lunes, 10 de junio de 2013

Construcción de un retrato de Alfaro

Por Gino Martini Robles
Autor del Códice del General

Desearía iniciar estas breves palabras con mi reconocimiento a los comentadores de esta obra, al Dr. Medardo Mora Solórzano, Rector de la Universidad Laica Eloy Alfaro; y al Lic. Ubaldo Gil Flores, Director de la editorial Mar Abierto, a ellos mi sentimiento de gratitud por todo el apoyo que me dieron para su publicación.

Los comentarios que acabamos de escuchar me han hecho repasar sobre argumentos en los que no había reparado. Es inexcusable y hasta anhelado que cada libro se desenganche de su autor, de su enfoque del mundo, de su punto de vista, forzosamente incompleto, para así incitar nuevos puntos de vista en otros. Nada entusiasma más que juzgar que un libro cobre vida propia. Les insisto queridos amigos mi reconocimiento por sus mensajes. Pienso que la idea de mi libro ya ha sido expresada aquí con claridad. Solo deseo destacar unos pocos asuntos que me parecen cruciales.

En realidad la historia que se narra en esta novela parte de la invitación que me pareció encontrar entre una confesión y  tres palabras. En algún momento me había propuesto embarcarme en la escritura de un libro, pero lo único que alcancé fue el título, que me pareció de lo más inspirador: Códice del General. Ciertamente con ese perfil había de ser una narración. Así que articulé la historia y su trama, al héroe liberal del 5 de junio de 1895: El General Eloy Alfaro: quien resultó ser el personaje perfecto, junto a los otros actores que son personajes al límite.
Gino Martini Robles, autor de Códice del General
El protagonista, cuando escribe, cuando habla, está al límite. Pero, como ya dije en la pieza temática se partieron de tres palabras, solo tres palabras: liberté, egalité y fraternité. Mensajes que los estudiaba, en los más emblemáticos lugares de París y que me hicieron reflexionar, al igual que lo han hecho con el protagonista principal.

Al escribir Códice del General encontré un modo más personal de reflejar las experiencias del protagonista, que concibiendo una historia. (¡Los escritores somos así!). Algunas rutinas de la “Alfarada” resultan tan increíbles y transformadoras, que solo se les puede hacer justicia desde la ficción. Por lo que mi ilusión es que no se haya perdido nada del poder histórico original, pero al contrario de lo que pueda ocurrir al escribir unos artículos de prensa, no sería fácil concebir el argumento de una novela con facilidad, por lo que hay que salir a buscar su génesis y a veces no se encuentra más que un finísimo hilo del que tirar.

Cuando Eloy Alfaro y sus lugartenientes fueron tomados prisioneros él fue confinado a un vagón del ferrocarril, pero sus captores desconocían que ocultaba un arma y que la llevaba cargada. Su arma, una prodigiosa memoria. 

En el Códice del General, “El Viejo Luchador” y su revolución están presentes, por lo que he pretendido que el Códice los enganche en la profunda penetración psicológica sobre la vida del protagonista, en los entresijos del entramado vital de un personaje con una existencia fascinante y lúcida, quien se atreve a embarcarnos en su larga lucha revolucionaria, donde se incorporan las disputas internas, sus contradicciones, sus juramentos, sus vacilaciones, la urgente búsqueda de la verdad y no menos las tribulaciones de su ser ontológico, reveladas para que el lector se convierta también en uno de sus protagonistas.

La vida de Alfaro y la vejez del protagonista como argumento en la ficción es un arma de doble filo, ya que nos podría brindar argumentos en estado de gracia u obras descompuestas por un pesimismo morboso. No es este último el juicio del Códice del General, novela en la que hemos pretendido trazar un vigoroso retrato de Eloy Alfaro durante sus últimos días de vida. 
Público presente en la presentación de los libros de Gino Martini.
Alfaro -hombre de apasionamientos- es el protagonista que por medio de su propia narración abre su alma al lector a través de lo que escribe, en páginas y páginas en las que desgrana sus ideales, sus querencias, sus reflexiones, sus peripecias vitalistas. Su necesidad de testimoniar va tomando un sentido más y más revelador a medida en que el propio protagonista nos revela sus memorias, que se van sucediendo, hasta descubrirnos la clave de su vida.

