“Piel
adentro” es el nuevo libro que el escritor Marco Rodríguez pondrá a consideración
de sus lectores. Un extracto de las primeras páginas de su novela que será
publicada por editorial Mar Abierto, lo ponemos a continuación:
I
El
gato negro sueña que se cuelga del cabello, resbalándose en cada hebra, se posa
en un rizo, se acuna en una greña blanca. El peluquero entresaca varias hebras
del pelo, color azabache, abundante, que casi se podía hacer una coleta con él
y entonces se oyen golpeteos de patas, zumbidos de alas, giros de cabezas, pero
es en vano, una arista de la tijera muerde los pequeños ojos saltones del animal,
que salen expulsados por inercia. Es mejor que no tenga las canas sectorizadas
sino más bien dispersas, le dice el peluquero amanerado con voz gangosa. El gato
negro fija su mirada en el espejo y alcanza a ver en la cara del peluquero unos
cachetes salientes, unas cejas tatuadas, un cabello azulado, unas pestañas
rizadas y no ausculta más, porque las lumbreras mutiladas del animal dan
brincos, primero por la mano izquierda llena de pelos del peluquero y luego por
todo el espesor de la alfombra morderé a cuadros, oteando como los mechones
siguen esparciéndose por el suelo. Solo cuando la cabellera está totalmente
rapada, la niña súbitamente extiende sus plumas en busca de sus ojos que ya no
mirarán.
Toda
la noche el gato negro sostiene cuidadosamente de las alas a una mariposa que
se coló en la celda por la ventana. Es amarilla con pequeños bordes negros. Dos
horas en la tarde estuvo tras de ella hasta atraparla. Claro que por conseguirlo
desbarató lo poco que había en la celda. Al principio la mariposa aleteaba en
procura de huir, al rato sus alas se detuvieron y se quedó quietecita, casi
inmóvil, aunque sus alas de vez en cuando seguían abanicándose en un último
vuelo. El gato negro juega a que es su hija desconocida, acerca a la mariposa a
sus labios, la besa, quisiera arrullarla en su regazo, darle palmaditas en la
espalda para sacarle el hipo y los gases, limpiarle el excremento, luego bañarla
y dormir junto a ella para siempre, pero el insecto no aguanta tanto amor y lentamente
sus alas dejan de agitarse. Entonces la aplasta y, cuando percibe que se va
desintegrando, sopla los deshechos que quedan en su mano. Enseguida corre a su camastro,
saca de debajo de la estera su navaja y la empoza firme en el suelo.
Cuando
el gato negro sintió que le atacaron por detrás, le apuntaron en su trasero y
le pusieron en su nariz un pañuelo bañado con alguna sustancia que le produjo parálisis
casi instantánea, antes del amortiguamiento total, alcanzó a sacar de su bolsillo
trasero y depositar en el delantero una navaja que le servía de arma y de llavero.
Los sujetos que veían de un lado a otro de la callejuela del centro de la
ciudad no se percataron de ese movimiento y ahora la navaja le sirve para garrapatear
algunas palabras casi todos los días sobre la madera apolillada del piso de la
jaula. En los primeros días de reclusión solo clavaba la navaja en el suelo con
rabia, luego comenzó a bosquejar palabras, a buscar ideas, a delinear su vida
vivida como decía su padre, a insuflarse con las películas
que tanto le habían apasionado desde niño, a escribir cualquier cosa para no
clavarse la navaja en pleno corazón.
La
mariposa se metamorfosea en un gran reptil que no tarda en mordisquear la cara
de la niña que, a su vez, se torna tumefacta e inmediatamente laten sus venas y
se ve el hueso blanquecino, mientras la mandíbula del reptil se atraganta y sus
colmillos saltones comienzan a rechinar.
Para
que finalmente alguna certeza se apodere de todos y no queden solo indicios grotescos
del vacío y de la nada, el insomnio debería ganar la batalla que libra con el
ensueño, cavila el gato negro, deja en el filo del lavabo su navaja, abre el
grifo de agua, bebe un poco y haciendo gárgaras cuenta hasta veinte. El caso es
que el gato negro nunca pudo dormir en demasía, pero la lucha era desigual, muchas
veces la locura de las pesadillas le maniataba y esa mañana, cuando despertó,
silbaba, sin saber por qué, pero de su boca se desprendió ese viejo silbido con
el que se llamaban en la jorga. Estaba desnudo y su cuerpo amoratado. Otro
silbido, de alguien zumbando en la oreja, acompañaba al suyo. Era de la niña de
sus sueños o quién sabe si los silbidos marcaban el ritmo de sus acciones; lo
inobjetable era que alguien silbaba, de pronto era el hombre o el shamán-gitano
que marcaba el compás de aquella mañana. De repente, el sonido del silbido le
molestó, por eso se cubrió con sus manos, oídos y boca, indistintamente y, como
poseído por un demonio, empezó a gritar y a correr de un lado a otro del habitáculo,
hasta rebotar en las paredes y quedar suspendido en el aire, como si no existiera
gravedad en la celda.
