miércoles, 28 de mayo de 2014

Presentación de El príncipe de los canallas


El viernes 30 de mayo, desde las 18h00, se desarrollará la presentación del libro “El príncipe de los canallas”, del autor Pedro Gil.

El evento será en la sala de conciertos Horacio Hidrovo Peñaherrera del departamento de Cultura de la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí, en Manta.


El libro, que ha generado ya varias lecturas de críticos y escritores, presenta una amalgama de historias donde los personajes, canallas que hacen de las suyas, pululan en un Manta de escenarios violentos.


Este nuevo libro de Pedro Gil fue editado por el Departamento de Edición y Publicación Universitaria con su sello Mar Abierto.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Editorial Mar Abierto nos trae las obras selectas de Medardo Mora Solórzano

Más de 350 páginas formarán parte de lo que será el libro Filosofía, ensayos, cultura, educación y política - Obras selectas – de Medardo Mora Solórzano.
Esta obra que está siendo impresa por Editogran S.A., comprenderá una selección de los libros Eloy Alfaro un líder del ayer y un ejemplo del mañana; La educación única vía hacia la igualdad; Ensayo de Patria: anhelos y realidades nacionales y Vistazos al Manabí profundo.

En una de las últimas presentaciones de editorial Mar Abierto en Quito, el escritor y crítico literario  Marco Antonio Rodríguez manifestó sobre Medardo Mora que: es un sembrador nato de luz. Por donde ha pasado, su luz orienta y guía. Un ensayo de patria es un libro buido de inteligencia y abundancia de saberes, su lectura reverdece la fe en nuestra patria, pero, por sobre todo, en la especie humana. (…) El estilo de Medardo es, por sobre todas las cosas, luminoso. En él se unimisman inteligencia y espíritu de un ser único que es parte de lo mejor de la historia ecuatoriana.

A continuación presentamos un fragmento de uno de sus libros:

Manabí y su gastronomía
El manabita de tradición siempre fue de buen vivir, elemento fundamental de ese buen vivir es disfrutar de una buena comida, bien sazonada. Los filósofos griegos no estuvieron equivocados cuando sostuvieron que el primero de los placeres humanos es el saber comer, no como expresión de glotonería sino de buen gusto. Los hogares manabitas no sólo  aprendieron sino que privilegiaron preparar una buena comida, su gastronomía es muy variada y de un sabor que satisface al buen paladar; los platos de la mesa de la familia manabita gozaron de una cuidadosa cocción, el horno de madera rellenado de ceniza con comales u ollas de barro incrustados, usando carbón o leña para la combustión, fue una constante en el cuarto de cocina de las casas de campo que es desde donde se engendra el “Manabí Profundo”.

Manabí es un emporio en cuanto a menú u ofertas de especialidades culinarias; si tuviéramos que establecer cuáles son los principales ingredientes que se utilizaron en su cocina, sin duda son el plátano y el maní los más utilizados, y con ellos se preparan los más diversos, deliciosos y apetecibles bocados; como el caso del maní quebrado o la salprieta, esta última preparada con maní y una menor dosis de maíz molido; estos bocados no faltan en la mesa de los manabitas, ambos platillos se los acompaña con plátano, que se los saborea con un buen café pasado que surge de una rica esencia; otro plato muy típico es el “viche”, es una sopa que tiene como principal insumo al maní, que se lo adereza con cualquier marisco: langosta, guariche o cangrejo, camarón de río o de mar, pescado de diversas especies, a ellos se agregan otros ingredientes propios de la región , yuca, camote, bolas de plátano verde, choclo, maduro (a unos les gusta agregar arroz blanco); otro bocado muy típico son las empanadas de plátano que se las rellena con queso, carne molida o   mariscos como el camarón y el guariche. El maní es tan utilizado que se lo usa incluso en ciertos cantones para agregarlo a un ceviche. También son muy propios de la región los llamados “bollos” preparados con plátano y maní a los que se le acompaña normalmente carne de chancho; igualmente la cazuela o torta de maní es un plato a base de plátano, maní y algún tipo de pescado; también son muy sabrosas las torrejas de plátano. No puede dejar de mencionarse las “bolas” preparadas con plátano quebrado saborizados con chicharrón, maní o queso; si a estas bolas se les “unta” (junta) en la parte externa manteca de chancho, les hace aumentar la exquisitez de las mismas.

