martes, 25 de marzo de 2014

El brindis bendito de Ubaldo

Freddy Solórzano

La primera vez que me casé Ubaldo hizo el brindis y maldijo para bien el matrimonio. Con esa solemnidad que solía tener a veces, dijo que durante los primeros cuatro años se vivía la luna miel, y luego, con humor, sostuvo que después solo se vive en pareja para soportarse.

Terminé divorciándome antes de los cuatro años, pero todavía conservo el regalo que me dio la noche del matrimonio: un libro y un pequeño cuadro con una frase que habla sobre la vida y cómo enfrentarla.

Ubaldo fue mi profesor en la facultad de Periodismo y se convirtió en un amigo con el que compartimos el placer de las cervezas y los libros.

Solía ir a su departamento en la calle 13 para que me prestara libros. Siempre fue generoso conmigo. Yo quería leer a un autor y él de yapa me recomendaba algunos de sus preferidos.

En los últimos tres años nos vimos poco. Él estaba ocupado por sacar adelante una editorial y yo tratando de hacer lo mismo, pero con un periódico.

En febrero de 2013, antes de irme a trabajar a Ambato, donde iba a dirigir un diario, me invitó a su casa a un almuerzo. Era la forma como él y su esposa, Bahi, querían desearme la mejor de la suerte a mi familia y a mí en nuestra nueva vida. Me mostró la casa que habían comprado y al final de ese agradable encuentro, donde hubo comida persa, me regaló un libro: “Gabriel García Márquez: Una vida”. Y nuevamente escuché una de sus recomendaciones literarias sobre la calidad de los ingleses para escribir biografías.

Unos meses después fui yo quien lo sorprendió. Estaba de visita en Manta y compré algunos libros usados, entre ellos una recopilación de artículos de Javier Marías. Me encontré con Ubaldo y me recibió con esa sonrisa amplia que siempre tuvo conmigo. Le mostré el libro y se lo regalé. Era la primera vez que le obsequiaba algo.

El sábado 14 de diciembre, 15 días antes que muriera, me llamó por teléfono para saludarme. En mis oídos retumbó su alegre voz: “Qué fue Kapuscinski”, así me solía llamar desde que le hablé de mi admiración por el periodista polaco. Me dijo que se encontraba mejor que nunca y que era un hombre feliz. Quedamos de vernos pronto y comer un ceviche en la playa.

El domingo 29 de diciembre estaba jugando indorfútbol en Manta cuando mi esposa me grita que tengo una llamada urgente. Contesté. Miré a mi mujer y le dije que Ubaldo murió. Ella me abrazó y la solidaridad se extendió por la cancha y se suspendió el partido. Esa noche tuve que viajar de urgencia a Ambato. Lloré en el carro.

Dos días después regresé y vi a Ubaldo dentro del ataúd. Allí estaba el hombre que me decía que tenía que ser más duro en la vida “porque si no te verán las huevas Kapuscinski”.


Ubaldo Gil en su último viaje a México.

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