Ilustración de José Márquez
Por Julio Cevallos Murillo*
Fue el apodo que le endilgaron a un joven atlético oriundo de la capital, era narizón, lo que desmejoraba su físico, con una talla de 1.80 metros, musculoso, alzador de pesas y hombre reservado por excelencia. Un aura de “bruto de consulta” tipificaba a su persona y el apelativo de “burro americano” no se sabía si era como consecuencia de su estrechez de pensamiento, o del aparato bien plantado en su entrepierna.
Lo cierto era que el “burro americano” fue cortejado por Fabricio Cobeña, quien con exceso de hormonas femeninas, era la cara opuesta del ñato, de 1.60 metros de altura, 125 libras de peso; frente a la complexión atlética del otro, presagiaron un romance sangriento y fatal.
El día que Fabricio logró la cita con el “burro americano”, los vecinos del barrio formularon una serie de conjeturas nada halagüeñas para ambos. De estas inquietudes se podría decir, que varios pasaron sin dormir toda la noche, pusieron velas a sus santos de devoción por una feliz jornada de don Fabricio, rezaron plegarias por la suerte de los enamorados, temieron –y no les faltaba razón- que de esta aventura amorosa, sucediera algo fatal y lamentable, y los más fatalistas no llegaban a entender cómo sería el mundo sin Fabricio.
Quién podría reemplazarlo en la cátedra, si éste sufriese una inhabilitación de por vida en la enseñanza de las ciencias exactas, quién sería el hombre a futuro que hiciese los arreglos indispensables y vitales para la coronación de la mujer más bella en la provincia, quién se ocuparía en delante de la organización, la premiación, y todo lo demás que demandaba un concurso de juegos florales, en fin, éstas eran las preocupaciones de la gente por aquella suerte que estaba echada.
Pero lo que no conocía era “que hombre flojo, ni cuenta hazaña ni besa mujer bonita”. Don Fabricio estaba plenamente convencido que iba por una langosta a la Termidor, y, que no habría poder humano que se interpusiera ante esta faena.
Si la vida no tiene límites, las locuras del amor arrastran a estos peligros inescrutables.
Al otro día de la aventura amorosa, los vecinos del barrio se reunieron para saber la suerte de don Fabricio, unos pensaron en la inaplazable internación en una clínica, otros, creyeron que era simplemente para un reposo de varios días, la admiración fue creciendo. Cuando los vecinos divisaron no a Fabricio si no al hombre más feliz de la tierra, caminando con un talante poco común.
Don Fabricio se había dado un baño total pretendiendo purificar su alma, había usado su mejor colonia francesa, su traje rigurosamente planchado le daba un aire de distinción, y se aprestaba a dictar la cátedra, llevaba en su mano izquierda libros relacionados a su ciencia.
En el camino al Liceo, don Fabricio tatareó una canción:
-Como en un sueño, sin yo esperarlo, te presentaste-
Los vecinos al divisarlo en estas circunstancias florecieron de alegría y tranquilidad, dejaron a un lado sus preocupaciones y desvelos y concluyeron al unísono que nadie muere por amor. Fabricio se acercó al grupo y éstos no contuvieron su deseo de saber su abracadabrante romance amoroso y preguntaron:
-¿Cómo te fue?
El interrogado maquinalmente alzó su mano derecha y la depositó suavemente en su mejilla, gesticuló una mirada perdida de mariposón y dijo:
-Es un diamante en bruto, falta que pulir…
*Este texto es parte del libro de relatos que Mar Abierto planea publicar en el 2012. El doctor Julio Cevallos Murillo, es un ilustre ciudadano manabita, entre otros, en la construcción de la institucionalidad mantense; tanto en lo educativo como rector del colegio 5 de Junio, cuanto en el ámbito del derecho cuando llegó a ocupar altos cargos como ministro juez.
Su aporte ahora, con viñetas que describen una ciudad naciente, con vecinos que se conocen y reconocen todos. Sus textos visten palabras para ver esa época.