A base de plátano y maní se preparan los “corviches”, que son muy apetecibles para acompañar un buen café; el tamal manabita lleva maíz y maní, al igual que el “greñoso” que se lo prepara en la zona Sur de la provincia; del plátano también se elabora el caldo de bolas que se las rellena con queso manabita. Al campesino manabita no le falta en su “pandao” o “tonga” (el almuerzo que lleva a sus faenas de trabajo envuelta en hojas de plátano para conservar el calor y sabor), una especie de seco de gallina preparado con arroz, algo de maní y una presa de estas aves criadas domésticamente; en el desayuno en cambio no le falta el plátano y una porción del café manabita, cuya principal característica es el ser filtrado o colado con objetos fabricados para este fin.

Otro producto muy propio de la región que se utiliza en la comida manabita es la yuca o el almidón; que es un derivado de la yuca con la que se preparan los afamados panes de yuca o almidón, este tubérculo también se lo utiliza para preparar la deliciosa torta de yuca cuya saborización con raspadura es única, siendo la yuca también un insumo indispensable para un buen caldo de gallina criolla, lo cual le confiere tipicidad al caldo de gallina que se prepara en Manabí al que se le agrega arroz blanco y si es con “cocolón” mucho mejor, que es otro plato típico de la provincia.

Merece, igualmente, ser mencionado como un bocadillo muy apetecible “el pastelillo”, que se lo rellena con carne de pollo preparada de forma similar al condumio navideño, que es el acompañante indispensable del pavo en Noche Buena, que también se lo cría en el campo manabita.

Manabí, lo hemos dicho, es una región cuyas principales actividades han sido  históricamente la agropecuaria y la pesca, esta última de gran gravitación en la economía del país de nuestros días. Esa realidad explica la gran variedad de platos que se preparan a base de mariscos, se pesca toda clase de pescados (dorado, picudo, cherna, albacora, pargo, murico, mero, robalo, pez espada, lenguado, corvina, caritas, sardinas, pinchaguas, etc.); mariscos como el camarón, concha, guariche o cangrejo, langosta, calamar, pulpo, caracoles de mar, etc., todos los cuales forman parte de la dieta de los manabitas. Existen ciertos mariscos muy propios de la región, como el caso del “chame”, que es un pescado de carne muy blanca originario del valle del río Carrizal, específicamente del sitio “La Sabana” o “La Segua” (actualmente convertido en humedal y zona protegida); se cría en el fango (lodazal), y se lo prepara de distintas formas, pero el más clásico es frito con apanadura de almidón. Igualmente es muy peculiar de Manabí, sobre todo en sitios   aledaños a los ríos Carrizal y Chone, el camarón de río, los más grandes llamados  cacaños” son verdaderas langostas por el tamaño y sus extremidades inmensas que tienen; existen aunque en franca extinción pescados propios de sus ríos, como el guanchiche, la lisa, el barbudo, etc., que los consumen los campesinos que habitan cerca de los mismos. Deben destacarse también como mariscos especiales de Manabí: el cangrejo azul, en la zona Norte (Pedernales y Cojimíes); el spondilus, que se lo encuentra específicamente en la zona de Salango, muy cerca de Puerto López; donde también se pueden encontrar los percebes, uno de los mariscos más apetecidos y cotizados en España.

Si Manabí ha sido y sigue siendo la provincia de mayor población ganadera, es obvio que los productos derivados de la leche sean de acentuada presencia en la gastronomía manabita, destacándose el queso manabita, que fue, junto al sombrero de paja toquilla, los dos productos pioneros en las exportaciones ecuatorianas; el queso tiene varios estados de preparación, más consistente utilizando mayor cantidad de sal gruesa para una mayor duración, más tierno con sal más granulada, la cuajada que se la prepara con sal refinada, esta última tiene una contextura bastante blanda. Con la cuajada se prepara otra de las delicias más peculiares de Manabí, el suero blanco, una especie de sopa de leche que se la sirve con plátano verde o maduro, según la preferencia del comensal. También con la cuajada se prepara un postre acaramelado que solo es posible concebirlo por el ingenio de aquellos manabitas de cepa; igualmente de la leche se extrae la mantequilla “blanca” que adquiere un singular sabor envasándola en canutos (pedazos de caña guadua verde). De los lácteos se elaboran deliciosos postres como la espumilla, que tiene un sabor único que se la prepara con leche y huevo de gallina criolla; con iguales ingredientes, pero con distinto tiempo en el hervor de la leche, se prepara la caspiroleta, los flanes de varios sabores, entre ellos uno muy especial: el flan de café, el manjar (dulce de leche) que es la base para varios bocados como los famosos limones rellenos de Rocafuerte, el pan de dulce relleno de manjar, la natilla que se la prepara poniéndole un poco de maicena; de la leche se elaboran los alfajores, helados de leche de vaca y una bebida también muy típica de la región que es el rompope, que se lo prepara con leche y huevo de gallina criolla, al que se le agrega un poco de aguardiente; pues debe recordarse que Manabí, en épocas pasadas tuvo varias destilerías que producían el más puro aguardiente o el guarapo que es un aguardiente más crudo, mas fermentado, al que todavía no se lo ha terminado de destilar.

