Por
Rommel Aquieta
La poesía es una llave
para el ser humano, una oportunidad de cruzar las barreras del tiempo y el espacio resquebrajándolo a
partir de la memoria. Con ella la
composición de la eternidad del tiempo se comprime en un verso, se dilata a
través de las palabras permitiendo al escritor entrar en el campo del dinamismo
auténtico de la vida. Una vida que no que se queda quieta jamás, que entra en
escena de forma inquietante todo el
tiempo, una vida que desborda historias, recuerdos, fragmentos, y vivencias
guardadas en la composición profunda de un mundo interior.
Así los conflictos
humanos enmarcados en la cotidianidad no hacen más que inscribirse en un estado
de crisis desde la puntada inicial de la escritura para el joven poeta, es a
partir de este túnel que el escritor
Freddy Ayala Plazarte, penetra en un mundo de recuerdos con finales inciertos, proyectándose desde su poemario en la historia
transcurrida, en ese tiempo eterno y lúcido que permanece enclaustrado en la
nomenclatura de su interioridad tan humana.
Un tránsito individual
que se proyecta a la eternidad, una especie de tarea comprometida, que se toma
la atribución de revelar lo que somos, como nos reconocemos y como asumimos
nuestro viaje por la memoria. La imaginación desbordada por las páginas de la
composición poética que va construyendo un camino de reencuentros, camino donde
el lector se halla como protagonista principal identificando su propia historia
a partir de la majestuosa revelación de las imágenes cíclicas que impone la
vida en su transitar de múltiples significaciones.
Lenguaje propio, nacido
de la tierra, del pensamiento que se hizo pensamiento en el silencio que fue ruido,
en el instante que por mucho tiempo permaneció como olvido y que solo la
memoria de las letras pudo plasmar como puertas en la existencia. Un fuego que
desde la ceremonia de la infancia, esparció sus cenizas entre la armonía del ser
y la inquietud del alma.
Rommel Aquieta, Freddy Ayala, Ubaldo Gil y Paúl Puma. |
Ayala Plazarte asombra
en su lenguaje con su consistencia y su profundidad, donde vincula la
experimentación de las imágenes proyectadas con significación penetrante. La
forzosa realidad de la mente que va dibujando al individuo en el cristal y lo
lanza a escenario desnudo en sus recuerdos. Nada de simulacros, sino un mundo
propio que se grita desde la noche y el fuego permitiendo delinear en firmes y bien tratadas palabras, el valor de
las simples cosas que el óxido de los años no pudo corroer.
Tomando las palabras
del maestro Borges, Ayala Plazarte es el joven escritor que se lanza al vacío
con el ambicioso gesto de un hombre que ante la generosidad vernal de los
astros, demandase una estrella más y, oscuro entre la noche clara, exigiese que
las constelaciones desbarataran su incorruptible destino y renovaran su valor
en signos no mirados de la contemplación antigua de caminantes y perpetuos
seres.
La imagen en este
escritor es hechicería, Ayala Plazarte transforma el fuego y la hoguera en
tempestad, trastoca la rayuela en una burbuja, en un cuadro de sentidos
múltiples que el lector configura desde su propio mundo afectivo. El joven poeta
se permite entregar así un trabajo que carcome la subjetividad humana
desde el pensamiento, arrebatándole a las palabras su misterio y su enigma.
Nomenclatura del
Internado permite un ascenso más humano a la configuración del pasado, al
problema de la existencia, al repensarnos quienes fuimos y quienes regresamos a
ser. Es el túnel donde hallamos dentro de nuestro recuerdo el sabor del olvido,
una invitación para repensarnos como seres humanos llenos y cargados de hechos
y recuerdos.
Y es que Ayala Plazarte
desde su historia humana fragmentada en
tres momentos dentro de su libro, brinda al lector un soplo poético con impulso
de gigante, soplo que se vuelve la columna vertebral de su búsqueda propia, descrita
a lo largo y ancho de sus versos.
Los lectores nos
enfrentamos entonces en este poemario a aquellos pedazos de vida muchas veces congelados en el
molde del miedo y el olvido, una existencia que se configura como testimonio
perenne a partir de hechos irrepetibles que escapan del silencio y se vuelven
versos directos con brillante uso lírico de la palabra.
Ayala Plazarte uno de
los poetas más brillantes de su generación abre el viaje desde su poesía, para desmontar la quietud del tiempo, los
recuerdos en sus líneas reviven a partir de una fuerza expresiva única que
detiene al lector en el espacio del interés cautivante, una poética de
evocación eterna por cuyos caminos de rieles se dibujan aberturas de zapatos,
corazones invertidos y mariposas desfigurando amores en las ventanas.
Y es que es esta
Nomenclatura del Internado, una
ceremonia completa llena de partituras melódicas que no se hallan en sí mismas
rígidas por el inmovible silencio, Freddy Ayala es el poeta joven, el individuo sensible y el ser
humano, plasmando imágenes sueltas en las rieles de su infancia, discurriendo
con afecto por los kilómetros de aquel
largo viaje al pasado, a través de la escritura donde se encarga de romper con los cánones convencionales de la
poesía, transgrediendo las lógicas de los secretos poéticos, ofreciendo de ese
modo a sus lectores un encuentro cercano
con la sensibilidad espectral y profunda de la vida desde los exilios del
lenguaje.
Texto leído en la presentación del libro Nomenclatura
del internado, desarrollado el jueves 14 de noviembre del 2013 en la Facultad
de Artes de la Universidad Central en Quito.
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