Fue el apodo que le endilgaron a un joven atlético oriundo de la capital, era narizón, lo que desmejoraba su físico, con una talla de 1.80 metros, musculoso, alzador de pesas y hombre reservado por excelencia. Un aura de “bruto de consulta” tipificaba a su persona y el apelativo de “burro americano” no se sabía si era como consecuencia de su estrechez de pensamiento, o del aparato bien plantado en su entrepierna.
Lo cierto era que el “burro americano” fue cortejado por Fabricio Cobeña, quien con exceso de hormonas femeninas, era la cara opuesta del ñato, de 1.60 metros de altura, 125 libras de peso; frente a la complexión atlética del otro, presagiaron un romance sangriento y fatal.
El día que Fabricio logró la cita con el “burro americano”, los vecinos del barrio formularon una serie de conjeturas nada halagüeñas para ambos. De estas inquietudes se podría decir, que varios pasaron sin dormir toda la noche, pusieron velas a sus santos de devoción por una feliz jornada de don Fabricio, rezaron plegarias por la suerte de los enamorados, temieron –y no les faltaba razón- que de esta aventura amorosa, sucediera algo fatal y lamentable, y los más fatalistas no llegaban a entender cómo sería el mundo sin Fabricio.
Quién podría reemplazarlo en la cátedra, si éste sufriese una inhabilitación de por vida en la enseñanza de las ciencias exactas, quién sería el hombre a futuro que hiciese los arreglos indispensables y vitales para la coronación de la mujer más bella en la provincia, quién se ocuparía en delante de la organización, la premiación, y todo lo demás que demandaba un concurso de juegos florales, en fin, éstas eran las preocupaciones de la gente por aquella suerte que estaba echada.
Pero lo que no conocía era “que hombre flojo, ni cuenta hazaña ni besa mujer bonita”. Don Fabricio estaba plenamente convencido que iba por una langosta a la Termidor, y, que no habría poder humano que se interpusiera ante esta faena.
Si la vida no tiene límites, las locuras del amor arrastran a estos peligros inescrutables.
Al otro día de la aventura amorosa, los vecinos del barrio se reunieron para saber la suerte de don Fabricio, unos pensaron en la inaplazable internación en una clínica, otros, creyeron que era simplemente para un reposo de varios días, la admiración fue creciendo. Cuando los vecinos divisaron no a Fabricio si no al hombre más feliz de la tierra, caminando con un talante poco común.
Don Fabricio se había dado un baño total pretendiendo purificar su alma, había usado su mejor colonia francesa, su traje rigurosamente planchado le daba un aire de distinción, y se aprestaba a dictar la cátedra, llevaba en su mano izquierda libros relacionados a su ciencia.
En el camino al Liceo, don Fabricio tatareó una canción:
-Como en un sueño, sin yo esperarlo, te presentaste-
Los vecinos al divisarlo en estas circunstancias florecieron de alegría y tranquilidad, dejaron a un lado sus preocupaciones y desvelos y concluyeron al unísono que nadie muere por amor. Fabricio se acercó al grupo y éstos no contuvieron su deseo de saber su abracadabrante romance amoroso y preguntaron:
-¿Cómo te fue?
El interrogado maquinalmente alzó su mano derecha y la depositó suavemente en su mejilla, gesticuló una mirada perdida de mariposón y dijo:
-Es un diamante en bruto, falta que pulir…
*Este texto es parte del libro de relatos que Mar Abierto planea publicar en el 2012. El doctor Julio Cevallos Murillo, es un ilustre ciudadano manabita, entre otros, en la construcción de la institucionalidad mantense; tanto en lo educativo como rector del colegio 5 de Junio, cuanto en el ámbito del derecho cuando llegó a ocupar altos cargos como ministro juez.
Su aporte ahora, con viñetas que describen una ciudad naciente, con vecinos que se conocen y reconocen todos. Sus textos visten palabras para ver esa época.
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