Al hablar de postres o de comida dulce no pueden olvidarse los muy conocidos dulces de Rocafuerte que son preparados con muy buen sabor en varios cantones; debiendo mencionarse los turrones rellenos con maní molido y cubiertos de una cobertura azucarada, los troliches, las cocadas, las galletas de almidón, los suspiros con una pizca de limón o preparados con coco rallado, el bizcochuelo lustrado que se lo baña con clara de huevo batida y azucarada y son una verdadera delicia; en la misma Rocafuerte ciudad de hondas tradiciones todavía se encuentran “los prensados” o “raspados”, preparados a base de hielo raspado y jarabe de diversos sabores, también son muy típicos, las tostadas de chicharrón. Existen otros dulces típicos como el dulce de pechiche, el dulce de grosella (es agridulce de sabor único), el tamarindo cocido, que se lo usa más para preparar un jugo de lo más refrescante y que sirve para limpiar el intestino. Tampoco puede dejar de recordarse la chucula de maduro, el arroz con leche, la colada de plátano y ese chocolate que se lo preparaba de un cacao sin mezcla alguna, ya casi no se lo produce y es difícil encontrarlo; no puede olvidarse ni dejar de mencionarse una bebida muy usada en las fiestas del campo manabita, la chicha de maíz preparada con un poco de esencia de vainilla, es la bebida infaltable en los festejos campesinos.

Si Manabí es dueño de una naturaleza exuberante no puede dejar de mencionarse que aparte de las aves de corral, que forman parte de su comida típica, como la gallina, el pato, la paloma de castilla, el pavo, la gallina guinea, que se las cría en las casas de campo, existen aves silvestres que han sido y siguen siendo la atracción de los cazadores, como el patillo, la maría, las palomas, el venado que no deja de ser otra de las distracciones de los cazadores en Manabí; aparte de aquello, hay zonas donde se cría el chivato (chivo), cuyo hábitat natural son zonas secas aledañas al mar en la zona Sur de Manabí y la Península de Santa Elena.

Su territorio que ha sido y sigue siendo entre árido y montañoso, ha sido especial para el cultivo de frutas, como la sandía, el melón, la badea (se la cultiva en tarimas caseras), el mango, la papaya, el ovo, la piña, naranjas, mandarinas, toronjas, limón, la guanábana, la guayaba, el zapote, la chirimoya, el mamey (hay una especie que se la llama mata serrano), la guaba, son entre otras frutas, muy cultivadas y muy disfrutadas por los manabitas; “la naranjada” preparada con naranjas y un poco de agua e hielo es una muy refrescante bebida, así mismo son muy típicos en Manabí los jugos de badea y guanábana que son de sabor exquisito. Igualmente se producen verduras típicas de las cuales el frejol tierno y el haba verde o seca, se los utiliza para preparar deliciosos complementos de una buena comida, como el caso del caldo de haba o una ensalada de frejol tierno o “jecho”.

Siendo Manabí una provincia de gran producción es lógico que la cría de porcinos sea parte de la vida de hombres de campo, incluyendo a los que se han venido a vivir en la ciudad que siguen criando chanchos, pese a la prohibición expresada por las autoridades. Del cerdo se preparan las morcillas y las longanizas muy apetecidas entre las familias manabitas y se prepara como algo especial el horneado de cabeza de chancho, cuyo principal ingrediente es justamente el maní; también, es tradicional que Manabí utilice la manteca de chancho para frituras, y de las lonjas de manteca se extraen los chicharrones a los que nos referimos anteriormente, que servidos con bolas o plátano asado son simplemente algo para no olvidar y repetirse constantemente. La guanta es una especie de pequeño cerdo silvestre cuya carne es muy deliciosa y todavía es posible encontrarla en El Carmen.
No es exagerado afirmar que cuando un manabita se refiere a su comida, escucharlo expresar: “que se le hace agua la boca”.