Escribir el Códice se convierte para su protagonista, Eloy Alfaro, en un verdadero acto de supervivencia, a través del cual él seguirá viviendo día a día hasta llegar a nuestros tiempos.
A caballo entre novela histórica y relato intimista, distinguiremos que Eloy Alfaro personifica uno de aquellos procesos esenciales, llenos de luz y de sombras, tan propios de las épocas de crisis. La tradición ha perpetuado la vida del general cual una novela, que ha terminado por imponerse en forma más espontánea e inteligente al texto histórico. Así, nos vemos envueltos en una trama que  enfoca sus últimos días, conmovedora en ocasiones y con sorpresa final para el lector, que siente la necesidad de leer con avidez la siguiente página y la siguiente y la siguiente. Como resultado, los lectores se encuentran con una persona viva y muy real, en absoluto libresca.

Códice del General, como referente, es una  novela del género histórico, en la cual Eloy Alfaro nos ofrece sobre todo una reflexión, entre dolida y nostálgica, sobre el fluir del tiempo de la revolución, sobre el sentimiento de pérdida e incomprensión que le provoca un pasado lejano y sobre lo poco que queda de nosotros mismos, cuando presagiamos que partimos. Tal vez lo más destacable a primera vista sea la naturalidad, la fluidez y claridad del escrito. Un manuscrito que se centra, sin artificios ni recovecos, en la creación directa y desnuda del pensamiento del protagonista, el General Eloy Alfaro, quien a través de la narración de su propia historia nos va introduciendo y el lector (ustedes) penetra poco a poco, pero sin ninguna dificultad ni estridencia, en el conocimiento del personaje protagonista, cuya imagen llega a hacerse muy cercana, casi familiar, perfectamente definida y contrastado por sus vacilaciones, contradicciones, vivencias y limitaciones.

En una labor de esta naturaleza, yo corrijo mucho, mi concepción de la literatura es leer considerablemente, escribir relativamente poco y una vez que te pones a escribir, atarearse con la esencia. En este libro la pureza y la sencillez del relato del protagonista logran tal nivel legendario que la realidad misma resulta artificial y circunscrita. Todas y cada una de las etapas de su revolucionaria existencia, constituyen por si solas una auténtica leyenda, evidenciadas en la novela que sigue siendo un género tan vivo como imprescindible.

El Códice fue escrito mientras vivía en Israel, era el año 2006 en un momento en que el Ecuador se aproximaba a una nueva cornisa, como si la tremenda experiencia vivida con la partidocracia no hubiese servido para nada. No podíamos menos que preguntarnos si, como todo el mundo parecía insinuar, que el repetir errores era ineluctable, un destino, el karma de una especie política, buena para nada, que no sea la destrucción. Escribir me ayudó a sobrellevar aquellos tiempos de incertidumbre, a no bajar los brazos, a no darles la razón a los agoreros. Poco después el país escapó de la amenaza del abismo y se vislumbran los signos de su buena salud. Pero seguimos viendo historias terribles por todas partes del orbe, que a diario apuntan a lo inexorable del eterno retorno. Por eso, imagino que Códice del General puede servirle a alguna gente, como modesto antídoto, contra los males de este mundo, como lo fue para mí mientras lo escribía.

Memoria del Códice del General
Una pregunta insistente se me ha formulado en los tiempos posteriores a la primera edición del Códice del General: ¿Por qué, pese a disponer de todos los datos necesarios para componer una biografía, convertí la vida de Eloy Alfaro en una novela? En el que las aguas de la Historia se mezclan con las aguas de la ficción. Razón por la cual debía aclarar ante mí mismo y ahora ante ustedes, un proyecto que había ido desplazándose de su lugar original, casi por su propia fuerza de gravedad. Aquel desconcierto inicial ocasionó también dificultades para situar el texto dentro de algún género literario legitimado por ejemplos anteriores. Si incluyo ahora aquí estas reflexiones es porque sirven mejor a las verdades históricas de este texto.

