Por Gino Martini Robles
Autor del
Códice del General
Desearía iniciar estas breves
palabras con mi reconocimiento a los comentadores de esta obra, al Dr. Medardo
Mora Solórzano, Rector de la Universidad Laica Eloy Alfaro; y al Lic. Ubaldo
Gil Flores, Director de la editorial Mar Abierto, a ellos mi sentimiento de
gratitud por todo el apoyo que me dieron para su publicación.
Los comentarios que acabamos de
escuchar me han hecho repasar sobre argumentos en los que no había reparado. Es
inexcusable y hasta anhelado que cada libro se desenganche de su autor, de su
enfoque del mundo, de su punto de vista, forzosamente incompleto, para así
incitar nuevos puntos de vista en otros. Nada entusiasma más que juzgar que un
libro cobre vida propia. Les insisto queridos amigos mi reconocimiento por sus
mensajes. Pienso que la idea de mi libro ya ha sido expresada aquí con
claridad. Solo deseo destacar unos pocos asuntos que me parecen cruciales.
En realidad la historia que se narra
en esta novela parte de la invitación que me pareció encontrar entre una
confesión y tres palabras. En algún momento me había propuesto embarcarme
en la escritura de un libro, pero lo único que alcancé fue el título, que me
pareció de lo más inspirador: Códice del General. Ciertamente
con ese perfil había de ser una narración. Así que articulé la historia y su
trama, al héroe liberal del 5 de junio de 1895: El General Eloy Alfaro: quien
resultó ser el personaje perfecto, junto a los otros actores que son personajes
al límite.
Gino Martini Robles, autor de Códice del General |
El protagonista, cuando escribe,
cuando habla, está al límite. Pero, como ya dije en la pieza temática se partieron
de tres palabras, solo tres palabras: liberté,
egalité y fraternité. Mensajes que los
estudiaba, en los más emblemáticos lugares de París y que me hicieron reflexionar,
al igual que lo han hecho con el protagonista principal.
Al escribir Códice
del General encontré un modo más personal de reflejar las experiencias del
protagonista, que concibiendo una historia. (¡Los escritores somos así!).
Algunas rutinas de la “Alfarada” resultan tan increíbles y transformadoras, que
solo se les puede hacer justicia desde la ficción. Por lo que mi ilusión es que
no se haya perdido nada del poder histórico original, pero al
contrario de lo que pueda ocurrir al escribir unos artículos de prensa, no
sería fácil concebir el argumento de una novela con facilidad, por lo que hay
que salir a buscar su génesis y a veces no se encuentra más que un finísimo
hilo del que tirar.
Cuando Eloy Alfaro y sus
lugartenientes fueron tomados prisioneros él fue confinado a un vagón del
ferrocarril, pero sus captores desconocían que ocultaba un arma y que la
llevaba cargada. Su arma, una prodigiosa memoria.
En el Códice del General, “El Viejo Luchador” y su revolución están
presentes, por lo que he pretendido que el Códice los
enganche en la profunda penetración psicológica sobre la vida del protagonista,
en los entresijos del entramado vital de un personaje con una existencia
fascinante y lúcida, quien se atreve a embarcarnos en su larga lucha
revolucionaria, donde se incorporan las disputas internas, sus contradicciones,
sus juramentos, sus vacilaciones, la urgente búsqueda de la verdad y no menos
las tribulaciones de su ser ontológico, reveladas para que el lector se
convierta también en uno de sus protagonistas.
La vida de Alfaro y la vejez del protagonista como
argumento en la ficción es un arma de doble filo, ya que nos podría brindar
argumentos en estado de gracia u obras descompuestas por un pesimismo morboso.
No es este último el juicio del Códice
del General, novela en la que hemos pretendido trazar un vigoroso
retrato de Eloy Alfaro durante sus últimos días de vida.
Público presente en la presentación de los libros de Gino Martini. |
Alfaro -hombre de apasionamientos- es
el protagonista que por medio de su propia narración abre
su alma al lector a través de lo que escribe, en páginas y páginas en las que
desgrana sus ideales, sus querencias, sus reflexiones, sus peripecias
vitalistas. Su necesidad de testimoniar va tomando un sentido más y más
revelador a medida en que el propio protagonista nos revela sus memorias, que
se van sucediendo, hasta descubrirnos la clave de su vida.
