Mayo /2013
Medardo Mora Solórzano
Leer el libro de Miguel Donoso Pareja “Ecuador: Identidad o Esquizofrenia”, emociona, recrea, nutre de patriotismo, alecciona, es una invitación concebida y narrada para hacernos sentir que el Ecuador sí puede ser un país unitario, si lo aceptamos tal como es, con sus diferencias étnicas, culturales, geográficas, climáticas.
El autor es uno de los ecuatorianos
más lúcidos y un profundo conocedor de la realidad nacional. Nos
advierte con la frontalidad y
sencillez de quien sabe lo que dice
“detectado el mal, asumida su existencia
y sus causas, no luchar contra él es un suicidio”, lo escribe con la
seguridad de un criterio basado en la investigación histórica y el estudio permanente, con la
cabal comprensión de elementos y factores que han confluido y confluyen en la
falta de unidad, “una identidad
nacional esquizofrénica, puede llevar
a un país a su disolución, a
desmoronarse, a caerse en pedazos”.
Este concienzudo análisis fundamenta sus opiniones en hechos históricos y actitudes irrefutables. Recuerda el cruce de expresiones que como dardos se lanzaron dos grandes personajes de la historia nacional, ambos patriotas, pero con ópticas regionales vividas desde diferentes orillas llenas de desafectos. Eugenio Espejo apasionado en ensalzar al quiteño y denostar al guayaquileño Juan Bautista Aguirre con toda su artillería poética, refutando la arremetida de Espejo describe al guayaquileño como seres con “indolencia, crueldad y barbarie en los habitantes montenses de Guayaquil y Babahoyo”, el poeta de Daule, Juan Bautista Aguirre, arremete contra el quiteño y lo define, “va también cual rapaz, vestido de ángel andante, con su cara por delante y máscara por detrás, con tan donoso disfraz, echan unas trazas raras, dándonos señales claras, que en el quiteño vaivén, aún los ángeles también, son figuras de dos caras”.
Estos dos personajes que vivieron en el siglo XVIII, demuestran que percibir la realidad con visiones parcializadas cargadas de animadversión: los guayaquileños y por extensión los costeños, son superficiales, tontos, impulsivos, violentos, sin ideas, inconsistentes, salvajes, crueles, orgullosos; y los quiteños y por extensión los serranos, de dos caras, farsantes, imbéciles, traumados, chismosos y traidores. Estas diferencias son a las que Jorge Enrique Adoum, notable intelectual ambateño residente en Quito, las considera como “señas particulares” del Ecuador.
Otro notable ecuatoriano, Belisario Quevedo, tampoco esquiva escribir sobre las radicales diferencias entre quiteños y guayaquileños, no mezquina el uso de calificativos para fundamentar sus afirmaciones, el propio autor con su texto “ La violencia en el Ecuador” y Jorge Enrique Adoum, con su obra “Ecuador Señas Particulares” no esconden sus criterios para resaltar las formas de ser y pensar de quiteños y guayaquileños, y los calificativos para fundamentar sus afirmaciones, aquello lleva al autor del texto que comento a decirnos sin ambages, que han pasado más de 200 años y seguimos sin superar diferencias que se ahondan en la medida en que no se las reconozcan.
El remezón provocado por el planteamiento de instaurar en el país un régimen de autonomías provinciales (años 1999-2000), que respetando el ordenamiento territorial cambiara radicalmente el modelo de gestión y la estructura política-administrativa del Estado, hizo que al menos se destine a los gobiernos seccionales un porcentaje del 15% del Presupuesto del Estado, se descentralizó administrativamente algo, pero no se desconcentró políticamente nada.
Este concienzudo análisis fundamenta sus opiniones en hechos históricos y actitudes irrefutables. Recuerda el cruce de expresiones que como dardos se lanzaron dos grandes personajes de la historia nacional, ambos patriotas, pero con ópticas regionales vividas desde diferentes orillas llenas de desafectos. Eugenio Espejo apasionado en ensalzar al quiteño y denostar al guayaquileño Juan Bautista Aguirre con toda su artillería poética, refutando la arremetida de Espejo describe al guayaquileño como seres con “indolencia, crueldad y barbarie en los habitantes montenses de Guayaquil y Babahoyo”, el poeta de Daule, Juan Bautista Aguirre, arremete contra el quiteño y lo define, “va también cual rapaz, vestido de ángel andante, con su cara por delante y máscara por detrás, con tan donoso disfraz, echan unas trazas raras, dándonos señales claras, que en el quiteño vaivén, aún los ángeles también, son figuras de dos caras”.
