lunes, 7 de noviembre de 2011

La motivación de Un abrazo al pasado

En Un abrazo al pasado la autora comparte (desde la portada) imágenes de su álbum familiar.


Por: Blanca Gilabert.


Es muy probable que a quienes me conocen les sorprenda que haya escrito un libro… ¡A mi familia también le sorprendió, creo que hasta yo estoy entre los sorprendidos…!, ¡no es una de mis aficiones y nunca antes lo había hecho!... ¿Qué me llevó a hacerlo?, nada menos que una pregunta sin respuesta.

Un día se me ocurrió preguntar a varias personas, incluyendo a algunos miembros de la familia ¿saben algo sobre Saloya? Para mi sorpresa, nadie sabía nada sobre Saloya. Desde ese momento empezó mi preocupación.

Antes de esta inocente pregunta no me había detenido a pensar si mis hijos, mis sobrinos, mis nietos… los mas pequeños de la familia, habían recibido suficiente información sobre sus raíces; si realmente sabían quienes somos, de donde venimos, qué huellas hemos dejado o estamos dejando sus padres, sus abuelos, sus bisabuelos. Me sentí culpable de que no tuvieran respuesta para mi pregunta cuando en Saloya, en esa parte de este país, algunas familias – incluyendo la mía- iniciaron una nueva vida cuando los resultados de una guerra civil les negaron vivirla en su propio país: ESPAÑA…

Me sentí culpable de no haber abrazado al pasado mucho antes, aduciendo, entre otras cosas, falta de tiempo. De pronto, el cumplimiento de gran parte de mis obligaciones familiares y de mi profesión, dejó espacios libres para plasmar mis recuerdos evitando el peligro de que lleguen a borrarse o a sedimentarse con el paso de los años. Así que me lancé a la aventura de escribirlos.

Quise contar sobre nuestra vida en Saloya, pero cuando me di cuenta, había retrocedido y avanzado en el tiempo y en el espacio y, la historia se inicia un poco antes de mi nacimiento en España, el segundo año de la guerra civil, continúa con el exilio a Francia, la llegada a la República Dominicana, también como exiliados de guerra y, por fin, en iguales condiciones, al Ecuador, país al que, sin olvidar mis raíces, siempre lo consideré mi segunda Patria, a veces… la primera.

Debo confesar que al inicio escribí para los más pequeños y para los “nuevos” de la familia, con la intención de que no olvidaran a su revolucionario abuelo y –del mismo modo- a la valiente abuela: MIS PADRES. El libro es un homenaje a ellos, especialmente a mi padre. Es una manera de decirle, esté donde esté, cuánto lo admiramos y que no lo hemos olvidado.
Alejandro Gilabert, padre de Blanquita.

Escribirlo ha sido recorrer caminos a través de los recuerdos que –como ya lo dije- empiezan desde mi nacimiento hasta el día que formé mi propia familia.

Es muy probable que, en este complicado periplo de recuerdos haya omitido algunas cosas, no he hecho más que recoger los que he podido para ir formando la historia de mi familia, reflejo de muchas otras de exiliados españoles de aquella época, y de exiliados de cualquier parte del mundo de todas las épocas.

Después de haber escrito solo para la familia, pensé que una manera de decir gracias al país que nos acogió, era escribirlo para todos los que quisieran leerlo. Por eso estoy hoy aquí…

No ha sido fácil reunir tantos recuerdos, especialmente los que viví siendo muy pequeña. Mis padres ya no estaban entre nosotros para ayudarme, y cuando estuvieron, muy pocas veces los oí hablar de la guerra o de las peripecias que pasaron hasta enrumbar nuevamente sus vidas: ellos hablaban muy poco y yo… ¡no les preguntaba!... Mi silencio no lo entiendo, pero ahora sí puedo entender el de ellos: ¡para qué evocar un pasado que significaba levantar fantasmas que no querían revivir!…Lo mejor era olvidar años difíciles y frustrantes en los que murieron tantos sueños de juventud. Seguro que no hablar de ese pasado era esconder la ausencia que sentían de su tierra; era no prolongar en sus hijos lo vivido por ellos, contándoles lo que una guerra significa. El Ecuador les ofreció el remanso de paz que necesitaban…