El autor.- Medardo Mora Solórzano (Ecuador, 1942) Dr. en Jurisprudencia, Rector fundador de la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí, ex-Alcalde de Manta, ex-presidente del CONUEP y luego CONESUP (Consejo de Universidades y Escuelas Politécnicas). Fue nombrado Doctor Honoris Causa a la Excelencia Educativa 2005 en Punta del Este, Uruguay.
 
Este libro también formará parte de las Obras selectas de Medardo Mora Solórzano, rector de la Uleam.


DE LA SORDERA AL HARAQUIRI Y DEL VOTO BIFRONTE A LA LOCURA


Editorial Mar Abierto trae en poco tiempo el libro OBRAS COMPLETAS –Ensayos- de Miguel Donoso Pareja. Será una publicación, que siendo trabajada y editada cuidadosamente por el equipo de la Editorial, será impresa por la empresa El Telégrafo. Comprenderá un estudio introductorio de su obra, escrito por Paúl Puma y sus libros: Ecuador: identidad o esquizofrenia; Los grandes de la década del treinta; Nuevo realismo ecuatoriano; Novelas breves del Ecuador; La violencia en el Ecuador y una respuesta identitaria. 
Serán alrededor de 650 páginas, que irán ilustradas con varias fotografías. A continuación un fragmento de lo que pronto Editorial Mar Abierto les traerá.

“Dudosa opinión de un minusválido sobre la música nacional”

Un tío mío, Alfredo Pareja Diezcanseco, decía que él era musicalmente sordo por herencia materna, es decir, que tenía “oído Diezcanseco”.
Como yo veía que le gustaba la música y nunca me explicó en qué consistía esa sordera, su afirmación me desconcertaba.
Mucho tiempo después, ya adulto, supe de qué se trataba al comprobar que yo también tenía “oído Diezcanseco”.
¿En qué consiste? No en que no nos guste la música sino en la incapacidad para reconocerla –yo confundo, por ejemplo, “La danza del fuego” con “Capricho español”- y una total ausencia de ritmo, razón por la cual nunca aprendí a bailar.
Esto me hizo creer, cuando niño, que había matado a mi profesor de guitarra. Ante mi nulidad musical, el pobre me decía siempre: “Miguelito, me vas a matar”.
Un buen día –debería decir “un mal día”-, al poco tiempo de iniciar mis clases, no vino más. Había muerto. Yo, que tenía nueve años, me sentí culpable y guardé el secreto, aterrado de que me descubrieran.

A pesar de esta sordera musical –que tal vez me desautorice- debo hablar de nuestra música, que es uno de los tantos factores que deberían identificarnos.
A ojo de buen cubero podría decir que, de acuerdo a nuestra música, somos un pueblo triste. Si y no, porque somos (yo no) un pueblo que baila –y muy bien, especialmente en la Costa- pero no tenemos un ritmo que nos identifique.

Nuestra conducta ratifica, a veces, lo que acabo de decir. En efecto, la música ecuatoriana es de cantina, para emborracharse y llorar, no para una fiesta. Joaquín Gutiérrez, escritor costarricense ya fallecido, me contó que en Quito fue a una fiesta, pero que como era muy aburrida, optó por retirarse. Al día siguiente se encontró con uno que había estado en la reunión y le preguntó hasta qué hora se quedaron y si la habían pasado bien.

-Nos amanecimos- fue la respuesta-. Y la pasamos lindo: toditos lloramos.
No en una fiesta, pero sí en una cantina, los costeños también lloramos con los pasillos y la música indígena, lo que nos llevaría a pensar que lo que nos identifica musicalmente es la tristeza, la queja, incluso el masoquismo, a pesar de que nuestra gente baila –y muy bien, vuelvo a decirlo- con la música de otros.

En realidad, tanto en la Costa –desde hace “añales” y a cualquier nivel social- como en la Sierra –desde menos años atrás, pero también en forma masiva- el ecuatoriano baila. Al pueblo y a la clase media, en ambas regiones, les gusta la música afroamericana, a los aniñados la música gringa, a los dos estratos los ritmos de moda.

