lunes, 30 de abril de 2012

La muerte de García Moreno: en el Códice del General


Memorias de Alfaro en su último viaje en el tren que construyó


Significativa y fuerte presencia tuvo Gabriel García Moreno y su tiránico gobierno, en el inicio de la vida revolucionaria del General Eloy Alfaro: motivó su ingreso a la sublevación, al primer exilio largo y reflexivo que vivió el segundo en Panamá hasta que cumplió 33 años, fecha del asesinato del primero. Una novela histórica: El Códice del General, nos alumbra pasajes de la vida en la memoria del “Viejo Luchador” escrita por Gino Martini Robles y próxima a ser editada por Mar Abierto, desde la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí. Un pasaje aquí en este extracto:

–García Moreno era muy devoto con las mujeres– Decía en el relato el diplomático.  –Inclusive con damas casadas, como fue la esposa de su asesino, una atractiva colombiana, esposa del capitán Faustino Lemos Rayo, militar al cual había nombrado gobernador en el Oriente, con fines de mantenerlo alejado del hogar.  De esa manera, el presidente empezó a seducir a la agraciada y joven dama, quien al parecer le correspondió-. Narraba el cónsul marsellés. –Este hecho, llegó a saberlo el ofendido militar, quien bajo esas circunstancias, se unió a la conjura en su contra-.

-Resultaba perfectible abordar a García Moreno a la salida de El Sagrario. Pero el sitio no era el más adecuado, al tratarse de un santo lugar. Los conjurados esperaron que el tirano se aproxime hasta las escalinatas del Palacio presidencial. En la vereda opuesta, a pocos metros, lo fueron siguiendo Andrade, Moncayo y de Polanco.  El presidente adelante, ascendía el rellano de la escalinata, lo acompañaban su secretario privado y el escolta. Al llegar al corredor principal del edificio, a sus espaldas un movimiento brusco le llamó la atención. Como si hubiese salido de la nada, el atacante le golpeó la cabeza e hizo que se doblase de rodillas. Subrepticiamente fue arremetido con un filudo machete, sostenido por el capitán Faustino Lemos Rayo, al grito: “Muerte al tirano”. “Al fin llegó tu hora bandido”. Le lanzó un machetazo directo a la cabeza, que intentó contenerlo García Moreno con su brazo izquierdo. Una segunda descarga, la recibe con la guardia baja, estampándole  el acero en plena frente. Mientras aquello ocurría, Andrade, Cornejo y Moncayo, sujetaban al coronel Pallares, el edecán, quien, con voz trémula, gritaba por auxilio a la guardia. La única réplica del cuartel, fue  un toque de campana anunciando la una de la tarde-.

-García Moreno era de complexión atlética y se resistía tratando de asir con su mano derecha el acero vengador. Mientras  caía al suelo vio como alguien con un arma de fuego en la mano se abalanzaba sobre él. Con furor el capitán Rayo no decaía, más bien incitaba a que Roberto Andrade, suelte a Pallares y con su pequeño revolver le dispare en el rostro al presidente.  Bañándose y ahogándose  en su propia sangre, el tirano retrocedía gritando: “!a mí, miserables, por qué me matan!” Y se derrumbó desde el balcón-.

-Un mulato intentó quitarle el machete a Rayo, que se deshizo rápidamente del inoportuno defensor. La víctima aún con vida, recibió dos nuevas descargas de machete en el cuello.  Su fin parecía muy próximo. Luego todo se le hizo oscuro. Sumido en aquella angustiosa oscuridad, empezó a rezar, asintiendo que el dolor que le recorría su cuerpo, avivara sus súplicas. Vivía sus últimos momentos, comprobando la duda que siempre lo atormentó en su paso por la vida. Si sería capaz de soportar más, los dolores del cuerpo, que los del alma-.  


-“! Un milagro, un milagro!”  Invocaba como último recurso García Moreno. Mientras su cuerpo era abandonado en la vereda sur del Palacio por sus agresores. Aquellos observaron  a la guardia cuando salía presurosa del cuartel. El herido sentía que se debatía entre la vida y la muerte. La sangre le manaba a borbotones desde el cuello, su vena yugular había sido casi cercenada. Con las dos manos se oprimió el cuello, tratando de contener la irresistible hemorragia.  Mientras el sol en lo alto, calcinaba el ambiente del sexto día del mes de la independencia del Ecuador-.

-García Moreno sentía los estertores de la muerte-. Así extendía el relato el cónsul de Francia a Eloy Alfaro.  En medio de aquella angustiosa situación, el tirano comenzó a rezar resignado a que el dolor que le transitaba el cuerpo alimentara sus súplicas. Por segunda ocasión implora nuevamente: “un milagro, Señor. Haz un milagro”.  No llegó a conocer, que aquel milagro, le fuera concedido.

La vida se marcha y oprimió su vena yugular para que emane más. Resultantemente introdujo e impregno su dedo índice con sangre, a modo de un tintero y su pluma. “Dios no muere”. Logró escribir en el piso de piedra caliza, antes de ser subido al interior de la Catedral, exhalando un último hálito de vida. En estado moribundo, los religiosos le aplicaron la extremaunción junto al altar mayor.

