lunes, 18 de febrero de 2013

¿Editar es ineditar?



Por Juan de Althaus Guarderas
Editor General de Publicaciones de la Universidad Casa Grande

Se me ocurrió este juego de palabras entre editar e ineditar y qué es lo que se puede extraer de allí. Ineditar –sería un verbo– parecería lo contrario de editar o significaría no editar, sin embargo, por esas argucias del idioma, el término no existe en español. En Internet solo se la puede encontrar como la marca comercial de un sitio donde se baja música gratuitamente. El impacto de una marca comercial es precisamente que se presenta como un sinsentido, o con un sentido muy restringido, porque lo que interesa es que inscriba su sonoridad como un imperativo de un significante amo o que gobierne el consumo.

 Los diccionarios nos dicen que editar significa “sacar a la luz o publicar” cualquier obra de cualquier naturaleza que ha estado en la oscuridad. Si se vuelve a publicar, es una reedición. Si el verbo “ineditar” existiera en el idioma castellano, sería una palabra que significaría dejar una obra en la oscuridad, es decir, sin publicarse. Probablemente los diversos totalitarismos estarían satisfechos en usarla. Si una obra no se editó, simplemente ni se la nombra, a lo máximo se dice que fue rechazada o no aceptada, pero no se dice que fue “ineditada”.

Más bien, como adjetivo funciona de manera interesante, ya que una obra que ha salido a la luz trayendo novedades, se la considera inédita.

La etimología de editar sostiene que el término proviene del verbo latino do, das, dare o edere que significa dar o sacar a luz algo que ha estado oculto o que no existía. Es decir, está referido al campo de la invención. Es interesante comentar que el editar se compone de dos partes en latín, una proveniente del verbo edere que se origina en el prefijo “ex” que significa “separar del interior”, y otra del verbo dareque se significa “dar”. Se puede sostener entonces que editar tiene que ver con separar algo oculto de un interior y entregarlo a otros que están afuera. 

Ahora bien, el término “publicar” proviene del latín publicare, que en la Roma antigua esta relacionado con los rituales de advenimiento del “púber” como sujeto responsable ante otros. Pasa del interior de la familia, la cual es responsable de él, a la socialización en el mundo donde danza con su propio pañuelo. Lo confirma la raíz latina pubes, que refiere al vello púbico, constituyéndose como una metáfora corporal que da cuenta del pasaje de un romano al ejercicio de sus obligaciones. A su vez, este término está relacionado con Populus, que se alude al universo de varones jóvenes que pueden usar armas, pero no pueden participar en el gobierno, como sí lo pueden hacer los senatus. Ya en Roma se diferenciaba lo público de lo estatal.

¿Qué es lo que se le ofrece al populus, al público? En la antigua Roma, el Editor era la persona que organizaba y financiaba los juegos y espectáculos públicos en los coliseos. Este señor era el emperador de Roma, que convocaba a una serie de familias de empresarios, por así decirlo, para que presenten sus diversas especialidades en la Arena, lo cual no dejaba de ser un negocio para ellos. Eran los autores de los juegos. Se incluían luchas de gladiadores, pero contrariamente a lo que se difunde, rara vez habían muertos, aunque sí vencedores y vencidos.

De esta manera, se puede afirmar que el lenguaje mantuvo el término de editor o edición porque se refería sobre todo al acto de organizar la salida a la luz de una obra para el disfrute de un público determinado.

La edición no tenía nada que ver con la producción y distribución de textos en la antigüedad clásica. Esta era tarea de unos pocos libreros que tenían bajo su mando algunos esclavos que eran los escribas que copiaban varios volúmenes de rollos de papiro de un original, normalmente escritos por algunos pocos pensadores y literatos. Durante la Edad Media en Occidente, la copia de libros continuó como una tarea artesanal dentro de los conventos y escuelas cardenalicias, pero con la modificación del soporte del texto, ya que se pasó al formato libro con pergaminos llamados códices, cuyo manejo para la escritura y lectura era más “amigable”. Luego el papel suplantó al pergamino a partir del siglo XIV, como una contribución de los chinos transmitido por la cultura árabe a Europa, siendo más económico y manipulable. Hoy estamos viviendo el tránsito del papel a la pantalla virtual. Ahora ya no decimos “el papel aguanta todo” sino la “pantalla aguanta todo”, con los efectos especiales que fascinan la mirada. 