Escribir el Códice se convierte para
su protagonista, Eloy Alfaro, en un verdadero acto de supervivencia, a través
del cual él seguirá viviendo día a día hasta llegar a nuestros tiempos.
A caballo entre novela histórica y
relato intimista, distinguiremos que Eloy Alfaro personifica uno de aquellos
procesos esenciales, llenos de luz y de sombras, tan propios de las épocas de
crisis. La tradición ha perpetuado la vida del general cual una novela, que ha
terminado por imponerse en forma más espontánea e inteligente al texto
histórico. Así, nos vemos envueltos
en una trama que enfoca sus últimos días, conmovedora en
ocasiones y con sorpresa final para el lector, que siente la necesidad de leer
con avidez la siguiente página y la siguiente y la siguiente. Como resultado,
los lectores se encuentran con una persona viva y muy real, en absoluto
libresca.
Códice
del General,
como referente, es una novela del género histórico, en la cual Eloy
Alfaro nos ofrece sobre todo una reflexión, entre dolida y nostálgica, sobre el
fluir del tiempo de la revolución, sobre el sentimiento de pérdida e
incomprensión que le provoca un pasado lejano y sobre lo poco que queda de
nosotros mismos, cuando presagiamos que partimos. Tal vez lo más
destacable a primera vista sea la naturalidad, la fluidez y claridad del
escrito. Un manuscrito que se centra, sin artificios ni recovecos, en la
creación directa y desnuda del pensamiento del protagonista, el General Eloy
Alfaro, quien a través de la narración de su propia historia nos va
introduciendo y el lector (ustedes) penetra poco a poco, pero sin ninguna
dificultad ni estridencia, en el conocimiento del personaje protagonista, cuya
imagen llega a hacerse muy cercana, casi familiar, perfectamente definida y
contrastado por sus vacilaciones, contradicciones, vivencias y limitaciones.
En una labor de esta naturaleza, yo
corrijo mucho, mi concepción de la literatura es leer considerablemente,
escribir relativamente poco y una vez que te pones a escribir, atarearse con la
esencia. En este libro la pureza y la sencillez del relato del protagonista
logran tal nivel legendario que la realidad misma resulta artificial y
circunscrita. Todas y cada una de las etapas de su revolucionaria existencia,
constituyen por si solas una auténtica leyenda, evidenciadas en la novela que
sigue siendo un género tan vivo como imprescindible.
El Códice fue escrito mientras vivía
en Israel, era el año 2006 en un momento en que el Ecuador se aproximaba a una
nueva cornisa, como si la tremenda experiencia vivida con la partidocracia no
hubiese servido para nada. No podíamos menos que preguntarnos si, como todo el
mundo parecía insinuar, que el repetir errores era ineluctable, un destino, el
karma de una especie política, buena para nada, que no sea la
destrucción. Escribir me ayudó a sobrellevar aquellos tiempos de
incertidumbre, a no bajar los brazos, a no darles la razón a los agoreros. Poco
después el país escapó de la amenaza del abismo y se vislumbran los signos de
su buena salud. Pero seguimos viendo historias terribles por todas partes del
orbe, que a diario apuntan a lo inexorable del eterno retorno. Por eso, imagino
que Códice del General puede servirle
a alguna gente, como modesto antídoto, contra los males de este mundo, como lo
fue para mí mientras lo escribía.
Memoria del Códice del General
Una pregunta insistente se me ha
formulado en los tiempos posteriores a la primera edición del Códice del General: ¿Por qué, pese a
disponer de todos los datos necesarios para componer una biografía, convertí la
vida de Eloy Alfaro en una novela? En el que las aguas de la Historia se mezclan
con las aguas de la ficción. Razón por la cual debía aclarar ante mí mismo y
ahora ante ustedes, un proyecto que había ido desplazándose de su lugar
original, casi por su propia fuerza de gravedad. Aquel desconcierto inicial
ocasionó también dificultades para situar el texto dentro de algún género
literario legitimado por ejemplos anteriores. Si incluyo ahora aquí estas
reflexiones es porque sirven mejor a las verdades históricas de este texto.