Ninguna vida puede ser escrita, ni siquiera la propia vida. A tal punto, una vida es inabarcable y la escritura de una vida es inexpresable, que hasta la más minuciosa búsqueda documental, tropezará siempre con venas cerradas en la Historia del personaje. Escribir una biografía es una ceremonia teñida de prudencia. En homenaje a lo visible se suele omitir lo evidente. Muchas verdades que no pueden ser probadas se soslayan precisamente por eso, porque no hay acceso a las pruebas. Aún, la mejor de las biografías exhala cierto aroma de represión. El historiador y el biógrafo están forjados a exponer hechos, datos y fechas. A desentrañar el ser real de un hombre, a través de las huellas sociales que ese hombre ha dejado. Se justifican porque deben reducir la infinitud de una vida a un texto que es limitado y finito. Y se los disculpa, sobre todo, porque sabemos que ningún hecho revela la plenitud de la verdad cuando se convierte en lenguaje. Cuando más investigaba sobre la vida del protagonista, más se me confundían las verdades.

Este libro es un poco la expresión o ambición que fuera el sentimiento que tengo hacia el oficio periodístico o hacia la literatura y hacia algo que creo que es muy importante, y es la responsabilidad ciudadana que todos debemos tener, pero asimismo tiene un antecedente que es una selección de las crónicas que fui publicando en la prensa manabita desde 1998. He tenido la gran fortuna de que fueron publicadas estando fuera del país en los 10 años los cuales viví en Israel, aquello me valió de escenario de aprendizaje, para poder embarcarme en la aventura de escribir esta primera novela y tener en proceso editorial justamente un segundo título sobre el mismo personaje, que a la postre fue este segundo escrito, el que me abrió las puertas de esta Alma Mater y de la Editorial Mar Abierto, para que sean ellos quienes me publiquen esta segunda edición del Códice del General, la primera vez fue el año 2009. En varios de aquellos artículos periodísticos publicados en aquella época, intenté conjugar en una sola efusión de voz el periodismo y la literatura, en un conjunto de relatos, a los que yo cito como “Memorias de la Patria”. Algunos de aquellos relatos publicados no habían suscitado la menor desconfianza: el lector los asumía como verdades. Sin embargo, había en ellos elementos fantásticos tan explícitos, tan visibles, que nadie podía llamarse a confusión.

¿Cómo pensar que esas imágenes correspondían a la realidad?
Ahí yo forzaba la realidad, pero no desmentía la verdad, puesto que lo que yo relataba en aquellas crónicas era la verdad sobre los momentos políticos que se estaban viviendo y que se van encadenando a la historia de los pueblos. Es por todo aquello que nadie dudó: Los medios donde estos textos fueron publicados avalaban su verosimilitud. El medio sustituía a la realidad; el medio era la realidad, logrando que el perfil de credibilidad no se pierda, dándose el caso, que no se cuestionaban los hechos, que fueron en buena parte imaginados y es lo que ha irritado -creo- a unos pocos académicos. No debemos dudar lo válido que es en el periodismo, en el que se puede llegar a tomar esas licencias tradicionalmente aceptadas. Por eso digo, que en una realidad tan diversa como la nuestra se exige del periodismo esa obligación moralista que penosamente muchas veces vemos, no precisamente diciendo falsedades, pero si escondiendo verdades. Pero sin dejar de tomar en cuenta en que existe ese compromiso ético, el cual creo que hoy y en estos tiempos, mucho más que en otras épocas el periodismo está abocado a cumplir.

Definitivamente, lo que estaba ocurriendo en aquellos artículos de opinión se ha dado por llamar efecto de contigüidad: en una desembocadura en donde todo es verdad, como debería suceder con la prensa seria, pasan inadvertidas las pequeñas corrientes de ficción. La verdad circula por ósmosis impregnándolo todo. De allí, que todo aquello me movió a recorrer los caminos de la novela. Que me impedía ahora, como novelista, construir yo también unas memorias que obedecieran a las leyes de la verosimilitud novelesca; es decir: a las leyes de lo que yo entendía como la verdad de un personaje llamado Eloy Alfaro.

