jueves, 3 de abril de 2008

Dos manabitas sobresalientes




Por: Medardo Mora Solórzano

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Hoy es uno de los momentos más gratos que vive nuestra Universidad, que ha tenido como invariable conducta premiar las virtudes humanas y proclamar y reivindicar nuestro orgullo de ser manabitas y ser alfaristas. Por eso sentimos el verdadero Manabí, nos identificamos con sus cualidades de tierra de personas leales, escenario de epopeyas, cuna de leyendas, de inimitables tradiciones, de gente transparente dueña de una generosidad que no reconoce fronteras, de ingeniosos amorfinos y chigualos, dueña de paisajes que recrean la vista de los que valoran la naturaleza, de poetas que cantaron al amor, a la belleza, a sus campos, a sus ríos, a su mar, en síntesis, nuestros sentimientos laten intensamente cuando evocamos a ese Manabí de vida profundamente humana.
Hoy tenemos la suerte de haber juntado en un solo homenaje y en un solo recuerdo, a dos mujeres emblemáticas de nuestra tierra montubia, a dos personajes que nos enorgullecen, a dos mujeres de exuberante feminidad que elevaron a nuestra provincia a la cima de lo diferente, de lo especial, de lo que engendra distinción. Quién no se siente más manabita cuando se habla de una dama del más encumbrado ancestro, de comportamiento señorial, cuya vida la dedicó a guiar y orientar a las generaciones futuras, una educadora en el más fidedigno sentido de la palabra, alguien que nos hizo diferenciar lo que es ser bien educado y lo que es ser mal educado, para ello se necesita lo que le sobraba a doña Bertha Santos de Dueñas, mística, responsabilidad, buenos modales, eticidad, principios, decencia, ella pertenece a esa generación con conductas y hábitos que parecen extinguirse, ella ya lo advertía: hoy los valores han cambiado, prevalecen otras prioridades, otras formas de comportarse y vivir; comprendía la evolución de las sociedades, sabía que las mutaciones son una constante social, pero no aceptaba lo incorrecto, fue de aquellas que educaron con el ejemplo, a lo que unía en su afán de enseñar como debe ser, un conocimiento sólido y sustentable. Perteneció a ese selecto grupo de maestros y/o maestras cuyos alumnos y alumnas sólo tienen razones para disfrutar con los mejores comentarios de su trayectoria vital, por eso nadie la discute, alguien pudo llegar hasta a no compartir sus tesis, su forma de ser, sus creencias, sus ideales, pero nadie ha pretendido siquiera discutir ni puede discutir ese legado imborrable de sus buenas acciones, de sus vivencias transmitidas con fe, con optimismo, con desinterés, con cariño, con vocación por lo que hacía, con pasión por ver a sus discípulos escalando espacios y desbrozando senderos hacia la consecución de sus objetivos, por eso en la inmensa mayoría del colectivo social, la mención de su nombre eleva la autoestima de quienes la conocieron y supieron de ella.
Bahía de Caráquez su tierra natal, sólo sabe que es parte del patrimonio de la ciudad, no tiene duda que fue una mujer que quiso y soñó engrandecer Bahía, escogió con notable convicción la vía de la educación para contribuir a edificar una mejor sociedad, que sea más consciente de sus derechos y responsabilidades, tenía plena conciencia que sólo la educación nos hace libres, nos abre oportunidades, rompe inequidades, nos permite acercarnos al acierto en el camino a recorrer en nuestra vida, por eso sus acciones y actitudes son una lección de vida, por eso en esta noche nos reunimos para evocar su nombre con respeto, para ubicarla en el sitial reservado a los que cumplieron con amplio superávit su misión de servicio ciudadano, lo hizo y eso lo remarco, con celosa dignidad, con altivez, distinguiéndose de aquellas personas oscuras, mediocres e insolentes, que actúan y hacen obras pensando en su bolsillo, eso nos asquea. Inversamente doña Bertha reconforta nuestro espíritu de personas de bien, nos motiva a seguir batallando por el imperio de los valores humanos, por eso hoy ocupa nuestro tiempo para disfrutar de su recuerdo.
Esta noche refrescamos nuestro pasado con sus memorias, nos renovamos en actitudes con todo lo que nos cuenta en su libro, escrito con la sencillez, con la visión futurista, con la claridad del mensaje de las almas nobles y la transparencia de quienes pueden ser auténticos para decir lo que piensan y sienten, ella no se reserva nada, dice lo que debe y no lo que conviene decir, se presenta tal como es, no necesita recurrir al discurso o a la metáfora adornada de palabras floridas para decirnos lo que creía, lo que pensaba, lo que eran sus anhelos, sus convicciones, para confesarnos como quería a Bahía, como amaba conocer al mundo, como podía hacer comparaciones en aquella época con países desarrollados que tuvo la suerte de visitar y vivirlos en la niñez, en la adolescencia, en la juventud, en su edad adulta, todo eso le permitió soñar en una Bahía que fuera como las grandes metrópolis; como mujer de talento superior avizoró el mundo internacionalizado de nuestros días, ya nos alertaba que debíamos pensar globalmente.
Por todo lo expresado y lo que no se ha dicho, doña Bertha Santos de Dueñas es un símbolo eterno del Manabí profundo, de ese Manabí que se ufana de ser montubia, de ese Manabí que enciende hogueras de trabajo creador y productivo, de ese Manabí que como lo decía Elías Cedeño Jervis es una tierra de quimeras, de ilusiones, su geografía es única, cuajada de ceibos, de tamarindos, de naranjos florecientes, de sembríos, de rastrojos y desmontes, de tongas y pandaos, de esteros, de quebradas, de riachuelos, de gran diversidad de pajaritos silvándole al viento, de cañaverales, de balseros transportando el esfuerzo de sus faenas para conectar campos y ciudades, para alborotar la bullanguería de esos mercados donde los manabitas pobres y ricos se unían en el pasado para comprar y vender sin romanas mañosas, a un real el racimo de plátano gritaba el uno, a dos reales la pulpa pura de carne el otro, hoy hay primero que sumar y restar para ver si alcanza el dinero, nuestro sucre o ayora fueron diluidos por la actitud miserable de quienes se enriquecieron ilícitamente empobreciendo a los demás, pero nos reconforta saber que sigue siendo tan sólida la vocación agropecuaria de Manabí que no obstante su creciente desforestación no ha perdido su olor a monte, se mantiene firme en su condición de provincia productora que abastece al país alimentariamente.
De esta tierra campesina, de la añorada y nunca olvidada “Vuelta Larga”, de las más hondas entrañas de nuestra querida provincia nació una mujer cuya hermosura ilimitada, cuya estatura de reina, cuya sonrisa y dulzura, cuya exquisita sensualidad y donaire, cautivó la mirada de todos los ecuatorianos, logró despertar con su singular belleza el más ambicioso sueño de quienes aman lo extraordinario, lo sublime, de quienes entienden que lo bello enciende el espíritu y alegra la vida, cuántos jóvenes enamorados repletaron su alcancía de ilusiones para sentirse propietarios del placer de contemplar a María Agustina Mendoza Cedeño, por eso los poetas inquietaron su musa para fraguar sus más lucidas y selectas rimas y coplas para intentar relatar sus atributos de mujer irrepetible, los adultos aceleraron los latidos de su corazón, los viejos que nunca dejaron de añorar el tren de Alfaro se embarcaron en el vagón de la nostalgia e iluminaron su vista y su ánimo recordando antiguas emociones represadas, los adolescentes y jóvenes solo atinaban a disfrutar de tertulias para disputar elogios a su Reina, para en el sosiego de la noche desvelarse en madrugadas silenciosas e interrumpir su descanso para deleitarse pensando que Manabí no conocía mucho de la diosa griega Artemisa, pero sí sabía de la existencia de una mujer de rostro divino, angelical, que venía de Santa Ana, era la señorita Manabí, la Miss Ecuador, la imaginaban venida al mundo esculpida con la imagen de una Venus ecuatoriana, de una doncella de idilios novelescos, una fémina que rebasaba los más exigentes gustos de aquellos románticos que no le pusieron freno a su apetito desbordado por deleitarse mirando la figura exuberante de una dama de piel anacarada, de sonrisa espontanea, de cabellos negros resplandecientes, que se convirtió en abanderada de lo que debe ser una mujer que merece ser idolatrada, por eso cuando regresó victoriosa de su elección como la mujer más guapa del Ecuador, un cortejo de aplausos le dio la bienvenida que retumbó en todos los confines de nuestra provincia, que saludaba su nítido triunfo con una satisfacción que contagiaba de las más hondas emociones a todos y todas sus coterráneos y coterráneas. Manabí tierra de mujeres ancestralmente bonitos, ensayaba una sinfonía de elogios para entonar un himno de felicidad, para contemplar a María Agustina coronada ocupando el cetro de su indiscutible reinado.
Los pueblos respiran por su historia, por sus hechos, por las acciones de su gente, por sus acontecimientos, por sus virtudes, son sus vivencias las que van hilvanando leyendas, edificando héroes, fabricando ídolos, forjando personajes, por eso se oxigenan recordándolos, engrandecen su orgullo, reverdecen sus esperanzas, estimulan sus anhelos, les crece el autoestima, es por estas razones que sostenía cuando iniciaba mis palabras que esta es una noche especial para esta Universidad, que afortunadamente como institución está consciente de la trascendente, copiosa e incuantificable herencia que hemos recibido todos y todas los y las manabitas, de estas dos ilustres comprovincianas a quienes en este acto las rememoramos con dos libros, donde quedan escritas para la posteridad histórica sus biografías, lo que significaron para nuestra provincia. Que gratificante debe ser para su muy distinguida hija, Carmen Dueñas Santos, saber que su ilustre madre habita en los más recónditos sentimientos de su Manabí natal, de esta tierra que nunca dejó de ser como ninguna hospitalaria, agradecida, única en identidad, incomparable en bondad, que motivador debe ser para el espíritu de doña Bertha desde la eternidad de su morada cristiana, sentir en su espíritu que está cerca y lejos de nosotros en esta noche, que su hija que hoy la representa, es una de las más acreditadas antropólogas e historiadoras de nuestro país, conocer en la respetabilidad de su silencio, que sus genes no la defraudaron, que hay quien ha tomado la posta para seguir siendo una voz y un pensamiento que sigue alumbrando con intensidad la ruta de quienes amamos el lado humano de la vida.
