martes, 17 de julio de 2012

La ciudad de los excesos de Alexis Cuzme


Por Siomara España

Para abordar la obra de Alexis Cuzme TRILOGÍA DE LA CARNE, es necesaria la referencia de dos obras ya conocidas “El club de los  premuertos” y  “Bloody City”, a estos dos poemarios se le suma HEDOR, conformando una triada con la que Cuzme ha decidido lanzarse nuevamente al ruedo de la poesía y presentarnos una obra con la voz a la que ya nos tiene acostumbrados, la irreverencia, tránsito y visión de las calles diagramadas de sangre o de salitre, travesía  y caos urbanos que se intuyen y alinean desde la voz del poeta.
Entre los distintos tratados de la primera parte a la que intitula HEDOR, Cuzme va desestructurando su decir desde esa especie de antebrazos que configuran una triada dentro de otra triada, a las que denomina: SOPOR, ASFIXIA y DESPOJOS, estableciendo así, todo un ritual intuido desde la portada de esta TRILOGÍA DE LA CARNE. 
 
Todo este cosmos poético,  es el resultado de un mismo tema, La Ciudad de los Excesos, La Ciudad Sintética, La Ciudad Hipócrita por donde afianza sus pasos y que va  desestructurando, descomponiendo, desdibujando, destruyendo y evidenciando verso a verso.



Cuzme nos recrea un mundo desde el caos de ésta trilogía, y nos transporta con sus líneas  hacia las mismísimas vertientes de la carne que palpita se expende y subyuga entre la nauseas y el  placer,  donde el cuerpo es el eje suscitador  de los arrojos: “aquí es el edén de la decrepitud material, nada es total”. 

Una alta dosis de sensualidad también nos presenta desde su visión de Homus Eroticus,  la seducción de lo prohibido en la que cae como ente citadino, pero siempre en medio del vilipendio, de la arremetida punzante del caos urbano donde se toma lo ofrecido sin recelos.

Así desde la voz poética recrea el encuentro con su par: “el hedor me penetró su glande soporífico, atracó mi piel, descuajó la belleza que soñé y ya no hubo retorno a la pulcritud” una alta dosis de erotismo sopesan estos versos que continúan diciendo: “crece la extensión, se alarga, profundiza y el humo desde el montículo engaña la putrefacción” seducción y desprecio entre el enjambre de la carne  donde: “se compite diariamente en la hoguera de la botella, el diario o el cartón”. 

Cuzme abandona en “Hedor”, aquello de comprender al ser humano de sus anteriores libros, ahora prefiere embarcarse en una trilogía que va desde la rutina de la ciudad plástica y metálica  con sus  marañas cotidianas,  hasta la alta noche que corrompe en sus excesos, hasta la sangre que atrae a la bestia noctambula y poética, que se arrastra por la escritura donde minuciosamente describe la realidad.

 
Lenguaje trabajado desde y para la poesía, con la inagotable violencia del verbo y la madurez del poeta para decirlo sin industriosos artilugios, más bien, Alexis Cuzme se inclina por exorcizar desde su ser,  con el verbo del desprecio, el mundano sopor de vivir,  pensar y escribir de manera directa y sin procesados crucigramas, porque no hay ingenios cuando se pasó sin remilgos ante: “los tachones adornados de sus registros”, y ahora  logra articular su palabra desde ese yo poético, gravitante y concomitante en cada línea. 



El discurso directo de Blody City, en “Hedor” se torna maleado entre el “Yo” interno y la visión del espejo y su reflejo: “fíjate en mi desolación desmaquillada, paisaje pútrido y calcinado, para el adorno subterráneo. Mírame las huellas abandonadas de líneas para reconocerme. Así vuelvo, así resolví quedarme”.

Las sentencias metafísicas surgen desde la experiencia personal y Alexis Cuzme se cuestiona constantemente sobre la opción de silenciarse ora de la poesía, ora de la vida: ¿Cuánto silencio puede abastecerme? dice, para llegar luego hasta  la reflexión donde  continúa: “la realidad es el ultimátum que espera al final de la tarde”.