Estos dos personajes que vivieron en el siglo XVIII, demuestran que percibir la realidad con visiones parcializadas cargadas de animadversión: los guayaquileños y por extensión los costeños, son superficiales, tontos, impulsivos, violentos, sin ideas, inconsistentes, salvajes, crueles, orgullosos; y los quiteños y por extensión los serranos, de dos caras, farsantes, imbéciles, traumados, chismosos y traidores. Estas diferencias son a las que Jorge Enrique Adoum, notable intelectual ambateño residente en Quito, las considera como “señas particulares” del Ecuador.
Otro notable ecuatoriano, Belisario Quevedo, tampoco esquiva escribir sobre las radicales diferencias entre quiteños y guayaquileños, no mezquina el uso de calificativos para fundamentar sus afirmaciones, el propio autor con su texto “ La violencia en el Ecuador” y Jorge Enrique Adoum, con su obra “Ecuador Señas Particulares” no esconden sus criterios para resaltar las formas de ser y pensar de quiteños y guayaquileños, y los calificativos para fundamentar sus afirmaciones, aquello lleva al autor del texto que comento a decirnos sin ambages, que han pasado más de 200 años y seguimos sin superar diferencias que se ahondan en la medida en que no se las reconozcan.
El remezón provocado por el planteamiento de instaurar en el país un régimen de autonomías provinciales (años 1999-2000), que respetando el ordenamiento territorial cambiara radicalmente el modelo de gestión y la estructura política-administrativa del Estado, hizo que al menos se destine a los gobiernos seccionales un porcentaje del 15% del Presupuesto del Estado, se descentralizó administrativamente algo, pero no se desconcentró políticamente nada.
Para sustentar el vasto análisis que hace
Miguel Donoso Pareja sobre una
inocultable realidad nacional,
incorpora el pensamiento de ilustres
ecuatorianos de todas las épocas, para ir al encuentro de una identidad nacional que nos haga sentir que somos un país
con diversidades pero único. Recoge en su relato el criterio de
ecuatorianos que han honrado al país,
Leopoldo Benítes Vinueza, acude también el autor al testimonio de ese
otro ecuatoriano inmenso que fue Benjamín Carrión, gran
promotor del quehacer cultural que
soñaba con un Ecuador ubicado en un
primer plano en el apoyo y difusión de
la cultura, no deja de citar
escritores de la talla de Jorge Icaza,
de Angel F. Rojas, José de la
Cuadra, Luis A. Martínez, Jorge Carrera Andrade entre
otros, incluso de los actuales valores
del intelecto nacional, por eso cita a Fernando Tinajero, cuyo
pensamiento tiene la solidez de criterios filosóficos, por supuesto no deja de referirse constantemente al provocador
libro de Jorge Enrique Adoum
“Ecuador señas particulares”, que inquieta a
Donoso Pareja a contarnos con la solidez de su versado y amplio conocimiento de la esquizofrenia en
la que se encuentra extraviada la posibilidad de ir al encuentro de una
identidad nacional .
El afán de Miguel Donoso Pareja es construir un alma nacional, una identidad que nos convoque como país, que nos haga sentir que tenemos forma de ser y pensar homogéneas. Inversamente los pasacalles, “el chulla quiteño” y “guayaquileño” son expresiones con visiones y sentimientos distintos y distantes, el guayaquileño se autoproclama valiente, guerrero, inigualable en esa faceta, el “chulla” quiteño se cree dueño del patrimonio nacional y también del Quito Colonial, vive la vida encantado, eso explica que el conjunto de los ecuatorianos (as) prefiere escuchar música de otras latitudes.
No se omite en el completo análisis que efectúa el autor, la existencia de un montubio con identidad propia, por ello recurriendo a José de la Cuadra y al manabita Humberto Robles, resalta que en la Costa existe una etnia mestiza campesina, laboriosa, rebelde, el montubio, de quien José de la Cuadra dice “es gente en quien confiar”, y considera a Guayaquil la capital montubia. El último censo revela sus rasgos de tipicidad, los montubios por propia voluntad se declaran que se sienten y son eso, superan en porcentaje de población a la india en el país, es decir el montubio no escondió su condición de campesino orgulloso de su vida y de sus ancestros, agregó algo, el montubio es 100% de la Costa ecuatoriana, el indio habita a lo largo y ancho de países andinos y en territorios de México y Centro América.
Merece destacarse en todo lo que se ha dicho sobre el país a lo largo de su historia, que lo recoge el autor, lo expresado por Juan Maiguashca: que en el Ecuador entre 1830 y 1925 existieron dos visiones que compitieron por transformarse en mitos unificadores de la sociedad ecuatoriana: una católica, defendida por Quito y Cuenca, la otra laica, postulada con igual ardor por Guayaquil.