Un cambio relevante se evidenció a partir de los siglos XI y XII: Los libros abandonaron los monasterios debido al nacimiento de las universidades, el crecimiento de las ciudades y el comercio. La escritura se diversificó, se incrementaron las copias manuscritas y se constituyeron bibliotecas reales y privadas.

La labor del editor como tal comenzó a establecerse con la invención de la imprenta de Gutenberg en el siglo XV, en el contexto decisivo del Renacimiento. Esto significó el inicio de la reproducción industrial de los textos, lo que requería una organización más compleja como la inversión, la producción en cantidad y la distribución para un mercado. Tenía que procederse a la selección de los libros a publicarse que podrían tener aceptación de los lectores, y otros elementos más.

La utilización del vapor durante la revolución industrial que se inició en Inglaterra en el siglo XIX modificó considerablemente la publicación de textos, tanto en su cantidad como eficiencia. La introducción de la linotipia mejoró aún más la producción editorial. Se sabe que se comenzó a publicar los diarios en la segunda mitad del siglo XIX. El siglo XX se caracterizó por la introducción de una serie de nuevas tecnologías debido al veloz desarrollo de las ciencias. Se asistió a la masificación de las publicaciones y la diversidad de productos que se entregan a un mercado de consumo creciente. Por eso el término de edición no se restringe a la publicación de textos sino a  una serie de otras actividades como los audiovisuales, la música, la informática, etc. Solo en la producción y publicación de textos tenemos una multiplicidad de especializaciones editoriales.

Este estado de la situación lo resumen los diccionarios actuales al hablar con un lenguaje más técnico cuando se refieren a la labor editorial: Se trata de financiar y administrar una publicación, la adaptación de un texto o gráfica a las normas de publicación establecidas o la organización de cualquier producto audiovisual para su presentación o hacer posible que se vea en una pantalla de un computador un archivo.

Hoy día el rol del Editor se ha dividido. Por un lado está el impulsor y financiador, que no es un emperador romano, como quizás alguno quisiera, sino las altas autoridades en el caso de la labor editorial universitaria y el Editor propiamente dicho se ha desplazado a un trabajo realizado por un especialista en el tema. Pero siempre se mantiene el propósito de “sacar a la luz o dar a luz” algún producto para un determinado público de una manera organizada.

La multiplicidad de posibilidades editoriales confronta nuevos desafíos. Sobre todo debido al Internet y la proliferación de todo tipo de tecnologías comunicacionales, que expanden la presión de las exigencias de un mercado de consumo masificado. La consecuencia es una producción editorial a altas velocidades y muy diversificada. Es muy difícil hoy saber diferenciar si un trabajo es realmente inédito o no. Hay mucho copypaste y Photoshop, a veces de maneras sofisticadas. La presión y la pasión por vender, por adaptarse al mercado cambiante, fuerza a borrar las fronteras entre lo viejo y lo nuevo, entre la reproducción y la creación, entre la repetición y la invención.

La Universidad está atrapada entre dos fuerzas en pugna: El mercado y el Estado. Se vive un mundo donde los valores tradicionales, las grandes soluciones, los  ideales sociales y las reglas de juego se han deteriorado ostensiblemente, lo que fuerza a los políticos a establecer como sustituto gran cantidad de regulaciones uniformizantes para controlar múltiples aspectos de la vida social, haciéndolas aparecer como “científicas” para que sean aceptadas. El mercado también busca un consumo masivo estandarizado para maximizar las ganancias. Funciona un sistema global que solo puede operar en estrecha alianza con la tecnociencia, y por eso las altas presiones para que las universidades se encarguen de la producción científica, de la formación de profesionales adecuados para las nuevas demandas cambiantes del mercado laboral. Muchas veces se sufre la consecuencia de disminuir la importancia de la pedagogía, de la vinculación insustituible entre el profesor y el alumno.