Las imágenes recurrentes del mundo Dark no se alejan de la poética de Cuzme, así “El Club de los premuertos” toma su estandarte y camina por esta trilogía de extraños transeúntes, zombis que engullen el despojos de la carne, donde el panteón de las apostasías no solo es el cuerpo yermo del que liban su sangre, sino el espíritu profanado del poeta. Más allá de la carne se intuye la voz del espectro  que se arrastra en medio de la vorágine de alucinaciones: “el cuerpo es el sarcófago oscuro de alfileres  con sangre seca,  ya no hay sangre de donde beber”, no hay vaso que pueda verterse porque el poeta se abandonó ante la fiesta de la carne y profanó su espíritu ante el murmullo: “y se volvió  gusano. Dentro de las cavidades  supuramos más silencio, sangramos más silencio  y nos alimentamos con trozo de hedor … y nació la ira”.



Desde la ira también se construye la poesía,  y Cuzme no abandona su raíz primigenia, de la del “Club de los Premuertos”, la del poeta en medio del metal y el errante espectro vagando entre las sombras,  como tenebrosa criatura busca y encentra el fruto esperado, se adentra en las calles donde: “la noche engulle voces, monigotes de carne, payasos...carcajadas”.

Al leer  “Trilogía de la Carne”  nos encontramos con zonas absolutamente inesperados que pueden o no funcionar dentro del contexto total de la obra, pero que bien podrían ser reeditados para formar por si solos una nueva poética,  apartada incluso de la identitaria  voz de Cuzme, me refiero a estos breves tratados poéticos de ASFIXIA divididos en diez poemas, sin más título que el número que lo identifica. Aquí desde esa subjetivad recuerdo los códices del renacimiento, a Dante con sus significantes numéricos, donde la trilogía da cabida a lo sagrado y la decena a la perfección. Consciente o inconscientemente estos significantes están en esta TRILOGÍA DE LA CARNE,  y en ASFIXIA donde  cada uno de estos diez pequeños “tratados poéticos” nos ofrecen una esperanza después del momento de turbación,  ante el caos de los supermercados como símbolos de expendio de la carne, de las mujercitas sintéticas, de las: “hormigas despiadadas y decapitadoras”.  Ahora,  en un tono melancólico abandona el puñal de los otros versos y discurre casi entre visiones en  una posible vida más allá del lapidario espíritu del poeta.

Un andamiaje tejido entre estos diez poemas lúcidos y evocadores, pero siempre entre  una especie de soledad profana el poeta dice: “estoy en blanco profundo y extensivo, no hay nada al fondo… una oscuridad burlona me espera”.



La asfixia es el “asfalto hipócrita” tras la mancha humana, tras la sangre derramada entre las calles, una ciudad proscrita,  una ciudad de muertos y muertes que desatan un mar de incertidumbres,  “escucho Criminal la muerte desde dos parlantes es más hermosa que correr la cortina y ver a mi vecino agujereado en la cabeza” desde esta ciudad que bien puede ser su ciudad natal, Alexis Cuzme ve pasar la vida desde el otro lado, el lado de la poesía que también salva, y se conjuga la sentencia a manera de premonición porque se intuye el futuro de una condenada urbe donde habitan: “cadáveres danzantes y dispuestos a hablar”.

La voz está cansada de las bagatelas,  por eso se vuelve  sentencia de vida, así ante la mosca de la ciudad relegada dice: “jamás podría continuar ahí, aquí frente a ti, zumbido fúnebre, minúscula muerte estremecedora”.

Celebro la voz antecesora y nueva de Alexis Cuzme, pues la osadía de escribir desde la negación lírica, no está entre los cánones locales de la poesía,  y siempre nos quedará entre los labios, el sabor de la audacia de lanzarse a este mundo de la antipoesía  de Nicanor Parra o de Zurita, de la que se bebe a lo largo de todo este continente poético de nuestra América, Alexis Cuzme también es la continuidad  de dos grandes y transgresores poetas manabitas Hugo Mayo y Pedro Gil. En nuestro país de poetas, de muchos o demasiados  poetas,  la insolencia desde la extrema visión del caos urbano y su desangre, es ligeramente abordado por escritores capitalinos, pero el verdadero puñal, ese que destila sangre viva después de la estocada, solo lo tiene el poeta de esta trilogía.  

Texto leído el viernes 13 de julio en la presentación del libro Trilogía de la carne, realizado en la Urna Norte del Palacio de Cristal, en el marco de la 7ma Feria Internacional del libro, Expolibro 2012, en la ciudad de Guayaquil.

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