lunes, 18 de noviembre de 2013

Nomenclatura del Internado de Freddy Ayala Plazarte


Por Paúl Puma
Todo lo que se diga acerca de la literatura es inútil. Todo lo que se dice sobre la poesía es inútil. Inútiles las horas en las que Beckett, Samuel Beckett, escribía las coordenadas que le dictaba James Joyce desde el corredor o el vestíbulo de su casa acerca de uno de los primeros poemas del dramaturgo del Teatro del Absurdo: Whoroscope, Quién-hoscopo, Horóscopo de Quién (1930). Inútil, por ejemplo, desde otra latitud y desde otro tiempo, la recomendaciones de Pablo Neruda acerca de la poesía de Jorgenrique Adoum, cuando el poeta ambateño fungía de amanuense del poeta chileno que lo auspiciaría como a uno de los poetas altos de Hispanoamérica.

Acerca de la inutilidad de la palabra, y tal como afirma Wittgenstein: “los límites del mundo son los límites del lenguaje”:



el mundo ya solamente puede ser evocado a partir de la reelaboración del material que él mismo ofrece. El arte deja, por tanto, de ser mimético para ser evocativo, ¿por qué, entonces, ver en la evocación un concreto referente? ¿la individualización de un referente no es el resultado de una confianza en la capacidad designativa del lenguaje? [1]



            En otras palabras  la lumière sur la lumière. O la luz sobre la luz.

            En ese pre-texto, llámese con-texto, Freddy Ayala Plazarte elige los instrumentos del lenguaje que le servirán para el retorno a la memoria de su infancia. El autor fragua un material irreversible, legítimo, visible desde la mirada del niño, mejor dicho, desde el adulto que ve a su niño, como una réplica o eco que, desde el principio de la acometida poética (surrealista dirán algunos), subasta el precio de su propio pasado en la artesanía del vacío y el pedaleo de la recordación. La poesía sucede cuando el que se recuerda a sí mismo, y se sabe perdido ante la magnificencia de la palabra, se agita entre manotazos del opúsculo y cansado, desentraña su humanidad en el “receptáculo de sus zapatos”, por ejemplo.

             Freddy, la voz poética o el gerundio persistente, accede a su propio laberinto de puertas. Espejos que sólo son accesibles para el escritor. Puertas, espejos: Jean Genet diría rostros de un solo rostro buscándose a sí mismo en la piel del susurro lírico. Entonces, el autor establece una lucha poética con el lenguaje. Otra vez volvemos al enfrentamiento de lo dicho sobre lo dicho, de la inutilidad de lo inútil sobre lo útil: redundancia. Sin embargo hay un saldo positivo en las manos del lector/escritor. Podrá deleitarse con aciertos como esa “cósmica sombra del hueso”, o ese “silencio de su paleolítico estado”, o esa “mantis [que] usurpa la fragilidad de un pétalo”, o esa “mariposa que desfigura el amor en la ventana”, o ese remordido “idioma de las gotas”, o esa “teatralidad de una pisada” o aquellos “caballos de pólvora (que) patinan en (los) óvalos de un telescopio”. 
 En esos continentes ebrios de literalidad reposan nomenclaturas, caligrafías  desmesuradas, astros que desfallecen en el fulgor del “tercer punto suspensivo”. Este texto/ceremonia es una biografía de los pájaros y el silencio. Es una voz en el agua. Un tragaluz que inunda una sonrisa párvula.

Quien se acerca al texto también podrá presentir esos caminos difíciles (incluso para el propio autor) donde es posible establecer una relación sentido-experiencia, o viceversa, hacia regiones inmarcesibles, arbitrarias, crípticas, que Freddy revela con ayuda de la palabra trastrocada: el trébol, el polvo, el pensamiento y la nebulosidad; “el sincretismo del atardecer cuando una sandalia se desprende de los pies” (un close up inaudito que detiene el universo), el “hombre [que] presiona sus dedos para grabar una reverencia en el dije [mientras] sus párpados niegan el fuego”, la hierba, el manuscrito, el religioso entre sigses, el palimpsesto rectilíneo, el peso, la “miniatura de los ojos”, el tiempo, la memoria suspendida en el diálogo con el participante del texto.  

Tristan Tzara diría: la palabra “dadá”, la imposible caligrafía transfigurada en el callado grito. Dadaísmo regodeándose con su surrealismo, inevitablemente, en el poemario largo y tripartito.

Nomenclatura del Internado y los varios rostros de uno. Laberinto en el que las partes líricas adquieren, algunas veces, una profundidad insondable, desafiante hasta para su propio autor. Más allá de las palabras están los orígenes acérrimos o las consecuencias libérrimas y el propio rostro límpido de una literatura sencilla, pero auténtica. Sencilla, digo, porque no pretende la búsqueda de la sofisticación escandalosa –bueno fuese experimentalismo genuino– en una parafernalia abusiva y extrema del lenguaje bajo esa superficial mirada neobarroca –que ya mismo deja de estar de moda en algunos escribas principiantes– y que presenta una poesía devastada desde sus primeros pasos. El autor sólo quiere decir y sólo a veces roza el caligrama de Guillaume Apollinaire porque le sirve para ampliar su conciencia sobre sí mismo.   

La palabra ausencia es clave, aquí, para adentrarse en los terrenos de este poemario. El retorno a la memoria es complejo, las manos buscan, se extravían ansiosamente y encuentran el vacío. La construcción del vacío, después de todo, es un ejercicio saludable de interpretación del pasado desde un presente que lo modifica.

Dos colibríes beben del enrarecido néctar de las orejas de un niño sin rostro. Hay una llave al fondo de la pared de la faz desvencijada. ¿Esa llave en el anaquel del fondo abrirá las puertas de la memoria del olvido?  El escritor/ lector perpetra lo perpetrado. Se sienta a roer lo ya roído. ¿Adivina o no? La lumière sur la lumière. El poemario alcanza una sima y nos refresca de tanta literatura mal-vertida –mal parida iba a decir–, per-vertida, “di-vertida” del país. El viaje de este poemario es refrescante para Freddy. ¿Lo será para nosotros? ¿Cuántas memorias habitan en su olvido? ¿Cuántos olvidos habitan en su memoria? Este poemario es un ágape de la recordación. Me congratulo con el recuerdo patentizado en sus páginas. Felicito a Freddy, a la palabra de su palabra, y me acerco, desde lejos, pero con agrado, a las hojas del árbol del recuerdo que en él vive.

Salud.


Texto leído por Paúl Puma en la presentación del libro Nomenclatura del internado, desarrollado el jueves 14 de noviembre del 2013 en la Facultad de Artes de la Universidad Central en Quito.


[1] Anna María Iglesia, “Samuel Beckett, La inaprehensibilidad de un sentido no trascendente”, Art, literatura, pensament, Barcelona, Universitat Pompeu Fabra, Forma: revista d'estudis comparatius. 2011, p. 80.

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