jueves, 12 de enero de 2012

UNA SORDERA CRÓNICA

Ilustración: José Márquez.


Por tres noches consecutivas don Grismaldo no había podido conciliar el sueño a plenitud como consecuencia de un fuerte dolor de oído. La molestia se había ubicado en el lado derecho y sentía únicamente un zumbido largo y permanente, perdiendo parcialmente sus facultades auditivas. La gravedad del caso, obligó a don Grismaldo a concurrir a su médico personal. Esta alteración lo había venido acompañando aproximadamente unos seis meses; don Grismaldo había adquirido el hábito de hurgarse los oídos con cualquier elemento que tuviese al alcance de la mano. Generalmente se introducía la llave del auto y de esta forma obtenía alivio temporal; en otras ocasiones, recurría a su esferográfico y se extraía cera, y de un tiempo atrás, en la zona del pabellón constantemente le aparecían granos que una vez maduros, los extirpaba con métodos que estaban totalmente divorciados de la asepsia.

Este mal que se había hecho crónico, incidió de tal forma que don Grismaldo había notado cierta pérdida del equilibrio sin saber científicamente la razón del mismo. Su dolencia se debía a una faringitis crónica que por los conductos de la trompa de Eustaquio repercutía en el nervio vestibular, el que regulaba el equilibrio en las personas.
Logró llegar hasta la clínica y en el portal de la misma se encontraba su médico impecablemente vestido de blanco y con rebosante salud. Su mirada estaba totalmente perdida mirando al mar, posiblemente recordando sus faenas marinas cuando cuarenta años atrás llegaba hasta la boya en su bote, en pesca deportiva, frente a su casa en el barrio Córdova. El éxtasis de sus recuerdos fue interrumpido por don Grismaldo, al verlo a simple vista, adivinó varias noches de insomnio.
-Doctor tengo un fuerte dolor de oído – dijo don Grismaldo.

Sin pronunciar palabra, el médico en fracciones de segundos lo quedó mirando y con un movimiento de su cabeza exteriorizó mecánicamente su asentimiento, dio media vuelta y llegó hasta su consultorio.

Se sentó en el sillón, extendió el brazo y haló la gaveta del escritorio de donde extrajo el equipo de diagnóstico. Paralelamente, don Grismaldo ya se había sentado en el banco que estaba dispuesto frente al escritorio, y alcanzó a mirar fugazmente tanto al médico como a su equipo que portaba.

El doctor, tomó suavemente la cabeza de don Grismaldo y la hizo inclinar, abrió la entrepierna y ligeramente se agachó, introdujo el otoscopio en el conducto auditivo externo y observó la zona de la dolencia y en el lapso de unos cinco segundos, logró ver a plenitud la membrana timpánica inflamada. No había tapón de cerumen, ni existía otorrea. La presencia de pus era negativa; por lo tanto, se descartaba la ruptura de la membrana. Maquinalmente volvió al sillón del escritorio y en el intervalo, apagó el explorador. Tomó con sus manos el recetario, cuando fue interrumpido por do Grismaldo.
-Doctor, cuál es mi problema? Será que me he procurado una infección, pues tengo la costumbre de hurgarme en los oídos con la llave del auto-, dijo don Grismaldo, con cierta angustia que no podía disimular.

Ya escribiendo la medicación y sin interrumpir la tarea, dijo: -posiblemente-, a secas.
El mutismo del galeno acrecentó la inquietud de don Grismaldo y mientras tanto el médico, en la otra cara del recetario, se propuso escribir la manera y forma de usar las gotas recetadas.
-Doctor, no será que en forma constante de un tiempo acá me están saliendo granos en el oído y procedo a extirparlos. ¿Será esto, el motivo de la dolencia?, preguntó el paciente.

-A lo mejor-, dijo el doctor, sin levantar la cabeza, ya que aún no terminaba el diagnóstico.
Superado esto, tomó con la mano derecha la prescripción médica, se paró, lo mismo hizo don Grismaldo, maquinalmente tanto el profesional como el paciente extendieron sus brazos, el uno para entregar la receta; y, el otro, para recibirla; y, el médico por fin articuló palabra:
-No se descarta también, que el mal de oídos se deba por las “güevadas” que usted oye en el puerto…


Este texto es parte del libro de relatos que Mar Abierto planea publicar en el 2012. El doctor Julio Cevallos Murillo fue rector del colegio 5 de Junio, también Ministro Juez.



No hay comentarios: