miércoles, 13 de junio de 2012

La palabra


La palabra. Sólo la palabra.
Antes de la palabra, la palabra.
Comienza donde termina;
siempre está empezando.
Se hizo poesía en la cueva;
canto amanecido.
La palabra cantó y lloró,
eso la hizo más bella.
Se cambia de piel,
rejuvenece,
pero sigue siendo la palabra.
La escuché por primera vez
en mi primera palabra.
Tenía los sonidos del cristal.
Era una palabra pequeña, pero dulce;
inocente, frágil,
traviesa, breve, inconclusa,
apenas articulada.
Empecé a perseguirla,
la sigo persiguiendo,
la acoso, me acosa.
Quiero vivir junto a ella
para seguir viviendo.
Siempre quiero leerla, definirla,
descubrirla, desvestirla.

La palabra, siempre.
La escucho,
me meto en su voz,
la arrimo a mis ideas.
Escribo diariamente libretos de palabras.
Me visto de palabras y soy feliz.
Camino con la palabra,
en mi libro diario;
me enciendo con ella,
a veces me deprimo,
otras, me reencuentro con la vida.
Zurzo mis esperanzas con palabras,
redacto con palabras
el proyecto del futuro.
Amo y me aman con palabras.
La palabra es más dulce en un niño,
porque es como una estación lluviosa,
una fiesta de pentagramas alegres.
La palabra no descansa,
se revitaliza, se fragua,
se articula, se consolida,
se arma de verdades,
otras veces de mentiras.
Palabra hermana, fraterna,
definitivamente solidaria,
la que me acompañará,
después de mi última palabra.

Horacio Hidrovo Peñaherrera
(Tomado de: “la maravillosa sensación de vivir” (2001)

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