martes, 15 de marzo de 2011

Proxeneta de plástico


“La Guarra” fue la mejor inversión de mi vida. A diferencia de las otras, ella no pedía comer o que la sacara a bailar. Sus orificios siempre estaban listos, sin importar el tamaño de mi erección ni el perpetuo aliento a licor barato que siempre me acompaña.
Cuando se bordea la treintena, ya te han expulsado de dos facultades y no tienes ninguna experiencia laboral digna de ser mencionada, conseguir trabajo es complicado. Mis únicos bienes materiales son una biblioteca de medio pelo y “La Guarra”. Pocos son los lectores, pero muchos los masturbadores, así que decidí alquilar a mi querida “Guarra”, primero a los conocidos y luego a quien quisiera.
Deben saber algo sobre “La Guarra”: por los tres orificios es fácil de calibrar de acuerdo a la extensión y temperatura deseadas, sus pechos hinchados son perfectos para pegarse un pajazo chino, su colección de pelucas y accesorios le da versatilidad. Ante todas estas virtudes y por el módico precio de cinco dólares el palo, no fue difícil conseguir una clientela fiel.
Seguí la metodología clásica del proxeneta, concertando las citas, llevándola a su destino, condón obligatorio, y que después del tiempo acordado, me la entregaran limpiecita, sin el menor rastro de semen.
Mientras “La Guarra” ganaba dinero para mí, yo pensaba en lo bajo que había caído, siempre con miedo a que alguno de los clientes se alocase y con un cuchillo de cocina abriera nuevos huecos en su cuerpo comercializado, convirtiéndola en un adefesio inútil.
Y la tragedia llegó, de una forma estúpida e inesperada, pero llegó. Un cliente nuevo me la alquiló por tres horas. El estúpido sujeto, en lugar de limpiar sus innobles secreciones con un trapito y desinfectante –tal como yo exigía a todos-, metió a “La Guarra” en su máquina lavadora y destrozó el bello cuerpo de mi adorada muñeca inflable.
Pensé en adquirir nuevo personal de plástico para seguir con el negocio, pero ya no venden el modelo de “La Guarra” y las otras muñecas inflables disponibles en el mercado son demasiado costosas, así que tendré que conformarme con comprar esas bombas de succión como linternas que tienen orificios de caucho intercambiables en forma de vaginas humanas.

Comentario a la obra de Escobar:
Fernando Escobar es un escritor radical, sin censura de por medio que retenga la naturalidad y excesos que proyectan sus historias, donde lo marginal y extremo se conjugan enloquecidamente; donde lo “anormal” es lo normal dentro de un contexto abarrotado de personajes desencantados por la vida y su maquillaje, porque lo de ellos (esos seres del underground) es ver, consumir y alucinar la realidad desde su desparpajo cotidiano.
Historias que podrían llevar el ridículo título de “enfermas” no lo son, porque Escobar retrata, con originalidad y furia, un panorama agresivo donde la belleza, el amor, y la felicidad se encuentran en un pase, un palo, una ebriedad inacabable, una dependencia estentórea, todo dentro de una tóxica combinación donde el sexo y las relaciones sociales son apenas excusas para que la voz narrativa -alter ego maquinalmente exagerado- subsista ante sí misma.
Esta muestra de uno de sus relatos reivindica (antes de que críticos y escritores pacatos la sepulten) el trabajo de Escobar, un autor que ha sabido conjugar perfectamente su vida destructiva a favor de la literatura. Y lo mejor de todo es que no ha recurrido a poses para que su obra destaque. (Alexis Cuzme)
(Fragmento de texto que formará parte de la revista libro Cyberalfaro # 21, a publicarse en las próximas semanas)

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