Cali, luz de un nuevo cielo
El negrito se elevó y se mantuvo unos segundos en el aire. El puñal le entra a
la yugular. Yo, testigo sin quererlo. Era un aprendiz de misionero, predicaba y
estaba arrecho. En la cabina de internet chateaba con la que entonces era mi
ayuda idónea, mi mujer, mi compañera Catherine Z.
Un caballero de traje blanco frente al ciber, unos 30 años, el traje lo
había comprado la noche anterior porque iba a salir a rumbear con su
novia, Lily, la veinteañera. Además esa noche tenía planeado arrodillarse ante
la princesa, estilo película, para pedirla en matrimonio. Por eso la había
invitado a una cena fastuosa porque ese era su sueño de toda una vida. Y
claro, hay que considerar el sueldo que ganaba como preparador de arqueros en
las inferiores del América de Cali. Su mamá se había ido para el cielo, pero
años antes se había ido con otro dejándolo solito con su pobre y borrachín
papá. Un borrachín a quien él llamaba papá, ese es el asunto.
Estuvo algunos años encerrado en el Penitenciario por violación –supuesta
obvio-, obvio que lo violaron- si lo acusaba la familia de una virgen-. Salió
alegando estupro. La realidad es que Lily, la quinceañera de entonces, no era
virgen y era arrechísima, si le decían siéntese, se acostaba, si se lo sacabas
te daba de cachetadas. Esa es la realidad: ella lo invitó porque él no era feo,
músculos bien repartidos en el cuerpo, obvio porque en el cerebro existen dudas
de sus músculos. Siguieron el idilio a pesar el desconsuelo de los padres
de la niña.
¿Y cómo está mi mami rica? Esperando esa cosita mi misionero. Escribe mi esposa
la muy culta. ¿Qué color tiene su calzoncito? Es un floreado papito, ahhhh, ya
se me están poniendo tiesos los pezones. La muy… Zas, me derramo. A la
carrera, al baño a limpiarme.
Le digo a la
mulata del ciber, cara de sabida, es el capuchino, se me derramo. Si, es el
capuchino.
En el Redil. Hacía de nuestro líder un marica que apenas llegué me la
montó. O porque era ecuatoriano o porque se enamoró de mi. De dos en dos es la
prédica, así lo dispuso el Señor. Mi compañero era un negro fortachón que
alardeaba de habérsela hecho mamar a los sicarios más despiadados del país en
sus años de policía. Y eso era creíble, como este cuento, porque al diablo lo
que es del diablo. Y zas, según le habían revelado los ángeles en sueños,
el gran marica declara a mi compañero un casi santo, un hombre puro, un profeta
que gobernaría de generación en generación. ! Ja!, de-generación en
de-generación. Si todas las mañanas nos reuníamos a mirar quien tenía el mejor
culo entre las aspirantes a misioneras. Esteban, el líder, decía que a sus
cuarenta años seguía siendo virgen y que las hembras del Redil lo perseguían
y las más osadas habían ingresado a su cuarto virgen y se le habían
desnudado.
Solo eso me falta, que me vengan que nuestro señor Jesucristo era promotor de
la cultura gay. Ahí si me pongo al servicio del Príncipe de las Tinieblas.
Vieron que nombres más bonitos tiene Satanás: Lucero de la Mañana, Príncipe
de este Siglo, Ángel de Luz. Señor de las Profundidades.
El Redil: nosotros las ovejas llevadas al matadero de la enajenación
espiritual. No todos, por supuesto. Por la noche prendíamos las emisoras
celestiales alabaré, alabaré, alabaré a mi Señor y por las mañanas nuestros
canarios se imaginaban entrar en las jaulas de las hermanitas. De lunes a
jueves nos despertábamos a las 4 de la madrugada a orar y el día se nos iba en
estudiar teología y estrategias para conquistar el mundo para Cristo. Y también
cómo sacar el diezmo o plata para que nuestros superiores vivan en santa
comodidad. Todo obrero es digno de su salario. !Ja! Y nosotros los
discípulos no recibimos un miserable centavo. Los viernes bajábamos a la ciudad
a rescatar las almas. Golpeábamos las puertas y muchas fueron las puteadas. Los
que nos recibían y aceptaban al Señor eran seres tristísimos. Así y todo ya
estábamos a punto de recibirnos como misioneros. Una guajira me hacía ojito y
por diosito que con ella me casaba y me iba a predicar el evangelio del
sexo por todas las naciones.
El negrito se eleva unos segundos en el aire y le clava el puñal en el centro
de la yugular. Esa elevación, ese salto me hizo recordar el gol que le hizo
Pelé a los suecos. El niche con puñal en mano enfrenta sus ojos con los míos,
pasa el índice por el cuello, la señal de a ti también te toca. Pasaron las
películas de mi vida: toro salvaje, taxi driver, Lucky el Indomable, nido de
ratas, chicote. Al instante las llantas de una bléiser estacionan cerca de la
cabeza del cadáver de traje blanco. Flotaba en una laguna de lluvia y
sangre. Son unos humanitarios, pensé. Se bajan tres hombres elegantes,
todos de chaqueta de cuero negro.
Nada de humanitarios, le entran a divino puntapié. Parecía una escena de
Buenos Muchachos esto es real no necesito jurarlo yo era cristiano,
estaba allí. Y la novia, a tirar con otro. Si tenía engrupido
a un capo. Chao cena fastuosa. Chao propuesta de matrimonio. Chao
rumba. O no. Cali sigue siendo pachanguera.
De pronto como una
nube de moscas, unos negritos, 10, 20, desvalijaron al cadáver zapatos, reloj,
todo se esfumo, lo dejaron en calzoncillo, facilitando la tarea del tipo
encargado de la morgue.
Ese domingo habíamos evangelizado a 33. La edad de Cristo le digo a una líder.
Mi compañero estaba enfermo, luego de la cena nos arrodillamos a darles gracias
al todopoderoso por las almasrescatadas.
En Saloe, la
montaña de ángeles caídos: Pankuko, el negrito, esta pegándose un bazuco.
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