La mejor ilustración que podemos recibir parte del hecho que, a diferencia del periodismo o de la historia, una novela es una afirmación de libertad plena y, por lo tanto un novelista puede intentar cualquier malabarismo, cualquier irreverencia con la realidad y también, por supuesto con la historia. Porque creo en eso, quise que el Códice del General incurriera en la pequeña audacia de permitir que los personajes históricos puedan establecer allí una relación dialéctica con la imaginación e inclusive, en determinado momento, puedan corregir la imaginación.

Y aconteció que a partir del primer año de incesantes lecturas sobre la vida del protagonista se me planteó lo que se puede denominar un duelo de versiones narrativas:
¿Cómo definir aquello?
Las luchas entre la escritura y el poder se han librado siempre en el campo de la historia. Es el poder el que escribe la historia. Lo afirma una vieja tradición. Pero el poder solo puede escribir la historia cuando ejerce pleno control sobre quien ejecuta la escritura, cuando tiene completa majestad sobre su conciencia. Mis opiniones periodísticas se identifican con el anti-poder. De allí, que cuando dicha posibilidad queda al descubierto, la novela sugiere que ella también dispone de un poder incontestable e irrebatible. Lo escrito, fábula o historia, siempre será la versión más fuerte, más persistente de la realidad.

Muchos sostienen que la narrativa podría ser considerada como una solución, tal vez la mejor, al viejo problema de convertir el conocimiento en lenguaje.

Por vasta y comprensiva, la historia no puede permitirse las dudas y las ambigüedades que se permite la ficción. La ficción se mueve en cambio dentro de un territorio donde la realidad nunca es previsible. Para un escritor de ficciones, el lugar de la verdad está en el lugar de la imaginación. Desplazando la verdad hacia donde soplan los vientos de su inteligencia y de sus sentimientos.

Imagínense lo que hubiese sucedido si el Códice del General fuera una biografía sobre Eloy Alfaro y no lo que es  ¡una novela! No se me eximiría de la omisión de ciertos acontecimientos en la vida del Viejo Luchador. El lector sabe que si he creado ciertos espacios en blanco o algún conducto ciego, no es porque no sepa cómo llenarlos, sino porque la estructura de mi ficción así lo requiere. El lector de novelas es comprensivo con esas zanjas ciegas. No les presta atención. Se supone que el novelista todo lo sabe y que no le parecen convenientes; cuenta para ello, con la complicidad implícita del lector… de ustedes.

Lo más interesante es que será el mismo lector quien acepta el pacto, no interesa ver al personaje en la plenitud de su poder, sino ascendiendo hacia él y cayendo luego. Cuando se lo mira, no está protegido por las corazas de la historia oficial o ideológica. Si al lector no le interesa el pacto, cierra el libro y lo olvida; con una decepción muy diferente de la defraudación que siente, cuando el biógrafo o el historiador excluyen una parte de la historia, en los que una lisa y llana transcripción de determinados acontecimientos será una amenaza que podría invalidar el rigor histórico de cualquier trabajo, entreverando verdades novelescas, dentro de las verdades históricas, que se infiltran y las trasfiguran en un folletín indigesto para paladares serios.

Continuando con las Memorias del Códice del General, debo confesarles de otra gran interrogante que se me presentó a reglón seguido. ¿Qué voz o que tono, debería yo asumir entonces para contar los sorprendentes acontecimientos que se sucedieron con la “Alfarada”?
Fue entonces, cuando la novela impuso a los documentos y a los testimonios recogidos por la historia su propia lógica: la iluminación de los pensamientos más secretos del protagonista, en este caso los del General Eloy Alfaro. Porque para mí, la ficción no se basa en contar mi historia, sino en ponerme en la cabeza de otras personas, imaginar sus historias.

Estas historias pueden parecer muy locales, pero no tienen límites. Están por encima de todas las nacionalidades, de todas las lenguas, de las fronteras mentales que se les quiera imponer. Al igual que aconteció con el General Alfaro.

Será por obra y gracia de aquellos nefastos personajes del manuscrito de Alfaro, que existieron, que me imagino sobreviven todavía, que son la exhalación de la decadencia nacional, en que se nos revele la imagen de un país dominado y pauperizado, que continúa a merced de las contingencias militaristas o cuarteleras: Un país, como el nuestro, que ha dejado a la zaga, sin saberlo todavía, las ilusiones de grandeza, forjadas algo más de doscientos años atrás, con el primer grito de nuestra independencia; reafirmadas con la Revolución Liberal del 5 de junio de 1895, bajo conceptos del laicismo, dejando atrás un pasado de oscurantismo, avanzando hacia la modernidad, enfrentándose a un desafío colosal, el cual todavía continúa como el más grande de los retos.

Sin embargo, aquellos personajes de pesadilla son el referente histórico más eficaz del Códice del General, cuyo protagonista central, así nos lo enseña al revelar a aquellos actores o yendo más lejos, desvelándose el mismo y al país que le tocó vivir en sus treinta y un años de luchas. Es por todo eso, que no podía resignarme a escribir una verdad entre comillas: Una de aquellas verdades tan latinoamericanas, donde lo que está oculto, o lo que ha sido destruido, o lo que está prohibido decir, suele ser mucho más importante que lo que se distingue.

Desde sus inicios, el manuscrito del General se enriqueció al darles vida a muchos de aquellos personajes de pesadillas y las verdades se iban entrecruzando en el texto, descubriendo así una forma nueva de la verdad. El Códice se pobló precisamente de verdades en movimiento, verdades que respiran. Y esa es una experiencia que no ha cesado todavía. Códice del General es un texto que sigue escribiéndose en la realidad, es una ficción no clausurada. En la que algunos de sus personajes encarnan un conflicto, una perversidad, una delación, un frágil acto heroico o una variedad de los infinitos fanatismos de la historia ecuatoriana.

En 5 de junio de 1895 Eloy Alfaro fue el hombre del destino. La Revolución Liberal que conmemoramos hoy es el capítulo más importante y glorioso de su vida. Aquella imagen de Viejo Luchador indómito es, sobre todo, la que el Ecuador conserva de él. En “Códice del General”, un Alfaro libertador de sus propios fantasmas, le otorga coherencia a su profunda naturaleza de: inmigrante acaudalado, hombre de negocios, padre y esposo, periodista y escritor, soldado y General, Jefe de Guerra, Jefe Supremo y Presidente Constitucional…y lo revela como una presencia que ha sido a la vez respeta y odiada, admirada y temida. Un hecho, sin embargo queda claro: en nuestros anales figurará siempre como el más trascendente en la historia del Ecuador.

No me resta más que recomendarles muy afectivamente esta novela con la que yo me he regocijado de verdad, escribiéndola. Esta es una novela de personalidad, de exquisitez, de sencillez -poco más o menos franciscana-, por su despojamiento, por su falta de artificios. Esta novela que estoy seguro que les va a emocionar y les va a forzar a reflexionar, como me ha emocionado y me ha obligado a reflexionar a mí, sobre los tiempos de la revolución del 5 de junio y de su incuestionable protagonista: nuestro prócer Eloy Alfaro.

Que este acto que hoy nos reúne nos permita conocer más sobre el General Eloy Alfaro y su revolución, para que en el futuro, si es que se nos viene el caos, si no es que ya está entre nosotros, este juicio nos sirva para ordenar nuestra supervivencia. Levantarnos y trabajar, dormitar y sosegarnos para cumplir nuevos ciclos de vida, por los siglos de los siglos. 
Muchas gracias.

Texto leído el pasado 5 de junio, durante la presentación de los libros de Gino Martini. Acto desarrollado en el paraninfo universitario.


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