La falta de identidad que se pone en evidencia en el libro nos hace notar el autor, que no tenemos ni siquiera un “trago” nacional, como lo tiene Cuba con el “mojito”, Chile y Perú con el “pisco souer”, Puerto Rico con la “piña colada”, Brasil con la “caipiriña”, México con “la margarita”, en cambio en Ecuador el aguardiente y hasta la cerveza se los procesa de desiguales maneras en Costa y Sierra, su sabor no es exactamente el mismo.
Tan frágil ha sido y es la identidad del Ecuador como país, que
políticamente se utilizaron las antiguas disputas territoriales con el Perú, para motivar en la ciudadanía un elemento de unión, aquella estrategia la utilizó el ex -Presidente Velasco Ibarra en los años 60, cuando denunció la nulidad del Protocolo del Río de Janeiro, luego los conatos de guerra en los gobiernos de Jaime Roldós y Sixto Durán, hicieron vibrar un sentimiento patrio, después apenas nos hemos sentido unidos y orgullosos con los triunfos de la selección nacional de fútbol, con los éxitos alcanzados por deportistas como Alberto Spencer, los tenistas de élite como Pancho Segura o Andrés Gómez, de Jefferson Pérez campeón olímpico y mundial en marcha atlética, los triunfos de Jorge Delgado en natación como campeón panamericano, la epopeya de “los 4 mosqueteros” en Lima logrando un campeonato sudamericano de natación, de Jacinta Sandiford campeona panamericana de salto alto en Buenos Aires, son logros y/o episodios que posibilitaron unirnos como ecuatorianos y sepultar, aunque sea con emociones circunstanciales, nuestras diferencias regionales y a corear a gritos el nombre de Ecuador, que parecería haberse encontrado represado.
Después de fundamentar sus puntos de vista de lo que ha sido y es la vida del Ecuador, aquel que Jorge Enrique Adoum lo definió como un país irreal, limitado por sí mismo, dividido en dos por una línea imaginaria, de reconocer el valioso aporte hecho por el padre Juan de Velasco para dotarnos de un origen e historia común, es necesario concluir rescatando el mensaje que Miguel Donoso Pareja nos entrega: buscar imperiosamente una identidad nacional que solo será posible si nos reconocemos como un país diverso, conscientes que en esa diversidad no está su debilidad, sino su real fortaleza, por eso coincide con Benítes Vinueza en la necesidad de complementarnos y no de dividirnos, ese país diverso no debe abogar por ser plurinacional, lo que procede es que se defina como pluricultural, con la existencia de etnias que forman parte de una riqueza cultural que tiene mucho que mostrar a nacionales y extranjeros, por ello también remarca el autor que no se puede seguir insistiendo en un bicentralismo o en un tricentralismo, existe un quiteño-centralismo, que emerge de la condición de capital de la República que tiene Quito, ahí reside el centro del poder político, es la sede del gobierno, ahí radica y se regula la administración pública, allá se administran los recursos públicos que a partir de la bonanza petrolera disminuyó la preponderancia que tuvo en épocas pasadas la agro exportación de la Costa.
Más de doscientos años después dos ecuatorianos del más elevado nivel
intelectual, Miguel Donoso Pareja y Jorge Enrique Adoum, sostienen la
polémica que tuvieron esos dos extraordinarios personajes de la historia patria, Eugenio Espejo y Juan Bautista Aguirre, lo cual sin duda contribuye a alimentar en el espíritu ciudadano de ecuatorianos y ecuatorianas que la autocrítica y crítica nos hacen bien, es el punto de partida para el logro de cualquier objetivo.
El afán de Miguel Donoso Pareja es construir un alma nacional, una identidad que nos convoque como país, que nos haga sentir que tenemos forma de ser y pensar homogéneas. Inversamente los pasacalles, “el chulla quiteño” y “guayaquileño” son expresiones con visiones y sentimientos distintos y distantes, el guayaquileño se autoproclama valiente, guerrero, inigualable en esa faceta, el “chulla” quiteño se cree dueño del patrimonio nacional y también del Quito Colonial, vive la vida encantado, eso explica que el conjunto de los ecuatorianos (as) prefiere escuchar música de otras latitudes.