Ninguna vida puede ser escrita, ni
siquiera la propia vida. A tal punto, una vida es inabarcable y la escritura de
una vida es inexpresable, que hasta la más minuciosa búsqueda documental,
tropezará siempre con venas cerradas en la Historia del personaje. Escribir una
biografía es una ceremonia teñida de prudencia. En homenaje a lo visible se
suele omitir lo evidente. Muchas verdades que no pueden ser probadas se
soslayan precisamente por eso, porque no hay acceso a las pruebas. Aún, la
mejor de las biografías exhala cierto aroma de represión. El historiador y el
biógrafo están forjados a exponer hechos, datos y fechas. A desentrañar el ser
real de un hombre, a través de las huellas sociales que ese hombre ha dejado.
Se justifican porque deben reducir la infinitud de una vida a un texto que es
limitado y finito. Y se los disculpa, sobre todo, porque sabemos que ningún
hecho revela la plenitud de la verdad cuando se convierte en lenguaje. Cuando
más investigaba sobre la vida del protagonista, más se me confundían las
verdades.
Este libro es un poco la expresión o ambición que fuera el sentimiento que tengo
hacia el oficio periodístico o hacia la literatura y hacia algo que creo que es
muy importante, y es la responsabilidad ciudadana que todos debemos tener, pero
asimismo tiene
un antecedente que es una selección de las crónicas que fui publicando en la
prensa manabita desde 1998. He tenido la gran fortuna de que fueron publicadas estando
fuera del país en los 10 años los cuales viví en Israel, aquello me valió de
escenario de aprendizaje, para poder embarcarme en la aventura de escribir esta
primera novela y tener en proceso editorial justamente un segundo título sobre
el mismo personaje, que a la postre fue este segundo escrito, el que me abrió
las puertas de esta Alma Mater y de la Editorial Mar Abierto, para que sean
ellos quienes me publiquen esta segunda edición del Códice del General, la primera vez fue el año 2009. En varios de
aquellos artículos periodísticos publicados en aquella época, intenté conjugar
en una sola efusión de voz el periodismo y la literatura, en un conjunto de
relatos, a los que yo cito como “Memorias de la Patria”. Algunos de aquellos
relatos publicados no habían suscitado la menor desconfianza: el lector los
asumía como verdades. Sin embargo, había en ellos elementos fantásticos tan
explícitos, tan visibles, que nadie podía llamarse a confusión.
¿Cómo pensar que esas imágenes correspondían
a la realidad?
Ahí yo forzaba la realidad, pero no
desmentía la verdad, puesto que lo que yo relataba en aquellas crónicas era la
verdad sobre los momentos políticos que se estaban viviendo y que se van
encadenando a la historia de los pueblos. Es por todo aquello que nadie dudó:
Los medios donde estos textos fueron publicados avalaban su verosimilitud. El
medio sustituía a la realidad; el medio era la realidad, logrando que el perfil
de credibilidad no se pierda, dándose el caso, que no se cuestionaban los
hechos, que fueron en buena parte imaginados y es lo que ha irritado -creo- a
unos pocos académicos. No debemos dudar lo válido que es en el periodismo, en
el que se puede llegar a tomar esas licencias tradicionalmente aceptadas. Por
eso digo, que en una realidad tan diversa como la nuestra se exige del
periodismo esa obligación moralista que penosamente muchas veces vemos, no
precisamente diciendo falsedades, pero si escondiendo verdades. Pero sin dejar
de tomar en cuenta en que existe ese compromiso ético, el cual creo que hoy y
en estos tiempos, mucho más que en otras épocas el periodismo está abocado a
cumplir.
Definitivamente, lo que estaba
ocurriendo en aquellos artículos de opinión se ha dado por llamar efecto de
contigüidad: en una desembocadura en donde todo es verdad, como debería suceder
con la prensa seria, pasan inadvertidas las pequeñas corrientes de ficción. La
verdad circula por ósmosis impregnándolo todo. De allí, que todo aquello me
movió a recorrer los caminos de la novela. Que me impedía ahora, como
novelista, construir yo también unas memorias que obedecieran a las leyes de la
verosimilitud novelesca; es decir: a las leyes de lo que yo entendía como la
verdad de un personaje llamado Eloy Alfaro.
La mejor ilustración que podemos
recibir parte del hecho que, a diferencia del periodismo o de la historia, una
novela es una afirmación de libertad plena y, por lo tanto un novelista puede
intentar cualquier malabarismo, cualquier irreverencia con la realidad y
también, por supuesto con la historia. Porque creo en eso, quise que el Códice del General incurriera en la
pequeña audacia de permitir que los personajes históricos puedan establecer
allí una relación dialéctica con la imaginación e inclusive, en determinado
momento, puedan corregir la imaginación.
Y aconteció que a partir del primer
año de incesantes lecturas sobre la vida del protagonista se me planteó lo que
se puede denominar un duelo de versiones narrativas:
¿Cómo definir aquello?
Las luchas entre la escritura y el
poder se han librado siempre en el campo de la historia. Es el poder el que
escribe la historia. Lo afirma una vieja tradición. Pero el poder solo puede
escribir la historia cuando ejerce pleno control sobre quien ejecuta la
escritura, cuando tiene completa majestad sobre su conciencia. Mis opiniones
periodísticas se identifican con el anti-poder. De allí, que cuando dicha
posibilidad queda al descubierto, la novela sugiere que ella también dispone de
un poder incontestable e irrebatible. Lo escrito, fábula o historia, siempre
será la versión más fuerte, más persistente de la realidad.
Muchos sostienen que la narrativa
podría ser considerada como una solución, tal vez la mejor, al viejo problema
de convertir el conocimiento en lenguaje.
Por vasta y comprensiva, la historia
no puede permitirse las dudas y las ambigüedades que se permite la ficción. La
ficción se mueve en cambio dentro de un territorio donde la realidad nunca es
previsible. Para un escritor de ficciones, el lugar de la verdad está en el
lugar de la imaginación. Desplazando la verdad hacia donde soplan los vientos
de su inteligencia y de sus sentimientos.
Imagínense lo que hubiese sucedido
si el Códice del General fuera una
biografía sobre Eloy Alfaro y no lo que es ¡una
novela! No se me eximiría de la omisión de ciertos acontecimientos en la vida
del Viejo Luchador. El lector sabe que si he creado ciertos espacios en blanco
o algún conducto ciego, no es porque no sepa cómo llenarlos, sino porque la
estructura de mi ficción así lo requiere. El lector de novelas es comprensivo
con esas zanjas ciegas. No les presta atención. Se supone que el novelista todo
lo sabe y que no le parecen convenientes; cuenta para ello, con la complicidad
implícita del lector… de ustedes.
Lo más interesante es que será el
mismo lector quien acepta el pacto, no interesa ver al personaje en la plenitud
de su poder, sino ascendiendo hacia él y cayendo luego. Cuando se lo mira, no
está protegido por las corazas de la historia oficial o ideológica. Si al
lector no le interesa el pacto, cierra el libro y lo olvida; con una decepción
muy diferente de la defraudación que siente, cuando el biógrafo o el
historiador excluyen una parte de la historia, en los que una lisa y llana
transcripción de determinados acontecimientos será una amenaza que podría
invalidar el rigor histórico de cualquier trabajo, entreverando verdades
novelescas, dentro de las verdades históricas, que se infiltran y las
trasfiguran en un folletín indigesto para paladares serios.
Continuando con las Memorias del Códice del General, debo confesarles de
otra gran interrogante que se me presentó a reglón seguido. ¿Qué voz o que tono,
debería yo asumir entonces para contar los sorprendentes acontecimientos que se
sucedieron con la “Alfarada”?
Fue entonces, cuando la novela impuso
a los documentos y a los testimonios recogidos por la historia su propia
lógica: la iluminación de los pensamientos más secretos del protagonista, en
este caso los del General Eloy Alfaro. Porque para mí, la ficción no se basa en
contar mi historia, sino en ponerme en la cabeza de otras personas, imaginar
sus historias.
Estas historias pueden parecer muy
locales, pero no tienen límites. Están por encima de todas las nacionalidades,
de todas las lenguas, de las fronteras mentales que se les quiera imponer. Al
igual que aconteció con el General Alfaro.
Será por obra y gracia de aquellos
nefastos personajes del manuscrito de Alfaro, que existieron, que me imagino
sobreviven todavía, que son la exhalación de la decadencia nacional, en que se
nos revele la imagen de un país dominado y pauperizado, que continúa a merced
de las contingencias militaristas o cuarteleras: Un país, como el nuestro, que
ha dejado a la zaga, sin saberlo todavía, las ilusiones de grandeza, forjadas
algo más de doscientos años atrás, con el primer grito de nuestra
independencia; reafirmadas con la Revolución Liberal del 5 de junio de 1895,
bajo conceptos del laicismo, dejando atrás un pasado de oscurantismo, avanzando
hacia la modernidad, enfrentándose a un desafío colosal, el cual todavía continúa
como el más grande de los retos.
Sin embargo, aquellos personajes de
pesadilla son el referente histórico más eficaz del Códice del General, cuyo protagonista central, así nos lo enseña al
revelar a aquellos actores o yendo más lejos, desvelándose el mismo y al país
que le tocó vivir en sus treinta y un años de luchas. Es por todo eso, que no
podía resignarme a escribir una verdad entre comillas: Una de aquellas verdades
tan latinoamericanas, donde lo que está oculto, o lo que ha sido destruido, o
lo que está prohibido decir, suele ser mucho más importante que lo que se
distingue.
Desde sus inicios, el manuscrito del
General se enriqueció al darles vida a muchos de aquellos personajes de
pesadillas y las verdades se iban entrecruzando en el texto, descubriendo así
una forma nueva de la verdad. El Códice se pobló precisamente de verdades en
movimiento, verdades que respiran. Y esa es una experiencia que no ha cesado
todavía. Códice del General es un
texto que sigue escribiéndose en la realidad, es una ficción no clausurada. En
la que algunos de sus personajes encarnan un conflicto, una perversidad, una
delación, un frágil acto heroico o una variedad de los infinitos fanatismos de
la historia ecuatoriana.
En 5 de junio de 1895 Eloy Alfaro
fue el hombre del destino. La Revolución Liberal que conmemoramos hoy es el
capítulo más importante y glorioso de su vida. Aquella imagen de Viejo Luchador
indómito es, sobre todo, la que el Ecuador conserva de él. En “Códice del General”, un Alfaro
libertador de sus propios fantasmas, le otorga coherencia a su profunda
naturaleza de: inmigrante acaudalado, hombre de negocios, padre y esposo,
periodista y escritor, soldado y General, Jefe de Guerra, Jefe Supremo y
Presidente Constitucional…y lo revela como una presencia que ha sido a la vez
respeta y odiada, admirada y temida. Un hecho, sin embargo queda claro: en
nuestros anales figurará siempre como el más trascendente en la historia del
Ecuador.
No me resta más que recomendarles
muy afectivamente esta novela con la que yo me he regocijado de verdad,
escribiéndola. Esta es una novela de personalidad, de exquisitez, de sencillez -poco
más o menos franciscana-, por su despojamiento, por su falta de artificios.
Esta novela que estoy seguro que les va a emocionar y les va a forzar a
reflexionar, como me ha emocionado y me ha obligado a reflexionar a mí, sobre
los tiempos de la revolución del 5 de junio y de su incuestionable
protagonista: nuestro prócer Eloy Alfaro.
Que este acto que hoy nos reúne nos
permita conocer más sobre el General Eloy Alfaro y su revolución, para que en
el futuro, si es que se nos viene el caos, si no es que ya está entre nosotros,
este juicio nos sirva para ordenar nuestra supervivencia. Levantarnos y trabajar,
dormitar y sosegarnos para cumplir nuevos ciclos de vida, por los siglos de los
siglos.
Muchas
gracias.
Texto leído el pasado 5 de junio, durante la presentación de los libros de Gino Martini. Acto desarrollado en el paraninfo universitario.
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