 En los EEUU hoy en día se ha comenzado a usar las teleconferencias para dar clases masivas a 10,000 estudiantes a la vez. Si se sigue en este proceso de manera excluyente, la universidad del futuro cercano será muy diferente a la que conocemos en la actualidad. La labor editorial universitaria se desplazará a servir a la difusión virtual de estas clases y de otros productos virtuales de consumo educativo masivo. Todo eso puede ser archivado en bibliotecas virtuales porque la nube del Internet es infinita. Se sabe que las grandes corporaciones tecnológicas presagian de forma interesada que el libro en papel desaparecerá o será un lujo asiático. No se puede anticipar qué sucederá realmente,  pero el editor universitario tiene que estar advertido de esta realidad. No habrá que extrañarse si el consumismo masivo de la educación superior se dirija a que el estudiante aprenda las materias que desee sin un curriculum ni un pensum de carreras. Los empleadores escogerán los “perfiles” individuales de graduados más acorde con sus necesidades específicas.

En todo caso, hay que saber usar esas nuevas tecnologías para la edición, pero manteniendo cierta distancia prudente. Lo principal sería orientarse a diferenciar dentro del trabajo de edición lo que es inédito, para lo cual el editor debe tener confianza en el equipo de científicos revisores en el caso de las publicaciones científicas, ya que él es responsable de la publicación. Es una cuestión que solo podría abordarse caso por caso, escrito por escrito, gráfica por gráfica. 

Una condición inevitable es que las relaciones entre el profesor y el estudiante no pueden dejarse del lado. En el caso de la UCG la célula viva de la universidad es este vínculo. La cuestión presencial es de alta consideración. Sin esto no habrá científicos ni profesionales serios y responsables. La tecnología como las TICs son adaptadas a esta política educativa. El deseo de enseñar de cada profesor es el pilar de la educación universitaria que mueve el deseo de aprender de los estudiantes. Es un deseo muy particular de cada uno, que no es medible en categorías universales ni en estadísticas, y sin él, no habría educación superior.

En la UCG se trata también de dar cuenta de estos modos de enseñanza en sus publicaciones, de hacer un esfuerzo por formalizarlas, usando las teorías pedagógicas existentes y enriqueciéndolas. El trabajo editorial implica acá pasar de lo particular de la experiencia al universal de la enseñanza. Es también fundamental que el editor mueva su deseo de publicar, lo que también significa incentivar el interés de escribir de los autores y por otro lado, el deseo de leer. Leer es interpretar, tratar de entender lo que está entre líneas. No hay acto civilizatorio sin este esfuerzo del intelecto. Todo esto requiere estrategias complejas donde la inventiva del editor es fundamental para cada caso singular, donde la conversación continua con los autores constituye un pilar inestimable. El Editor establece un vínculo social por el cual escucha y sugiere, no impone. 

¿Qué significa todo esto? Remitámonos solamente a lo que se enseñaba desde el siglo XI hasta hace algunas décadas en las aulas universitarias como estudio general de Letras. Se trata de la Retórica. Ahora está restringida a algunas disciplinas. Hay algunos términos que llaman la atención, como la inventio, la dispositio y la elocutio, que resuenan a los oídos en castellano. En la inventio, que proviene del latín invenire, es decir, “hallar algo”, el sujeto trataba de encontrar en los registros simbólicos del inconsciente los elementos y temas a tratar como orador o escritor. La organización inventiva de estos elementos se denominaba  dispositio, en el sentido de disponerlos de una manera propia para la elaboración del discurso, cuya estructura principalmente tripartita, tiene un comienzo, una etapa media y un final. El comienzo o exordium busca capturar el interés del oyente o lector (captario benevolentiae) y darle una idea de qué se trata el texto. La exposición y argumentación del tema es la narratio. Estos tiempos lógicos del discurso terminan en la peroratio, donde se presentan las conclusiones.

Estas estructuras de discurso constituyen la base de lo que hoy en día es un artículo de carácter científico, incluso un simple ensayo. Por supuesto que la lógica retórica, nombrada como dialéctica, estaba destinada a persuadir y convencer a un público oyente y lector sobre una tesis determinada en relación a los textos de la antigüedad clásica. Durante el escolasticismo se mezcló con el pensamiento teológico. En nuestra época, que es la época de la tecnociencia, lo fundamental es que esta estructura discursiva está orientada a la llamada verdad científica, es decir, a extraer un nuevo conocimiento de un objeto de investigación al cual se le supone un saber, o lo que es lo mismo, que está ordenado de acuerdo a determinadas leyes o regularidades más o menos universales.