Mientras se preparaba el cuerpo para las exequias. De los bolsillos de su camisa blanca, extrajeron un papel doblado que a manera de borrador apuntaba: “qué riqueza para mi, Santísimo Padre, ser odiado y calumniado por mi amor a nuestro Divino Redentor! Qué felicidad si vuestra bendición me alcanza del cielo, la gracia de derramar mi sangre por Él, que siendo Dios, quiso derramar su sangre por nosotros en la cruz”.  Aquel texto, años después, se llegó a saber que había llegado en su original, con firma autógrafa de Gabriel García Moreno a manos del Papa Pío Nono.

También hallaron en su chaqueta, “La imitación de Cristo”. Un pequeño libro de bolsillo, que ya había leído en su juventud, cuando tuvo profusos deseos de convertirse en sacerdote y llegó a jurar votos menores. Pero sus tentaciones eran muy fuertes y frecuentes. Temiendo que después no iba a poder cumplir con fidelidad, los sagrados votos de la castidad, renunció a su vida de seminarista.

-Quién podría dudar que García Moreno percibiera en sumo grado a la persona humana y así mismo, en todas sus miserias-. Aseguró el cónsul galo a Alfaro. En sus últimos años,  retomó la lectura diaria de aquel famoso libro de Kempis. “La imitación de Cristo”. En varias de sus páginas, había señalizaciones y comentarios, que él introdujo a medida en que avanzaba su lectura. “Que el hombre no se repute digno de consuelo, sino de castigo”. Coincidentemente destacaba el último párrafo, que había leído aquel fatídico día. Al final del texto, se podía leer: “no te dejes vencer por el mal, antes bien, vence el mal con el bien”.  Aquel párrafo lo había anotado de su puño y letra años atrás.  Justamente cuando abandonó el seminario.  Paradójicamente, sus justicieros parecían pretender  homologar la situación. Afirmando: “! El mal, vence al mal!”.

–Quise dejar escrito mi diálogo con el embajador de Francia-. Especuló Alfaro, quien recordaba su conversación sobre el trágico final de García Moreno, mientras rebuscaba papeles dentro del pequeño maletín de mano, que lo acompañaba en su viaje. -La memoria que guardo es aún muy cabal, sé que tomé debida nota para que no lo desdibuje el olvido-. Continuaba repasando aquellas anotaciones: –Entre el patriotismo y el fanatismo hay la misma diferencia, que entre la luz que vivifica y el rayo que extermina-.

Los partidarios de García Moreno, pretendiendo perennizar su tiránico poder, exhibieron por tres días el cuerpo ya corrupto del asesinado. Era una imponente capilla ardiente con cientos de cirios que iluminaban la cámara mortuoria con su luz mortecina. Tres granaderos de Tarqui, concurrían como guardias de honor en cada lado del sillón presidencial, ubicado en el altar mayor.  

-El cadáver fue presentado en un espectáculo protocolario, ataviado con las galas de general de la República y la banda presidencial al pecho: “Mi Poder en la Constitución”. El rostro y las manos fueron maquillados, cubriendo las profundas heridas. La condecoración Pontificia, reluciente en el pecho. A su alrededor todo el cuerpo consular acreditado en el país. Los más altos cargos del gobierno. La iglesia llena de curiosos y varias plañideras, entremezcladas con los asistentes. Todos al parecer querían ser fieles testigos de aquel episodio-.  El General perfecciona en su Códice, las notas realizadas años atrás, consecutivamente a su diálogo con el cónsul de Francia.

La celebración religiosa de cuerpo presente Ritus Místico, establecida en la bula papal “Quo Primum Tempore” o tridentina, fue oficiada en latín y de espaldas a los feligreses por monseñor Ignacio Ordóñez, obispo de Riobamba, a quien García Moreno confió la negociación del Concordato con la Santa Sede. En lo alto del coro, las religiosas del convento de Santa Catalina entonan cantos gregorianos. Terminada la misa, los asistentes se fueron retirando. El cadáver fue removido del lugar por sus correligionarios pretextando unas exequias privadas con la viuda y sus dolientes más próximos, ubicando el ya corrupto cuerpo en el sarcófago.

Las religiosas de Santa Catalina dejaron de entonar sus cánticos y bajaron del coro, haciéndose cargo del cadáver. Una espesa nube de incienso cubría el recinto, en un ceremonial que semejaba a los realizados en cualquiera de las escuelas de misterio.  El cortejo fúnebre avanzaba con una lentitud temerosa, en silencio y en sombras, acompañado por los sonidos que producen los grillos bajo tierra y el de las estrellas en las cumbres del firmamento.  Los más altos prelados y varios religiosos parecían sumidos en un éxtasis, conceptuando capaz al difunto de extenderles una mano por sobre la cabeza susurrándoles una última absolución.

A partir de las exequias de Gabriel García Moreno, estaba creándose un nuevo escenario en el Ecuador, acompañado de un rosario de cuentas alargadas.  Al ingresar al convento de claustro, se reiniciaron los ritos y los cantos. Seguidos de un responsorio, que al iniciarse en voz suave invocaba: “el Señor nos lo da y el Señor nos lo quita” Se  iba modulando, a medida que ingresaban a lo más recóndito del convento  “el Señor  nos lo da y el Señor nos lo quita”. Llegando hasta voces muy altas, que con el eco se escuchaban altisonantes: “el Señor  nos lo da y el Señor nos lo quita”…”el señor nos lo da…y el señor nos lo quita”…

Mientras todo esto ocurría en el interior del monasterio, en la calle, ya todo quedaba en penumbra y solo se deja escuchar una voz desafinada, que pregonando anunciaba: –Son las ocho y todo sereno…Benditas sean las ánimas del purgatorio…Benditas sean por siempre jamás-.

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