jueves, 3 de marzo de 2011

Nadie merece amar si no conoce antes el infierno

Yuli Marcillo, poeta a quien la crítica literaria le augura un futuro promisorio (foto Diana Zavala)

Por: Fernando Nieto Cadena


¡Por fin! La poesía escrita por mujeres en Ecuador mantuvo ¿mantiene? una inexplicable condición subalterna pese a que más de una poeta alcanzó registros, con resonancias fuera del patio nativo, que testimoniaban su insatisfacción con la mirada entre complaciente y perdonavidas de sus colegas hombres quienes, quiérase o no reconocer, confirmábamos lo que alguna vez John Lennon cantó, woman is the nigger of the world. En los años que he vivido y vivo lejos del país, puedo percibir entre otros muchos más, un cambio en el poetizar femenino con una voz que irrumpe desenfadada para documentar su desagrado e inconformidad ante el triste papel que la sociedad le había impuesto. Antes era una excepción esa voz, ahora es condición sine qua non para asumirse como mujer y como poeta.
Sin embargo. Tal vez mi lejanía me descarrile por mi desconocimiento, in situ, del desarrollo de la lírica en Ecuador, sobre todo de las poetas. Lo que de ellas conozco es poco, no más allá de veinte libros publicados en estos treinta años, la mayoría de poetas surgidas en los ochenta y noventa. La mayoría con una voz permeada por la inconformidad y el escrupuloso cuidado en el manejo del lenguaje, con una que otra altisonancia que escandalizaría a nuestras bisabuelas pero sin exagerar porque, ya se sabe, el abuso puede ser nocivo para la salud, sobre todo de la imagen que la feminidad debe ofrecer, mediante el lenguaje, para consumo de propias y extraños.
Lo anterior no es justificación sino simple explicación de que lo que voy a decir a pretexto de No debería haber mujeres buenas de Yuliana Marcillo, a quien por un golpe de suerte he conocido internéticamente en este comienzo de año. Decía que lo que voy a decir sobre su poemario a lo mejor no responde a la realidad de la situación de la poesía escrita por mujeres y que lo que para mí es una excepción tal vez es parte de una corriente que predomina en el quehacer actual de la lírica femenina ecuatoriana. Por el momento no encuentro otro apellido, por aquello de femenina, para endosar a la poesía escrita por mujeres pero provisionalmente va. Sigue la cantaleta.
Si se me pidiera que resuma lo que significó la lectura de los textos de Yuliana no tengo ningún empacho en saquear la caverna de los lugares comunes para decir que fue como recibir la turbonada fresca de un aire renovador que me desinstalaba de mi cómodo balanceo en la hamaca de los recuerdos para prevenirme que lo que estaba leyendo y me faltaba por leer, era distinto y diferente a lo que había leído. Lo más cercano que me llegó como rumor o eco, por aquello de las malditas asociaciones de ideas que uno tiene y establece para posar de ‘sabidor’ de lo que escribe, fue la lectura de unos poemas que Siomara España me hizo llegar por el mismo naufragio de la internet casi a fines del año pasado. Aclaro para evitar futuras posibles tendenciosas confusiones. No digo que haya semejanzas, a lo mejor hay puentes comunicantes por los que cada una transita con su propio respirar. Quiero decir y digo que lo de Siomara se me vino a la cabeza porque encontré una actitud coincidente en mirar el mundo desde las atalayas del pesimismo que, todos sabemos, es la visión más realista que podemos alcanzar en estos tiempos tan soberanamente desquiciados por los sofismas de las verdades absolutas. Y hasta ahí el asidero de las asociaciones.
Los textos de Yuliana rondan los laberintos esquineros que la gente de bien (bien portada, bien amable, bien educada) evita charlar en público y hasta en privado porque se relacionan con su más íntima intimidad, aquella donde ni siquiera esta gente se atreve a asumirse y sumirse por el ‘horror pecaminoso’ que puede mancillar sus castos virginales ojos y oídos. Ojos y oídos cerrados a la tolerancia, algo así como a las evidencias terrenas que casi nunca son los edenes prometidos; al contrario, si uno cree al viejo santón Sartre, el infierno son los otros, como quien dice, el infierno somos nosotros mismos.
En este infierno se levanta esta voz que a lo largo de estos poemas espeta su desilusión, su enfado con la vida, su desengaño ante lo que posiblemente fue un sueño que se convirtió en pesadilla al descubrirse mujer en una de las tantas so(u)ciedades como las nuestras, marcadas por la hipocresía y la represión, y lo más triste, la autocensura. Algún rastreador de obviedades podrá aducir cierta cercanía con los autores de lo que dio en llamarse ‘realismo sucio’. No sé si Yuliana los haya leído (a Bukowski, por ejemplo) o no, eso no importa. De lo que ella trata es de mostrarse, a veces con estridencia, mediante un discurso que va de la apostasía de los buenos modales a la provocación. No se detiene -espero no lo haga nunca- a esperar respuestas plausibles porque, quizá, presume que no habrá más reacción que la condena escandalizada de quienes siguen suspirando por los paquidermos rosas del buen decir y los temas edificantes para poner en alto el nombre de la patria.
Pienso que escogió, en buena hora, el peor de los caminos, ese que no lleva a la salvación ni a la santidad que alfombra la sumisión a canones de supuestas tradiciones y convenciones que la pereza mental de los zombis establecen para repartirse migajas de inmortalidad. Como toda obra primeriza hay trastabilleos que ya cada lector podrá, querrá encontrar. Es lo de menos si de lo que se trata es tropezar con textos cuya vitalidad sea un rescate de nuestra mala memoria puritana. Yuliana Marcillo se inicia con todos los demonios y demonias a cuestas para reinventar su palabra como sólo una poeta puede hacerlo, con descarnada sencillez vociferante de vida. Y esto ya es mucho caché. Digo.

(Este texto es el prólogo que aparece en el poemario, de próxima publicación, No debería haber mujeres buenas, de Yuliana Marcillo)
Villahermosa, Tabasco, México, enero 2011.

No hay comentarios: