jueves, 8 de diciembre de 2011

UN DULCE REENCUENTRO


Alexis Cuzme (presentador, al fondo) leyendo la biobibliografía del novelista Jorge Velasco Mackenzie.


Por: Cristian López Talavera

Son tres años en que vuelvo a un texto de Jorge Velasco Mackenzie. Sí. Tres años en que tomando un café, debajo de la luna, contemplo una sombra que ayer salía de ser un niño indefenso para revelarse en un ser enfrentándose a un mundo real, el trabajo, pensar en el título universitario, quizá una mujer que acompañe las soledades tardías, atrás estaban las borracheras de pájaro, donde solía sentarme con una cerveza y leía a voz alta El fantasma que merodeaban mis sueños imposibles (parafraseando al cuento de este autor) o cuando conversaba con amigos sobre las Escenas en el andar de un hombre solo. Admitir que se convirtió en nuestro escritor de cabecera, que El rincón de los justos, al igual que algunas novelas de Ubidia, o Proaño Arandi, retrotraían lo mejor de las novelas contemporáneas. Que era una novela protesta, novela mariposa, novela queso, profundamente humana, mítica, pero también generaba desorden, que el dialecto era simple y la violencia en su sintaxis era ternura. Tres años, y por supuesto escuchando un bolero de Leo Marini.

Y tres años después iniciar una lectura con esta frase: “Hay una edad en que la vida, más que dar te quita, dijo Valdemar mirando la línea verde nítida en el horizonte”, lo primero que hice es mirar por mi ventana y no entender a la lluvia. Y recordé un hermoso Haiku de Yamaguchi Sodo: “Bajo la clara luna,/ vuelvo a casa en compañía/ de mi sombra” y me dije, ensimismado, nunca abandoné a Jorge Velasco Mackenzie, sus palabras siempre estuvieron guardados en mi piel, recordar entre risas y vergüenza las veces que quise plagiarlo, me sumí en la lectura de Hallado en la Grieta, ¿su última novela? Quizá no, Jorge es uno de esos escritores que necesitan de la escritura para vivir, por eso, no diría su última novela, tal vez tenga muchas en su corazón.


Cristian López Talavera, leyendo su análisis.


Hallado en la Grieta es una novela sencilla de leer, tiene mucha musicalidad, mucho verso. El primer capítulo presenta un oximorón: El infierno del paraíso. Pero, en el proceso de lectura me preguntaba cuál es el paraíso, si en la novela los personajes estaban destinados a un dolor, a una venganza, a una soledad, en el final de la novela lo entendí, algo similar sucedió a Virgilio y Beatriz, descender a los infiernos, donde alberga la tristeza, engendra la soledad, los monstruos del pasado acechan, pero el amor es la eternidad. Y estos son los temas que los personajes de Velasco Mackenzie presentan.

Valdemar Ventura y Aylin, dos seres distintos regresan a recuperar un pasado abandonado en Las Encantadas ecuatorianas; las islas Galápagos son el lugar donde todos los personajes regresan, es ella, que celosa guarda un tesoro para todos los fugados. Aylin, asiática, hibakusha, mujer que huye de la guerra, de las bombas de Hiroshima y se asienta en estas islas para salvaguardarse y construirse como ser humano. Valdemar Ventura, como su nombre, aventurero, solitario, es quien compra la vida de Aylin y le separa, muy niña, de sus padres, de su futuro, de su presente. Regresan viejos, sus cuerpos ya no son los mismos, están lacerados por el destino, por el odio, por la sed de venganza, pero con ganas de rescatar la libertad y el amor. Así mira Valdemar a Aylin:
“Valdemar se volteó para verla: largo tiempo había dejado de ser bella, o poseía una belleza lejana de la que apenas conservaba un rasgo, esa parte del asombro que lo conturbó años atrás…”


Cristina Velasco (hija de Jorge Velasco) agradeciendo a los presentes por el interés en la novela de su padre.


Así llegan a Santa Cruz, antes llamada Indefatigable, lo primero que realiza Valdemar es sumergirse en cerveza, Aylín, maravillada del mar, empieza la nostalgia, cuando él le propone caminar, luego del descenso del barco que los acercaba a su muertevida, llamado el Albión: Venir al Edén ya viejos. Debimos haber llegado cuando tú me raptaste… entonces esto era un Edén derruido. Son las palabras de la mujer que mantiene un odio con el hombre que vive cerca a ella.

Así es el inicio del relato, un dejo de tristeza en las aguas del presente. Un entretejido de realidad lejana. Aylín, siempre con el recuerdo de sus padres y querer recuperar sus cuerpos, el pueblo ya no es el mismo, el cementerio se ha evanecido, nadie de las personas recuerda nada del pasado. Es como un pueblo fantasma. Ellos son extranjeros sin cámaras fotográficas, extraños ante las miradas de las personas, son como cadáveres con sentimientos, caminan destartalados por las calles sin fin:
“Valdemar Ventura, junto a su mujer Aylín, buscaron el cementerio en Playa de Oro. Era un cementerio en verdad horrible, nada tenía de santo ni de campo; más bien un descampado de tumbas en la tierra, cada una con su cruz a punto de caerse, el espacio estaba cercado con alambres de púas y hacia el fondo, casi contra una pared de rocas que recordaba el muro de las lágrimas…”


Público atento al análisis de López Talavera.


