Por Alexis Cuzme, asistente
editorial de Mar Abierto
Carcajadas, eso
saldría de su boca si me viera en este momento. Carcajadas ácidas. Carcajadas
como lanzas, con puntas envenenadas. Carcajadas como murciélagos en forma de
libros cayendo en picada sobre mí. Carcajadas fosforescentes apuntándome
directo a los ojos.
Entonces lo
contemplaría, y le ofrecería una sonrisa de aceptación: me lo merezco. Por la
luz, por las miradas, por la expectativa, por el espacio que se va volviendo un
mar con oleaje desesperante, que va engullendo viejos y nuevos nadadores.
Y sí, se
burlaría de mi intento de sensiblería, de este enjambre de palabras y punzones.
Aplaudiría la ocurrencia, soltaría más carcajadas para decirme que continúe
pero con calma y alerta.
Todo porque uno
es incorrectamente social, porque no usa corbata, no lee la biblia, ni va a
misa, ni visita cementerios ni peluqueras, uno solo anhela volverse mantarraya
y leer las olas, corregir corales, rechazar delfines (hermosos y aburridos),
juntarse con tiburones y anguilas, porque en ellos, en su ferocidad y estigma,
están las perlas de ese mar bravío.
Silencio breve,
silencio acumulativo, silencio cuarteado, silencio…y su carcajada nuevamente,
estremeciendo paredes, diciendo que la felicidad está en reír a borbotones, en
reír sin censura, en reír hasta incomodar.
Su carcajada de
no poeta, su carcajada de narrador, su carcajada de editor, su carcajada
retumbando en el mar que pensó y creó, en el mar que vivió, en el mar donde se
fue forjando autores y títulos, en el mar donde sus historias aún laten, en el
mar donde fabular y enloquecer fue lo esencial.
Sé, que no
creería cuanta mentira dijera ahora. Menos exprimirme lágrimas y dramatizar un
poco. Esto detendría sus carcajadas. Todo porque él sabría que en las palabras
está el dolor, que en las oraciones más desenfadadas está la ausencia, que uno
piensa y siente escribiendo.
Mientras tanto
su carcajada me acompaña por las noches, mientras recuerdo y recorro lugares
(Telmo, Tigre, Martita) donde compartimos ideas, donde el tema de la edición
nos seguía desde la oficina, donde el mar se iba juntando a los vasos que
potencializaban nuestras pláticas, donde el libro y la vida eran una fusión
interminable para continuar latiendo.
Su carcajada no
se ha extinguido, aún es un eco que como ola choca contra el mar, aquel mar en
el que continúo navegando hasta que decida lanzarme por la borda o algún
marinero adelantado me convierta en alimento para peces.
Con calma y
alerta. Su carcajada me habla.
(Texto escrito
a propósito del Homenaje a Ubaldo Gil que la ULEAM le realizó el viernes 31 de
enero de 2014)
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