Educación Superior
Ubaldo Gil Flores
La escena tenía lugar en la sabatina del
27 de abril cuando se trató el tema del cierre de 44 extensiones de
universidades ecuatorianas, Guillaume Long, Presidente del Consejo de
Evaluación, Acreditación y Asesoramiento de la Calidad de la Educación
Superior (CEAACES), informaba -y puso énfasis y escarnio al dibujar el
escenario- que había unas extensiones con gallineros, mientras que el Presidente
le escuchaba y lo aprobaba en su gestión, siempre con su risa sarcástica que
produce tristeza y dolor, que tiene funcionalidad como parte del discurso del
poder cuando el denostado es un político, los medios de comunicación, es decir
sus enemigos reales o inventados, pero no cuando se trata de las universidades,
no cuando se trata de transformar a instituciones que son atemporales como la
Iglesia o la Academia, ya que estas por la supervivencia de la sociedad en su
conjunto están más allá de cualquier gobierno de turno y pueden y deben
responder a políticas de Estado más que de gobiernos.
Para que haya políticas de Estado tiene que haber un
mínimo de diálogos y de respeto, si las tomas de decisiones son piramidales y
decididas a mostrar (no a demostrar con argumentos sólidos) solo las falencias,
entonces el resentimiento y la revancha, incluso el bloqueo al interior de las
universidades será el pan de cada día. Toda sociedad progresa y se desarrolla
cuando hay armonía y los grupos humanos se suben a los grandes propósitos
nacionales.
Para
obtener las calificaciones y cerrar las 44 extensiones se aplicaron 30
indicadores en tres grupos de análisis: academia, infraestructura y gestión y
política institucional. En el primero se estudiaron ítems como posgrado,
dedicación de tiempo de los profesores, carrera docente y remuneraciones.
En la infraestructura se revisaron: biblioteca, tecnología, accesibilidad, aulas y espacios para los profesores. Y, en la última: transparencia, vinculación con la colectividad, investigación y pertinencia.
Muchos debemos recordar, hace más o menos
treinta años, cuando la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí era una
extensión de la Vicente Rocafuerte, funcionaba en el hoy Colegio Técnico
Manta o en una escuela adláter, donde había gallinas y no faltaba el guardia
con su chancho. No había gran infraestructura ni todas esas sutilezas y
tecnicismos que en el mundo de la academia van asomando para explicar las
cosas, solo había un enorme propósito de hacer universidad. Y ahí tuvimos la
oportunidad que creó Medardo Mora para educarnos y autoeducarnos en una línea
liberal que hoy la entendemos y comprendemos mejor. A diferencia de las
universidades europeas e incluso a diferencia de otras del país, en la nuestra
entramos estudiantes de los estratos populares y gracias a nuestra universidad
estos cuadros hoy dirigen a la ciudad y en muchos casos aportan a la
región y al país.
Pero
no solo eso, también había gallinas,
chanchos y excusados en muchas de nuestras casas, en ese ambiente de
estudio
aprendí a leer un libro cada dos días y muchos desde luego los he venido
a
comprender 20 ó 30 años después, con lo cual quiero decir que el
conocimiento,
así como los valores y las habilidades como parte substancial de todo
interaprendizaje, es una evolución constante, no es cuestión de una
evaluación
taimada, sí taimada, porque los tecnócratas apuntan a evaluar solo lo
que está
mal, lo que ha estado bien o muy bien no entra en los criterios de
evaluación.
No evalúan el trabajo cultural, de teatro, de editorial universitaria,
vinculación con la colectividad, posgrados, reconocidos nacional e
internacionalmente en el caso de nuestra universidad.
Hay que recordarles que los criterios de
evaluación que están utilizando fueron empleados en la “larga noche neoliberal”
para desbaratar al estado y entregárselo a la empresa privada, usar los mismos
métodos y técnicas para propósitos distintos tendrá a mediano y largo plazo
consecuencias impredecibles. Todo buen profesor sabe que una evaluación no
es para “hacer caer” al alumno, es para demostrarle lo que sabe y todavía lo
que puede aprender; todo buen profesor sabe que nadie es tan malo como alumno
como para que le pongamos un cero (0) y eso es lo que sacó el campus de
Pedernales en el indicador de Gestión y Política Institucional, ponerle cero es
reducir a cenizas no solo una gestión en la que también llevan culpa las
máximas autoridades y este gobierno, es ofender a una persona o personas, es
olvidar que hay una realidad social inevitable en su momento. Tanto
así que el campus de Pedernales en relación a los inicios de la universidad de
Manta resulta de lujo y ahora recibe un soberbio cero por su gestión y política
institucional.
