Por David Ramírez
Ubaldo se
marchó dos días antes del año nuevo. El más leal de sus compinches, su
corazón de poeta, el que soportó todas sus irreverencias por casi medio
siglo, decidió abandonarlo… Y es que si
para el común de los mortales, el corazón es nuestro talón de Aquiles,
para un creador de pura sangre como Ubaldo, aunque lo tenía doblemente
blindado - según solía decir -no resistió los fragores a lo que lo
sometía en su oficio de militante soñador y escritor comprometido.
La última vez que hablamos fue el 5 de diciembre, estaba en Panamá de regreso a Ecuador, venía de la feria del libro de Guadalajara, México y traía una felicidad que no le cabía en el pecho; la misma que uno siente cuando es padre por primera vez: había presentado allí su novela “Amor más allá de Madrid”.
“Quiero que la leas, necesito tu comentario”, recuerdo me insistió aquel día. A mediados del mes de noviembre, Ubaldo me hizo llegar un ejemplar del último de sus libros, junto a una colección de otros trabajos literarios publicados por Mar Abierto, la editorial universitaria de la que fue su director hasta el día en que lo sorprendió la parca.
Por cierto, fue un voluminoso paquete que tuvo un periplo de cuento antes que llegara a mis manos. Estuvo perdido casi dos meses en un mar de oficinas postales de Estados Unidos, y luego fue devuelto a la oficina de Ubaldo en Manta porque mi dirección no existe, dijeron. La segunda fue la vencida, el “Amor más allá de Madrid”, arribó en medio de una fría mañana nevada de Nueva York, no obstante, querido Ubaldo, queda conmigo una deuda que ya nunca podré saldar, como ocurre con las deudas del alma. No pude cumplir en hacerte llegar a tiempo mi comentario.
Después de hablar de su novela, de repasar anécdotas de amigos comunes, de la reciente recategorización que se hizo a las universidades del Ecuador, hablamos del inefable tema de la muerte. Aquel 5 de diciembre, el mundo se estremeció con el deceso de Nelson Mandela. Recuerdo que Ubaldo comentó: “Con la muerte de Mandela se ha ido un pedazo de nosotros”, trayendo a colación que el líder sudafricano, fue el referente más marcado de los jóvenes de nuestra generación. Hoy, menos de un mes después, retomo la frase de Ubaldo para decir que con su muerte, también se va una parte de nosotros, porque él, sin duda fue el más iluminado de los Cinquinos de la época: declamador insigne, orador contumaz y ensayista preclaro.
Su frontalidad hizo que ganara resistencia y no menos detractores entre los intelectuales y en los círculos universitarios, Ubaldo fustigaba la superficialidad y exigía en la creación literaria, sino la perfección, un contrato social en esa dirección, así también fue un crítico mordaz en la búsqueda constante de la excelencia académica.
Humano al fin, Ubaldo estaba hecho de la misma materia de la que provenimos todos, con su propia visión del mundo y probablemente con muchos defectos pero, ninguno capaz de mermar su inmenso legado cultural. Basta citar que en los últimos años, su acción como promotor cultural trascendió su patria chica, fue fundador de la red de editoriales universitarias del Ecuador y vicepresidente de las editoriales universitarias de Latinoamérica y el Caribe.
Nada de lo que digamos hoy nos traerá de vuelta a Ubaldo, digno émulo de Hugo Mayo, por su versatilidad creativa, discípulo aventajado de José “Pepungo” Cevallos, por el dominio escénico en la declamación y, alumno inspirado de María Antonieta Arellano, quien le infundió su apego incondicional con la literatura. Estos maestros irrepetibles junto a Bolívar Andrade, formaron a una corriente intelectual de jóvenes, de entre los cuales, con innata soltura descollaba Ubaldo. De ese grupo del glorioso Cinco de Junio fertilizó la semilla de “La Trinchera”, el primer grupo de teatro de la ciudad que más tarde daría paso al Festival Internacional de Teatro de Manta.
Prohibido Olvidar
Nueva York, diciembre 31 del 2013
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