Pero no hay música ecuatoriana bailable, salvo la indígena, que se “patalea” monótonamente a nivel popular y de clase media baja en la serranía. En definitiva, el Ecuador es un país sin un ritmo musical que lo identifique y lo aglutine, un país que no ha desarrollado la música popular. Nos hemos estancado en ritmos cada vez menos aceptados por las nuevas generaciones, las que se identifican con los de otras latitudes.
Teniendo población de color, por ejemplo, no existe una forma musical negra actualizada y que nos caracterice. Hemos sido muy poco creativos, casi nada, en esta área de la cultura popular. Eso, sin duda, debilita nuestra identidad global, porque sin música un pueblo se diluye.
Brasil, México, Cuba, todo el Caribe, tienen desde hace muchos años una música popular propia y en evolución constante. Venezuela, Colombia, Perú y Chile tienen lo suyo –bambucos, cumbias, marineras, cuecas-, Argentina el tango.

Nosotros nada, fuera del cachullapi, la tonada, el pasillo o el yaraví, de ninguna proyección en el gusto de las nuevas generaciones.
Parecería en definitiva, que la única identificación musical que tenemos es la del sufrimiento y las lamentaciones, la borrachera llorona y la desgarradura por los amores fracasados o imposibles. En pocas palabras, una identidad negativa, autoconmiserativa y castradora.

Puedo estar equivocado, por mi oído Diezcanseco –debo admitir esta posibilidad-, pero me parece que lo que señalo es real porque, aunque no pueda distinguir una melodía de otra, la salsa me gusta, también el tango, la cueca, el bolero, la marinera, los sones huastecos y veracruzanos, las rancheras, la samba y la bossa nova, el guaguancó, etc.

En todo caso, Agustín Cueva –ojalá no haya sido tan sordo como yo- opina parecido. Dice: “En lo que a música se refiere (…) creo que por rebasar el límite de mi competencia bastará, generalizando, recordar este hecho muy decidor: la música popular latinoamericana –mestiza de tres razas en todas sus combinaciones posibles- ha tenido éxito en el mundo entero; mas la ecuatoriana constituye, precisamente la excepción. Ya lo dijo Espejo: ‘La música de Quito es viciosa, sin afectos, sin armonía, sino una música de remiendos (…)’. Y José de la Cuadra, retomando una afirmación de A.F. Rojas, escribió: “el Ecuador, no ha creado todavía su música propia, una modalidad armónica suya” (‘Nuestra ambigüedad cultural’, en Teoría de la cultura nacional, varios autores, estudio introductorio de Fernando Tinajero, Banco Central del Ecuador/Corporación
Editora Nacional, Quito, 1986). Los entendidos deberían trabajar en esto, desarrollando y modernizando los ritmos heredados (no solo los negros), creando –con la mayor y más auténtica profundidad culturaluna música mestiza que fortalezca nuestra identidad y nos permita vernos como en un espejo, porque el estatismo y la rigidez –cabe recordarlo- implican siempre decadencia, tema que examinaremos más adelante.

“La doble muerte de un esquizofrénico irredento”
En este rubro quiero referirme a las letras de dos piezas musicales “inefables”: “El chulla quiteño” y “Guayaquileño”, ambos pasacalles, esa especie de pasodoble del subdesarrollo con el cual pretendemos ser alegres.

Ambos repiten las generalizaciones que venimos diciéndonos desde los tiempos de Espejo y el padre Aguirre, solo que aquí cada uno de los habitantes de las dos ciudades, Quito y Guayaquil, habla sobre sí mismo.

¿Se trata del haraquiri de un esquizofrénico irredento,  es decir, del país?
¿A confesión de parte relevo de prueba?
Me niego a aceptarlo, pero veamos.
La letra de “El chulla quiteño dice, en lo central:
“Yo soy el chullita quiteño,
la vida me paso encantado,
para mí todo es un sueño,
bajo este, mi cielo amado.
Las lindas chiquillas quiteñas
son dueñas de mi corazón,
no hay mujeres en el mundo
como las de mi canción.
Chulla quiteño,
tú eres el dueño
de este precioso
patrimonio nacional.
Chulla quiteño
tú constituyes
también la joya
de este Quito Colonial”.
La de “Guayaquileño” dice (también en lo central):
“Guayaquileño madera de guerrero
bien franco, muy valiente, jamás siente el temor,
guayaquileño de la tierra más linda
pedacito de suelo del inmenso Ecuador,
guayaquileño no hay nadie quien te iguale
como hombre de coraje lo digo en mi canción”.

