Cuando Pedro Gil ya escribía poesía sus contemporáneos sólo buscaban entenderla. Pero tan pronto como lo descubrieron empezaron a copiarlo (por ejemplo, visitaron la galería de poetas que por falta de imaginación llaman “malditos” sólo cuando leyeron “Con unas arrugas en la sangre”) porque él les mostraba el camino expresivo, la combinatoria verbal de ética y estilo para describir con conocimiento esas rupturas. Mientras Pedro se perdía en calles y lupanares buscando la vida y sus sentidos, escribía poesía virulenta, resistente a la interpretación obvia y triste como los abismos interiores. Al mismo tiempo, los otros, en cambio, confundieron borrachera con caída existencial, drogadicción con honestidad en el arte, creando malabares de palabras que sólo usan para auto-proclamarse “profundos”. Cuando quedó claro que Pedro no estaba interesado en la fama de sus crisis para venderlas a la “intelectualidad” ecuatoriana, los otros se distanciaron para convertirse en poetas oficiales.
Los poemas que él ha escrito a lo largo de su vida son capítulos de su misma vida pero profundizada, filtrados por la reflexión, la ironía, la lectura incesante y la burla al equilibrio (que, en su caso, es una forma de parálisis). En ellos aparecen voces de delincuentes, drogadictos, hijos, padres y amantes que fallaron, lectores, bebedores, amigos y vecinos, cada uno con su herida y su puñal en alto. Pedro no petardea becas ni dinero. Sus poemas no ganan concursos, ni a él se lo premia con puestos burocráticos ni con viajes a París (a contar mentiras en la Unesco, por ejemplo). Sus textos apenas llegan a algunos lectores descompuestos que valoran más a Hugo mayo y Medardo A. Silva que al “canon” (risas aquí). Sus préstamos poéticos y antecedentes se encuadran, sólo para nombrar a los ecuatorianos, en la herencia de Dávila Andrade, Ledesma, Nieto, Vulgarín, acaso Sigüenza o Morán, o el desconocido Zúñiga (de quien dicen los poetas que puede ser buen pintor pero nunca buen poeta). Así, la poesía y prosa de Pedro Gil ocupa el incómodo estatus de ser innovadora y muy lograda y, posiblemente, también la misma maldición de ser negada por el gusto oficial.
Los poemas que él ha escrito a lo largo de su vida son capítulos de su misma vida pero profundizada, filtrados por la reflexión, la ironía, la lectura incesante y la burla al equilibrio (que, en su caso, es una forma de parálisis). En ellos aparecen voces de delincuentes, drogadictos, hijos, padres y amantes que fallaron, lectores, bebedores, amigos y vecinos, cada uno con su herida y su puñal en alto. Pedro no petardea becas ni dinero. Sus poemas no ganan concursos, ni a él se lo premia con puestos burocráticos ni con viajes a París (a contar mentiras en la Unesco, por ejemplo). Sus textos apenas llegan a algunos lectores descompuestos que valoran más a Hugo mayo y Medardo A. Silva que al “canon” (risas aquí). Sus préstamos poéticos y antecedentes se encuadran, sólo para nombrar a los ecuatorianos, en la herencia de Dávila Andrade, Ledesma, Nieto, Vulgarín, acaso Sigüenza o Morán, o el desconocido Zúñiga (de quien dicen los poetas que puede ser buen pintor pero nunca buen poeta). Así, la poesía y prosa de Pedro Gil ocupa el incómodo estatus de ser innovadora y muy lograda y, posiblemente, también la misma maldición de ser negada por el gusto oficial.
Fernando Itúrburu
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