Puta
madre, vociferó descompasadamente.
El
mal se ha ido, pero ayer recordé, secuencia por secuencia, un buen trozo de mi
vida explica el gato negro, increpa más bien, en la tarde de ese mismo día e
intenta por todos los medios que el hombre y el shamán-gitano despierten de su
letargo. Les agita, les mueve la cabeza, abre otra vez el grifo de agua pero,
antes de salpicarles, los dos ya están sentados, alertas, quitándose las lagañas.
Lo único que retumba en la celda es el sonido de las gotas de agua que nunca
dejan de caer del grifo.
El
gato negro era temerario. Al segundo o tercer día en que el hombre llegó a la
celda, al gato negro le manó sangre. Temblaba y estaba con escalofrío.
Empalideció. Orinaba sangre cada cinco o diez minutos. Ninguno de los tres pudo
explicar lo que le pasó, simple y llanamente le brotaba sangre de su sexo, como
el fuego arrasador que se enciende y solo se consume cuando ha dejado destrozos
y cenizas. El hombre empezó a dar patadas en la puerta de la jaula para que les
auxilien y el shamán-gitano no dejaba de orar. Sin embargo, el gato negro inmutable
enjuagó un pañuelo sucio y se aplicó en su glande. Esto es lo único que puede parar
de raíz la sangre, esto es lo único que la mata y la chupa, repetía una y otra
vez. Aletargado, se dirigía de su cama al váter, dejando huellas de sangre
fresca por todo lado, como en una película de terror. Cuando fue a dar de
bruces al suelo, abriendo su mandíbula lo más que pudo, se puso como animal
recién parido o como tiburón hambriento detrás de carne, pero sin dejar que nadie
lo ayude, estiró sus brazos para apoyarse en el catre. Se tendió en la cama y
respiró profundo. La sangre repentinamente dejó de fluir, se cortó de golpe como
había comenzado a emanar y en su faz se volvió a reconstruir algún hálito de
color. Entonces sonrió y la sonrisa le salió justa, hasta se podría decir que
juvenil, sí, las articulaciones de su boca y pómulos le dieron un aspecto fresco,
casi celestial.
NOVELA. El escritor ecuatoriano Marco Rodríguez nos trae la novela Piel adentro, cuya portada ha sido diseñada por José Adrián Márquez, de editorial Mar Abierto. |
El
prólogo que acompaña el libro es escrito por Otto Zambrano y dice:
No
siempre un título es capaz de resonar aún después de cerrar las ciento y tantas
páginas de la novela Piel adentro
para el lector que terminará escribiéndola, o la completará precariamente hasta
convertirla en obra.
Piel adentro es una cuerda que se tiende entre el dolor y el
placer, los sueños y los recuerdos inventados, la transgresión y la expiación,
el encierro y la fuga, la memoria y sobre todo el olvido del que está hecha.
Piel adentro de la muerte, la enfermedad, la locura y otra vez la
muerte; piel adentro del aislamiento, del extrañamiento, de la incomodidad con
el mundo.
Piel
adentro del odio, el rencor, la nostalgia, de la periferia del amor y sus
sucedáneos; piel adentro de una leyenda en una pared ya derruida, de un espejo
donde reconocerse sin haberse buscado.
Piel
adentro durante toda la vida de la novela y aún después de ella, porque
persiste debajo del tráfago de los días cierta inquietud e incertidumbre, como
solo ocurre con la buena literatura.
El autor
Marco Rodríguez Ruiz
(Quito, 1971) es doctor en Jurisprudencia y candidato a magíster en Derecho
penal y Derecho procesal penal por la Universidad Central del Ecuador;
diplomado en Derecho económico, magíster en Derecho del mercado y candidato a
doctor en Derecho por la Universidad Andina, sede Quito. Actualmente labora
como juez del Tribunal Noveno de Garantías Penales de Pichincha. Ha sido
profesor de las universidades Internacional SEK, Central, Pacífico y
Politécnica Salesiana, de Quito.
Ha publicado la
novela Cuando ya no sea una sombra,
Casa de la Cultura Ecuatoriana (2003) y el ensayo Los nuevos desafíos de los derechos de autor en Ecuador,
Universidad Andina Simón Bolívar/Corporación Editora Nacional/Abya-Yala (2007).
Su
novela “Piel adentro” será publicada con el sello Mar Abierto en la colección
Almuerzo Desnudo.
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