No se omite en el completo análisis que efectúa el autor, la existencia de un montubio con identidad propia, por ello recurriendo a José de la Cuadra y al manabita Humberto Robles, resalta que en la Costa existe una etnia mestiza campesina, laboriosa, rebelde, el montubio, de quien José de la Cuadra dice “es gente en quien confiar”, y considera a Guayaquil la capital montubia. El último censo revela sus rasgos de tipicidad, los montubios por propia voluntad se declaran que se sienten y son eso, superan en porcentaje de población a la india en el país, es decir el montubio no escondió su condición de campesino orgulloso de su vida y de sus ancestros, agregó algo, el montubio es 100% de la Costa ecuatoriana, el indio habita a lo largo y ancho de países andinos y en territorios de México y Centro América.
Merece destacarse en todo lo que se ha dicho sobre el país a lo largo de su historia, que lo recoge el autor, lo expresado por Juan Maiguashca: que en el Ecuador entre 1830 y 1925 existieron dos visiones que compitieron por transformarse en mitos unificadores de la sociedad ecuatoriana: una católica, defendida por Quito y Cuenca, la otra laica, postulada con igual ardor por Guayaquil.
La falta de identidad que se pone en evidencia en el libro nos hace notar el autor, que no tenemos ni siquiera un “trago” nacional, como lo tiene Cuba con el “mojito”, Chile y Perú con el “pisco souer”, Puerto Rico con la “piña colada”, Brasil con la “caipiriña”, México con “la margarita”, en cambio en Ecuador el aguardiente y hasta la cerveza se los procesa de desiguales maneras en Costa y Sierra, su sabor no es exactamente el mismo.
Tan frágil ha sido y es la identidad del Ecuador como país, que
políticamente se utilizaron las antiguas disputas territoriales con el Perú, para motivar en la ciudadanía un elemento de unión, aquella estrategia la utilizó el ex -Presidente Velasco Ibarra en los años 60, cuando denunció la nulidad del Protocolo del Río de Janeiro, luego los conatos de guerra en los gobiernos de Jaime Roldós y Sixto Durán, hicieron vibrar un sentimiento patrio, después apenas nos hemos sentido unidos y orgullosos con los triunfos de la selección nacional de fútbol, con los éxitos alcanzados por deportistas como Alberto Spencer, los tenistas de élite como Pancho Segura o Andrés Gómez, de Jefferson Pérez campeón olímpico y mundial en marcha atlética, los triunfos de Jorge Delgado en natación como campeón panamericano, la epopeya de “los 4 mosqueteros” en Lima logrando un campeonato sudamericano de natación, de Jacinta Sandiford campeona panamericana de salto alto en Buenos Aires, son logros y/o episodios que posibilitaron unirnos como ecuatorianos y sepultar, aunque sea con emociones circunstanciales, nuestras diferencias regionales y a corear a gritos el nombre de Ecuador, que parecería haberse encontrado represado.
Después de fundamentar sus puntos de vista de lo que ha sido y es la vida del Ecuador, aquel que Jorge Enrique Adoum lo definió como un país irreal, limitado por sí mismo, dividido en dos por una línea imaginaria, de reconocer el valioso aporte hecho por el padre Juan de Velasco para dotarnos de un origen e historia común, es necesario concluir rescatando el mensaje que Miguel Donoso Pareja nos entrega: buscar imperiosamente una identidad nacional que solo será posible si nos reconocemos como un país diverso, conscientes que en esa diversidad no está su debilidad, sino su real fortaleza, por eso coincide con Benítes Vinueza en la necesidad de complementarnos y no de dividirnos, ese país diverso no debe abogar por ser plurinacional, lo que procede es que se defina como pluricultural, con la existencia de etnias que forman parte de una riqueza cultural que tiene mucho que mostrar a nacionales y extranjeros, por ello también remarca el autor que no se puede seguir insistiendo en un bicentralismo o en un tricentralismo, existe un quiteño-centralismo, que emerge de la condición de capital de la República que tiene Quito, ahí reside el centro del poder político, es la sede del gobierno, ahí radica y se regula la administración pública, allá se administran los recursos públicos que a partir de la bonanza petrolera disminuyó la preponderancia que tuvo en épocas pasadas la agro exportación de la Costa.
Más de doscientos años después dos ecuatorianos del más elevado nivel
intelectual, Miguel Donoso Pareja y Jorge Enrique Adoum, sostienen la
polémica que tuvieron esos dos extraordinarios personajes de la historia patria, Eugenio Espejo y Juan Bautista Aguirre, lo cual sin duda contribuye a alimentar en el espíritu ciudadano de ecuatorianos y ecuatorianas que la autocrítica y crítica nos hacen bien, es el punto de partida para el logro de cualquier objetivo.
RECONOCIMIENTO. La gráfica muestra el momento cuando Miguel Donoso Pareja recibió del Dr. Medardo Mora el doctorado Honoris Causa, evento realizado en la Uleam el pasado 13 de noviembre. |
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