Por Medardo Mora Solórzano
Dentro de los principios
fundamentales que debe cumplir una Universidad de acuerdo a la Constitución
Política vigente en nuestro país, se encuentra la producción de conocimiento,
aquello le exige priorice toda vinculación a la investigación científica, tecnológica
y en general toda actividad que tenga relación con la cultura, entendida esta
como la que nos permite pensar y emitir opiniones o elaborar conceptos, que nos
acerquen al conocimiento en todas las ramas del saber humano, aquella que nos
hace notar que todo está interrelacionado, que todo interactúa, que el tejido
social es complejo, amplio, heterogéneo, que hay que aprender a descubrirlo y
conocerlo, es la cultura la que en definitiva nos aproxima a reflexionar sobre
causas y efectos de los sucesos que acontecen.
Pero la producción de
conocimiento no puede limitarse a la emisión de opiniones o a la expresión de
ideas que ocasionalmente escuchamos o leemos, para que esas manifestaciones del
saber humano tengan trascendencia y se conviertan en una verdadera contribución
para un proceso de aprendizaje o para comprender a cabalidad el escenario
social en el que transcurre nuestra vida, merecen ser contextualizadas y
perennizadas en forma escrita, cuando escribimos estamos obligados a ser
precisos, a no cometer equívocos, evitar caer en la perniciosa situación de
nuestros tiempos, donde proliferan artículos u opiniones carentes de ningún
mensaje orientador e incluso de un sustento lógico, que se emiten con mucha
superficialidad y son recogidos sobre todo por los medios de comunicación
social sin ningún tipo de análisis previo, es lo que vuelve imperioso y
pertinente el que se editen textos, que en nivel universitario deben tener un
ineludible rigor tanto en su contenido, como en la forma de edición del mismo,
ese hecho nos conduce a la ineludible necesidad de establecer una política
editorial en la Universidad, que revise textos y los publique de acuerdo a
normas y exigencias en las que debe cuidarse forzosamente lo relacionado con
narración o redacción, para que el texto se constituya en una verdadera
posibilidad de transmisión de
conocimientos y no en un aliado de la confusión de nuestro peregrinaje vital.
El Dr. Medardo Mora. |
Si procedemos en la forma
anotada, debemos convenir que, escribir un buen texto o leer un buen libro, se
convierten en una verdadera pasión para quienes al disfrutar de lo uno, o de lo
otro, encuentran una especie de refugio contra los momentos
adversos, un ambiente propicio para que lo caótico se racionalice, un espacio
donde el instante se hace eterno, donde se aquietan las preocupaciones. Si valoramos
esa posibilidad, la lectura de textos escritos por quienes manejan con solvencia
el léxico castellano, nos permite soñar en lo extraordinario y embriagarnos de
felicidad, nos transporta a vivir momentos gratos. Por ejemplo, la lectura de
poemas nos invita a emocionarnos, a reírnos, e incluso a llorar, son justamente
esas emociones las que rompen las barreras de la pasividad, es ahí que
comprendo a Jorge Luis Borges, cito: “de
los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el
libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo. Solo el libro es una
extensión de la imaginación y la memoria”.
En efecto el libro es el medio a
través del cual se revelan los secretos del oficio de contar, se hacen
ficciones, nos alertan contra toda forma de opresión. Aquello explica el temor que siente el
autoritario o déspota a las opiniones adversas que llega a temerlas tanto, que establece
sistemas de censura para reprimirlas y vigilar con escrupulosa suspicacia a
quienes tienen pensamiento libre.
La nobleza del libro es la que
facilita llegar a conocer a los creadores de fábulas, a quienes son capaces de
condimentar la historia con el ingrediente de la creatividad, a quienes nos
hacen percibir que la fantasía es más rica que lo cotidiano, el buen libro nos
hace notar y nos hace tomar conciencia, que no es verdad que entre los
barrotes, que en la sumisión, cuando atamos nuestro pensamiento a lo que nos
conviene, aunque aceptemos la ausencia de libertad, se vive más seguro y mejor,
por todo ello el oficio de escritor termina ennobleciendo el espíritu y eclipsa
fronteras y diferencias que pueden erigirse entre la ignorancia, las
ideologías, las religiones e incluso de las estupideces, que en sabia y certera
opinión de Albert Einstein, es lo que más libremente circula por el mundo.
Es la lectura del libro la que
nos permite instruirnos y estar conscientes de las luchas libradas por la
humanidad para defender la libertad, para estimular la tolerancia, para
aprender a convivir y compartir, para saber de los derechos humanos, del
respeto a la legalidad y al derecho ajeno, es esa lectura la que nos invita a vivir
esa especie de oasis que es la buena literatura. Soñar con la posibilidad de
alcanzar una vida perfecta es factible cuando la literatura la inventa y
podemos merecerla, cuando la escribimos o la leemos, es en esos momentos donde
emerge la posibilidad de convertir a nuestras ilusiones en realidades, a
comprender que con la práctica de principios y obrando sincera y lealmente, es
factible llevar una vida digna y decente, lo demás son burbujas que se
desvanecen con la contundencia de los hechos o cuando el tiempo destapa las
pústulas de las acciones malsanas.
