Freddy
Solórzano
La
primera vez que me casé Ubaldo hizo el brindis y maldijo para bien el
matrimonio. Con esa solemnidad que solía tener a veces, dijo que durante los
primeros cuatro años se vivía la luna miel, y luego, con humor, sostuvo que
después solo se vive en pareja para soportarse.
Terminé
divorciándome antes de los cuatro años, pero todavía conservo el regalo que me
dio la noche del matrimonio: un libro y un pequeño cuadro con una frase que
habla sobre la vida y cómo enfrentarla.
Ubaldo
fue mi profesor en la facultad de Periodismo y se convirtió en un amigo con el
que compartimos el placer de las cervezas y los libros.
Solía
ir a su departamento en la calle 13 para que me prestara libros. Siempre fue
generoso conmigo. Yo quería leer a un autor y él de yapa me recomendaba algunos
de sus preferidos.
En los
últimos tres años nos vimos poco. Él estaba ocupado por sacar adelante una
editorial y yo tratando de hacer lo mismo, pero con un periódico.
En
febrero de 2013, antes de irme a trabajar a Ambato, donde iba a dirigir un
diario, me invitó a su casa a un almuerzo. Era la forma como él y su esposa,
Bahi, querían desearme la mejor de la suerte a mi familia y a mí en nuestra
nueva vida. Me mostró la casa que habían comprado y al final de ese agradable
encuentro, donde hubo comida persa, me regaló un libro: “Gabriel García
Márquez: Una vida”. Y nuevamente escuché una de sus recomendaciones literarias
sobre la calidad de los ingleses para escribir biografías.
Unos
meses después fui yo quien lo sorprendió. Estaba de visita en Manta y compré
algunos libros usados, entre ellos una recopilación de artículos de Javier
Marías. Me encontré con Ubaldo y me recibió con esa sonrisa amplia que siempre
tuvo conmigo. Le mostré el libro y se lo regalé. Era la primera vez que le
obsequiaba algo.
El
sábado 14 de diciembre, 15 días antes que muriera, me llamó por teléfono para
saludarme. En mis oídos retumbó su alegre voz: “Qué fue Kapuscinski”, así me
solía llamar desde que le hablé de mi admiración por el periodista polaco. Me
dijo que se encontraba mejor que nunca y que era un hombre feliz. Quedamos de
vernos pronto y comer un ceviche en la playa.
El
domingo 29 de diciembre estaba jugando indorfútbol en Manta cuando mi esposa me
grita que tengo una llamada urgente. Contesté. Miré a mi mujer y le dije que
Ubaldo murió. Ella me abrazó y la solidaridad se extendió por la cancha y se
suspendió el partido. Esa noche tuve que viajar de urgencia a Ambato. Lloré en
el carro.
Dos
días después regresé y vi a Ubaldo dentro del ataúd. Allí estaba el hombre que
me decía que tenía que ser más duro en la vida “porque si no te verán las
huevas Kapuscinski”.
Ubaldo Gil en su último viaje a México. |
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