Por Siomara España
Para abordar la
obra de Alexis Cuzme TRILOGÍA DE LA CARNE, es necesaria la referencia de dos
obras ya conocidas “El club de los
premuertos” y “Bloody City”, a
estos dos poemarios se le suma HEDOR, conformando una triada con la que Cuzme
ha decidido lanzarse nuevamente al ruedo de la poesía y presentarnos una obra
con la voz a la que ya nos tiene acostumbrados, la irreverencia, tránsito y
visión de las calles diagramadas de sangre o de salitre, travesía y caos urbanos que se intuyen y alinean desde
la voz del poeta.
Entre los
distintos tratados de la primera parte a la que intitula HEDOR, Cuzme va
desestructurando su decir desde esa especie de antebrazos que configuran una
triada dentro de otra triada, a las que denomina: SOPOR, ASFIXIA y DESPOJOS, estableciendo
así, todo un ritual intuido desde la portada de esta TRILOGÍA DE LA CARNE.
Todo este cosmos
poético, es el resultado de un mismo tema,
La Ciudad de los Excesos, La Ciudad Sintética, La Ciudad Hipócrita por donde
afianza sus pasos y que va desestructurando,
descomponiendo, desdibujando, destruyendo y evidenciando verso a verso.
Cuzme nos recrea
un mundo desde el caos de ésta trilogía, y nos transporta con sus líneas hacia las mismísimas vertientes de la carne
que palpita se expende y subyuga entre la nauseas y el placer, donde el cuerpo es el eje suscitador de los arrojos: “aquí es el edén de la decrepitud material, nada es total”.
Una alta dosis
de sensualidad también nos presenta desde su visión de Homus Eroticus, la seducción de lo prohibido en la que cae
como ente citadino, pero siempre en medio del vilipendio, de la arremetida
punzante del caos urbano donde se toma lo ofrecido sin recelos.
Así desde la voz
poética recrea el encuentro con su par: “el hedor me penetró su glande
soporífico, atracó mi piel, descuajó la belleza que soñé y ya no hubo retorno a
la pulcritud” una alta dosis de erotismo sopesan estos versos que continúan
diciendo: “crece la extensión, se
alarga, profundiza y el humo desde el montículo engaña la putrefacción” seducción
y desprecio entre el enjambre de la carne
donde: “se compite diariamente en la hoguera de la botella, el diario o el
cartón”.
Cuzme abandona en
“Hedor”, aquello de comprender al ser humano de sus anteriores libros, ahora
prefiere embarcarse en una trilogía que va desde la rutina de la ciudad plástica
y metálica con sus marañas cotidianas, hasta la alta noche que corrompe en sus
excesos, hasta la sangre que atrae a la bestia noctambula y poética, que se
arrastra por la escritura donde minuciosamente describe la realidad.
Lenguaje trabajado
desde y para la poesía, con la inagotable violencia del verbo y la madurez del
poeta para decirlo sin industriosos artilugios, más bien, Alexis Cuzme se
inclina por exorcizar desde su ser, con
el verbo del desprecio, el mundano sopor de vivir, pensar y escribir de manera directa y sin
procesados crucigramas, porque no hay ingenios cuando se pasó sin remilgos ante:
“los
tachones adornados de sus registros”, y ahora logra articular su palabra desde ese yo poético,
gravitante y concomitante en cada línea.
El discurso directo de Blody City, en
“Hedor” se torna maleado entre el “Yo” interno y la visión del espejo y su
reflejo: “fíjate en mi desolación
desmaquillada, paisaje pútrido y calcinado, para el adorno subterráneo. Mírame
las huellas abandonadas de líneas para reconocerme. Así vuelvo, así resolví
quedarme”.
Las sentencias metafísicas surgen desde
la experiencia personal y Alexis Cuzme se cuestiona constantemente sobre la
opción de silenciarse ora de la poesía, ora de la vida: ¿Cuánto silencio puede abastecerme? dice, para llegar luego
hasta la reflexión donde continúa: “la realidad es el ultimátum que espera al final de la tarde”.
Las imágenes recurrentes del mundo Dark
no se alejan de la poética de Cuzme, así “El Club de los premuertos” toma su
estandarte y camina por esta trilogía de extraños transeúntes, zombis que engullen
el despojos de la carne, donde el panteón de las apostasías no solo es el
cuerpo yermo del que liban su sangre, sino el espíritu profanado del poeta. Más
allá de la carne se intuye la voz del espectro que se arrastra en medio de la vorágine de
alucinaciones: “el cuerpo es el sarcófago oscuro de alfileres con sangre seca, ya no hay sangre de donde beber”, no
hay vaso que pueda verterse porque el poeta se abandonó ante la fiesta de la
carne y profanó su espíritu ante el
murmullo: “y se volvió gusano. Dentro de las cavidades supuramos más silencio, sangramos más
silencio y nos alimentamos con trozo de
hedor … y nació la ira”.
Desde la ira también se construye la
poesía, y Cuzme no abandona su raíz
primigenia, de la del “Club de los Premuertos”, la del poeta en medio del metal
y el errante espectro vagando entre las sombras, como tenebrosa criatura busca y encentra el
fruto esperado, se adentra en las calles donde: “la noche engulle voces, monigotes
de carne, payasos...carcajadas”.
Al leer
“Trilogía de la Carne” nos
encontramos con zonas absolutamente inesperados que pueden o no funcionar
dentro del contexto total de la obra, pero que bien podrían ser reeditados para
formar por si solos una nueva poética, apartada incluso de la identitaria voz de Cuzme, me refiero a estos breves
tratados poéticos de ASFIXIA divididos en diez poemas, sin más título que el
número que lo identifica. Aquí desde esa subjetivad recuerdo los códices del
renacimiento, a Dante con sus significantes numéricos, donde la trilogía da
cabida a lo sagrado y la decena a la perfección. Consciente o inconscientemente
estos significantes están en esta TRILOGÍA
DE LA CARNE, y en ASFIXIA donde cada uno de estos diez pequeños “tratados poéticos”
nos ofrecen una esperanza después del momento de turbación, ante el caos de los supermercados como
símbolos de expendio de la carne, de las mujercitas sintéticas, de las: “hormigas despiadadas y decapitadoras”. Ahora, en un tono melancólico abandona el puñal de
los otros versos y discurre casi entre visiones en una posible vida más allá del lapidario
espíritu del poeta.
Un andamiaje tejido entre estos diez
poemas lúcidos y evocadores, pero siempre entre
una especie de soledad profana el poeta dice: “estoy en blanco profundo y extensivo, no hay nada al fondo… una
oscuridad burlona me espera”.
La asfixia es el “asfalto hipócrita” tras la mancha humana, tras la sangre derramada
entre las calles, una ciudad proscrita,
una ciudad de muertos y muertes que desatan un mar de incertidumbres, “escucho Criminal la muerte desde dos
parlantes es más hermosa que correr la cortina y ver a mi vecino agujereado en
la cabeza” desde esta ciudad que bien puede ser su ciudad natal, Alexis
Cuzme ve pasar la vida desde el otro lado, el lado de la poesía que también
salva, y se conjuga la sentencia a manera de premonición porque se intuye el
futuro de una condenada urbe donde habitan: “cadáveres danzantes y dispuestos a hablar”.
La voz está cansada de las bagatelas, por eso se vuelve sentencia de vida, así ante la mosca de la
ciudad relegada dice: “jamás podría continuar ahí, aquí frente a
ti, zumbido fúnebre, minúscula muerte estremecedora”.
Celebro la voz antecesora y nueva de
Alexis Cuzme, pues la osadía de escribir desde la negación lírica, no está
entre los cánones locales de la poesía,
y siempre nos quedará entre los labios, el sabor de la audacia de lanzarse
a este mundo de la antipoesía de Nicanor
Parra o de Zurita, de la que se bebe a lo largo de todo este continente poético
de nuestra América, Alexis Cuzme también es la continuidad de dos grandes y transgresores poetas
manabitas Hugo Mayo y Pedro Gil. En nuestro país de poetas, de muchos o
demasiados poetas, la insolencia desde la extrema visión del
caos urbano y su desangre, es ligeramente abordado por escritores capitalinos,
pero el verdadero puñal, ese que destila sangre viva después de la estocada, solo
lo tiene el poeta de esta trilogía.
Texto leído el viernes 13 de julio en
la presentación del libro Trilogía de la carne, realizado en la Urna Norte del Palacio de Cristal, en el marco
de la 7ma Feria Internacional del libro, Expolibro 2012, en la ciudad de
Guayaquil.
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