la señorita Meche y usted se la quitó, se anda emborrachando de puro despecho. Marcial enrojeció, se le desdibujó el rostro con la ira y los celos que sintió, enseguida se le vinieron mil cosas a la mente, comenzó a imaginar a su mujer haciendo el amor con el peón, o sea que Mercedes está enamorada de este pendejo y lo prefiere a mí pensó para sí, se levantó y sacó el revólver del cinto, se dirigió hasta donde estaba Demetrio que se encontraba con la mirada fija en la mesa, apuntó al muchacho y le gritó: ¡levántate hijueputa!, así que tú pedazo de pendejo, montubio ignorante,  muerto de hambre, le has estado calentando las orejas a miiiii mujerrrr! qué te has creído, compararte conmigo. Mientras decía estas cosas fuera de sí engatillaba el revólver, Demetrio se puso de pie y con su mano derecha empuñó el machete que siempre dejaba sobre la mesa, Anselmo Paucar gritaba, suplicaba: no por favor ingeniero, no haga eso, le decía, mire que está chumado ingeniero, que el muchacho está ahí tranquilo sin molestar a nadie. “La Guayaca” intentó tomarlo del brazo pero Gamboa la tiró al piso de un empujón, ¡aquí te mueres hijo de puta! Gritaba Marcial, los del trío pararon la música en seco y se escondieron detrás de unas mesas. Melina gritaba histérica, “la Guayaca” quiso salir corriendo y tiró los vasos y las botellas que estaban sobre la barra provocando un gran estruendo, eso hizo desviar la mirada de Marcial Gamboa hacia el sitio del ruido y Demetrio aprovechó el momento, para de un golpe fulminante con el machete casi cercenar la mano que sostenía  el revólver y con otro de revés le cortó el cuello. Por un momento hubo silencio, silencio sepulcral, Demetrio, “la Guayaca” y  Anselmo Paucar estaban bañados en sangre, este último fue el primero en hablar ¡mataste al ingeniero montubio bruto!, dijo con una mezcla de miedo y furia ¡te vas a podrir en la cárcel!, “la Guayaca” fue la siguiente en recobrar la cordura y lo único que hizo fue tomar a Demetrio por el brazo y gritarle ¡huye miquito, huye! (…)

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