Por Paúl Puma
Todo lo que se
diga acerca de la literatura es inútil. Todo lo que se dice sobre la poesía es
inútil. Inútiles las horas en las que Beckett, Samuel Beckett, escribía las
coordenadas que le dictaba James Joyce desde el corredor o el vestíbulo de su
casa acerca de uno de los primeros poemas del dramaturgo del Teatro del Absurdo:
Whoroscope, Quién-hoscopo, Horóscopo de
Quién (1930). Inútil, por ejemplo, desde otra latitud y desde otro tiempo,
la recomendaciones de Pablo Neruda acerca de la poesía de Jorgenrique Adoum,
cuando el poeta ambateño fungía de amanuense del poeta chileno que lo auspiciaría
como a uno de los poetas altos de Hispanoamérica.
Acerca de la
inutilidad de la palabra, y tal como afirma Wittgenstein: “los
límites del mundo son los límites del lenguaje”:
el
mundo ya solamente puede ser evocado a partir de la reelaboración del material
que él mismo ofrece. El arte deja, por tanto, de ser mimético para ser
evocativo, ¿por qué, entonces, ver en la evocación un concreto referente? ¿la
individualización de un referente no es el resultado de una confianza en la
capacidad designativa del lenguaje? [1]
En otras palabras la lumière sur la lumière. O la luz sobre la luz.
En ese pre-texto, llámese con-texto,
Freddy Ayala Plazarte elige los instrumentos del lenguaje que le servirán para
el retorno a la memoria de su infancia. El autor fragua un material
irreversible, legítimo, visible desde la mirada del niño, mejor dicho, desde el
adulto que ve a su niño, como una réplica o eco que, desde el principio de la
acometida poética (surrealista dirán
algunos), subasta el precio de su propio pasado en la artesanía del vacío y el
pedaleo de la recordación. La poesía sucede cuando el que se recuerda a sí
mismo, y se sabe perdido ante la magnificencia de la palabra, se agita entre
manotazos del opúsculo y cansado, desentraña su humanidad en el “receptáculo de
sus zapatos”, por ejemplo.
Freddy, la voz poética o el gerundio
persistente, accede a su propio laberinto de puertas. Espejos que sólo son
accesibles para el escritor. Puertas, espejos: Jean Genet diría rostros de un
solo rostro buscándose a sí mismo en la piel del susurro lírico. Entonces, el
autor establece una lucha poética con el lenguaje. Otra vez volvemos al
enfrentamiento de lo dicho sobre lo dicho, de la inutilidad de lo inútil sobre
lo útil: redundancia. Sin embargo hay un saldo positivo en las manos del
lector/escritor. Podrá deleitarse con aciertos como esa “cósmica sombra del
hueso”, o ese “silencio de su paleolítico estado”, o esa “mantis [que] usurpa
la fragilidad de un pétalo”, o esa “mariposa que desfigura el amor en la
ventana”, o ese remordido “idioma de las gotas”, o esa “teatralidad de una
pisada” o aquellos “caballos de pólvora (que) patinan en (los) óvalos de un
telescopio”.
En esos continentes ebrios de literalidad reposan nomenclaturas, caligrafías desmesuradas, astros que desfallecen en el fulgor del “tercer punto suspensivo”. Este texto/ceremonia es una biografía de los pájaros y el silencio. Es una voz en el agua. Un tragaluz que inunda una sonrisa párvula.
En esos continentes ebrios de literalidad reposan nomenclaturas, caligrafías desmesuradas, astros que desfallecen en el fulgor del “tercer punto suspensivo”. Este texto/ceremonia es una biografía de los pájaros y el silencio. Es una voz en el agua. Un tragaluz que inunda una sonrisa párvula.
Quien se acerca al texto también podrá presentir esos caminos difíciles
(incluso para el propio autor) donde es posible establecer una relación
sentido-experiencia, o viceversa, hacia regiones inmarcesibles, arbitrarias,
crípticas, que Freddy revela con ayuda de la palabra trastrocada: el trébol, el
polvo, el pensamiento y la nebulosidad; “el sincretismo del atardecer cuando
una sandalia se desprende de los pies” (un close
up inaudito que detiene el universo), el “hombre [que] presiona sus dedos
para grabar una reverencia en el dije [mientras] sus párpados niegan el fuego”,
la hierba, el manuscrito, el religioso entre sigses, el palimpsesto rectilíneo,
el peso, la “miniatura de los ojos”, el tiempo, la memoria suspendida en el
diálogo con el participante del texto.
Tristan Tzara diría: la palabra “dadá”, la imposible caligrafía transfigurada
en el callado grito. Dadaísmo regodeándose con su surrealismo, inevitablemente,
en el poemario largo y tripartito.
Nomenclatura del Internado y los varios rostros de uno. Laberinto en el que las
partes líricas adquieren, algunas veces, una profundidad insondable, desafiante
hasta para su propio autor. Más allá de las palabras están los orígenes acérrimos
o las consecuencias libérrimas y el propio rostro límpido de una literatura sencilla,
pero auténtica. Sencilla, digo, porque no pretende la búsqueda de la sofisticación
escandalosa –bueno fuese experimentalismo genuino– en una parafernalia abusiva
y extrema del lenguaje bajo esa superficial mirada neobarroca –que ya mismo
deja de estar de moda en algunos escribas principiantes– y que presenta una
poesía devastada desde sus primeros pasos. El autor sólo quiere decir y sólo a
veces roza el caligrama de Guillaume Apollinaire porque le sirve para ampliar
su conciencia sobre sí mismo.
La palabra ausencia es clave, aquí, para adentrarse en los terrenos de
este poemario. El retorno a la memoria es complejo, las manos buscan, se
extravían ansiosamente y encuentran el vacío. La construcción del vacío,
después de todo, es un ejercicio saludable de interpretación del pasado desde
un presente que lo modifica.
Dos colibríes beben del enrarecido néctar de las orejas de un niño sin
rostro. Hay una llave al fondo de la pared de la faz desvencijada. ¿Esa llave
en el anaquel del fondo abrirá las puertas de la memoria del olvido? El escritor/ lector perpetra lo perpetrado.
Se sienta a roer lo ya roído. ¿Adivina o no? La
lumière sur la lumière.
El poemario alcanza una sima y nos refresca de tanta literatura mal-vertida –mal
parida iba a decir–, per-vertida, “di-vertida” del país. El viaje de este poemario
es refrescante para Freddy. ¿Lo será para nosotros? ¿Cuántas memorias habitan en
su olvido? ¿Cuántos olvidos habitan en su memoria? Este poemario es un ágape de
la recordación. Me congratulo con el recuerdo patentizado en sus páginas. Felicito
a Freddy, a la palabra de su palabra, y me acerco, desde lejos, pero con agrado,
a las hojas del árbol del recuerdo que en él vive.
Salud.
Texto leído por Paúl Puma en la presentación del libro Nomenclatura del internado, desarrollado el jueves 14 de noviembre del 2013 en la Facultad de Artes de la Universidad Central en Quito.
[1] Anna María Iglesia, “Samuel
Beckett, La inaprehensibilidad de un sentido no trascendente”, Art, literatura, pensament, Barcelona, Universitat Pompeu Fabra, Forma: revista d'estudis
comparatius. 2011, p. 80.
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