A lo que voy es que no hay una evaluación que
considere los contenidos, los valores y las habilidades que se han construido y
que se proyectan, en el cuerpo docente y en la gestión académica, porque en la
academia los procesos demoran años y a veces podemos cortar y destruir
determinados propósitos que todavía no estaban claros para el investigador o el
departamento. Aquí no se trata de que alguien tenga un doctorado Ph, y
pida lo que no ha hecho, es decir, dar clases en colegios y pregrado, haber
realizado trabajo de campo, haber hecho publicaciones de impacto no solo en la
academia, también en la sociedad.
Recién ahora el 29 de abril se acaba de aprobar
la "Nueva fórmula de distribución de recursos públicos a favor de
las instituciones de educación superior del Ecuador" y que, vaya sorpresa,
este año se aplica apenas el 20% y desde el 2016 se implementará el otro 80%.
Los cambios que me interesan son rápidos y los que no, los dejo para después.
Preguntan y ponen énfasis si tenemos doctores Ph,
revistas indexadas, excelente infraestructura, pero no preguntan si el presupuesto
recibido es el mismo en cada universidad. Nuestra universidad o la de Guayaquil
reciben un promedio de 1 dólar por alumno al año, mientras que hay otras
que reciben 10 o más por año. Tampoco estamos negando que mucho de ese reducido
presupuesto se malgastaba en administración y jamás se privilegió en la
mayoría de las universidades la investigación y el trabajo académico, por eso
muchos de sus miembros tenían como único norte captar el decanato o algún
puesto de mando medio para asegurar su futuro y su poder político, de ahí que
más que centros académicos, las nuestras se convirtieron en centros políticos.
Todo el sistema de corrupción, mediocridad, componendas, se fraguaba en
nuestras aulas e iban los dirigentes políticos a mejorar y perpetuar el mismo
sistema en la vida pública. Esto obviamente tiene que cambiar radicalmente,
pero para que funcione un nuevo modelo tiene que haber cambios o diseños de
organización, hay gente que debe ser cambiada o sencillamente despedida en la
parte administrativa que ha impedido y pretende impedir el desarrollo
académico. No se han enterado que hay una verdadera revolución académica, en
marcha desde luego.
El arte y la ciencia de educar consisten en una
larga y sabia paciencia para ir depurando nuestros conocimientos, mejorando
nuestros valores humanos y perfeccionando o adquiriendo nuevas habilidades,
estos procesos personales duran toda la vida, pero para una universidad es
cuestión de 50 a 100 años como mínimo. Edgar Morin, en su clásico 7 saberes necesarios para la educación del
futuro, señala en la parte de ceguera del conocimiento que “todas las
determinaciones sociales-económicas-políticas (poder, jerarquía, división de
clases, especialización y, en nuestros tiempos modernos tecno-burocratización
del trabajo) y todas las determinaciones culturales convergen y se sinergizan
para encarcelar al conocimiento en un multi-determinismo de imperativos,
normas, prohibiciones, rigideces, bloqueos.”
El nuestro es un país donde la educación pública
gratuita en todos sus niveles viene desde los años 70 del siglo pasado y con
este gobierno se llega al extremo de cortar todo cobro, contradictoriamente en
la parte introductoria de la nueva fórmula de distribución de presupuesto que
hemos mencionado, se señala que pese a lo gratuito de la educación, esta no
mejora en relación a los parámetros de la educación de los países vecinos y
mucho más de países como Chile, donde la educación universitaria tiene un
altísimo costo y los profesionales y la marca país son reconocidos en el ámbito
internacional. La hipótesis que hay que verificar en por lo menos diez años, es
si con las maestrías y doctorados Ph así como con mejor infraestructura nuestro
país logra un salto cualitativo en su Educación Superior. Es un horrendo
desafío para un país que lee medio libro por año, de acuerdo a la UNESCO.
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