Con su libro “Mis memorias” doña Bertha continúa dando lecciones de vida con su palabra franca y clara para decirnos lo duro que eran enfermedades como la fiebre amarilla y el paludismo que diezmaron la salud y cesaron la existencia de incontables personas, desde el más allá seguirá celebrando que la ciencia haya doblegado tan desbastadores males. Que reconfortante nos resulta a los manabitas, de raíces generacionales, que supimos lo que son las buenas costumbres, que desafortunadamente ya no están de moda, seguir admirando a nuestra Reina del ayer y admirada en el hoy, asumiendo con total entrega el placer de halagar nuestro paladar e invitarnos a saborear sus recetas para que mantengamos latente ese especial gusto que por la buena gastronomía caracterizó a las amas de casa manabitas, por eso esta es una noche excepcional de gala y galante a la vez, nos halaga compartir un evento que solo pretende ser un prosaico reconocimiento a quienes tienen los merecimientos para ser destacadas por el legado que nos han dejado, que grata resulta la vida cuando florece la justicia, eso explica la calidez de este homenaje a tan excelsas damas manabitas, cuya sola mención de sus nombres nos hacen sentir contentos, es un renacer de antiguos soles que hacen arder nuestras añoranzas y anhelos, es una invitación a imitar lo que merece ser emulado, por eso recojo desde el panal de la poesía de Horacio Hidrovo Velásquez, sus palabras de que a pesar de todo la vida es buena.
No tengo dudas que con actos como este se levanta nuestro entusiasmo por vivir, nuestras ansias por ser mejores se fortalecen, por eso hoy nos declaramos en huelga ante la rutina, para saborear este gratificante momento al que nos han convidado dos nombres que llenan este escenario de palpitantes añoranzas. Sólo nos queda esperar que las semblanzas de estas dos mujeres manabitas inolvidables, cuyas virtudes y vivencias están escritas en estos dos libros (que hoy los presentará el culpable de que tengamos eventos como este, nuestro Director del Departamento de Cultura Horacio Hidrovo Peñaherrera) que aspiramos sirvan para que la juventud, para que las generaciones presentes y futuras, comprendan que es en el vivir presente que se engendra el mañana, pero que es con la herencia del pasado como se edifica el presente. Manabí ha sido y es grande por el aporte esforzado de nuestros antepasados, por nuestra inigualable y arraigada cultura que nos singulariza y nos identifica, que enaltecedor me resulta entonces ofrecer en nombre de la Universidad este acto, recordando las buenas acciones de doña Bertha Santos y la belleza inolvidable de María Agustina, para ambas el paso del tiempo se ha quedado estacionado, fue demasiado frágil y no ha podido borrar sus nombres, ellas han enriquecido la historia de esta tierra de Alfaro, de Hidrovo Velásquez e Hidrovo Peñaherrera, de los hermanos Egas, José María y Miguel Augusto, de Elías Cedeño Jervis, de Constantino Mendoza, de Vicente Amador Flor, de Pedro Zambrano Barcia y Zambrano Izaguirre, de Don Gil Delgado, de Oswaldo Castro, de Otton Castillo, de Verdi Cevallos, de Paulo Emilio Macías, de los Delgado Coppiano, de Aníbal San Andrés, de Raymundo Abeiga y aunque todavía estén vivas menciono a doña Maruja Cedeño de Delgado, a doña Rosathe Giler de Loor, a Carlos Pólit Ortiz, son iconos vivientes de nuestro muy querido Manabí, sé muy bien que Horacio, doña Rosathé, doña Maruja, los Delgado Copiano, don Carlos Pólit, que todavía nos acompañan en esa dura y desafiante batalla por vivir dignamente, son personas que sienten la tragedia humana y no conviven con la comedia humana, con el circo de mal gusto, con lo mediocre, con lo altanero, con lo corrupto, con la mentira populista o populachera, que en fin de cuentas son lo mismo, por eso sus nombres merecen estar en este selecto listado que me he atrevido a mencionar.
No puedo concluir sin agradecer vuestra presencia, sin felicitar a César Maquilón y Fernando Saltos por el prolijo y versado recuento que han hecho de la vida de María Agustina, de decirles a todos y a todas con la mayor sinceridad que este acto solo ha hecho crecer mi afecto, el orgullo de mi origen de campo manabita, donde mi mayor patrimonio y herencia es el haberme criado en un hogar donde solo habitaron las buenas costumbres, por eso no he abdicado ni abdicaré de mis principios e ideales, que se mantienen frescos e intactos, como Manabí mantiene inmutable el aprecio y reconocimiento a nuestras distinguidas homenajeadas.
(El presente texto fue leído en la presentación de los libros de las distinguidas damas manabitas doña Bertha Santos de Dueñas y María Agustina Mendoza. Acto que se realizó en el mes de enero dentro de los predios de la ULEAM)

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