Antes que nada debemos destacar el carácter ilusorio de los dos textos, el voluntarismo para afirmar esto es así o asá.
En el principio se dice que para el “chullita” quiteño “todo es un sueño” y que no hay mujeres más lindas en el mundo “como las de mi canción”. En el segundo se nos indica que nadie puede igualar guayaquileño como “hombre de coraje” puesto que yo, guayaquileño, “lo digo en mi canción”.

El problema es que, incluso autoinventándose (lo que indica cómo queremos ser), ambos proponen aspiraciones deleznables.
El quiteño, según el texto, centra todo en vivir soñando, fuera de la realidad, dándose la gran vida. Y en que eso continúe para siempre porque él es el “dueño de este precioso patrimonio nacional” y una “joya” del mismo.

El guayaquileño se centra, en cambio, en su “madera de guerrero”, su franqueza, en que es “hombre de coraje”, “jamás siente el temor”, en todo lo cual es inigualable porque, enfatiza, “lo digo en mi canción”.
Resulta deprimente saber que nos sentimos tan poca cosa y que así queremos ser, exactamente con las mismas “señas particulares” que nos hemos endilgado siempre: un quiteño que se siente una joya, el centro del país, se reconoce vago (burócrata, subrayan en la Costa) y se la pasa “encantado” (de “poca madre”, opinaría un mexicano); y un guayaquileño que “jamás siente el temor” (primitivo, salvaje, remarcan en la Sierra), “no hay nadie quien lo iguale” (“no mames”, diría un mexicano) y “bien franco” (léase indiscreto y malcriado).

Pero cuidado: los “inefables” portavoces de la economía social de mercado, de la globalización y más yerbas venenosas de la ahora “redentora” clase en el poder, propugnan la reducción a rajatabla del tamaño del Estado (que es necesaria, pero no con la drasticidad que quieren ciertos sectores, especialmente de la Costa), lo que implicaría dejar en el desempleo a todos esos burócratas (a todos esos serranos que, como lo autoproclaman, se la pasan encantados porque para ellos todo es un sueño, dicen en la Costa, hartos de la mala calidad de los servicios públicos y del centralismo).

En la Sierra, en cambio, recogen lo que decía Espejo sobre la “natural fiereza”, “orgullo”, “barbarie” y “crueldad” de los guayaquileños porque, ¿qué otra cosa podría significar aquello de ser “madera de guerrero” y basar en eso la totalidad de nuestras “virtudes”?

En ambos casos, en las dos canciones, nos confesamos así, cada quien por su lado, como evidenciando que esta introyección ideológica –cabe recordar que la ideología dominante es siempre la de la clase en el poder- nos ha convencido de que somos como el otro quiere que seamos.
Solo propiciar una contraideología (tomar conciencia) y actuar conforme a ella podrá salvarnos, acercarnos a la solidaridad, remediar nuestra esquizofrenia, fortalecernos como país.

Para lograrlo es necesario cumplir con aquello que demandaba Eugenio Espejo: “decir la verdad cueste lo que costare”, pero evitando, como señaló alguna vez Cortázar – refiriéndose a una situación distinta y concreta, pero aplicable ahora-, lo que hacen ciertos intelectuales que “no se preocupan por establecer (…) la diferencia capital entre los errores que denuncian y la estructura global, válida y positiva, donde se cometen esos errores y donde una crítica constructiva podría contribuir decisivamente a su eliminación en el futuro”.

Esto, que implica reconocer las virtudes de la estructura global, válida y positiva que constituye nuestra identidad, es lo que estas líneas intentan hacer, buscando desentrañar, leer, aprehender, robustecer y transformar su dimensión de aquí y ahora.
Únicamente así podremos plantearnos –sobre una base verdadera, no ilusoria- la identidad que aspiramos y merecemos tener o, mejor, que tenemos ya, pero con un discurso que es necesario definir y organizar.

 
Miguel Donoso, escritor guayaquileño, fue condecorado por la Uleam como Doctor Honoris Causa.