Sin embargo, en la lógica retórica lo que importa es lo verosímil, no la verdad. La validez de un texto o de un discurso hablado está constituida por su poder de convencimiento a un público, no para demostrar la verdad o falsedad de una proposición. De hecho, durante los primeros tres siglos de existencia de las Universidades en Occidente, surgieron profesores destacados que debatían entre ellos ante los estudiantes, los cuales tomaban partido, haciendo uso al máximo del arte de la retórica. Esto es difícil de encontrar hoy día en las universidades, y la retórica se ha desplazado a la publicidad, la propaganda y la política, degradándola, razón por la cual se la vincula con la demagogia.

La cuestión es que el trabajo editorial universitario puede incluir las dos perspectivas, de lo verosímil (más del lado de la pedagogía, el arte y a literatura) y de la verdad (del lado de la ciencia), teniendo en cuenta que hay cierta intersección entre ambas. Actualmente las lógicas inconsistentes indican que la verdad se modifica, cambia. La ciencia avanza cuestionando el saber anterior y produciendo uno nuevo. El autor tratará de convencer a  los comités científicos de los Journals que hay un aporte nuevo a la ciencia, y ese nuevo aporte es provisional. Se sabe que hoy la biología como la física cuántica se enfrentan con una serie de imposibles de saber, y la manera elegante que han encontrado para resolverlos, supuestamente, es mediante la teoría de la probabilidad. Pero lo que es probable no es verdadero ni cierto, es impredecible, indecible e indecidible. Por eso se ha llevado al altar de la evaluación la probabilidad estadística como si fuera una verdad científica, cuando en realidad no va más allá de un pobre cientismo, de un referente relativo y secundario de valor limitado.

El editor no puede perder de vista que el discurso universitario no es el mismo que el científico. El primero busca producir un sujeto deseante de aprender algo del saber logrado en la cultura y el segundo busca solamente un saber nuevo cuestionando lo ya sabido sobre lo que investiga, pero donde la subjetividad del científico queda completamente fuera. Dentro de la institución universitaria tendrá que verse cómo se compaginan ambos discursos diferentes. Es conocido que un buen científico no necesariamente es un buen profesor, ni un buen profesor es necesariamente un buen científico. Sin embargo, la labor editorial universitaria debe considerar ambos discursos en sus publicaciones: El aprendizaje, el arte y la literatura, así como la investigación científica.

Sobre el aprendizaje valdría la pena mencionar que la UCG se orienta dentro del constructivismo. Esto significa que la pedagogía pretende que el estudiante realice sus propias construcciones mentales guiado por el profesor. El constructivismo apunta a crear ambientes de aprendizaje para que el estudiante resuelva problemas, y en ese trayecto reflexione sobre lo que ya sabía, lo que no sabe y lo nuevo que él mismo tiene que elaborar según la subjetividad y el estilo propio de cada uno. El profesor es una especie de facilitador, orientador o ayudante en este proceso, el cual le proporciona ciertas herramientas para que construya el estudiante. En suma, se parte que cada estudiante es único y diferente a los demás y solo hay que ayudarlo a aprender dando cuenta de las imposibilidades con que se confronta en un ejercicio práctico-reflexivo o actividad pedagógica y cómo lograr cierta posibilidad de resolución propia. A cada momento de la enseñanza se produce una construcción inédita por ambas partes. Si esto no opera, está a la mano el campo “psi” para escuchar los síntomas del aprendiz y el enseñante en cada caso particular.

Se puede decir entonces que en este tipo de pedagogía se trata de producir aprendizajes inéditos y convendría llevarlos a su edición, a su publicación testimonial de alguna manera, tanto como a su formalización en el saber. Entonces, queda como una interrogación si es que la edición universitaria debe estar abierta a estos, aquellos y otros aportes inéditos, aunque sean mínimos; si debe ser particularmente sensible a lo nuevo en el saber, si debe procurar la invención de la dimensión de lo inédito o crear este verbo en negativo que sería el ineditar. La UCG apuesta por las luces nuevas sabiendo que no todo está dicho, y camina a contracorriente del oscurantismo y repetición de la ignorancia.

Texto leído a propósito del II Seminario Internacional de Editoriales Universitarias desarrollado en Manta los días 24 y 25 de enero del 2013.

No hay comentarios: