En el plan de publicaciones de Mar Abierto se cuentan dos obras literarias que abordan la vida del Viejo Luchador. Se trata de Códice del General, Eloy Alfaro & Leonidas Plaza, Pasión & Traición, de Gino Martini Robles. La primera narra la infancia, juventud y luchas hasta 1895, la segunda cuenta, a partir del citado año, a don Eloy en los avatares del poder y da detalles de la sagacidad de Plaza.
Compartimos un fragmento de Eloy Alfaro & Leonidas Plaza, Pasión & Traición.
Eloy Alfaro sentía como un reto permanente la presencia de Plaza. El joven general era de mirada fría, insolente y cargado de aplomo, libre de reservas y de vacilaciones. Aguza los sentidos sobre todas las cosas a su alrededor, tal como son y llamándolas ineludiblemente por su indiscutible nombre.
-Leonidas Plaza era de buen tipo, alto, robusto, con sonrisa de sinvergüenza. Generalmente vestía de negro. Su habitual aspecto de elegante solemnidad no cuadraba con su carácter jocoso, que ahora y en este lugar tenía especial enjundia. Nadaba como agua mala entre mis partidarios. Tenía movimientos felinos, rápidos y silenciosos y ojos penetrantes de fiera que todo lo ve. Yo no necesitaba manifestar mis deseos y él ya los había adivinado. Su devoción al lujo no es más que un pequeño motor auxiliar en la vida de alguien apasionado por la riqueza. En definitiva un aventurero subyugado por el deseo de ser alguien.-
El General en esa época, todavía no conocía muy bien a Plaza, le conoció mucho más tarde: –Placita tenía una inteligencia y una superioridad sobre los otros: olfato para conocer a la gente-. Recuerda Eloy Alfaro, para quien al margen de toda su aptitud, Plaza también era el individuo del cambio de época, de la generación "entontecida por dinero" como señalaban en aquellos tiempos. Que este era el fruto de la revolución, un ciudadano libre, un hombre nuevo, pensaba Alfaro cuando se quedaba solo, después de cada conversación con su subalterno: -¿Tal vez las revoluciones engendran monstruos?-. Él sacaba en limpio, en aquel momento, espantado: -Sí, se forjan en la nobleza y en la integridad moral, pero fecundan monstruos.- Se respondía Alfaro para sí mismo con frecuencia.
Un decenio pasaran enfrentados sobre el escenario político del Ecuador mejor dicho, entre bastidores las figuras de Alfaro y Plaza, liadas por el destino, a pesar de una incuestionable resistencia mutua. Alfaro no quiere a Plaza, ni Plaza a Alfaro. Colmados de antipatía recóndita, se utilizan el uno al otro, únicamente, por el impulso de atracción de polos opuestos. Plaza conoce perfectamente la potencia, la fuerza magnífica de Eloy Alfaro. Sabe que en el escenario nacional no aparecerá una naturaleza superior a él en decenios, que no tendrá un amo tan merecido de que se le sirva. Alfaro, en cambio, por nadie se siente interpretado con tan expedita urgencia como por la mirada sobria, clara, brillante y espía de Placita. Esta aptitud, la de Plaza, potencialmente disponible para lo mejor y para lo peor, a quien sólo una cosa falta para ser el perfecto servidor y su consagración definitiva: la lealtad.
El viejo luchador está ahí con la cabeza inclinada y una contemplación lejana que atraviesa su vida de lado a lado. Está cansado y denota con la incoherencia de sus pensamientos y de sus mensajes una momentánea ofuscación: -Todos nosotros vivimos continuamente mirando hacia un mañana, en el que descansa nuestra esperanza-. Medita el General Eloy Alfaro: -Pero !quién sabe lo que puede ocurrir mañana! Y los mañanas transitan. El mañana se convierte en ayer y el pasado mañana en hoy-. Un día más ha pasado desde aquella primera entrevista en el salón amarillo, entre Eloy Alfaro y Leonidas Plaza, donde los dos se engañan, los dos se miran las caras. De nuevo habrá de resolverse quién mantendrá finalmente la primacía: si el más fuerte o el más hábil, el varón de sangre cálida o el varón de sangre fría.
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