En cada una de las páginas del libro podrán descubrir lo orgullosa que estoy de mi familia y la felicidad que siento de pertenecer a ella, a pesar de que no siempre todo haya sido color de rosa. Escribí animada por lo que alguna vez leí: “una historia vivida, pero olvidada es lo mismo que no haberla vivido. Lo que no se pone en palabras sobre el papel, lo borra el tiempo”. Así que escribí para que nadie olvide, para que nadie lo borre… Me encantó darle vueltas al pasado.


Creo que… he hablado mucho pero todavía no les he dicho cual es la respuesta a la pregunta ¿saben algo sobre Saloya?... para quienes no la tengan, la única manera de saberla es leyendo el libro, si se la digo, perderán el interés por su lectura.

No me gusta agradecer citando nombres por temor a olvidar alguno. Esta vez, correré el riesgo disculpándome de antemano por si alguno se me escapa. ….. Gracias a usted, Monserrate, mi decana y amiga por sus hermosas palabras al presentar mi libro… a usted, doctor Medardo Mora, por estar siempre presto a ayudar al crecimiento personal y profesional de los que hacemos esta universidad, gracias a mi querido amigo Ubaldo Gil por su interés y preocupación por la publicación de mi libro, a José Arteaga, decano de la Facultad de Informática y a los que hacen dicha facultad, todos saben lo orgullosa que me siento de haber sido maestra de la gran mayoría de ellos y de comprobar que me han superado, a Luzmila López, presidenta de la APU, quien, como mi alumna, sigue mis pasos desde el colegio Manta, pero tan rápidamente, que ya me adelantó varios lugares, imposible de alcanzarla; a mi amigo y compañero de trabajo Abelardo Ronquillo, quien no se cansó de empujarme para que terminara el libro y corregirme cuando lo ameritaba, a Diana Zavala, de la Editorial Mar Abierto, llena de juventud y entusiasmo, tanto, que no se le escapaba ni un punto ni una coma, tampoco una palabra incorrecta en la lectura total de la obra; a mi hermana Libertad, nuestra amiga Angelita y su hermana Violeta, que aunque muchas veces se contradecían al evocar recuerdos, fueron de gran ayuda; a Pedrito Quilez, ya no entre nosotros, pero cuando estuvo, dedicó parte de sus últimos días para grabarme un disco con información sobre su participación y la de mi padre en la guerra civil. Y un agradecimiento muy, pero muy especial, a María José Arteaga, mi lectora mas pequeña y la primera de quien recibí halagos en esta nueva fase de mi vida como escritora, que con sus apenas ocho años, me ha confesado que quiere seguir mis pasos y escribir la historia de su familia. Ojalá que no espere tanto tiempo como yo para empezar.

Gracias a los que están en este auditorio acompañándome; también a los que quisieron acompañarme, pero no pudieron hacerlo, sé que están aquí conmigo. Por último, no puedo dejar de agradecer a quienes no tuvieron respuesta a mi pregunta sobre Saloya… ¡sin quererlo, fueron mi gran motivación!

Termino mi intervención con la frase que, según he leído, decían las mujeres Mayas al cerrar una historia, y que yo repito al lanzar mi libro, … ¡HE CONTADO LO QUE ESTA EN MI CORAZÓN!
Gracias a todos.

Manta 27 de octubre de 2011

En la noche de presentación de su libro, Blanca Gilabert recibió obsequios de dos ex alumnos; José Arteaga, decano de la Facultad de Ciencias Informáticas y Luzmila López, docente de la Uleam.



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