Escribir es una manera de vivir
nos enseñó Flaubert, es la actividad que estimula el trabajo del cerebro, que
alborota la inteligencia, es lo que nos obliga a escudriñar en el uso de
palabras que se nos escurren cuando queremos decir algo, es lo que nos permite
situar personajes, hechos y acontecimientos en su verdadera dimensión
histórica, es lo que alimenta nuestras inquietudes para analizar y reflexionar
sobre el pasado, el presente y el futuro, es lo que contribuye a encontrar
medios para edificar una nueva historia, para evitar confundirnos en el
laberinto en el que transitamos en nuestra vida, para reubicarnos y evitar caer
en los desengaños y reveses que nos inflige la vida, para ello los cuentos, las
fábulas, las leyendas, los mitos, los poemas, se convierten en un baño
refrescante que nos hace advertir que nuestra existencia no se limita a comer,
dormir, trabajar, descansar. El libro nos hace adquirir conciencia plena y
entender bien los placeres de la vida, que lo erótico es saludable, pero que no
podemos reducirnos a vivir disfrutando de la vulgaridad de lo pornográfico.
Es el libro el que nos ha
permitido conocer de la barbarie de la incomunicación de la agresión a la vida
humana que significan las armas de destrucción masiva, es el que nos ayuda a
orientarnos para no seguir viviendo una vida rústica y cerrada a la razón que
imperó en las tribus, es este mundo internacionalizado el que nos hace meditar
sobre la inconveniencia de ser dependientes de aparatos informáticos, que nos
esclavizan e incomunican, rezagando las relaciones interpersonales, el libro es
el que infunde en nuestro espíritu la inconformidad y la rebeldía como los
grandes protagonistas de las hazañas que han contribuido a que vivamos en un
escenario social menos violento, que sigue siendo un objetivo a alcanzar,
admitiendo con Hobbes que el hombre es el lobo del hombre, por eso en nuestra
vida siempre habitará una historia inconclusa que hay que construirla todos los
días.
No nos queda duda, el libro ha
sido y es un compañero que siempre estuvo nutriendo la vida de los seres
humanos, los propios libros son los que nos cuentan sobre sus antecesores orígenes
que se remontan a las primeras manifestaciones pictóricas de nuestros
antepasados, creando de esa manera símbolos cargados de significados mágicos,
que nos mostraban animales, cacerías y otras escenas cotidianas, que
caracterizaron el entorno natural del hombre antiguo, esos son los primeros
documentos impresos de los que se tiene memoria, posteriormente surge la escritura
a mano en grandes pergaminos, que fueron custodiados en algunas bibliotecas
como las de Alejandría o Bizancio, de tal manera que se convertían en una
actividad costosa y distante para quienes querían instruirse, es la imprenta la
que inicia una expansión bibliográfica y con ello la posibilidad de la lectura,
del pensamiento crítico, racional, creativo, facilitando el acceso a la
información, así van surgiendo periódicos, revistas, el internet, entre otros,
sin que todo eso haya quitado la condición de eterno compañero del hombre culto
al libro, cuya perdurabilidad no puede ser minimizada y más bien auspiciada,
como el más completo testimonio del que puede servirse la historia de la
humanidad. Es por ello que los libros en forma de rollos, de papiros o pergaminos,
fueron reemplazados por el codex, un libro conformado de páginas y una espina,
similar a los libros que se empastan o utilizan actualmente, por todo lo
expresado debemos ser exigentes en la edición de opiniones que merezcan ser
contextualizadas y publicadas como libro.
Nuestra Universidad Laica “Eloy
Alfaro” de Manabí, afortunadamente cuenta con su Departamento de Edición y
Publicaciones, dirigido por un acreditado escritor y conocedor de su oficio, el
Lic. Ubaldo Gil Flores, quien ha logrado impulsar un ambicioso proyecto editorial
y publicado algunos libros, que no solo han enriquecido la producción
bibliográfica de la Universidad, sino que sin temor a equívocos, constituye un
trascendente aporte a la producción de conocimientos en nuestro país, y de
manera singular, de incuantificable beneficio a quienes conforman o habitan en
la jurisdicción de nuestras acciones, que es nuestra provincia de Manabí.
Quiero agradecer y felicitar la
Pontificia Universidad Católica del Ecuador por su permanente apoyo a la
política editorial de los centros de educación superior, nos sentimos honrados
de estar en sus claustros y poder ser copartícipes de esta nueva Feria de libros, que en fin de cuentas nos hacen
sentir más académicos, más universitarios. Seguir anhelando una mejor patria,
que una, a través de objetivos nacionales, nuestra rica diversidad
étnico-cultural y geográfica, estos eventos nos estimulan y motivan a seguir
creyendo que más importante es la calidad humana que la calidad de bienes que
pretendamos atesorar, hay que admitirlo como reza el mensaje bíblico, al que
tiene mucho nada le sobra y al que tiene poco nada le falta, solo el
conocimiento nos hace iguales y en eso el libro tiene y tendrá cualquiera sean
las circunstancias, un rol protagónico.
El libro es un compañero que nutre nuestra vida. |
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