Patricio Lovato leyendo su análisis. |
Por
Patricio Lovato
El
poeta se hace
Manta es una
ciudad con puerto natural, hecha para un despegue asombroso a partir de la
actividad de la pesca, que multiplica otras a nivel de industrialización y
servicios. Esta síntesis socio-económica de la ciudad, no lo es para la poesía,
para donde se hizo el poeta.
El mar configura
a Manta, de ahí en adelante los habitantes la hacen con muertos, fantasmas y
memoria en un ejercicio cotidiano. Quehaceres en las fábricas, seres en el
cementerio. Ciudad adentro los barrios, las casas, las calles se aglomeran a
las necesidades: los mismos ejercitantes a desiguales, los enemigos de lo
propio, la enajenación y las llagas en paredes, cuerpos y almas. El poeta tiene
su propia conclusión de los suyos: llevamos una “miseria de lujo”, dice.
Los cuchillos
sobran en esas callejas, pero hay uno para rasgar esa realidad y asentar la de
la poesía, que no llega como cree la credulidad, por arte de fondearse en una
botella, o aspirar las disidencias de la ley. Hay encuentros tempranos con
César Vallejo y sus padecimientos, con la fecunda obra de Octavio Paz, Baudelaire
con la visión del mal impregnada en los excesos para su simbolismo, Nicanor
Parra y su antipoesía, los españoles de la generación del 35 con Miguel
Hernández y José María Panero, o la de los 50, especialmente a José Agustín
Goytisolo, A la generación “Beat” y sus texturas de la conciencia. A los de la
década del boom latinoamericano en la consolidación de nuestra literatura, en
especial las desolaciones de Juan Rulfo. Talvez más los fondeaderos en la mente
y el corazón de Dostoievski. En fin, a la estatura respetable de los nuestros:
Hugo Mayo, Jorge Carrera Andrade, César Dávila Andrade, a todos ellos y muchos más, Pedro Gil los leyó, se conmovió, admiró, respetó, reconoció.
Los estudió y lo formaron. Si eso no es estudiar, yo les pregunto, de dónde
vienen los poetas que conocen.
Medardo Mora Solórzano, Blancanita Franco y Pedro Vincent (en la mesa). |
Construcción
de la obra
Ya llegó hecho
cuando apareció por el Taller de Literatura que se dio en Manta, Miguel Donoso,
que era el Coordinador, le dijo “viejo
Pedro” casi de una, debió haber echado una mirada a fondo a esos textos, que
venían impresos en una máquina de escribir con la matriz de los tipos
desgonzada. Pedro Gil, tenía entonces 17 años y ya aparentaba las 17 puñaladas
que moldearon su presencia años después. En esas hojas desalineadas se
revelaban lo que Hernán Rodríguez Castelo llamó “el hallazgo de un poeta”
cuando se convirtieron en el primer poemario “Paren la guerra que yo no juego” hay un audaz ejercicio de burla a la
intelectualidad, la sencillez del decir con ironía, hasta con sarcasmo. La
palabra afilada en el margen atestado de marginales, que evidenció, de hecho, una
hoja de ruta hacia la tragedia personal que atraviesa la crueldad de la vida,
la vida en esos huecos donde se refugian generaciones y de los que hay el
compromiso de extraer arcoíris en imágenes para los lectores, para ellos
construirá poemas sueltos que hacen unidad y consistencia entre lo
autobiográfico, lo sociológico, lo sicológico, en un marco de ciudad universal
donde se han de demarcar las tragedias solidarias del poeta y los suyos. Tan es
así que estas son sus palabras:
“La tímida
mirada de la lluvia, / la tímida mirada del alma / transmutó en una temible
mirada que la llevo dentro / Invisible / invencible”.
Y otras: “el
lenguaje tiene cuchillos y me corta”.
Y otra: “…somos
los llamados a entrar / al reino de los mártires / y los mártires son personas
respetables”.
Escribe para
cifrar con altura y profundidad los inventarios sociales no inventariados,
salvándolos de los inventados en la superficie. Siguen ese trazo humano otros
poemarios como: “Delirium Tremens”, “Con unas arrugas en la sangre”, se mueven con
dos ejes: el primero es como hacer un recorrido con el poeta por sus “zonas” y
ante su auditorio, donde habla mal de lo inauténtico, bien de las prostitutas,
otra vez mal de las buenas costumbres, su descripción personal calza con la que
incluso da de él la policía. El otro eje es volverse él un constructor de
desastres personales, en sus sueños trabaja un noctámbulo que lleva procesiones
al volver solo a su casa, aunque ya no
tenga casa. La sátira burlesca se mantiene como un instrumento de orfebrería
recurrente, recoge los faltantes existenciales de su entorno y los proyecta con
gran fuerza creadora.