Aylín ante este avistamiento lloró con gritos al no encontrar el lugar donde, supuestamente, descansan los cuerpos de sus padres. Un ritual y alejarse fue el acto seguido. Y de nuevo, el recuerdo de las bombas en Hiroshima:
“Contaba Junko que los siete ríos de Nagasaki estaban lleno de cadáveres, parece que en la desesperación de las quemaduras, las víctimas corrían y se lanzaban al agua.”
Así es la novela de Velasco Mackenzie (Guayaquil, 1949). Unifica dos contextos culturales diferentes, Asía, por un lado, América por otro, en medio de sentimientos existenciales que aquejan a estos personajes, esta estrategia ayuda a transformar la realidad en ficción. Entreteje leyendas y mitos, como el caso de Camilo Casanovas, un renegado manabita (así lo dice en la novela) a quien castigaron con palizas por revelarse ante el gobierno opresor que instauró Manuel Julián Cobos: “lo sentenció a muerte sin matarlo” lo destierran a una isla sin agua, solitaria, solo con un cuchillo, previendo que morirá, pero éste sobrevive… como podemos observar, el autor no deja un descuido en su novela, dota de realidad a su narración. El mito, el símbolo, propios de una cultura encuentran hermosura en el texto.

Sinceramente, fue un aliciente leer esta novela, había perdido la fe en algunos escritorcillos que figuran de nuevos cánones, queriendo implantar novelas rápidas, hablando mucho, descosiendo lo que en nuestra patria se ha ido formando en un hilo conductor de una estética barroca, esos que quieren desmitificar nuestras identidades y se transforman en “y-universales” copiando estéticas distintas a nuestras latitudes, dígase Bukowski, Henry Miller, Raymond Carver, otros más dóciles, queriendo ser los nuevos Vila Matas, fulgurándose con premios y maestrías rosas, implantan unos juguetes destartalados. Es por eso, que festejo esta nueva urdimbre de Velasco Mackenzie, porque me devolvió la fe.



García Márquez, en Fantasía y creación artística en América Latina y el Caribe, se preocupaba por la creación en nuestros escritores, escribiría: “En América Latina y el Caribe, los artistas han tenido que inventar muy poco, y tal vez su problema ha sido el contrario: hacer creíble su realidad” y terminaba su ensayo con esta conclusión, “la realidad es mejor que nosotros. Nuestro destino es tratar de imitarla con humildad…” y creo que Velasco Mackenzie recrea una realidad desde esa realidad que tuvo que vivir y observar:
“…la noche había regresado muy espesa sobre Santa Cruz y su muelle donde dormían los lobos marinos. El mar era un mantón oscuro, casi negro, sin ruidos como si también durmiera, pero había algo arriba que sobresaltaba los espíritus más fuertes, era la luna, tan blanca y cercana como el rostro de una sirena…”

Este es el sentido de la novela de Velasco Mackenzie, dar un realismo conceptual y riguroso en el lenguaje, poético en sí mismo, que parte desde una realidad humana, como constructo social y subjetivo. Y esta descripción presupone un descriptor, en este caso el narrador, que en sí se describe y es parte de la historia. En el capítulo denominado, Isla El Sombrero Chino, el narrador se descubre: “yo, que desde este capítulo voy a aparecer de cuerpo entero, o medio cuerpo, que más da.” Entonces, el texto está dentro del texto, nada es externo. El narrador es la historia, él lo mira, él nos cuenta.

Solo me toca invitar a leer esta novela, más no podría decir, sería cortar el suspenso que se genera en los lectores, y claro, retomo a Leo Marini en la canción Tristeza Marina: “Mar.../ Mar, hermano mío/ Mar.../ en tu inmensidad/ hundo con mi barco carbonero/ mi destino prisionero y mi triste soledad…” Luego de una larga travesía y encontrar personajes del pasado que reavivan sus sentimientos, caso Amanda, Hipólito, Juan Antúnez (que aparece como un mito en la novela), Julián donde la nostalgia reaparece en forma de idilios amorosos, todo ante la presencia del silencio de las olas, y el constante batir del mar… Valdemar Ventura y Aylín se enamoran, y ascienden al paraíso, terminan su travesía y, desnudos, esperan el devenir de la mañana…
(Texto leído en la presentación de la obra Hallado en la grieta de Jorge Velasco Mackenzie, en el auditorio ICAPI del Centro de Convenciones Quito, dentro del marco de programación de la IV Feria Internacional del Libro Quito 2011, el jueves 1 de diciembre)

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