“El mundo es hermoso y vil” le escribe
solidario a Edgar Allan Poe.
Mientras su
poesía trasciende él desciende abismos y emerge en títulos como “sano juicio” o
algunos poemarios anteriores “He llevado una vida feliz” y “los poetas duros no
lloran” donde no tuerce su hoja de ruta:
“el infierno es
el mismo / apenas han aumentado kilómetros de máquinas y tecnologías” así le
escribe a Baudelaire.
Uniéndose a la
voz de César Dávila Andrade le cuenta: “el espacio me ha vencido / por favor /
un faquir no necesita eternidad”.
Y a todos como
un coro de promesa extrema: “por eso prometo que malvivientes / drogos, criminales, hembras del ambiente /
traficantes de esperanza / entrarán conmigo al paraíso / a la posteridad /
porque estafan a la hipocresía / solo por eso”.
Eso, un oleaje
impetuoso avanza en el perfil de su poesía, penetrante en mareas que se
descargan sobre realidades inobservadas, despejándolas, despojándolas de sus
interioridades, para una vez reconocidas y aprendidas, hacer un pedido de vida
a su hijo:
“soy libre como tú /con puñales firmé mi
libertad / sé bueno con los buenos / sé mucho más bueno con los malos / pero
aléjate, hijito, aléjate”.
Crónico
Ya este poemario
es un certificado de madurez: es cuando menos el cuadro del náufrago que pasó todos los
horrores y en la isla desierta levantó su morada, cimentándola con los
recuerdos del padre, las paredes con sus referidos: César Vallejo, Octavio Paz,
Jean Genet, Graham Green, Nieto Cadena, Itúrburu, entre otros. Las ventanas
para dejar mirar ancianas, locos, enfermeras y doctores. Eso sí, sin techo,
cuándo se ha sabido que la imaginación y peor si va de la mano del talento,
puedan tener un techo. Desde ahí precisamente se pueden filtrar imágenes
cinematográficas que toman cuerpo poético. Hay que salvar ese cuerpo que se ha
salvado del colapso final de la hoja de ruta, y que se inventó un espacio para
no ser vencido. Todavía quedan rumores del mar:
“oxígeno
venenoso el de las fábricas / mató a mi mar sin juicio ni prisión…la mar: esa
belleza paridora de estremecimientos…permiso señores / la mar ha sufrido un
ataque epiléptico”.
El público siempre atento a los eventos de Mar Abierto. |
También pueden
venir desde fuera: “una guerrera loca de cordura / loca de contento” o salir a
la vida práctica para aleccionar una vez más a su hijo: “practica la vida hijo”,
en un tránsito que hace cine, de película, y con epígrafe mientras dice su
texto el actor Robert De Niro: “No hay cosa más triste que un talento desperdiciado”
y comienzan a correr otras imágenes poéticas, el náufrago arremete contra la
oficialidad de la fama:
“no me han
invitado al Festival de la Lira / pero yo no tengo la culpa / de ser el niño
bonito de la poesía / el mejor y más original poeta / de mi generación”
Es decir
prevalece la mordacidad a pesar de los pinchazos, a pesar de los pesares. Y ya
que llegamos al punto del humor, no le cuesta nada al poeta escribir:
“tanto cuesta
una casa un trabajo / un cuervo: niño que te sacará la lengua / no los ojos”.
Hemos llegado al
final, debemos tener un desenlace acorde con el hilo conductor, mejor dicho con
la hoja de ruta, y otra vez el náufrago nos siembra la esperanza;
“si suicida fue
mi esfuerzo por perderme / suicida es mi esfuerzo por encontrarme”.
Despojado de sus
filosos designios poéticos queda el hombre “tímido universo”. Pedro el viejo
precoz, acurrucado como hombre de bien ante el “ogro del espanto” de la otra
realidad.
Hacer poesía es
un precio que le ha costado sismos personales y permanentes desde que la
ejerce, Pedro Gil, tan auténticamente puede decir como Simón Rodríguez el
maestro de Bolívar dijo: “yo quise hacer de la tierra un paraíso para todos. La
hice un infierno para mí”.
(Texto leído el jueves
13 de diciembre a propósito de la presentación del libro Crónico, en
el auditorio del Vicerrectorado Académico de la Uleam, Manta)
Kenia Gil, en representación de su padre: Pedro Gil. |
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